Ali mueve su dedo sobre el mapa de África que está apoyado
en la pared. Con él dibuja un camino imaginario que comienza en su Chad
natal y transcurre por Níger, Argelia y llega hasta Marruecos y Ceuta.
En apenas unos segundos realiza el mismo recorrido que inició en 2009 y
que duró unos tres años y medio hasta que consiguió alcanzar la 'tierra
soñada'. Salió de su casa con 14 años porque quería una vida que en su
pueblo natal no podría alcanzar nunca. «El camino no es fácil, es duro»,
afirma. «Tampoco lo fue estar en Ceuta» a donde llegó remando con otros
cinco compañeros en una balsa hinchable. Antes, recaló en Melilla,
«donde muchos compañeros han muerto porque no es fácil estar allí. Aquí
la gente lo ve por la tele» pero «yo lo he vivido».
Por eso, cuando se
le pregunta por la actual situación que se está viviendo en las
fronteras de Melilla y Ceuta, Ali respira pausadamente una y otra vez.
Este joven de 20 años pero que parece haber vivido el doble, pone
imágenes a palabras como 'avalancha' o 'invasión', muy utilizada por los
políticos en estas últimas semanas. «En los bosques de Marruecos hay
centenares de personas cuyo único objetivo es llegar a Europa». Saben
que la seguridad ha aumentado, que cada vez es más difícil «pero no les
queda otra alternativa».
A su lado, Djibril Gueye, de 40 años y senegalés, asegura
que en el lado africano de la valla, «la gente no ve las consecuencias
de la travesía ni de la llegada a España». Alude a la primera reacción
que manifiestan cuando cruzan la frontera. «Llegan rezando, llenos de
alegría porque lo han conseguido, pero lo que no saben es que aquí
nosotros estamos sufriendo». Por eso siguen insistiendo una y otra vez.
«Yo mismo se lo digo a mi hermano que está en Senegal, que no venga, que
no coja una patera pero él me dice que no le quiero, que lo quiero todo
para mí».
«Podría ser el alcalde»
Djibril llegó a San Fernando hace diez años. Trabajaba como
marino en un barco de una compañía gallega y cuando atracaron en
Canarias inmovilizaron la embarcación «porque tenía problemas de pagos».
Tras unos días allí, fue con otros compañeros a la embajada de Senegal
para informarles de que no regresarían a su país. «Cogí un ferry y
llegué a Cádiz». Aquí ha hecho su vida, se casó y tuvo un hijo que ahora
tiene siete años. Él llegó de forma regular pero sabe que no todos
tienen la misma suerte.
Veinte años antes que Djibril, Che Sarr llegó a San
Fernando procedente de Senegal también. «Dicen que puedo ser el alcalde»
de la de años que lleva. Corría el año 1975 cuando vino como militar a
hacer un curso y se quedó por amor. «Conocí a mi mujer, he tenido dos
niños y cinco nietos». Che es el que habla con más claridad sobre la
situación de la frontera aunque reconoce que ha dejado de ver las
imágenes. «No puedo hacerlo, duele verlo». A sus 60 años, la mitad de
ellos vivido en San Fernando, ha sido testigo de como ha ido cambiando y
evolucionando el fenómeno de la inmigración. Ha habido episodios más o
menos duros pero insiste en que lo vivido en los últimos meses «no es
normal».
«La Guardia Civil está equivocada, porque la primera misión que
deben cumplir es la ayuda humanitaria, ya después está lo de pedir los
papeles e identificar». Che se refiere a las imágenes aparecidas en las
que varios agentes de la Guardia Civil utilizan pelotas de gomas para
disuadir a los inmigrantes que intentan llegar a Ceuta. Mueve la cabeza
de un lado a otro, incapaz de asimilar que se haya producido la escena.
«Ahora se pasan la pelota unos a otros y nadie quiere saber nada»,
sentencia. Se agarra a lo escrito en la Ley de Extranjería. «La ley dice
que lo primero es salvar la vida de la persona, después identificarla y
si España tiene un acuerdo con su país de procedencia ya puede iniciar
la expulsión», pero «si no sabe su país o no puede devolverlo hay que
dejarlos en el centro. Somos personas, no animales», sentencia, «hasta
los animales tienen más derechos. Si la gente te ve pegando a un perro
en la calle te denuncia». Djibril asiente.
«He ido muchas veces a
trabajar a Ceuta y he visto como muchos esperaban el paso de los
camiones para esconderse dentro», también los ha visto frente a la
valla, cruzando imaginariamente una y otra vez la alambrada. «Cada vez
que voy termino llorando», reconoce Djibril. «Cuando salgo de trabajar
me acerco y comparto el pan con ellos para saber cómo están porque soy
africano y negro como ellos». Este senegalés hace referencia a un dicho
de su tierra. «Allí se dice 'Barça o barzhak', que significa Cataluña
(Europa) o muerte». No hay más opciones.
Ali vuelve a la conversación con una expresión que lo dice
todo. «La frontera es una lotería. Tal como entras, te puedes quedar o
te pueden expulsar. Un día vienen a buscar al Centro de Extranjeros y te
llevan junto a la frontera con Marruecos. Allí el embajador marroquí
pasa por delante de cada uno y si te reconoce te expulsan, si no, vas a
la calle».
Él sabe que ha tenido suerte. Está estudiando Secundaria y
aspira a la Universidad. «Quiero hacer Relaciones Internacionales», pero
sabe que aún le queda mucho camino que recorrer. «Estoy intentando
arreglar mis papales para poder moverme, hacer cosas».
Su historia es el ejemplo al que se agarran al otro lado de
la frontera. «Allí también llegan las imágenes de los muertos en el
Estrecho», cuenta Djibril, «pero mientras llegaban los cuerpos de cuatro
senegaleses partía un nuevo grupo camino de Europa». Allí en Senegal,
el presidente del país «está intentando frenar la inmigración irregular
pero las condiciones de vida son muy duras» y muy fácil dar los primeros
pasos camino de Europa.
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