lunes, 3 de marzo de 2014

Tres inmigrantes analizan desde este lado la crisis en la frontera de Ceuta y Melilla: «Somos personas, no animales»

«Somos personas, no animales»
De izquierda a derecha: Ali Habi, Djibril Gueye y Che Sarr.

Ali mueve su dedo sobre el mapa de África que está apoyado en la pared. Con él dibuja un camino imaginario que comienza en su Chad natal y transcurre por Níger, Argelia y llega hasta Marruecos y Ceuta. En apenas unos segundos realiza el mismo recorrido que inició en 2009 y que duró unos tres años y medio hasta que consiguió alcanzar la 'tierra soñada'. Salió de su casa con 14 años porque quería una vida que en su pueblo natal no podría alcanzar nunca. «El camino no es fácil, es duro», afirma. «Tampoco lo fue estar en Ceuta» a donde llegó remando con otros cinco compañeros en una balsa hinchable. Antes, recaló en Melilla, «donde muchos compañeros han muerto porque no es fácil estar allí. Aquí la gente lo ve por la tele» pero «yo lo he vivido». 

Por eso, cuando se le pregunta por la actual situación que se está viviendo en las fronteras de Melilla y Ceuta, Ali respira pausadamente una y otra vez. Este joven de 20 años pero que parece haber vivido el doble, pone imágenes a palabras como 'avalancha' o 'invasión', muy utilizada por los políticos en estas últimas semanas. «En los bosques de Marruecos hay centenares de personas cuyo único objetivo es llegar a Europa». Saben que la seguridad ha aumentado, que cada vez es más difícil «pero no les queda otra alternativa».

A su lado, Djibril Gueye, de 40 años y senegalés, asegura que en el lado africano de la valla, «la gente no ve las consecuencias de la travesía ni de la llegada a España». Alude a la primera reacción que manifiestan cuando cruzan la frontera. «Llegan rezando, llenos de alegría porque lo han conseguido, pero lo que no saben es que aquí nosotros estamos sufriendo». Por eso siguen insistiendo una y otra vez. «Yo mismo se lo digo a mi hermano que está en Senegal, que no venga, que no coja una patera pero él me dice que no le quiero, que lo quiero todo para mí».

«Podría ser el alcalde» 
 
Djibril llegó a San Fernando hace diez años. Trabajaba como marino en un barco de una compañía gallega y cuando atracaron en Canarias inmovilizaron la embarcación «porque tenía problemas de pagos». Tras unos días allí, fue con otros compañeros a la embajada de Senegal para informarles de que no regresarían a su país. «Cogí un ferry y llegué a Cádiz». Aquí ha hecho su vida, se casó y tuvo un hijo que ahora tiene siete años. Él llegó de forma regular pero sabe que no todos tienen la misma suerte. 

Veinte años antes que Djibril, Che Sarr llegó a San Fernando procedente de Senegal también. «Dicen que puedo ser el alcalde» de la de años que lleva. Corría el año 1975 cuando vino como militar a hacer un curso y se quedó por amor. «Conocí a mi mujer, he tenido dos niños y cinco nietos». Che es el que habla con más claridad sobre la situación de la frontera aunque reconoce que ha dejado de ver las imágenes. «No puedo hacerlo, duele verlo». A sus 60 años, la mitad de ellos vivido en San Fernando, ha sido testigo de como ha ido cambiando y evolucionando el fenómeno de la inmigración. Ha habido episodios más o menos duros pero insiste en que lo vivido en los últimos meses «no es normal».

«La Guardia Civil está equivocada, porque la primera misión que deben cumplir es la ayuda humanitaria, ya después está lo de pedir los papeles e identificar». Che se refiere a las imágenes aparecidas en las que varios agentes de la Guardia Civil utilizan pelotas de gomas para disuadir a los inmigrantes que intentan llegar a Ceuta. Mueve la cabeza de un lado a otro, incapaz de asimilar que se haya producido la escena. «Ahora se pasan la pelota unos a otros y nadie quiere saber nada», sentencia. Se agarra a lo escrito en la Ley de Extranjería. «La ley dice que lo primero es salvar la vida de la persona, después identificarla y si España tiene un acuerdo con su país de procedencia ya puede iniciar la expulsión», pero «si no sabe su país o no puede devolverlo hay que dejarlos en el centro. Somos personas, no animales», sentencia, «hasta los animales tienen más derechos. Si la gente te ve pegando a un perro en la calle te denuncia». Djibril asiente. 

«He ido muchas veces a trabajar a Ceuta y he visto como muchos esperaban el paso de los camiones para esconderse dentro», también los ha visto frente a la valla, cruzando imaginariamente una y otra vez la alambrada. «Cada vez que voy termino llorando», reconoce Djibril. «Cuando salgo de trabajar me acerco y comparto el pan con ellos para saber cómo están porque soy africano y negro como ellos». Este senegalés hace referencia a un dicho de su tierra. «Allí se dice 'Barça o barzhak', que significa Cataluña (Europa) o muerte». No hay más opciones.

Ali vuelve a la conversación con una expresión que lo dice todo. «La frontera es una lotería. Tal como entras, te puedes quedar o te pueden expulsar. Un día vienen a buscar al Centro de Extranjeros y te llevan junto a la frontera con Marruecos. Allí el embajador marroquí pasa por delante de cada uno y si te reconoce te expulsan, si no, vas a la calle». 

Él sabe que ha tenido suerte. Está estudiando Secundaria y aspira a la Universidad. «Quiero hacer Relaciones Internacionales», pero sabe que aún le queda mucho camino que recorrer. «Estoy intentando arreglar mis papales para poder moverme, hacer cosas». 

Su historia es el ejemplo al que se agarran al otro lado de la frontera. «Allí también llegan las imágenes de los muertos en el Estrecho», cuenta Djibril, «pero mientras llegaban los cuerpos de cuatro senegaleses partía un nuevo grupo camino de Europa». Allí en Senegal, el presidente del país «está intentando frenar la inmigración irregular pero las condiciones de vida son muy duras» y muy fácil dar los primeros pasos camino de Europa.



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