sábado, 10 de marzo de 2012

“Estar en un cuerpo de mujer no te hace mejor ni peor”


Pocas mujeres en México han reflexionado sobre el feminismo como Sara Sefchovich. Novelas, artículos y ensayos forjados por años hacen de ella una autoridad en el tema. Libros como La suerte de la consorte o Demasiado amor son referencia obligada para entender el rol femenino en nuestra sociedad. Es probable que el tiempo ubique en esta misma línea ¿Son mejores las mujeres? (Paidós/ Debate Feminista), que reúne artículos, comentarios, fragmentos de vida.

Tan crítica como lúcida, a Sefchovich no le tiembla la mano a la hora de poner el dedo en la llaga. A toda costa evita las generalizaciones. “Son imposibles en un país de cien millones de personas”, advierte, pero no niega que el mujerismo es uno de los principales lastres de un movimiento al que define como uno de los más revolucionarios del siglo XX.

¿Cómo se inicia en el feminismo?

Primero me gustaría aclarar que el libro surge para celebrar los cuarenta años de la segunda ola de feminismo en México. Era buen momento para detenerse y hacer una reflexión sobre lo que se ha ganado y lo que falta. Tuve la suerte de que mi juventud coincidiera cuando ese y otros movimientos estaban llegando al país. El México que somos hoy es producto de todo eso. El feminismo fue una revolución cultural, cambió la manera de pensar y de hablar de hombres y mujeres. Me tocó estar en la Universidad cuando llegó Susan Sontag para hablar del tema, y ser amiga de Marta Acevedo, organizadora de los pequeños y primeros grupos feministas. Me maravillaba con su pensar.

¿En la cultura popular había entonces referentes feministas en México?

No, para nada. Seguramente había mujeres de todas las clases sociales que estaban insatisfechas con su opresión y con la cultura machista, pero no podían cambiarla. El feminismo llega para, al menos, meter el gusanito de la inquietud. Primero prende en los sectores de clase media ilustrada, en las universidades, en los jóvenes, porque eran quienes podían cambiar esas ideas.

¿Era difícil contagiar ese pensamiento a otros sectores de la sociedad?

Claro, nos corrían cuando llegábamos a presentar nuestras obras de teatro o a dar discursos, pero tampoco nos victimicemos. No la pasábamos tan mal ni corríamos riesgos de represión, al menos en ese momento. Había una efervescencia de movimientos sociales, un genuino deseo de democracia y de cambio.

En el libro plantea una diferencia entre mujerismo y feminismo.

Está de moda creer que porque alguien es mujer puede ser mejor. A quienes hacen política, y este año lo estamos viendo, les gusta decir que son más tiernas y dedicadas. Estar en un cuerpo de mujer no te hace mejor ni peor, tampoco te hace luchar por una agenda de género. El mujerismo defiende la idea de que porque alguien es mujer tenemos que apoyarla. No se trata de eso. No estoy de acuerdo con aquellas que defienden lo realizado por una mujer. Lo importante es la forma y los objetivos por los cuales se lucha.

¿Cuál de estas dos corrientes predomina?

Hay de todo. Incluso es difícil hablar de feminismo porque hay mujeres que luchan por la equidad pero no les gusta llamarse feministas, gracias al controvertido uso del término. En un país de cien millones de habitantes no se puede generalizar. No puedes decir “las mujeres”. Somos todas muy diferentes. No me interesa ese concepto abstracto de igualdad. Podemos reflexionar en términos de equidad o de derechos humanos para todos, pero no podemos generalizar.

Dentro de esta crítica, incluso publica una carta en Debate feminista, coeditor del libro, por la manera en que las mismas mujeres se ignoran entre sí.

Lo que sucede es que las mujeres crecimos acostumbradas a que no nos hicieran caso, e incluso nosotras mismas ignoramos lo que hacen otras. Hay muchas que luchan por ser artistas, escritoras o periodistas, pero en ocasiones no las vemos porque no estamos acostumbradas a detenernos en esa otra parte de la historia. Pero esa crítica no significa ruptura. Soy parte de Debate feminista desde que se fundó. Sin embargo, sí les digo a mis amigas: “¿por qué se olvidaron de mí cuando tengo las únicas tres novelas feministas de la literatura mexicana?, ¿por qué se olvidaron de mí cuando escribí la historia de las esposas de los gobernantes de México?” De ahí nació esa carta y es digno de destacar que ellas aguantaran la crítica.

También habla sobre la poca presencia femenina en una revista como Nexos.

Hubo quienes criticaron a esa revista y la tacharon de misógina. Yo fui la única que les dijo que no era misoginia, sino simplemente desinterés.

Pero luego la revista editó un número especial con puras colaboradoras.

Trató de componer las cosas. Ahí es cuando hablo de desinterés, pero es lo mismo que nos pasa a nosotras. Es algo que está en nuestra educación. Hay que saber diferenciar entre desinterés y misoginia.

¿Esta lógica predomina en la industria editorial? En las mesas de novedades las mujeres tienen presencia en ciertos temas pero no en otros.

Cierto. A nosotras nos está permitido hacer novelas, y nos dan permiso gracias a que a mediados de los años ochenta las novelas escritas por mujeres encontraron un gran público lector (recordemos que en México las mujeres han sido lectoras masivas). Fue entonces cuando las librerías y editoriales se dieron cuenta de que hay un boom de mercado que debía explotar. En cambio, si hablas de ensayos y asuntos serios te das cuenta de que ese terreno es de los hombres.

¿Es doble moral o educación?

Es una educación contra la que muchos están luchando. En la revista de la que hablamos, los editores se dieron golpes de pecho y reconocieron: “Tienen razón, no lo habíamos visto”. Esta es la parte importante. Las feministas trabajan para crear tal conciencia. Hemos ganado que hasta una persona como Fox diga “las mujeres y los hombres”. Una vez que adquieres la conciencia, ya revisas lo que haces.

¿Qué piensa de las cuotas de género?

No estoy en nada de acuerdo con ellas. Siempre las he criticado pero reconozco el argumento de quienes las impulsaron partiendo de que no teníamos las mismas posibilidades las mujeres, los indígenas o los jóvenes, porque nuestra educación y preparación no nos permitían entrar a competir en un nivel de igualdad. Al dar cuotas se supone que compensas ese punto de partida desigual, por eso las mujeres las pedían. Hoy hemos visto que sirven para hacer trampas. Tenemos el caso de las “Juanitas” o de señoras a las que no les interesa la agenda femenina y sí colocarse en puestos de poder.

Todo esto implica una reflexión moral sobre la sociedad, también muy presente en su trabajo.

Soy una moralina. Pertenezco a la generación de las grandes utopías. Nosotros pensábamos que había que manejarse con cierta ética y moral, que así podíamos combatir la corrupción y consumar la democracia. Obviamente, nos estrellamos con la pared de la realidad. Pero sí hay un concepto de que parte de la manera en que quieres que funcionen las cosas pende de una moral y ciertos lineamientos de comportamiento.

¿Se ha integrado la reflexión feminista en los círculos amplios de la sociedad?

Yo creo que mucho. Hoy al menos a nivel de discurso la gente incrédula se cuida más y tiene mayor conciencia de que las cosas han cambiado. Se sabe que las mujeres y los otros grupos minoritarios tienen que participar en todas las áreas. México ha cambiado en los últimos veinticinco años para bien. Ahora no cualquiera se sale con la suya.

¿El principal pendiente feminista está en materia de justicia?

Es la seguridad, que también tendríamos que explicárnosla más desde una perspectiva social. Es cierto que existe un gran pendiente con la justicia, el combate a la pobreza y el acceso a las oportunidades, pero creo que, en términos de mujeres, los puntos centrales son los derechos reproductivos y la lucha contra la violencia.

Héctor González