[Nota: Este artículo comenzó como una
serie de intercambios de ideas que fueron tomando forma hasta llegar a
la versión actual. Una versión preliminar de este artículo ya ha
circulado, pero aunque esta versión es la definitiva, estamos lejos de
creer que esto es un trabajo acabado. Si bien el destinatario principal
es la corriente libertaria, las opiniones las escriben dos autores de
"culturas distintas" (libertaria y marxista). Lo que ponemos en debate,
sin embargo, es que la decisión de un sector de los libertarios de
meterse a lo electoral tiene efectos más allá de ellos y debe evaluarse
en la perspectiva de su impacto sobre toda la izquierda revolucionaria.]
Las recientes elecciones presidenciales en Chile,
donde la no participación –superior al 50%- fue la ganadora absoluta,
podrían calificarse de totalmente “normales” a no ser por la aparición
de un sector de la izquierda libertaria, que sorpresivamente se subió al
escenario político-electoral. En efecto, la Red Libertaria (RL) se sumó decididamente y de manera entusiasta a la plataforma “Todos a la Moneda”, cuyo candidato fue Marcel Claude [1]. Esta plataforma aglutinaba a la Unión Nacional Estudiantil (UNE), a sectores sindicales como el Siteco y los bancarios, con propuestas políticas como el Partido Humanista, Izquierda Unida, el Movimiento Patriótico Manuel Rodríguez y la mencionada RL.
Como era de esperar, esta decisión
produjo una sensación de malestar y desorientación en sectores que se
reclaman del movimiento libertario, amén de la sorpresa que se llevó la
izquierda revolucionaria no libertaria que había llamado a la abstención
activa. En el campo libertario se produjeron, quiebres, recriminaciones
y desánimo. No sólo la decisión en sí de participar en elecciones
produjo esta reacción telúrica en el movimiento libertario chileno, sino
la manera en que aquella se tomó (con acusaciones de secretismo,
imposición de consignas, falta de transparencia y debate, etc.), según
se desprende de una serie de comunicados producidos por sectores
escindidos de la OCL-Chile (organización que ha sido impulsora de RL), por el Frente Anarquista Organizado (FAO), el CAL y la Red Libertaria Estudiantil (RLE) [2].Las réplicas de este sismo político se sentirán, con seguridad, por un buen tiempo.
Nuestro propósito no es cuestionar las
formas mediante las cuales tal decisión fue tomada (o impuesta, según
quien opine) y sus implicancias para el movimiento libertario en Chile.
Creemos que eso compete a quienes se encuentran vinculados por lazos
orgánicos a las expresiones políticas que crearon RL o que se
escindieron de ella. Tampoco nos ocupa, primordialmente, el impacto que
tal decisión tuvo para el campo que se reclama de la tradición
anarquista. Aparte de las declaraciones mencionadas, ya han sido
producidos argumentos robustos, entre otros, por Arturo López y Pablo Abufom
[3]. Mucho menos nos proponemos hacer un análisis del programa de
“Todos a La Moneda” o de las fuerzas políticas que sustentaron esta
plataforma. Nos interesa, en cambio, evaluar el impacto que esta
decisión ha tenido para un sector mucho más amplio del pueblo que el
representado por esta plataforma electoral y mucho más amplio que
aquellos sectores provenientes de la tradición libertaria. Compartimos
nuestras reflexiones para contribuir al debate de carácter táctico y
estratégico en este proceso de recomposición del movimiento social en
Chile.
LOS LIBERTARIOS Y LA CUESTIÓN DE LA PARTICIPACIÓN ELECTORAL
Los libertarios, tradicionalmente, han
estado en contra de la participación electoral de los revolucionarios.
En gran medida esto es lo que los distinguió, en el seno de la Primera Internacional,
de las diferentes corrientes socialdemócratas [4]. Sin embargo, ha
habido ocasiones excepcionales en las cuales los anarquistas han
promovido candidaturas o participado en elecciones. Se cita
frecuentemente el caso de las elecciones en España en 1936, pero hay más casos, como algunas candidaturas de “protesta” levantadas en Italia o Francia a fines de la década de 1870 y comienzos de 1880 (táctica defendida por Carlo Cafiero
en su famoso artículo “La Acción” donde se define también la
“propaganda por el hecho”). En el contexto represivo que envolvió a
Europa después de la represión de la Comuna de París, Bakunin
recomendaba a algunos de sus seguidores en Italia participar en
plataformas electorales junto a los socialistas reformistas. También la FCL
francesa participó, en medio de la paralizante represión en la Francia
de mediados de los ’50 en guerra contra los secesionistas argelinos, en
elecciones locales (hecho que el mismo Georges Fontenis, principal dirigente de esa agrupación, reconocería más tarde como un error)[5].
Sin embargo, el hecho es que en la
inmensa mayoría de los casos los anarquistas -tradición política que
origina el vocablo “libertario”- han sido hostiles a la participación
electoral y por buenas razones. Uno de nosotros ha escrito en el pasado
que:
“Los anarquistas no estamos de suyo, por
definición, en contra de las ‘elecciones’ como mecanismo; si en las
elecciones llamamos a anular el voto o a no votar, es por el contexto
dentro del cual este voto se ejerce: dentro del aparato de Estado, que
de esta forma valida su dominación sobre quienes nos vemos excluidos de
la toma de decisiones (…). Nuestra oposición no es al voto en cuestión,
sino que al aparato estatal en toda su dimensión.”[6]
Por ello no es sorprendente que la
decisión de sumarse al trabajo electoral haya causado revuelo y debate,
más aún cuando se deja entrever que no es algo coyuntural, sino que es
una nueva táctica en el arsenal de métodos de RL que se aplicará,
ritualmente, en todos los procesos electorales por venir [7].
Por su parte, aunque mucho menos
excepcional, la participación electoral y su rol en la táctica de la
izquierda no libertaria, ha producido ríos de tinta, y si bien sus
vicisitudes históricas y políticas son importantes, no son un punto
central para el presente análisis.
EL RITUAL ELECTORAL Y LA RECOMPOSICIÓN DE UN BLOQUE REVOLUCIONARIO EN EL CHILE DE HOY
No puede tomarse la excepción como
regla. Es por ello que la participación electoral de este sector que se
reclama de la tradición libertaria, no debe buscarse en la ideología
sino en la lectura que se hace del período histórico, entendiendo que la
situación de Chile en el 2013 no es comparable a la represión
post-Comuna de París (que limitó seriamente las posibilidades de acción e
intervención de un naciente movimiento obrero), ni al contexto del
Plebiscito de 1988 en el Chile de la dictadura, ni a las condiciones de
terror impuestas en el Kurdistán por la guerra sucia, ni mucho menos parecidas a las elecciones de 1994 en la Sudáfrica post-apartheid, ni se viene saliendo de una estrategia fracasada de lucha armada.
El período abierto desde el 2006, está
caracterizado por un ascenso de las movilizaciones populares y una
trizadura del consenso en torno al modelo neoliberal impuesto en las
últimas cuatro décadas. En este contexto, el discurso libertario, ha
empezado a ganar influencia en franjas cada vez más importantes,
fundamentalmente estudiantiles (el reciente triunfo electoral de Melissa Sepúlveda en las elecciones de la Fech
es prueba de ello), pero también sindicales, y en menor medida, en
franjas poblacionales/territoriales. La izquierda clásica, sea
reformista o revolucionaria, así como diversos sectores organizados del
pueblo, tampoco han podido quedar indiferentes a este discurso y lo
reconozcan o no, se sienten emplazados por aquél.
En la franja de organizaciones
libertarias, un sector ha planteado que las movilizaciones sociales han
alcanzado un techo – tesis, en nuestra opinión incorrecta- y que debemos
pasar de una estrategia de construcción a una de disputa por la
hegemonía al bloque en el poder, tesis en correcta en general, aunque
apresurada y poco matizada.
Ambas tesis las han articulado en una
confusa y elástica consigna: la “ruptura democrática”, con ella se
argumenta que “es posible conquistar y tensar mediante el voto
programático lo que la lucha popular en los sindicatos, en los
territorios, en las comunidades y en el movimiento estudiantil no ha
podido conseguir” [8].
Creemos necesario debatir las premisas
que subyacen a la citada consigna, pues ésta, creemos, deriva de una
lectura incorrecta y apresurada de la realidad usando elementos
conceptuales tomados mecánicamente de otros contextos y otras
experiencias, hecho que revela la falta de maduración política en que
todavía estamos.
Respecto al primer punto, a nuestro
juicio, la movilización social no ha alcanzado ni en términos objetivos
ni subjetivos, un techo. Las posibilidades de movilización son aún
amplias, la necesidad de movilizar sectores sociales más allá de
estudiantes o ciertos enclaves obreros (minoritarios, por “estratégicos”
que puedan ser) sigue estando a la orden del día. Esta movilización,
que debe ser extendida, unificada desde abajo, cualificada en términos
de su combatividad, es el punto central para la reconstrucción de un
movimiento popular con independencia de clase y capacidad de disputar la
hegemonía al bloque en el poder, tarea aún en ciernes.
En las actuales
condiciones de debilidad del movimiento obrero y popular, la
participación (y derrota) electoral, en vez de contribuir a la unidad
sobre la base de aumentar la capacidad de lucha del pueblo, como era la
intención de sus promotores, ha terminado, por el contrario, debilitando
las bases de una acumulación de fuerzas de ruptura. Tal táctica, de
haber tenido algún sentido, sólo era justificable si hubiera existido un
estado tal de acumulación de fuerzas propias que, independientemente
del resultado, permitiera elevar la moral de lucha, fortalecer la
organización popular y de los trabajadores, y que no implicara ceder ni
la conducción ni la iniciativa de movilización a los sectores
reformistas, vacilantes o claramente reaccionarios.
En las condiciones actuales, esta
“aventura electoral”, en el mejor de los casos, se tradujo en una
ralentización durante meses de los procesos de construcción y de
movilización político-social, y en el peor, sometió a las franjas
independientes a fricciones y fraccionamientos que, como sabemos,
tendrán costos enormes sobre los procesos de construcción y de
convergencia de los revolucionarios. Como lo planteó un artículo de
debate sobre la línea asumida por RL escrito por Arturo López: “en el
marco de la formación social del Estado capitalista en Chile, (…) toda
reforma que posibilite la transformación parcial aunque sustancial del
actual patrón de acumulación y de su blindaje institucional demanda la
organización ininterrumpida y permanente de las fuerzas sociales de
cambio. Por tanto las elecciones en este caso no ayudan a crear
conciencia, confunden, no promueven la lucha, todo lo contrario la
paralizan tras un espejismo. No apunta directamente al logro de
conquistas, sino que la deriva sustituyendo la movilización popular por
un oscuro juego parlamentario” [9].
Respecto a la necesidad de pasar de la
construcción a la disputa por la hegemonía, es sin duda, una tesis
correcta en general. Si bien el proceso construcción/disputa debe verse
como una unidad dialéctica, existen énfasis dependiendo del momento que
se vive, y sabemos que el Chile actual aún lleva profundas marcas de las
derrotas estratégicas vividas en el período de 1973-1990. No podemos
pecar de ser excesivamente optimistas del estado de construcción o de la
combatividad del movimiento popular; la presencia en algunos enclaves
sindicales o estudiantiles o en cargos de representación no es una vara
para medir la situación del conjunto del pueblo. En los sectores
populares la influencia de las ideas de ruptura con el orden del capital
sigue siendo extraordinariamente baja, y no podemos reemplazar una
lectura objetiva de la realidad con el deseo aún cuando un sector del
movimiento libertario, sobredimensione su propia importancia e
implantación.
Debemos reconocer los límites objetivos
para el desarrollo de una estrategia revolucionaria en el Chile de hoy:
entre la consigna “construir poder popular” y su construcción práctica
hay un trecho demasiado grande. Es necesario identificar las
limitaciones, los puntos de quiebre, las fortalezas desde las cuales
construir. Pensar las posibilidades estratégicas en este período
requiere no sólo de realismo, sino de una buena dosis de creatividad
política para no reproducir un esquema político (ie., el ritual
electoral) que, aunque se venda como “novedoso”, está más que trillado y
es incapaz de convocar la imaginación de una población que se mantiene
indiferente, a la vez que, contrariamente, no se hace más que enviar una
señal contradictoria a los que ya están en lucha. La participación
electoral, parece más bien la demostración de que lo que realmente tocó
techo es la imaginación de la izquierda revolucionaria y libertaria.
BOICOT ELECTORAL Y CONSTRUCCIÓN DE PODER POPULAR DESDE ABAJO
La abstención, como hemos dicho, fue la
gran ganadora de las pasadas elecciones. De por sí, esto no significa
nada desde el punto de vista de acumulación política las fuerzas
rupturistas. Nadie, mucho menos la izquierda revolucionaria o los
anarquistas, pueden reclamar la abstención como una señal de respaldo
político. De hecho, en la primera vuelta la capacidad de agitar la
abstención activa por parte de organizaciones populares y
revolucionarias, fue muy escasa, en parte, debido a cierta confusión y
desánimo generado por el lanzamiento de la candidatura de Claude. Fue y
ha sido difícil reponerse de este impacto pues, en un país como Chile,
se entiende que se hace política sólo cuando se vota o se levantan
candidatos; si no es así, se asume que se está fuera de la coyuntura…
Mirada estrecha de la política de unos, y escasa capacidad de
organización nuestra para haber lanzado un boicot activo en las
elecciones.
La decisión de RL de participar en las
elecciones se hizo aún más difícil de entender pues, por una parte, el
discurso libertario acrecentaba su influencia en franjas cada vez más
amplias del pueblo, y por otra, cuando la deslegitimación del bloque
dominante y sus instituciones alcanzaban su punto más alto. En vez de
contribuir con herramientas útiles para forjar una alternativa política
por fuera del escenario político hábilmente trazado por el bloque en el
poder (con el fin de adormecer y confundir el terreno real en el que se
libra la lucha de clases), se contribuyó a legitimar la
institucionalidad en el reducido pero significativo círculo de
influencia propio, fortaleciendo así la disociación entre lo
“político”[10] y lo “social” pese a las intenciones originalmente
contrarias [11]. El mismo nombre de la plataforma electoral, “Todos a la
Moneda”, en cierta medida expresaba ese fetichismo del “poder
político”, esa “estadolatría” que Poulantzas describe
como endémica de las capas medias, que ven al Estado como árbitro,
neutro, justiciero, fruto de un contrato social por encima de la lucha
de clases, fuente de todo poder [12], cuando en realidad la disputa de
poder, de hegemonía, se da con la burguesía en todas las esferas
sociales, en ámbitos mucho más cotidianos.
Esta decisión echó por tierra uno de los
contenidos más potentes de la crítica anarquista del Estado
“democrático-representativo”, la crítica a la pretensión de crear,
mediante el juego electoral, de:
“un espacio artificial, ad-hoc y
ficticio, dentro del cual se maneja, supuestamente, el ámbito de lo
político, dentro de lo cual se mueve la administración del poder (…) es
en este punto en el cual debe estar la crítica medular de los
anarquistas a esta forma de ejercer la política: porque en nuestra
concepción, el poder debe ser ejercido por los propios afectados, en los
espacios cotidianos, en todos los ámbitos de nuestra existencia (…) Es
por eso que el poder popular le debe hacer frente de la misma manera,
enseñoriándose de nuestras propias vidas a cabalidad. (…) La no
participación en elecciones burguesas, no puede ser considerada uno de
los fundamentos políticos de la militancia anarquista revolucionaria,
sino que se debe desprender naturalmente de nuestra estrategia de
construcción en el seno de la clase obrera” [13].
Por ello sostuvimos que, desde la
perspectiva de la recomposición de un bloque revolucionario orientado
hacia el fin estratégico de construcción de poder popular, la táctica
más acertada, aunque para nada fácil, en el momento actual era el boicot
electoral ¿Qué significaba una política de abstención activa en la
coyuntura?
· Denunciar tanto los cantos de sirena
de la “Nueva Mayoría” que nos instaba a participar como “ciudadanos”,
sujetos responsables, como también, el ilusionismo de los sectores de
izquierda radical y libertaria que pretendían convencernos que el camino
de la participación electoral en las actuales condiciones es válido
para el período;
· llamar a impulsar y desarrollar la
organización a todo nivel: escuelas, liceos, universidades, lugares de
trabajo, barrios y comunas, en torno a las demandas locales, de los
trabajadores y populares, anteponiendo a los ritmos de la política
burguesa nuestra alternativa de construcción propia y desde abajo;
· llamar a acelerar los procesos de
convergencia político-social por medio de referentes federativos que,
respetando la vitalidad y la especificidad de las organizaciones de
base, contribuyeran a unificar y amplificar la voz y opinión política de
aquellos que optamos por la construcción de poder popular, coordinando
horizontalmente las diferentes iniciativas populares de base.
Tarea titánica para la coyuntura y
también para el período; pero que hay que asumirla sin maximalismos y
sabiendo que la tarea de recomposición del movimiento popular y
revolucionario será lenta, prolongada, para la cual no hay atajos
posibles, que requiere sentar bases para desarrollar niveles de
confrontación y organización extendidos que puedan erosionar la actual
hegemonía neoliberal.
PROYECCIONES POLÍTICAS PARA EL PERÍODO POST-ELECTORAL
RL planteaba que “Todos a La Moneda” no
sería un espacio meramente electoralista, sino un polo de construcción
(ie., desde arriba) para la lucha de los de abajo. El hecho es que
después de las elecciones el panorama político para la izquierda
revolucionaria, a pesar de las promesas grandilocuentes, en el mejor de
los casos, no varía sustancialmente: siguen trabajando los mismos
sectores en los mismos espacios que antes. Incluso peor pues el sector
libertario y su círculo de influencia, así como la izquierda radical a
la que se apeló, se encuentra hoy más fragmentada; cruzada por
desconfianzas y nuevos recelos. En la misma plataforma electoral las
querellas y disputas intestinas han agotado las ilusas proyecciones
tácticas del espacio, hecho indudablemente exacerbado por el amargo
sabor de la derrota.
La misma RL reconoce inequívocamente que
el pobrísimo desempeño electoral de la plataforma es un fracaso: “La
votación del 2,8% está muy por debajo de las expectativas, inclusive las
más pesimistas” [14]. La derrota, sin embargo, no es solamente
electoral como lo pareciera entender RL, sino también táctica, profunda,
expresión de la incapacidad de crear un proyecto ajustado a las
actuales condiciones de Chile y en oposición a los rituales de
auto-legitimación de la democracia representativa y de las instituciones
del Estado burgués. A la vez que no podemos sobredimensionar la
población crítica al sistema en base a una extrapolación de las
movilizaciones sociales recientes, tampoco suponer la emergencia de una
alternativa política con la pura intervención en las instituciones
electivas del Estado (neoliberal). No en vano una parte significativa
del movimiento de trabajadores y popular busca su recomposición
ensayando alternativas de acción directa y de auto-organización de base y
horizontal. ¿Y qué mejor momento para las corrientes libertarias cuyo
discurso, después de décadas, encuentra eco en la propia práctica de las
masas?
El período político abierto en Chile
anuncia grandes complejidades para las clases dominantes y para el
movimiento popular. El bloque en el poder debe reorganizar un sistema
político cada vez más desgastado y operará apelando a la zanahoria y el
garrote. Y esto el pueblo lo sabe. Intentarán cooptar al movimiento
popular y de trabajadores para legitimar los ajustes que tal
reorganización requerirá, contando ahora explícitamente con la anuencia
de la obsecuente dirección política del Partido Comunista.
También sabemos que quienes no se sometan a las reglas de la
“república” quedarán afectos a toda la fuerza estatal represiva
reservada para quienes se niegan a seguir aguantando y reproduciendo la
explotación, la discriminación, la desigualdad, la injusticia, la
corrupción y la destrucción de las bases socio-ambientales de la vida
colectiva. Las franjas de la izquierda independiente, sean
comunitaristas, marxistas, libertarias o socialistas, ya no pueden
seguir ensimismadas y deben multiplicar sus nexos con el movimiento de
trabajadores y popular, multiplicar sus esfuerzos para acelerar los
proceso de convergencia político-social y generar las condiciones
políticas para retomar la iniciativa y abrir camino entre las fisuras
que afectan la dominación política que impuso el Capital a partir de la
contrarrevolución neoliberal de 1973.
La unidad en la que los libertarios han
sido tan insistentes, se convierte hoy no solamente en algo necesario,
estratégico, sino que urgente. El debate, desde siempre no ha sido sobre
la unidad sino cómo se comprende ésta, cómo se desarrolla, cómo se
construye. Es ahí donde el anarco-comunismo criollo hizo una gran
contribución cuando el Congreso de Unificación Anarco-Comunista
levantó en el 2002, la consigna: “Unidad desde Abajo y en la Lucha”.
Esta unidad es entendida como la “construcción programática desde las
experiencias organizativas y de lucha realmente existentes”, que
contribuya al “fortalecimiento de las organizaciones populares,
verdaderos sujetos de la lucha revolucionaria (…) enfatizando el
protagonismo político del mismo pueblo organizado en la tarea de madurar
su posición y mejorar su capacidad de combate” [15], como ha señalado
Pablo Abufom.
Estos debates competen al conjunto del
pueblo, especialmente a su franja organizada y en lucha. Cómo proyectar
las demandas del movimiento popular hacia una alternativa de claro
quiebre con el actual sistema es una tarea urgente que no puede ser
asumida sino mediante un debate profundo y público, colectivo,
democrático e informado; en el cual se respeten las diferencias en la
búsqueda de puntos de confluencia y acuerdo, forjando consensos y no
imponiéndolos. Hay muchos temas que quedan por resolver en el actual
periodo para los revolucionarios: cómo luchar por las reformas más allá
del reformismo; cómo articular estas luchas con un proyecto socialista
integral y liberador; cómo construir procesos de unidad sin renunciar a
la independencia de clase; cómo avanzar en la construcción de poder
popular evitando la burocratización; cómo cualificar estas luchas con
más discusión y formación política; cómo forjar un movimiento de masas
sin temer que nuestras posiciones no sean desde el comienzo
mayoritarias. Todo esto, desde luego, desborda el objeto de estos
comentarios. En este debate colectivo, que sin duda lo debe dar el
conjunto de la izquierda revolucionaria, estamos convencidos que los
anarco-comunistas tienen un rol fundamental que jugar y un aporte muy
específico, único, que proporcionar al archipiélago de fuerzas que
pugnan por avanzar en la construcción de una alternativa al modo de vida
impuesto por el capital.
Por José Antonio Gutiérrez D. y Rafael Agacino
22 de diciembre, 2013
NOTAS
[2] http://anarkismo.net/ article/26441 http:// anarkismo.net/article/26283 ht tp://anarkismo.net/article/263 94 http://www.elciudadano.cl/2 013/11/04/97420/declaracion-na cional-de-ocl-ex-ocl-chile/
[3] http://www.perspectivadiag onal.org/una-izquierda- libertaria-de-intencion- revolucionaria/ y http://www.p erspectivadiagonal.org/los-hor izontes-del-movimiento-liberta rio/
[4] Obviamente, esto no era lo único que distinguía a
“bakuninistas” de “marxistas”, ni tampoco la diferencia táctica debe
considerarse al margen de otros factores de disenso. El debate que llevó
al quiebre de la Primera Asociación Internacional de Trabajadores
fue bastante más complejo que “a favor o contra las elecciones”. Hubo,
también, cuestiones de método, de la autonomía de las secciones para
elaborar táctica, involucradas y por ello es que no todo el sector que
luego integraría al sector “anti-autoritario” (en oposición al sector
liderado por Marx) derivó al anarquismo.
[5] Dejamos de lado la discusión de las tesis del municipalismo
libertario desarrolladas por el ecologista social y anarquista
estadounidense Murray Bookchin en la década de los ’80,
las cuales han sido particularmente influyentes en el movimiento de
liberación kurdo, porque su desarrollo responde a elementos totalmente
diferentes a los esgrimidos por RL. En un artículo bastante mesurado y
bien ponderado, alejado de todo dogmatismo, Ulises Castillo toca el tema del municipalismo libertario: “creo
que negarse a una realidad futura en la que instancias intermedias como
una, hasta aquí ficcional, institucionalidad municipal que permitiera
dispersar el poder estatal, al tiempo que un fortalecimiento de las
comunidades políticas organizadas, dentro de un marco de transición en
proceso hacia un modo de vida y organización socialista, no podría ser
negado a priori. Pero es justamente el cierre institucional actual,
además del carácter del Estado en Chile, los que niegan la posibilidad
de ver con buenos ojos, el reforzamiento de esta institucionalidad a
través de la legitimidad otorgada a la ficción representacional”. http://www. perspectivadiagonal.org/los-li bertarios-y-las-elecciones-la- tarea-de-sumar-y-no-ser-sumado s/
[8] http://www.perspectivadiag onal.org/una-izquierda- libertaria-de-intencion- revolucionaria/ El
artículo en el que la tesis de la ruptura democrática ha sido trabajada
con mayor claridad conceptual ha sido escrito por Felipe Ramírez http://www.perspectiva diagonal.org/una-apuesta- revolucionaria-de-la-izquierda -libertaria/
[9] http://www.perspectivadiag onal.org/una-izquierda- libertaria-de-intencion- revolucionaria/ (énfasis en el original)
[10] Equiparado a lo “estatal”.
[12] Nicos Poulantzas “Fascismo y Dictadura”, Ed. Siglo XXI, 2005, pp.282-284.
Texto -de origen externo- incorporado a este medio por (no es el autor):