domingo, 18 de agosto de 2013

Bolivia/CIDOB: DECLARACIÓN DEL MOVIMIENTO INDÍGENA A 23 AÑOS DE LA MARCHA INDÍGENA DE 1990



Desde la fundación de la República de Bolivia en 1825, los pueblos indígenas de las Tierras Bajas, habíamos sufrido una larga exclusión de en todas las esferas de la administración estatal, negados en nuestro derecho de existencia como culturas, sin posibilidades de ejercer ningún de los derechos ciudadanos fundamentales, ni como pueblos ni como personas. Ha sido una negación sistemática que se traducía en las leyes del Estado discriminador y colonialista,  y que se había asentado en la propia mentalidad de los grupos sociales urbanos  a lo largo y ancho del país.   

La marcha indígena por el Territorio y la Dignidad en agosto de 1990 emerge como la respuesta histórica de las luchas de los pueblos indígenas del Oriente, Chaco y Amazonia ante ese Estado excluyente, discriminador, monocultural, andinocentrista y elitista. Nuestra gran movilización sienta las bases para una renovación estructural del Estado, que  tome en cuenta las demandas fundamentales como son el reconocimiento de sus territorios que ancestralmente ocupábamos,  el reconocimiento de las identidades étnicas como expresión de la cualidad multiétnica y la diversidad cultural de Bolivia, planteando la construcción de una democracia intercultural que tome en cuenta los derechos colectivos de los pueblos indígenas en convivencia con los derechos ciudadanos de todos los bolivianos.
La marcha de 1990 marca el inicio del gran aporte de nuestros pueblos indígenas a la transformación del Estado boliviano y por ende a un cambio de las formas de mirarse entre los bolivianos de diferentes culturas.   Gracias a los planteamientos de nuestro movimiento,  en el año 1994  se aprueba una reforma  constitucional que da lugar a que, por primera vez después de un siglo y medio de la existencia de Bolivia,   reconoce la conformación pluricultural y multiétnica del país.

Sin embargo,  consientes de una nuestra responsabilidad histórica para transformar  al Estado, desde aquella primera gran marcha nacional de los pueblos indígenas hasta el presente,  hemos recorrido un largo camino de  luchas sociales,  promoviendo con otros sectores sociales la concienciación a la sociedad boliviana de avanzar hacia cambios estructurales. Uno de los resultados de este proceso había sido, justamente,  promover la llegada de Evo Morales Ayma,  porque hasta ese momento considerábamos su compromiso con nuestra lucha.

Es así que llegamos al inicio del proceso constituyente  con el firme compromiso de plasmar en nuestra ley madre para todo el país el  nacimiento de una nueva Bolivia incluyente, respetuosa de la diversidad cultural, con un Estado que verdaderamente acoja a todos los pueblos indígenas y no indígena, con sus diferentes visiones, formas de organización social, económica y gobierno propio, en suma un Estado plurinacional.     

Sin embargo,  hoy nos encontramos en un momento crucial para poner en marcha los mandatos constitucionales que apuntan a la implementación del Estado Plurinacional, con un Gobierno presidido por Evo Morales Ayma, cuyo accionar, se encuentra lejos de los planteamientos históricos del proceso de cambio, que tuvo y tiene en las reivindicaciones del movimiento indígena  a uno de sus principales protagonistas.

Por eso expresamos a todos los sectores del pueblo boliviano que nuestra lucha continua con la misma firmeza y dignidad de la marcha de 1990,  exigiendo al Gobierno  el respeto a la constitución política del Estado, que es el respeto al derecho de los pueblos a la consulta previa, libre e informada,  respeto a nuestra justicia indígena,  respeto a nuestros territorios y un desarrollo desde la visión de  pueblos indígenas.

Finalmente  denunciamos que los resultados del Censo nacional  representan un riesgo para el ejercicio de nuestros derechos conquistados en 23 años de luchas y movilizaciones,  toda vez que se trata de un trabajo mal llevado y mal intencionado que desconoce la realidad de las poblaciones indígenas y que el Gobierno quiere validar a toda costa  para justificar sus ambiciones de poder autoritario en desmedro de nuestra Dignidad y NUESTROS TERRITORIOS.   

Perú/Río Corrientes: Emergencia ambiental y plan de largo plazo

FEDERACIÓN DE LAS COMUNIDADES NATIVAS DEL CORRIENTES 
 Comunidad Nativa Valencia – Río Corrientes Av. Del Ejército 1718 – Iquitos - Perú Telefax 065 – 600454 PáginaWeb: www.feconaco.org; E-mail: feconaco@achuarperu.org E.mail: 
comunicaciones@aidesep.org.pe www.aidesep.org.pe “Año de la Inversión para el Desarrollo Rural y la Seguridad Alimentaria” 

PRONUNCIAMIENTO 

Los pueblos achuar, urarinas y kichwas de la cuenca del río Corrientes exigimos Declaratoria de Emergencia Ambiental y atención inmediata ante la comprobada contaminación petrolera en nuestros territorios Los pueblos achuar, urarina y kichwa organizados en la Federación de Comunidades Nativas del Corrientes – FECONACO, nos pronunciamos luego de conocer los resultados de la evaluación ambiental que el estado peruano ha realizado en nuestro territorio. 

En los recientes reportes públicos de OEFA-MINAM, ANA-MINAG, DIGESAMINSA y OSINERGMIN-MINEM, se determina que en nuestro territorio ancestral las tierras, las aguas de los ríos, quebradas, cochas y sedimentos están altamente contaminados por presencia de hidrocarburos y metales pesados como plomo, cadmio y arsénico, todos estos agentes cancerígenos y de otras graves enfermedades. Esto es así a causa de una indiscriminada e irresponsable actividad petrolera que desde hace 43 años se realiza en nuestros territorios, donde se ubican los lotes 1AB y 8 que son operados actualmente por Pluspetrol.
 
Además, según DIGESA, las agua de los pozos de nuestras comunidades no son aptas para el consumo humano por la gran presencia de coliformes, ello como consecuencia del abandono de las instancias estatales encargadas de proveer los servicios básicos. Esto demuestra la ausencia del “desarrollo” pregonado por este modelo económico.

Este tipo de análisis, resultados y daños no son nuevos en el Corrientes. Desde los años 80 se realizaron estudios en la zona que comprobaron la contaminación en peces, aguas y la propia salud de las personas. Por ello, en  2006, con la firma del Acta de Dorissa, pusimos en manos del estado S/. 40 millones de soles, para diagnosticar, tomar medidas sanitarias y curarnos de las consecuencias de la contaminación con el proyecto PEPISCO. Sin embargo, no hay resultados. Hemos visto morir padres, madres, hermanos y hermanas, sin saber por qué. 

Nos hemos dedicado a buscar que se haga justicia, con paciencia, respetando las vías del diálogo, creyendo en que se puede revertir esta situación de abandono del estado y creyendo que podemos hacer respetar nuestro legítimo derecho a la vida, al ambiente sano, al futuro de nuestros hijos y a un desarrollo de acuerdo a nuestras formas de vida. Esto no ha sido así. Han pasado más de 40 años de contaminación petrolera y no se ha salvaguardado nuestros mínimos derechos indígenas ni humanos, todos ellos indicados en normas nacionales e internacionales como la Constitución Política del Perú, el Convenio 169 de la OIT, la Declaración sobre los Derechos de los Pueblos Indígenas de la ONU, entre otros. 

Hoy estamos seguros que esta situación no puede continuar, tantísimo hemos pasado y sufrido que no permitiremos que se burlen nuevamente de nosotros. 
 
Ante ésta verdadera emergencia que vivimos en el territorio de nuestras comunidades, manifestamos a las autoridades, a la sociedad civil y a la opinión pública lo siguiente: 

1) Las comunidades de la cuenca del Corrientes, en función a su derecho a la autodeterminación, se declaran desde la fecha en situación de emergencia, ante los graves resultados del reciente diagnóstico ambiental realizado por las autoridades públicas correspondientes. 

2) Los resultados contenidos en los informes de las entidades estatales constituyen evidencia de la gravedad y urgencia de la situación ambiental y sanitaria en la que vivimos los pueblos achuar, quechua y urarina. Por ello, en vista del peligro a la vida y la salud de la población, las altas direcciones de las entidades responsables están obligadas a declarar la Emergencia Ambiental en el Corrientes y tomar las medidas que correspondan dentro de la misma en el plazo más sumarísimo posible. 
 
Además, constituye derecho de los pueblos indígenas participar conjuntamente con las entidades gubernamentales en acciones coordinadas y sistemáticas, con miras a proteger los derechos de esos pueblos y garantizar el respeto de su integridad. Considerando esto, en representación de las comunidades nativas del Corrientes, exigimos que la FECONACO como organización representativa de nuestros pueblos achuar, kichwa y urarina, participe en el Comité de Emergencia Ambiental y en la elaboración del Plan de Acción Inmediato y de Corto Plazo de la declaratoria de emergencia ambiental, así como en la implementación del mismo.

3) Señalamos a la empresa Pluspetrol como responsable directo de la contaminación ambiental en el Corrientes, prueba de ello es el registro que posee el Programa de Vigilancia Territorial de FECONACO respecto a los consecutivos derrames de petróleo que la empresa Pluspetrol ha cometido en la zona, al no hacer un adecuado mantenimiento y cambio del sistema de ductos.

Lima, 13 de agosto de 2013


La fatalidad de la izquierda en Colombia

Mientras hace catarsis de sus errores, la izquierda arriesga a jugar un papel marginal en las elecciones de 2014 y quedar borrada de su representación parlamentaria.


La fatalidad de la izquierda en Colombia.

Por John Mario González



A menos de un año del arranque de las campañas electorales y cuando se cumple más de una década en la que dos tercios de los latinoamericanos viven bajo gobiernos de izquierda el panorama para esta es más que lúgubre en Colombia. Es como si se hubiera posado sobre ella la maldición familiar de Tántalo y Atreo en la mitología griega con una sucesión de canibalismo, infidelidades y desavenencias, y cuyo pecado original ha sido la anacrónica persistencia de la lucha armada.
Y no es para menos. Después de unos esperanzadores resultados de Luis Eduardo Garzón en el 2002, de Carlos Gaviria en el 2006 y una muy destacada actuación de Petro en el 2010, la izquierda arriesga no solo a jugar un papel marginal en las elecciones presidenciales de 2014, sino también a quedar borrada de representación parlamentaria.

No es que la izquierda carezca de una sólida base de electores. Según la encuesta de Cifras y Conceptos, contratada por la Corporación Arco Iris, un 28 por ciento de los encuestados votaría por la izquierda en las próximas elecciones presidenciales de 2014. Esa es una base más que suficiente para buscar el apoyo de sectores moderados y disputar las elecciones. El problema es que ninguno de sus líderes parecería concitar el consenso mínimo o reunir las condiciones –llámese Antonio Navarro, Angelino Garzón, Jorge Enrique Robledo, Clara López, Piedad Córdoba o Lucho Garzón- para encarnar una opción viable en las próximas elecciones presidenciales.

La dificultad es más aguda cuando habría un presidente como Santos en busca de la reelección, pero que a diferencia de 2006 no genera la animosidad de Uribe. Es allí donde la izquierda, al menos la pragmática y quizá más representativa, puede terminar plegada a la reelección del presidente.

Visto en términos de partidos, la fragmentación de sus fuerzas entre el Polo Democrático Alternativo, el movimiento Progresistas y el movimiento Marcha Patriótica puede conducirla a quedar sin representación en el Congreso. Si bien el Polo Democrático Alternativo obtuvo algo más de 800 mil votos en las elecciones al Senado de 2010 el efecto de su división interna y, sobre todo, la debacle de la Alcaldía de Samuel Moreno aún no ha pasado plena factura a su votación parlamentaria.

Un indicador puede ser lo que le sucedió al Polo en Bogotá. De la histórica cifra de 915 mil votos que obtuvo Samuel Moreno en el 2007 pasó a los ínfimos 32 mil de Aurelio Suárez en las elecciones a la Alcaldía en octubre del 2011.

Así, el Polo, el partido que había logrado reversar el proceso de desafiliación partidista ocurrido en Colombia desde mediados de la década del sesenta y que obtuvo 10 curules al Senado en el 2006, tendrá con probabilidad muchas dificultades para superar el umbral del 3 por ciento, una cifra cercana a los 370 mil votos, para el reconocimiento de los partidos políticos que comienza a aplicarse en las elecciones parlamentarias de 2014.

Buena parte de la suerte y del futuro próximo de la izquierda en Colombia está en manos de la reincorporación de sectores de la guerrilla como resultado de las negociaciones, algo todavía muy incierto a estas alturas, y de cómo Petro oriente el movimiento Progresistas de cara a las parlamentarias de marzo de 2014.

No obstante, tampoco la tendrá fácil. El Alcalde debe concentrarse en los inmensos retos de su gestión. También carece de figuras dentro de sus propias filas y seguro en sus cálculos tendrá en cuenta amagues de deslealtad de algunos de los concejales que eligió en su lista en las pasadas elecciones en Bogotá.

El panorama para la izquierda en Colombia no es alentador. México, el otro país latinoamericano que hasta ahora parece vacunado contra gobiernos de izquierda, ha tenido alcaldes exitosos al frente del gobierno del Distrito Federal y aun así lleva lustros intentando, con mejor suerte, pero sin éxito llegar al poder. Y eso que el Partido de la Revolución Democrática ha logrado mayor representación parlamentaria y poder regional que sus pares colombianos.

Parece que antes que futuro la izquierda en Colombia se dedica a hacer catarsis del desastre de corrupción del Polo en Bogotá y de la asunción de arlequines contemporizadores en lo ideológico, mientras, como dicen algunos analistas, la gran política seguirá siendo una disputa no entre izquierda y derecha sino entre derecha y extrema derecha.

Colombia: Nunca hubo un momento más favorable para la izquierda, pero la miopía de sus dirigentes es total.

¿Y la izquierda qué?.
Foto: Guillermo Torres
Se movió bastante la cosa política en estos días. En las toldas de Uribe es casi segura la conformación de una lista al Senado encabezada por el expresidente y la pronta definición de una candidatura presidencial. En las de Santos hay pocas dudas en la búsqueda de la reelección y en la ubicación de Germán Vargas Lleras como ariete en la confrontación con el uribismo. La incertidumbre es la izquierda. 

Es la situación más absurda. Nunca hubo un momento más favorable para la izquierda en Colombia. Pero la miopía de sus dirigentes es total. La paz que ha sido la bandera privilegiada de esta corriente política está en el centro de la agenda nacional. Un país negado siempre para la reforma agraria, para una verdadera inclusión política, para ensayar caminos distintos al represivo en el tratamiento de los cultivos ilícitos, para la reivindicación de las víctimas, para abrirle paso a la modernización y al protagonismo del sindicalismo, se empieza a mover, empieza a ceder un poco. Todos estos temas están en debate. Es un  menú suculento, pero la izquierda está desganada. 

Entre tanto un exguerrillero viejo, entrañable y sabio, Pepe Mujica, el presidente de Uruguay, es la sensación en las redes sociales. Un país enorme, alegre y latinoamericano, liderado también por un sindicalista y una exguerrillera, le da lecciones al mundo de inclusión social, de rigor fiscal y de temperancia ante la crisis económica mundial. La Habana, otrora vilipendiada por radical, es ahora capital de la moderación y lugar privilegiado para  el trámite de conflictos de la región. Una ciudad, Bogotá, que es la séptima economía de la zona, le da el timón de mando a un caracterizado vocero de la izquierda venido de la insurgencia. ¡Quieren más señores de la izquierda colombiana! 

Pero todos los dirigentes parecen haberse puesto de acuerdo para dar palos de ciego. Les ha dado por tomar una distancia recelosa de las negociaciones de paz de La Habana; incluso, al brillante y elocuente senador Robledo, se le ve coincidiendo con Uribe y Lafaurie en la idea de que no es legítimo negociar con las guerrillas las transformaciones del campo y mucho menos algunos cambios políticos del país. Petro,  quien tenía la obligación de dar ejemplo de sentido común, buen gobierno y habilidad para las alianzas, naufraga en medio de la improvisación, el aislamiento y la soberbia. 

Los Garzones que se habían preparado  toda la vida para liderar la agitación social, son ahora convidados de piedra del distante mundo del poder. Clara López, aliada siempre de los comunistas, le dio por romper con ellos precisamente ahora cuando estos quieren jalonar en serio a las guerrillas a la vida civil. Antonio Navarro, batallador como siempre, intenta animar un nuevo movimiento  con anclajes en una voluble y escurridiza clase media ilustrada y uno que otro político sin ubicación precisa en ese arco que va de la derecha uribista a la izquierda radical que se agrupa en la Marcha Patriótica y en el Congreso de los Pueblos.

De puro atrevimiento voy a enumerar puntos para un revolcón de la izquierda de cara a las elecciones de 2014. La reconciliación es la única gesta que puede redimir a la izquierda colombiana. Esa bandera no se la pueden dejar a Santos. No se la pueden dejar a los actuales líderes de la guerrilla. La izquierda tiene que estar en primera línea de esta batalla con todos los riesgos y los miedos al fracaso. La misión no es contener a las partes en La Habana, al contrario es pedir más y más, todo lo que puedan dar en desarme, desmovilización y reformas. La misión es también ir más allá de La Habana, aprovechar el momento para ponerse a la cabeza de un posconflicto que implique transformaciones profundas del país. 

Una coalición para enfrentarse a Uribe y a Santos tiene que incluir a la Marcha Patriótica y al Congreso de los Pueblos; a Progresistas, Verdes y Polistas; a las más diversas organizaciones sindicales, étnicas y sociales. La consigna es la paz y el eje es lo social. Esta coalición no puede equivocarse en la gradación de los rivales: el principal obstáculo para la paz negociada es Uribe y su aislamiento y su derrota política son claves para la reconciliación.  
 
 

Colombia: Clara López afirmó que declinaría si hay candidato de la izquierda a la Presidencia


Clara López afirmó que declinaría si hay candidato de la izquierda a la Presidencia
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Colprensa | Bogotá | Publicado el 16 de agosto de 2013
Luego de convocar a una convergencia de sectores alternativos, la presidente del Polo y candidata presidencial Clara López Obregón, sostuvo que si de la coalición de sectores de izquierda surge otro candidato de consenso a la Presidencia de la República, ella tomaría la decisión de declinar su aspiración.

La idea es tener una candidatura única a la Presidencia de la República. Si se elije de manera democrática a otro candidato, por supuesto que declinaría. Las reglas de la democracia es que gana a quien apoyen todos”, dijo López.

La presidente del Polo agregó que su partido no está convocando a los demás sectores a una adhesión, sino a un entendimiento a un consenso sobre reglas del juego, “voy confiada de que esa candidatura del Polo saldrá adelante en un proceso democrático porque se está perfilando con mayor fuerza”.
López aseguró que este es el momento en que los candidatos deben concretar las propuestas en torno a unos acuerdos programáticos. López Obregón entregará un balance el próximo 3 de septiembre sobre ese asunto.

Hemos hecho acercamientos, pero es el momento de concretar las propuestas en torno a unos acuerdos programáticos. Estamos a tres meses de inscribir listas al Congreso y a cuatro meses para hacer lo propio para la Presidencia. Es un muy buen momento según las encuestas y nuestra meta es generar las condiciones para que la convergencia sea una realidad”, concluyó.

Los sectores con los que está conversando el Polo son los partidos: Progresistas; Partido Comunista,expulsado de esa colectividad hace pocos meses; la Marcha Patriótica; y los disidentes del Partido Verde y el Partido Liberal.

¿Por qué es tan débil la izquierda colombiana?

La situación de la izquierda en Colombia es excepcional en el contexto latinoamericano. ¿Cuáles son las razones de esta posición de desventaja?

Por  Hernando Gómez Buendía

Edición N° 130Somos el único país de Suramérica que no ha tenido un presidente de izquierda, es decir, un socialista o siquiera un populista radical, como decir Perón en Argentina, Getúlio Vargas en Brasil, Paz Estenssoro en Bolivia, Allende en Chile, Correa en Ecuador, Torrijos en Panamá, Fernando Lugo en Paraguay, Velasco Alvarado en Perú, Tabaré Vázquez en Uruguay o Hugo Chávez en Venezuela. Lo más que hemos tenido son “burgueses reformistas” como José Hilario López en el siglo XIX, López Pumarejo en su primer gobierno y tal vez Lleras Restrepo hace ya cincuenta años. 

También somos el único país donde la izquierda no ha pasado el umbral de la tercera parte de los votos en elecciones nacionales: el M-19 logró un 26% en la Constituyente del 91, y Carlos Gaviria obtuvo un 22% en las presidenciales de 2006. Más todavía, en el Senado los dos récords fueron las cinco curules de la UP en 1986 y las diez del Polo en 2006 –la décima parte apenas del poder legislativo, y muy por debajo de todos los vecinos latinoamericanos–. 


Esta debilidad excepcional de la izquierda colombiana se extiende por igual a las organizaciones populares. La tasa de sindicalización es una de las más bajas del planeta –tan solo 4,4 de cada cien trabajadores (la de Estados Unidos es 11,4, la de Finlandia es 71)–, y el número de huelgas es notoriamente bajo. En sus mejores momentos –el agrarismo de los años veinte, la Anuc por los años setenta– el movimiento campesino, ni de lejos, ha tenido la pujanza de Bolivia o de Brasil, de México o de Ecuador. O, para no alargarme, dicen los estudios que la frecuencia y la fuerza relativa de las movilizaciones ciudadanas son bastante menores en Colombia de lo que son en otros países de América Latina. 


La explicación más obvia de esta anomalía es nuestra otra gran anomalía: una historia inacabable de violencia política. Desde Rafael Uribe Uribe o Jorge Eliécer Gaitán hasta Carlos Pizarro o Bernardo Jaramillo, en Colombia los líderes de izquierda han sido sistemáticamente asesinados. Los dirigentes campesinos, los sindicalistas, los voceros de los pueblos indígenas y las comunidades afrodescendientes, los desplazados que hoy aspiran a recuperar sus tierras, suelen ser silenciados con la muerte, con la amenaza o con el exilio. Y en estas condiciones es evidente que las causas populares no pueden avanzar.
 

Pero el conflicto armado tiene otro modo más sutil, y si se quiere más perverso, de debilitar a la izquierda desarmada: las guerrillas no solo no han logrado ninguna conquista social, sino que han sido la traba principal para que surjan los movimientos populares en Colombia. El punto es muy sencillo: detrás de cada movilización o protesta ciudadana, el gobierno, los medios de comunicación y la gente del común ven –o se imaginan, o quieren inventar, que para el caso es lo mismo– alguna forma de complicidad con los guerrilleros. 

Ese ha sido el sambenito de los partidos de izquierda, desde el viejo Partido Comunista hasta el alicaído pda. Es el motivo de la desconfianza que en estos días rodeó al lanzamiento de la “Marcha Patriótica”. Esta ha sido la razón para que uno tras otro se hayan roto los partidos y coaliciones de izquierda entre una línea “blanda” que rechaza las armas y una línea dura que coquetea con ellas. Este ha sido el pretexto para reprimir o criminalizar las acciones populares: el “Estado de sitio” que rigió durante 66 de los 105 años que tuvimos la Constitución de Núñez, y los “estatutos de seguridad” que desde entonces prohíben marchas, ilegalizan huelgas o ponen a la policía a disolver protestas (un ejemplo reciente: la hidroeléctrica El Quimbo). Y esta sobre todo ha sido la razón para que la gente, incluidos los estratos populares, mire con tanta desconfianza a los partidos que pretenden abanderar las causas populares.
 

La izquierda, por supuesto, ha agravado el problema. Por intentar en unos casos el doble juego inaceptable de la “combinación de las formas de lucha”. Por la miopía de ser el mascarón de este o aquel sindicato o aquel sindicalista. Por una historia de faccionalismos que nada tienen que ver con realidades colombianas. Y también porque ha estado empeñada en hallar la salida política de un conflicto que no quiere política (a diferencia, digamos, de las guerras centroamericanas, del IRA o de ETA). 

Pero la debilidad de la izquierda colombiana va más allá de nuestro viejo conflicto armado, y en efecto proviene de raíces históricas muy hondas. A riesgo de simplificar, arriesgaré esta hipótesis más o menos hilvanada: 


–Somos un “país de regiones”, y en cada región hemos tenido una economía campesina que debilita la organización popular: el minifundio es insolidario, el latifundio es paternalista y la plantación es esclavista. 


–Hemos tenido un Estado débil y sin las rentas, digamos, de Venezuela, de Perú o de Panamá. En un Estado así la política no importa tanto y el bienestar de la gente depende más de su propia iniciativa. 


–No tuvimos, por eso, mucho empleo público, y tampoco tuvimos desarrollo industrial considerable. En un país donde seis de cada diez trabajadores siguen siendo informales, el sindicalismo no podía prosperar. 


–En cambio, hemos tenido el proceso de expansión de la frontera agrícola más prolongado de América Latina; la colonización ha sido una válvula de escape para evitar las grandes movilizaciones urbanas y ha reemplazado la protesta colectiva por la migración individual en busca de una quimera.


–Después está el clientelismo como sistema político, que por definición evita la representación de intereses colectivos y hace primar la lealtad vertical hacia el cacique sobre la lealtad horizontal –o la “conciencia de clase”, como decían los sociólogos antes–. 


–La tradición católica y la familia patriarcal castellana (junto con el mestizaje, que fue disolviendo la identidad de “los de abajo”) confirman y refuerzan el predominio de las lealtades verticales, hacia “el patrón”, hacia “el jefe”, sobre los nexos de solidaridad con quienes tienen el mismo origen humilde. 


–Y por supuesto no me podrían faltar la cultura del atajo y el sálvese quien pueda que constituyen nuestra impronta nacional y nos convierten en este gran país de solitarios. 


La propia izquierda, otra vez, es parte de este juego. El maestro Fals Borda dedicó un libro entero a demostrar cómo y a explicar por qué los dirigentes populares que logran cierto éxito en Colombia se dejan seducir cuando les abren las puertas de los clubes o cuando sus hijos llegan a colegios bilingües (y hay señoritos, “guerrilleros del Chicó”, que se especializan en tenderles la trampa). 


Tal vez ese conjunto de razones sirva para explicar la otra gran anomalía de Colombia: somos el único país de América Latina (y, hasta donde yo sé, de los pocos en el mundo) donde la gran política no es una disputa entre izquierda y derecha sino entre derecha y extrema derecha (ahora, por ejemplo, la oposición a Santos es Uribe y no es el Polo). ¿Acaso aquí tendremos una pista para entender por qué, después de Haití, somos hoy el país más desigual del continente y algo así como el cuarto en el mundo?