María Ileana Faguaga
“El ser humano siempre habita el castillo de su piel”, enfático nos recuerda en su libro Los placeres del exilio ese gran caribeño que es George Flamming. Y también como como buen caribeño habitando en absoluta libertad y complacencia en “el castillo de su piel”, sin dar tiempo para obrar al Diablo, el Dr. Juan F. Benemelis, investigador y ensayista, trabajó con paciencia y laboriosidad, con amor por el trabajo científico y por su país, y su empeño se coronó con esta obra concluida que luego, con bondad infinita, nos obsequió, El miedo al negro: Antropología de la colonialidad.
Cuando me atreví a hacer su reseña analítica debí quizás estar posesa por alguna fuerza ancestral. Sólo me explico arriesgarme en la osadía de intentar reseñar esa obra monumental hoy desaparecida de librerías y, sin embargo, apenas conocida. Muy a grosso modo, me detuve en muy pocos aspectos de los relevantes (todos) presentes en el texto. Lo que me supuso un ejercicio de acrobacia intelectual en cuyos saltos al vacío no preví ni encontré mallas salvadoras. Pero… valió la pena. Con cubanos como Juan F. Benemelis siempre vale la pena el riesgo.
Benemelis inicia El miedo al negro: Antropología de la colonialidad con un auto de fe, e inmediatamente continúa situando el dedo dentro de la supurante llaga de un continente por rehacerse sociológica y estructuralmente, única manera de que fructifiquen sus hasta ahora malogrados intentos de rehacerse políticamente.
“Pienso –dice- que la mayor injusticia del mundo moderno ha sido las arbitrariedades de género y de raza” . Así de categórico inaugura Benemelis su texto, y nos introduce en este conminándonos a recorrer con él por una lógica que en este siglo XXI debería sernos a todos insoslayable e irrefutable, la cual nos permitiría afirmar con el autor que: “las diferencias de sexo no menos que las diferencias de raza son construidas ideológicamente como ‘hechos’ biológicos significativos en la sociedad, naturalizando y legitimando las desigualdades sociales” .
Ya vamos remontando la segunda década de una convulsa centuria mientras, abrazados y aferrados a lo peor de la modernidad, no todos alcanzan ni desean penetrar en esa lógica.
Acto seguido el autor se nos torna explicativo. “El mundo moderno –afirma- se conformó a partir del racismo, y por eso ha sido tan difícil al descendiente de esclavos africanos obtener la equidad. Por eso, no es posible abordar el tema del Estado y la nación, de la cultura y la sociedad en las Antillas, y en América en general sin incluir el racismo, la etnicidad, la jerarquización social, la no descolonización y el criollismo-nacionalista. Pero estos temas no son abordados en toda su plenitud en nuestro continente, pues ello entronizaría una reorganización política y social de sus estados y naciones” .