Esther Vivas
ALAI AMLATINA, 17/04/2014.- Tierra, agua y semillas son imprescindibles
para cultivar y comer. O alimentos para la mayoría o dinero para la
minoría, ésta es la cuestión. La Vía Campesina, el mayor movimiento
internacional de pequeños agricultores, jornaleros y sin tierra, lo
reivindica día a día. Hoy, 17 de abril, en la jornada internacional de
la lucha campesina repasamos su historia.
Combatiendo la globalización alimentaria
La globalización alimentaria, diseñada por y para la agroindustria y los
supermercados, privatiza los bienes comunes, acaba con aquellos que
cuidan y trabajan la tierra y convierte la comida en un negocio. La
liberalización de la agricultura, no es más que una guerra contra el
campesinado. Se trata de políticas que, amparadas por instituciones y
tratados internacionales, acaban con los pequeños y medianos
agricultores y las comunidades rurales.
Ante esta ofensiva, emergió, en 1993, La Vía Campesina, como la máxima
expresión de aquellos que en el campo resisten y combaten la
globalización neoliberal y los dictados de organizaciones
internacionales como el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y
la Organización Mundial del Comercio (OMC). Los antecedentes de La Vía
se remontan a mediados de los años 80, cuando, en motivo de la Ronda de
Uruguay del GATT, varias organizaciones campesinas llevaron a cabo
importantes esfuerzos para internacionalizar el movimiento.
A principios de los 90, se constituyó La Vía, en parte, como una
alternativa más radical a la hasta entonces única organización
internacional campesina, la Federación Internacional de Productores
Agrícolas (IFAP), creada en 1946. Una organización que representaba,
principalmente, los intereses de los mayores agricultores, situados, en
general, en los países del Norte, y favorable al diálogo con las
instituciones internacionales.
La Vía Campesina nació, así, en los albores del movimiento
altermundialista, coordinando esfuerzos junto a otras muchas
organizaciones, desde feministas a grupos contra la deuda externa,
pasando por aquellos que exigían la tasación de las transacciones
financieras internacionales a indígenas, colectivos de solidaridad
internacional..., unidos en el combate contra una globalización al
servicio de los intereses del capital. La Vía resultó ser el "componente
campesino" de este "movimiento de movimientos".
Desde finales de los años 90 y principios de la década del 2000, La Vía
Campesina impulsó y participó activamente en las masivas protestas
contra la OMC y otras instituciones internacionales. En las marchas
contra la cumbre de la OMC en Cancún (2003) y Hong Kong (2005), los
campesinos fueron uno de los actores más relevantes y visibles. Un
recuerdo especial merece el campesino coreano Lee Kyung Hae, presidente
de la Federación de Campesinos y Pescadores de Corea del Sur, que se
quitó la vida en la protesta contra la OMC en Cancún subido a la valla
que rodeaba el perímetro de seguridad, para denunciar cómo el
agronegocio acababa con la vida de tantos agricultores.
Tras la política de alianzas de La Vía, estaba el convencimiento de que
su lucha contra la agroindustria formaba parte intrínseca de un combate
más amplio contra la globalización neoliberal y que otro modelo de
agricultura y alimentación solo sería posible en el marco de un cambio
global de sistema. Para conseguirlo, la creación de coaliciones amplias
entre sectores sociales distintos se percibía como fundamental. Golpear
juntos, desde una unidad tejida en base a la diversidad.
La Vía Campesina, de este modo, fue capaz de construir una identidad
“campesina” global, politizada, ligada a la tierra y a la producción de
alimentos. Sus miembros representan los sectores más golpeados por la
globalización alimentaria, pequeños y medianos campesinos, jornaleros,
sin tierra, mujeres del campo, comunidades agrícolas indígenas,
rompiendo la división Norte-Sur e integrando en su seno a organizaciones
de todo el planeta, 150 grupos de 56 países. Se trata, en palabras de
Walden Bello, de un nuevo "internacionalismo campesino".
A por la soberanía alimentaria
La emergencia de La Vía Campesina aportó, también, una nueva mirada a
las políticas agrícolas y alimentarias. En 1996, en el marco de la
Cumbre Mundial sobre la Alimentación de la FAO, en Roma, La Vía lanzó un
nuevo concepto político, el de la soberanía alimentaria. Si hasta
entonces, el hambre en el mundo solo se abordaba desde la perspectiva de
la seguridad alimentaria, que todo el mundo tenga acceso y derecho a la
alimentación, pero sin cuestionar qué se come, cómo se produce y de
dónde viene, el concepto acuñado por La Vía "revolucionó" el debate.
Ya no se trataba únicamente de poder comer, sino de ser "soberanos", y
poder decidir. La soberanía alimentaria va un paso más allá al de la
seguridad alimentaria y no únicamente reivindica que todo el mundo tenga
acceso a los alimentos sino, también, a los medios de producción, a los
bienes comunes (agua, tierra, semillas). Se trata de una apuesta por la
agricultura local y de proximidad, campesina, ecológica, de temporada,
en oposición a una agricultura en manos del agronegocio, que empobrece
al campesinado, con alimentos que recorren miles de kilómetros antes de
llegar a nuestra mesa, que acaba con la diversidad alimentaria y que,
además, nos enferma.
No se trata de una idea romántica, de un retorno a un pasado arcaico,
sino de recuperar el conocimiento tradicional campesino y combinarlo con
nuevas tecnologías y saberes, de retornar la dignidad a quienes conrean
la tierra, que ésta sea para quien la trabaja, de establecer puentes de
solidaridad entre el mundo rural y el urbano y, sobre todo, de
democratizar la producción, la distribución y el consumo de alimentos.
No es un concepto que deba interpretarse en un sentido autárquico sino
solidario e internacionalista, que apuesta por una agricultura local y
campesina aquí y en cada rincón del planeta.
Las mujeres cuentan
Una soberanía alimentaria que tiene que ser feminista, si quiere
significar un cambio real de modelo. Hoy las mujeres, a pesar de ser las
principales proveedoras de alimentos en los países del Sur, entre un
60% y un 80% de la producción de comida recae en sus hombros, son las
que más pasan hambre, padeciendo el 60% del hambre crónica global, según
datos de la FAO. La mujer trabaja la tierra, cultiva los alimentos,
pero no tiene acceso a su propiedad, a la maquinaria, al crédito
agrícola. Si la soberanía alimentaria no permite igualdad de derechos
entre hombres y mujeres, no será una alternativa de verdad.
La Vía Campesina, con el tiempo, ha ido incorporando una perspectiva
feminista, trabajando para conseguir la igualdad de género en el seno de
sus organizaciones y estableciendo alianzas con grupos feministas como
la red internacional de la Marcha Mundial de Mujeres. En La Vía, las
mujeres se han organizado autónomamente para reivindicar sus derechos,
ya sea dentro de sus propios colectivos o a nivel general.
La Comisión de Mujeres de La Vía ha llevado a cabo un trabajo
fundamental promoviendo el intercambio entre mujeres campesinas de
diferentes países, organizando encuentros específicos de mujeres
coincidiendo con cumbres y reuniones internacionales e impulsando la
participación de éstas en todos los niveles y actividades de
organización. En octubre del 2006, se celebró el Congreso Mundial de las
Mujeres de La Vía Campesina, en Santiago de Compostela, que puso de
relieve la necesidad de fortalecer aún más la articulación de las
mujeres y aprobó la creación de mecanismos para un mayor intercambio de
experiencias y planes de lucha específicos. Entre las propuestas
aprobadas estaba, entre otras, lanzar una campaña mundial contra la
violencia machista y trabajar para que se reconozcan los derechos de las
mujeres campesinas exigiendo igualdad real en el acceso a la tierra, a
los créditos, a los mercados y en los derechos administrativos.
A pesar de la paridad formal en La Vía, las mujeres tienen mayores
dificultades para viajar o asistir a encuentros y reuniones. Como
señalaba, Annette Aurélie Desmarais, en su libro 'La Vía Campesina'
(2007): “Hay muchas razones por las que las mujeres no participan a este
nivel. Quizá la más importante es la persistencia de ideologías y
prácticas culturales que perpetúan relaciones de género desiguales e
injustas. Por ejemplo, la división de las labores por género significa
que las mujeres rurales tienen mucho menos acceso al recurso más
preciado, el tiempo, para participar como líderes en las organizaciones
agrícolas. Dado que las mujeres son las principales responsables del
cuidado de los niños y los ancianos (…). La triple jornada de las
mujeres –que implica trabajo reproductivo, productivo y comunitario-
hace mucho menos probable que tengan tiempo para sesiones de formación y
aprendizaje para su capacitación como líderes”. Más allá de las
dificultades objetivas, avanzar hacia la igualdad es una prioridad para
La Vía, y eso gracias a sus mujeres.
La Vía Campesina lleva más de 20 años articulando resistencias en el
campo y tejiendo redes y alianzas a nivel internacional. Alimentarnos es
imprescindible para todos, ya sea en el campo o la ciudad, en el Norte o
el Sur del planeta. Y comer, hoy, se ha vuelto, como recuerda La Vía,
un acto político.
*Artículo en Público.es, 17/04/2014 -
http://esthervivas.com/2014/04/17/internacionalismo-campesino/
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