Antonio Romero Reyes | Rebelión |
En este trabajo realizamos un recorrido por la historiografía del pensamiento socialista acerca del desarrollo histórico y los alcances de la revolución “mundial”, especialmente en los escritos de Marx, Engels y Lenin. De la amplia literatura al respecto, creemos haber captado lo esencial.
Lectores y lectoras podrán darse cuenta fácilmente que la “naturaleza” estuvo ausente en las reflexiones y debates sobre esos asuntos, debido a dos razones: de un lado, en esa época no había la “crisis ambiental” que tenemos ahora; de otro, la revolución era y sigue siendo un problema de organización de fuerzas políticas y sociales. Sin embargo, la “naturaleza” estuvo invisibilizada en el tema que le era pertinente, el del desarrollo histórico, subsumida dentro de este en la categoría general de «modo de producción» y con mayor razón en la categoría más específica de fuerzas productivas. Solamente fue en el libro tercero de El Capital (los manuscritos dejados por Marx y editados por Engels) que Marx rescató a “las fuerzas de la naturaleza”, a través del rol de uno de sus elementos constitutivos y considerado por él –en ese momento— como más representativo (la tierra), para el examen de la renta y su apropiación.
Aun cuando hayamos establecido de antemano los porqués de la ausencia de la “naturaleza”, es oportuno y urgente empezar a abordar el asunto de las «fuerzas productivas», vis a vis el rol de la naturaleza. Esta cuestión que ha permanecido cerrada durante tanto tiempo, dominada por la interpretación del llamado “materialismo histórico” de hechura estaliniana. Esta urgencia no debe eclipsar ni hacer pasar a un segundo plano la problemática del «desarrollo histórico» junto a la de la «revolución mundial», que para nosotros siguen siendo dos temas vitales y mutuamente imbricados, cuya incomprensión junto a otros componentes de la realidad histórica (entre ellos la invisibilidad de la naturaleza debido al eurocentrismo y el racionalismo moderno) influyó decisivamente sobre la suerte y la tragedia del socialismo en el siglo XX.
El Debate sobre el porvenir de la comuna rural rusa
En el Manifiesto Comunista de 1848 Marx y Engels postularon que la revolución proletaria o socialista se irradiaría desde Europa hacia el resto del mundo, a partir de un centro que -por constituir la cuna y principal sede del capitalismo— en su época le correspondía a Inglaterra. Explicado de mejor manera:
“No hace falta decir que Marx concibió la revolución proletaria como una revolución dentro de Occidente. Cuando examinó la necesidad y las posibilidades de una revolución mundial simultánea, para él «mundial» quería decir en Inglaterra, Francia y Alemania. Rusia o América, en la perspectiva de Marx y sus contemporáneos, sólo eran apéndices del «mundo» que seguirían el ejemplo una vez desencadenada la acción de los «proletarios de todos los países», que quiere decir de Europa occidental, y en última instancia también de los de Europa central.” (Heller y Feher 1985: 73).
En los años 40 del s. XIX Rusia y EEUU (“América”) constituían la periferia de Europa (“Occidente”) como países proveedores de materias primas, así como, en la Antigüedad, Europa fue periferia de China, la India y el mundo islámico entre 1200 y 1500 (Amin 2001: 16). La condición periférica de Rusia está reconocida en el Prefacio a la edición rusa de 1882 del Manifiesto Comunista, reproducido por Engels en el correspondiente a la edición alemana de 1890 (Marx y Engels 1848). De 1848 hasta la publicación del Libro primero de El Capital (1867), Marx había manejado “una visión unilateral de la historia universal” (Dussel 1990: 243) que se originaba en «occidente» y, dentro de este, desde alguna “centralidad” (un estado-nación «moderno»). Con posterioridad a dicha publicación, y a raíz de la cuarta redacción de su inmensa e inacabada obra,1/ Marx fue descubriendo elementos que le llevaron a replantear su visión “unilineal” y eurocéntrica, anclada en occidente y la cultura occidental, situación que en cambio no ocurrió con Engels.
Marx, pues, fue adquiriendo plena conciencia del problema campesino en general y de la cuestión rural rusa en particular, espoleado por el material que le enviaba Nikolái F. Danielsón, con quien además mantuvo correspondencia desde 1868 hasta 1882; la lectura que hizo de los teóricos populistas rusos (Flerovski; Chernishevski; Mijailovsky; Herzen), reflejándolo en sus escritos del último periodo como La guerra civil en Francia (escrito en 1871 y publicado en alemán en 1891), Crítica del programa de Gotha (1875) y la edición francesa de 1875 de El Capital. Meritorio había sido también el tránsito previamente realizado sobre los casos de Polonia, Irlanda y Turquía. 2/
Todo lo anterior se operó antes de la famosa carta que Vera Ivánovna Zasúlich le dirigió desde Ginebra, a mediados de febrero de 1881. Cuando escribía sus borradores de respuesta (el texto definitivo apareció publicado en 1924),3/ Marx ya tenía diferencias de criterio con Engels, aunque sin explicitarlas, respecto del futuro de la comuna rural rusa (la obschina ) y las posibilidades de la revolución socialista en ese país. En este sentido, para Dussel el prólogo a la edición rusa del Manifiesto Comunista (21 de enero 1882) fue “un texto de compromiso” (1990: 262), corroborando la apreciación que Aricó había sostenido 10 años antes (1980a: 153).
El “texto de compromiso” en la parte pertinente del prólogo a la edición rusa de 1882 del Manifiesto Comunista, expresó lo siguiente:
« El “Manifiesto Comunista” se propuso como tarea proclamar la desaparición próxima e inevitable de la moderna propiedad burguesa. Pero en Rusia, al lado del florecimiento febril del fraude capitalista y de la propiedad territorial burguesa en vías de formación, más de la mitad de la tierra es poseída en común por los campesinos. Cabe, entonces, la pregunta: ¿podría la comunidad rural rusa –forma por cierto ya muy desnaturalizada de la primitiva propiedad común de la tierra— pasar directamente a la forma superior de la propiedad colectiva, a la forma comunista, o, por el contrario, deberá pasar primero por el mismo proceso de disolución que constituye el desarrollo histórico de Occidente?
« La única respuesta que se puede dar hoy a esta cuestión es la siguiente: si la revolución rusa da la señal para una revolución proletaria en Occidente, de modo que ambas se complementen, la actual propiedad común de la tierra en Rusia podrá servir de punto de partida a una evolución comunista.»
Aricó ofrece la explicación de las diferencias entre Marx y Engels sobre la cuestión rusa:
«Más allá de los matices que puedan encontrarse en ambos discursos, lo que realmente interesa destacar es la diferente concepción del nexo entre teoría y movimiento social que los inspira. En su análisis, Marx no excluye la posibilidad del desarrollo capitalista en Rusia; simplemente lo considera como un hecho históricamente negativo que los hombres –es decir, el movimiento social— debe por todos los medios evitar. Dando por descontado la inevitabilidad histórica del proceso capitalista ruso, Engels, en cambio, considera a éste como una transformación históricamente progresiva. Aunque no está explícitamente dicho, sino apenas sugerido, el análisis de Marx nos hace pensar en que, según él, el socialismo ruso depende en gran parte de la posibilidad de evitar el capitalismo. El de Engels, en cambio, parte de la convicción de que el socialismo sólo es posible luego del capitalismo en Rusia. Para decirlo de un modo distinto, en los años noventa el “voluntarista” Marx ha cedido su lugar al “objetivista” Engels, y a través de éste, a la expansión en Rusia –pero no sólo en ella— de un marxismo instalado ideológicamente en el momento “legal”. Y por eso, durante los primeros años el joven marxismo ruso polemizó contra el populismo desde la perspectiva de Struve. Cuando se opera la diferenciación entre las dos alas del marxismo ruso, la ecuación leniniana de voluntarismo populista + objetivismo marxista está tan firmemente instalada en el interior de una teoría del partido y de la revolución, que queda fuera del análisis la hipótesis subyacente en el pensamiento de Marx y que infructuosamente trató de explicitar en la respuesta a sus amigos y discípulos populistas. La abrumadora presencia de masas rurales vinculadas por lazos comunitarios no podía dejar de tener profundas implicancias sobre el modelo “occidental” de proceso de transición ensayado en Rusia.» (Aricó 1980a: 153).
Indudablemente, en la última etapa de su existencia, Marx experimenta un cambio de perspectiva fundamental con respecto a la “visión unilineal de la historia” (el eurocentrismo) sin acarrear –cabe la aclaración— ninguna ruptura con su posición teórica. Como sostuvo el mismo Dussel:
«Este “viraje ( Kehre )” -por llamarlo de alguna manera— sólo se sitúa en el nivel histórico, concreto; nivel de desarrollo del discurso dialéctico. El nivel esencial, en donde se encuentra abstractamente el discurso de El Capital, no es cuestionado en absoluto. En realidad, no hay en él argumentos en pro o en contra de la cuestión de la “comuna rural rusa”, porque ésta se sitúa en el nivel concreto o histórico de las condiciones de posibilidad de la aparición del capital.» (Dussel 1990: 260).
El cambio de perspectiva a ese nivel, el histórico, llevaba necesariamente hacia un vuelco (“viraje estratégico” en términos de Aricó) en la correspondiente perspectiva marxiana de la lucha revolucionaria. Como lo explicó José Aricó:
“Desde fines de la década del sesenta en adelante Marx ya no abandonó su tesis de que el desarrollo desigual de la acumulación capitalista desplazaba el centro de la revolución de los países de Europa occidental hacia los países dependientes y coloniales. Es por ello que estudia cada vez con mayor apasionamiento los procesos de proletarización que se operan en la India, Turquía, Europa oriental y finalmente Rusia. Si bien era el interés político el que motivaba el desplazamiento de su atención, en la medida en que fue precisamente en estos lugares donde se opera por esos años un extraordinario crecimiento del movimiento revolucionario, lo que realmente interesa es cómo intenta fundar científicamente las causas de las crisis y las convulsiones sociales. Y es con referencia a la cuestión rusa que elabora los apuntes más interesantes sobre las condiciones particulares en que debía operar la acumulación del capital en un país sumamente atrasado, aunque no “dependiente” como Irlanda o la India, y cuya estructura agraria se caracterizaba por la supervivencia de instituciones sociales precapitalistas que hacían de la tierra una propiedad común.” (Aricó 1980a: 69-70).
Lenin y la revolución mundial
La visión inicialmente eurocentrista (“unilineal”) de Marx, acerca del desarrollo histórico, tuvo como correlato la concepción sobre la revolución proletaria en los países centrales (Inglaterra, Francia, Alemania) y de allí hacia el resto de Europa, lo cual fue sinónimo de «revolución mundial». Una y otra –visión del desarrollo histórico y concepción del proceso revolucionario— fueron incorporadas y consagradas, por Engels y la II Internacional, en los cánones de la ortodoxia marxista. Posteriormente derivaron en algunos de los tantos «mitos» (v. gr. el mito de la revolución) de la izquierda occidental, a los que se refieren Heller y Feher (1985: 57-116).
Aquel fue entonces el contexto en que el joven Lenin recibió y acogió de su maestro Plejánov –y luego de Kautsky— “lo más eurocentrista” de la herencia intelectual de Marx, influencia que se reflejó en su propia concepción de la revolución rusa y a nivel mundial, al menos hasta 1920 como se verá más adelante. A fin de ubicar al lector vamos a proporcionar un recuento histórico sobre los orígenes de la socialdemocracia rusa y el bolchevismo.
El movimiento revolucionario en Rusia se remonta a los años 40 del s. XIX. Hasta los años 60 se diferenciaban en dos grandes corrientes: «occidentalistas» y «eslavófilos». Se trataba sobre todo de movimientos intelectuales sin asidero social de ningún tipo. En los 70 se produce el “descubrimiento” del campesinado ruso como potencial revolucionario, y hacia el final de esta década (1879) el movimiento populista representado por Tierra y Libertad se fracciona entre «anarquistas» y naródniks. Los primeros fueron influidos por las doctrinas de Bakunin y se agruparon con el nombre de Reparto Negro (Cherny Perediel); los segundos estaban a favor de la lucha política directa mediante atentados contra el zarismo y formaron el partido Naródnaia Volia (La Voluntad del Pueblo). Descendientes directos de este segundo grupo fueron los socialistas-revolucionarios, organización creada en 1902.
A fines de la década de 1870 Plejánov se distancia políticamente de la corriente anarquista, se marchó a Europa y creó en Suiza (1883) el Grupo Emancipación del Trabajo (Osvobozhdénie Trudá), del que formaron parte Piotr Axelrod y Vera Zasúlich (camaradas de Plejánov en Reparto Negro), dedicando sus esfuerzos a combatir ideológicamente y durante 15 años a los naródniks «desde dentro del populismo» (Clarke 2003: 100-101). A mediados de la década de los 90 irrumpieron los «marxistas legales», quienes junto a otros grupos participaron del primer intento por fundar el «Partido Obrero Socialdemócrata Ruso», en el Congreso de Minsk (1 al 3 de marzo de 1898); antes de este evento, en 1895, se había formado en San Petersburgo la «Liga para la lucha por la emancipación de la clase obrera» entre cuyos integrantes se hallaba Lenin, «un joven y entusiasta discípulo de Plejánov» (Carr 1985: 19). La corriente de los «economistas» constituyó otra de las expresiones de la socialdemocracia rusa contra las que Lenin se enfrentó antes del segundo congreso (el fundacional) del POSDR (Bruselas y Londres, julio y agosto de 1903, respectivamente). El propio Lenin dividió la historia de la socialdemocracia rusa en tres periodos: 1884-1894, 1894-1898 y 1898 en adelante (Lenin 1902: 233-236). Esta periodización fue actualizada por él mismo a la luz de los acontecimientos posteriores a 1898 (Lenin 1915: 42-50): 1883-1894 (la socialdemocracia rusa como tendencia ideológica), 1894-1903 (primera escisión: «economistas e iskristas»), 1903-1908 («menchevismo y bolchevismo»), 1908-1914 («marxismo y liquidacionismo»), 1914-1915 («marxismo y socialchovinismo»). Es interesante notar que, antes de consagrarse como el creador de la teoría y práctica del «bolchevismo», Lenin compartió algunas cuestiones fundamentales que habían sido expuestas por sus rivales ideológicos y políticos. Así, con relación a los «marxistas legales»:
“Diametralmente opuestos a los naródniks, los marxistas legales aceptaban sin matización alguna la teoría marxista [AR: la ortodoxia preconizada por Engels] de que el desarrollo del capitalismo burgués es una etapa previa y necesaria para la realización final del socialismo; y a este respecto creían que Rusia tenía que aprender de Occidente y recorrer la senda por la que habían caminado ya los occidentales. Hasta aquí Lenin se hallaba en total acuerdo con ellos.” (Carr 1985: 24).
Y con relación a Plejánov, su maestro y mentor intelectual:
“El status privilegiado de la intelectualidad que fue establecido por la filosofía de Plejánov se realiza en la concepción de Lenin del partido, que no representa a la clase trabajadora por ser la forma política por medio de la cual la masa de la clase trabajadora representa sus intereses, sino porque es la forma institucional en la que la ideología revolucionaria se moviliza como una fuerza histórica. [...] Pero la transformación de Lenin de la teoría política de Plejánov no fue en la dirección del marxismo sino que más bien asimiló nuevamente el marxismo de Plejánov a las tradiciones populistas de las que había surgido.” (Clarke 2003: 103).
En agosto de 1914, y tras conocerse la votación en el Reichstag (parlamento alemán) a favor de los créditos de guerra, Kautsky aun no era denunciado ni estigmatizado por Lenin. Este hablaba de “traición” refiriéndose de manera más amplia a la II Internacional, a los “Jefes de la Internacional”, a la socialdemocracia alemana y en particular a la mayoría socialdemócrata que se pasó al campo del chovinismo y la “defensa de la patria”. La alusión a Kautsky es más bien indirecta: «[...] quien más flaco servicio presta al proletariado son las gentes que (como el “centro” del Partido Socialdemócrata Alemán) vacilan entre el oportunismo y la socialdemocracia revolucionaria y procuran silenciar o encubrir con frases diplomáticas la bancarrota de la II Internacional.» (Lenin 1914). En este mismo año, antes del hecho, la valoración que Lenin hacía de la socialdemocracia alemana seguía siendo inestimable:
“Prácticamente los alemanes tienen dos partidos –escribía Lenin en abril de 1914— y se debe tener cuenta de ello sin proteger en lo más mínimo a los oportunistas (como lo hacen ahora la Neue Zeit y Kautsky). Pero, decir que el partido alemán es el más oportunista de Europa, no es exacto. Él es, de todas maneras, el mejor, y nuestra tarea es asimilar todo lo que de bueno tienen los alemanes (el gran número de periódicos, la masa de afiliados al partido y de miembros que militan en los sindicatos, las suscripciones sistemáticas a los periódicos, el control riguroso a los parlamentarios; este último es el mejor, y no como entre los franceses y los italianos, para no hablar de Inglaterra, etc.); de asimilar todo esto sin alentar a los oportunistas.” (Lenin citado por Ragionieri (1981: XIV-XV).
Recién en 1915 Kautsky es denunciado por “traición”, rompiendo Lenin definitivamente con él en 1918.4/
Un año antes de octubre de 1917 Lenin ya tenía perfectamente en claro, desde su óptica, como se daría la revolución a escala «mundial». Veámoslo con un ejemplo, en el contexto de su debate con P. Kíevski al interior del partido bolchevique:
«La revolución social no puede ser una acción unida de los proletarios de todos los países, por la sencilla razón de que la mayoría de los países y la mayoría de la población de la Tierra no se encuentran todavía en la fase capitalista o se hallan apenas en la fase inicial del desarrollo capitalista. [...] Únicamente los países avanzados de Occidente y de América del Norte han madurado para el socialismo, y P. Kíevski puede encontrar en la carta de Engels a Kautsky ( Sbórnik Sotsial-Demokrata ), una ilustración concreta del “pensamiento” –real y no sólo prometido— de que soñar con la “acción unida de los proletarios de todos los países” significa aplazar el socialismo hasta las calendas griegas, es decir, hasta “nunca”.» (Lenin 1916: 35).
La mencionada carta es del 12 de septiembre de 1882. Más adelante, sobre el mismo asunto:
“La revolución social sólo puede producirse bajo la forma de una época que una la guerra civil del proletariado contra la burguesía en los países avanzados con toda una serie de movimientos democráticos y revolucionarios, comprendidos los movimientos de liberación nacional, en las naciones poco desarrolladas, atrasadas y oprimidas.
“¿Por qué? Porque el capitalismo se desarrolla de manera desigual, y la realidad objetiva nos muestra, a la par con las naciones capitalistas altamente desarrolladas, toda una serie de naciones muy poco desarrolladas o no desarrolladas en absoluto en el aspecto económico. P. Kíevski no ha pensado para nada en las condiciones objetivas de la revolución social desde el punto de vista de la madurez económica de los distintos países.” (Lenin 1916: 36).
Téngase en cuenta que en la polémica contra Kíevski , Lenin recurre a argumentos ya expuestos en 1914-1915 (así lo reconoce en las primeras páginas de su folleto), contenidos principalmente en los siguientes documentos: el manifiesto del Comité Central que establece la actitud del POSDR frente a la guerra (Lenin 1914), las resoluciones de la Conferencia de Berna (27 de febrero al 4 de marzo de 1915), así como el folleto divulgativo El socialismo y la guerra escrito con Zinóviev (Lenin 1915), que descansa en las mismas resoluciones. La Conferencia de Berna había sido convocada por iniciativa suya –de Lenin— para definir la táctica del POSDR en la «guerra imperialista» que se estaba escenificando en toda Europa.
Los tres párrafos arriba citados de Lenin fueron escritos antes de 1917 y condensan, pues, su concepción de revolución en el plano internacional. En primer lugar, nótese el énfasis (Únicamente) así como la dirección implícita del proceso que precede a este énfasis (primero hay que desarrollarse en el sentido capitalista, requisito sin el cual es imposible plantearse el socialismo). En segundo lugar, habla de «revolución social» («guerra civil» entre burguesía y proletariado) considerando los diferentes niveles de desarrollo económico en cada país y en tal sentido, primerísimamente, de la revolución social en los «países avanzados», la cual se iría generalizando alrededor del mundo deviniendo de esta manera en revolución mundial, entendiendo esta última como una «época» de revoluciones sociales donde se encuentren o «unan» las del norte con las luchas de liberación nacional que se libren en el sur. Desde este punto de vista, el escenario privilegiado de la revolución es el estado-nación, haciendo de la revolución mundial un escenario derivado, una consecuencia de la generalización de las revoluciones en los estados-nación.
El enfoque y concepción leninista de la revolución se aprecia más concretamente en los documentos oficiales de la III Internacional. En el «Manifiesto de la Internacional Comunista a los proletarios de todo el mundo» con el que concluye el Primer Congreso celebrado en Moscú (2 al 6 de marzo 1919) podemos leer, con relación a la cuestión colonial, lo siguiente:
“ [...] La emancipación de las colonias sólo es concebible si se realiza al mismo tiempo que la de la clase obrera de las metrópolis. Los obreros y los campesinos no sólo de Anan, de Argelia o Bengala sino también de Persia y de Alemania nunca podrán gozar de una existencia independiente hasta el día en que los obreros de Inglaterra y de Francia, luego de derrotar a Lloyd George y Clemenceau, tomen en sus manos el poder gubernamental. Desde ahora, en las colonias más subdesarrolladas, la lucha no se lleva a cabo solamente bajo el estandarte de la emancipación nacional sino que inmediatamente adopta un carácter social más o menos evidente. Si la Europa capitalista arrastró a los sectores más atrasados del mundo, y contra su voluntad, en el torbellino de las relaciones capitalistas, la Europa socialista, por su parte, socorrerá a las colonias liberadas con su técnica, su organización, su influencia moral, a fin de lograr su tránsito a una vida económica regularmente organizada por el socialismo.
“ ¡Esclavos coloniales de África y Asia: la hora de la dictadura proletaria en Europa sonará para ustedes como la hora de vuestra liberación!” (Internacional Comunista 1981: 94).
Fue en el Segundo Congreso de la IC (17 de julio al 7 de agosto 1920) donde Lenin, luego de más de dos años de gobierno bolchevique y soviets, y tras dos años de guerra civil (1918-1919) exhibió un cambio de perspectiva frente a la cuestión de los países coloniales y atrasados, tomó distancia de su eurocentrismo previo y contribuyó a diferenciar políticamente a la III de la II Internacional.5/ Su participación sobre el problema colonial fue decisiva para las tesis adoptadas en esta materia. Allí retoma la vieja pregunta del populismo revolucionario ruso a Marx, sobre el destino de la comuna rural ante el embate del capitalismo en la Rusia zarista, pero redimensionándola, esta vez para referirse a los “pueblos atrasados”. Extraemos el siguiente fragmento de su exposición donde, dirigiéndose a la sesión plenaria del congreso reunido el 26 de julio de 1920, resume el debate alrededor de sus tesis en la Comisión para los Problemas Nacional y Colonial:
“La cuestión ha sido planteada en los siguientes términos: ¿podemos considerar justa la afirmación de que la fase capitalista de desarrollo de la economía nacional es inevitable para los pueblos atrasados que se encuentran en proceso de liberación y entre los cuales ahora, después de la guerra, se observa un movimiento en dirección al progreso? Nuestra respuesta ha sido negativa. Si el proletariado revolucionario victorioso realiza entre esos pueblos una propaganda sistemática y los gobiernos soviéticos les ayudan con todos los medios a su alcance, es erróneo suponer que la fase capitalista de desarrollo sea inevitable para los pueblos atrasados. [...] la Internacional Comunista habrá de promulgar, dándole una base teórica, la tesis de que los países atrasados, con la ayuda del proletariado de las naciones adelantadas, pueden pasar al régimen soviético y, a través de determinadas etapas de desarrollo, al comunismo, soslayando en su desenvolvimiento la fase capitalista.” (Lenin 1976b: 56-57).
El párrafo completo pone énfasis en los “países atrasados”, aunque también menciona una sola vez (en la parte que hemos suprimido) a las “colonias”, y su pertinencia descansa en esta premisa: la lucha de liberación en los países atrasados acontece dentro del mismo tiempo histórico de la revolución mundial. Estamos persuadidos que Lenin estaba tomando en cuenta este escenario, al menos en sus potencialidades, por lo dicho en las partes previas de su discurso. Destacamos en particular:
“La segunda idea que orienta nuestras tesis es que, en la actual situación del mundo, después de la guerra imperialista, las relaciones entre los pueblos, así como todo el sistema mundial de los Estados vienen determinados por la lucha de un pequeño grupo de naciones imperialistas contra el movimiento soviético y contra los Estados soviéticos, a cuya cabeza figura la Rusia soviética. Si no tenemos en cuenta este hecho, no podremos plantear correctamente ningún problema nacional o colonial, aunque se trate del rincón más apartado del mundo. Sólo partiendo de este punto de vista es como los partidos comunistas de los países civilizados, lo mismo que los de los países atrasados, podrán plantear y resolver acertadamente los problemas políticos.” (Lenin 1976b: 53).
Y más adelante:
“[...] Es indispensable que el proletariado de los países avanzados puede y debe ayudar a las masas trabajadoras atrasadas, y que el desarrollo de los países atrasados podrá salir de su etapa actual cuando el proletariado triunfante de las repúblicas soviéticas tienda la mano a esas masas y pueda prestarles apoyo.” (Lenin 1976b: 56).
De acuerdo con estas tesis leninistas, sostenemos entonces que “los problemas políticos” en los países atrasados solamente se pueden “plantear y resolver” correctamente en el marco de un proceso revolucionario a escala mundial.
Por “gobiernos soviéticos” o “repúblicas soviéticas” creemos que Lenin ha querido referirse a regímenes o Estados que surgen de “revoluciones victoriosas”, sea en países europeos o en “países no capitalistas”. Lo desprendemos de la atenta lectura de su «Informe sobre la situación internacional y las tareas fundamentales de la Internacional Comunista», del 19 de julio (Lenin 1976a: 39 y 45). A diferencia de las tesis sobre la «emancipación de las colonias» (véase la cita de más arriba), sancionadas por el primer congreso en 1919, se puede notar que los aliados de los “países atrasados” son dos grandes bloques que proporcionarán la “ayuda”: las “naciones adelantadas” y los “gobiernos soviéticos”. El protagonismo deja de descansar exclusivamente en Europa y esta tesis eurocentrista viene ahora matizada por la postulación de “gobiernos soviéticos” que Lenin asocia además con la de «régimen soviético», es decir, fundado en la organización de Soviets de campesinos, trabajadores y explotados en general; recomendando su adaptación “a las condiciones de un régimen social precapitalista” (Lenin 1976b: 57).
Esta última sugerencia hecha por Lenin se encuentra recogida en las tesis evacuadas por la comisión donde participó pero donde cobra otro sentido. Así, con relación a la Tesis Nº 11 inciso 4, mientras Lenin recomendaba la adaptación la tesis remarca en la aplicación (el subrayado es nuestro):
«[...] es indispensable, en particular, realizar todos los esfuerzos para aplicar los principios esenciales del régimen soviético en los países en que predominan las relaciones precapitalistas, por medio de la creación de “soviets de trabajadores”, etc.» (Internacional Comunista 1981: 155).
Evidentemente, una cosa significa adaptar y otra aplicar. Por su parte, la idea de “evitar” la fase capitalista en las condiciones señaladas por Lenin, no formaron parte del cuerpo de las tesis principales, sino en la última (la 9) de las Tesis suplementarias, lo cual nos llamó fuertemente la atención. Allí la revolución mundial tiene el alcance de “revolución en las colonias, en su primer estadio”. En otras palabras, se limita a la reproducción de la revolución rusa de 1917 (febrero y octubre) en todos los países que son “colonias”, como un formato de aplicación universal, y el eurocentrismo reaparece en el último párrafo de esa tesis (cf. Internacional Comunista 1981: 160).
Notas
1/ «Marx publicó en vida sólo la primera de las tres partes (el proceso de la producción del capital), ya que no llegó a publicar el libro II y tampoco el III; es decir, publicó el tratado sobre el capital en su concepto, que sólo era la primera de cuatro secciones (faltaban las correspondientes a la competencia, el capital crediticio, y el accionario), y que hubiera sido sólo la primera de las seis partes del plan (faltaban la renta, el salario, el Estado, sus relaciones con otros estados, y el mercado mundial). Es decir, en vida Marx publicó menos de la septuagésima parte de su proyecto. Su teoría quedó absolutamente “abierta” a posibles continuaciones de su discurso. Nada más lejos de la mente de Marx que una teoría cerrada, dogmática, acabada, que hubiera de aplicarse rígidamente.» (Dussel 1990: 26).
Es igualmente importante lo que este autor dice muchas páginas más adelante:
«[...] Marx no estaba angustiado por no llegar a publicar los libros siguientes, porque el libro I significaba, conforme a su conciencia científica y política, un “todo” que se autofundamentaba. Residiendo en la producción el nivel esencial del capital, dicha producción de valor y creación del plusvalor era el momento “ontológico” suficiente que justificaba el ser del capital y la necesidad ético-política de su superación histórica. La circulación y realización del capital (del valor con plusvalor) eran corolarios, consecuencias, resultados que ya no modificaban la esencia. Eran “desarrollos” posteriores ya fundados; expresiones fenoménicas, existentes o reales de la esencia oculta.» (Dussel 1990: 247).
2/ Para mayores detalles cf. Dussel (1990: 243-255). Melotti (1974: 188 ss) fecha el interés de Marx hacia el estudio de la realidad social rusa en 1861, aunque esta parte de su libro (esp. 188-195) proyecta sobre todo una defensa de la postura de Engels ante la cuestión rusa. Sobre la importancia del colonialismo inglés en la India y China, así como de la lucha de «liberación nacional» en Irlanda, para el «viraje» de perspectiva histórica operado por Marx, véase Aricó (1980a: 63-68). Para Quijano, en cambio, el «viraje» de Marx no implicó necesariamente una ruptura completa con su eurocentrismo (sus continuadores y herederos tampoco lo hicieron): «[...] al irse familiarizando con las investigaciones históricas y con el debate político de los “populistas” rusos, se dio cuenta de que esas unidireccionalidad y unilinearidad dejaban fuera de la historia otras decisivas experiencias históricas. Llegó así a ser consciente del eurocentrismo de su perspectiva histórica. Pero no llegó a dar el salto epistemológico correspondiente. El materialismo histórico posterior eligió condenar y omitir ese tramo de la indagación de Marx y se aferró dogmáticamente a lo más eurocentrista de su herencia.» (Quijano 2000: 360).
3/ La carta de respuesta de Marx a la Zasúlich, en francés, apareció en los Materiali po istorii rússkogo revolutsionnogo dvizhéniia , T. II. Iz arjiva P. B. Akselroda. Russkiy Revolutsionnyn Arjiv , Berlín, 1924, p. 11 [“Materiales para la historia del movimiento revolucionario ruso”. “Del archivo de P. B. Axelrod”]. La carta de Zasúlich, los borradores de respuesta Marx y la respuesta definitiva de este último se encuentran en Marx y Engels (1980).
4/ Las tormentosas relaciones entre Lenin y Kautsky , así como el marco histórico en que se desenvolvieron, son relatadas en la introducción de Lübbe a su libro compilatorio de los trabajos de Kautsky ( Lübbe 1985: 9-31). Destacamos aquí una de las conclusiones (para nosotros quizás la principal): «Cierto es que Kautsky se equivocó en sus pronósticos sobre un posible derrumbamiento estatal del sistema soviético; pero tuvo razón, en principio, en su análisis de la incompatibilidad entre una economía dictatorial de Estado y la autogestión socialista democrática.» (p. 25). Contra lo que sostiene Lübbe , y a la luz de los acontecimientos de 1989-1991, esa “posibilidad” sí se cumplió.
5/ “La II Internacional, dirigida por un grupo de politiqueros y penetrada por concepciones burguesas, no asignó ninguna importancia a la cuestión nacional. Para ella, el mundo sólo existía dentro de los límites de Europa. No consideró la necesidad de vincular al movimiento revolucionario de los otros continentes. En lugar de prestar ayuda material y moral al movimiento revolucionario de las colonias, los miembros de la II Internacional se convirtieron en imperialistas.” (Internacional Comunista 1981: 158-159).
Referencias
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