Por un
lado, se mantiene y recupera una tradición histórica de críticas y
cuestionamientos elaborados y presentados hace tiempo atrás, pero que
quedaron rezagados y amenazados de olvido. Por otro lado, afloran nuevas
concepciones, sobre todo originarias de los pueblos y nacionalidades
ancestrales del Abya Yala, que se complementan con aportes provenientes
de otras regiones de la Tierra. Mientras buena parte de las posturas
convencionales sobre el desarrollo e incluso muchas de las corrientes
críticas se desenvuelven dentro de los saberes occidentales propios de
la Modernidad, las propuestas latinoamericanas más recientes escapan a
esos límites.
En
efecto, estas propuestas recuperan posturas clave ancladas en los
conocimientos y saberes propios de los pueblos y nacionalidades
ancestrales. Sus expresiones más conocidas nos remiten a las
constituciones de Ecuador y Bolivia; en el primer caso es el Buen Vivir o
Sumak Kawsay (en kichwa), y en el segundo, en particular el Vivir Bien o
Suma Qamaña (en aymara) y también Sumak Kawsay (en quechua). Existen
nociones similares (mas no idénticas) en otros pueblos indígenas, como
los Mapuche (Chile), los Guaranís de Bolivia y Paraguay, los Kunas
(Panamá), los Achuar (Amazonía ecuatoriana), pero también en la
tradición Maya (Guatemala), en Chiapas (México), entre otros.
Además
de estas visiones del Abya-Yala, existen, en otras muchas partes del
planeta, aproximaciones a pensamientos filosóficos de alguna manera
emparentados con la búsqueda del Buen Vivir desde visiones filosóficas
incluyentes. El Sumak Kawsay, en tanto cultura de la vida, con diversos
nombres y variedades, ha sido conocido y practicado en diferentes
períodos en las distintas regiones de la Madre Tierra. Por otro lado,
aunque se le puede considerar como uno de los pilares de la cuestionada
civilización occidental, en este esfuerzo colectivo por
reconstruir/construir un rompecabezas de elementos sustentadores de
nuevas formas de organizar la vida, incluso se pueden recuperar
elementos de la “vida buena” de Aristóteles.
El
Buen Vivir, entonces, no es una originalidad ni una novelería de los
procesos políticos de inicios del siglo XXI en los países andinos,
tampoco son los pueblos y nacionalidades ancestrales del Abya-Yala los
únicos portadores de estas propuestas. El Buen Vivir forma parte de una
larga búsqueda de alternativas de vida fraguadas en el calor de las
luchas de la Humanidad por la emancipación y la vida.
Una propuesta desde la periferia del mundo
El
Buen Vivir, en tanto sumatoria de prácticas vivenciales, muchas de ellas
de resistencia a la realmente larga noche colonial y sus secuelas
todavía vigentes, es aún un modo de vida en diversas comunidades
indígenas, que no han sido totalmente absorbidas por la modernidad
capitalista o que han resuelto mantenerse al margen de ella. Sus saberes
comunitarios, esto es lo que cuenta, constituyen la base para imaginar y
pensar mundos diferentes en tanto camino para cambiar éste.
De
todas maneras, siempre será un problema comprobar lo que es y lo que
representa un saber ancestral cuando probablemente lo que se presenta
como tal no es realmente ancestral, ni hay modo de corroborarlo. Las
culturas son tan heterogéneas en su interior que puede resultar injusto
hablar de “nuestra” cultura como prueba de que lo que uno dice es
correcto. Además, la historia de la humanidad es la historia de los
intercambios culturales y eso también se aplica a las comunidades
originarias americanas. Es imperioso, de todos modos, recuperar las
prácticas y vivencias de las comunidades indígenas, asumiéndolas tal
como son, sin llegar a idealizarlas.
Lo
destacable y profundo de estas propuestas alternativas, de todas formas,
es que surgen desde grupos tradicionalmente marginados. Son propuestas
que invitan a romper de raíz con varios conceptos asumidos como
indiscutibles y a cuestionar la estructura homogenizante y totalizadora
del capitalismo. Son las voces de los otros y las otras, que desde la
alteridad demandan la construcción del Buen Vivir y el reconocimiento de
su capacidad de propuesta.
Una alternativa al desarrollo
El
Buen Vivir, al surgir de raíces comunitarias no capitalistas, plantea
una cosmovisión diferente a la construcción occidental de civilización
hegemónica. Rompe por igual con las lógicas antropocéntricas del
capitalismo en tanto civilización dominante así como con los diversos
socialismos “reales” existentes hasta ahora y sus contradicciones
intrínsecas.
La propuesta del desarrollo, surgida desde la lógica del progreso civilizatorio de occidente estableció
una compleja serie de dicotomías de dominación:
desarrollado-subdesarrollado, avanzado-atrasado, superior-inferior,
centro-periferia, primer mundo-tercer mundo… Así cobró nueva fuerza la
ancestral dicotomía salvaje-civilizado, que se introdujo de manera
violenta hace más de cinco siglos en nuestra Abya-Yala con la conquista
europea.
En ese
contexto de proyecciones globales se plasma la estructura dominante de
la actual civilización. La institucionalización de la dicotomía
superior-inferior implicó la emergencia de expresiones múltiples de
colonialidad como formas de justificar y legitimar la desigualdad.
La
colonialidad del poder expresada en el mantenimiento de relaciones de
dominación norte-sur, la colonialidad del saber que impone el
conocimiento occidental homogenizante pretendiendo anular los saberes
populares, la colonialidad del ser que silencia la alteridad y la
otredad de las minorías, y la colonialidad del tener que pretende
reducir el Buen Vivir a términos de consumo, y en ese sentido se cree
superior a quien más tiene.
Dichos
patrones de colonialidad, vigentes hasta nuestros días, no son sólo un
recuerdo del pasado sino que explican la actual organización del mundo
en su conjunto, en tanto punto fundamental en la agenda de la Modernidad
y de la Ilustración.
En concreto, a lo largo y ancho del planeta, las sociedades fueron y continúan siendo reordenadas para adaptarse al “desarrollo”.
El desarrollo se transformó en el destino común de la humanidad, una
obligación innegociable. Para conseguirlo, por ejemplo, se acepta la
destrucción social y ecológica que provocan aquellas modalidades
extractivistas de acumulación heredadas desde la colonia, como la
megaminería, a pesar de que ésta ahonda y profundiza la dependencia del
mercado exterior y del gran capital transnacional.
Cuando
los problemas comenzaron a minar nuestra fe en el desarrollo, empezamos
a buscar alternativas de desarrollo, le pusimos apellidos para
diferenciarlo de lo que nos incomodaba, pero seguimos por la misma la
senda: desarrollo económico, desarrollo social, desarrollo local,
desarrollo rural, desarrollo sostenible o sustentable, ecodesarrollo,
desarrollo a escala humana, desarrollo local, desarrollo endógeno,
desarrollo con equidad de género, codesarrollo… desarrollo al fin y al
cabo… Afortunadamente, incluso en los países del norte, cada vez más
personas desencantadas e indignadas, ya trabajan por el decrecimiento y
buscan otras opciones de vida que propendan al reencuentro del ser
humano con la Naturaleza.
Sabemos
que el Buen Vivir es algo diferente al desarrollo. No se trata de
aplicar un conjunto de políticas, instrumentos e indicadores para salir
del “subdesarrollo” y llegar a aquella deseada condición del “desarrollo”. Una
tarea por lo demás inútil. Veamos si no lo acontecido a lo largo de
estas últimas décadas: casi todos los países del mundo han intentado
seguir ese supuesto recorrido. ¿Cuántos lo han logrado? Muy pocos,
asumiendo que la meta buscada puede ser considerada como desarrollo.
Luego
de cinco siglos de horrores y errores cometidos en nombre del progreso
-y del desarrollo en las últimas seis décadas-, queda claro que el tema
no es el de simplemente aceptar una u otra senda. Los caminos hacia el
desarrollo no son el problema mayor. La dificultad radica en el concepto
mismo del desarrollo.
El mundo vive un “mal desarrollo” generalizado,
incluyendo los considerados países industrializados, es decir aquellos
cuyo estilo de vida debía servir como faro referencial. Esos países,
además, son los principales causantes de los cambios climáticos a nivel
global. Por primera vez en la historia de la Humanidad la producción de
residuos -producto de toda transformación de la energía y la materia-
superó la capacidad de asimilación y reciclaje de la Tierra y la
velocidad en la extracción de recursos comenzó a ser muy superior al
tiempo de producción poniendo en riesgo la reproducción de la vida. Este
colapso ambiental devela que las relaciones entre la sociedad
capitalista y la Naturaleza están enfermas, y que el funcionamiento del
sistema mundial contemporáneo es “maldesarrollador”.
En
suma, es urgente disolver el tradicional concepto del progreso en su
deriva productivista y del desarrollo en tanto dirección única, sobre
todo en su visión mecanicista de crecimiento económico, así como sus
múltiples sinónimos. Pero no solo se trata de disolverlos, se requiere
una visión diferente, mucho más rica en contenidos y en dificultades.
Recordemos
que bajo algunos saberes indígenas no existe una idea análoga a la de
desarrollo, lo que lleva a que en muchos casos se rechace esa idea. No
existe la concepción de un proceso lineal de la vida que establezca un
estado anterior y posterior, a saber, de subdesarrollo y desarrollo;
dicotomía por la que deben transitar las personas para la consecución
del bienestar, como ocurre en el mundo occidental. Tampoco existen
conceptos de riqueza y pobreza determinados por la acumulación y la
carencia de bienes materiales.
El
Buen Vivir asoma, entonces, como una categoría en permanente
construcción y reproducción. En tanto planteamiento holístico, es
preciso comprender la diversidad de elementos a los que están
condicionadas las acciones humanas que propician Buen Vivir, como son el
conocimiento, los códigos de conducta ética y espiritual en la relación
con el entorno, los valores humanos, la visión de futuro, entre otros.
El Buen Vivir, en definitiva, constituye una categoría central de la
filosofía de la vida de las sociedades indígenas.
Esta
concepción ancestral se aproxima en nuestra época a otras visiones que
proponen superar el capitalismo (ecologismo popular, marxismo,
feminismo, etc.), que surgen también desde los oprimidos y se refuerzan
con esta perspectiva incluyente.
Hacia un reencuentro con la Naturaleza
El
Buen Vivir se funda en la superación de dos dicotomías perversamente
agudizadas por la modernidad, por un lado la dominación del ser humano
sobre la Naturaleza y por otro, la explotación entre seres humanos:
norte-sur, ciudad-campo, y en general de los grupos hegemónicos por
sobre las mayorías de explotados.
En
lugar de mantener el divorcio entre la Naturaleza y los seres humanos,
en lugar de sostener una civilización que pone en riesgo la vida, la
tarea pasa por propiciar su reencuentro. Hay que superar la civilización
capitalista, en esencia depredadora y por cierto intolerable e
insostenible, que “vive de sofocar a la vida y al mundo de la vida”,
para ponerlo en palabras del gran filósofo ecuatoriano Bolívar
Echeverría. Para lograrlo habrá que transitar del actual
antropocentrismo al (socio)biocentrismo y al vitalismo. Con su
postulación de armonía con la Naturaleza, con su oposición al concepto
de acumulación perpetua, con su regreso a valores de uso, en este
sentido, el Buen Vivir abre la puerta para formular visiones
alternativas de vida.
El
logro de esta transformación civilizatoria megahistórica, exige
profundos cambios. La desmercantilización de la Naturaleza se perfila
como uno de los indispensables primeros pasos. En síntesis, el Buen
Vivir se aparta de las ideas occidentales convencionales del progreso, y
apunta hacia otras concepciones de la vida, otorgando una especial
atención a la Naturaleza.
El Buen Vivir un reto democrático
Queda en claro, por lo tanto, que el Buen Vivir es un concepto plural (mejor sería hablar de “buenos vivires” o “buenos convivires”)
que surge especialmente de las comunidades indígenas, sin negar las
ventajas tecnológicas del mundo moderno o posibles aportes desde otras
culturas y saberes que cuestionan distintos presupuestos de la
modernidad dominante. El respeto por la soberanía de los pueblos, por
sus definiciones productivas, reproductivas y por su construcción
territorial permitirá espacios de intercambio e interrelación horizontal
que rompa finalmente con las expresiones de colonialidad heredadas.
En
síntesis, esta compleja tarea -conceptualizada en la Constitución de
Montecristi- implica aprender desaprendiendo, aprender y reaprender al
mismo tiempo. Una tarea que exigirá cada vez más democracia consensual,
cada vez más participación y siempre sobre bases de mucho respeto. Nadie
puede asumirse como propietario de la verdad.-
¡Siempre más democracia, nunca menos!
Alberto Acosta
Candidato presidencial de la Unidad Plurinacional