Por Santiago Slabodsky
Durante las revueltas que atravesaron el
mundo Árabe, la revista Charlie Hebdo,
afamada mundialmente tras los lamentables ataques de la semana pasada,
publica una de sus tradicionales tapas satíricas. El título del volumen era
“Masacre en Egipto” y la imagen que lo acompaña es un activista religioso
Musulmán quien está siendo acribillado a balazos. El subtítulo le da contenido
al número, “El Quran es una mierda”, al hombre agonizante le hacen declarar “no
detiene las balas.”
Charlie, como el colectivo se ha dado a
conocer al mundo después del conocido ataque, no tiene ningún problema en
reírse del derramamiento de sangre en Egipto. Sin embargo, una/o puede
preguntarse qué ocurriría si voces críticas toman el desafío y reproducen la
misma tapa pero con la figura del director de la publicación asesinado en lugar
del activista Musulmán. La revista podría ser titulada “Masacre en Francia. El
lápiz es una mierda. No detiene las balas” y publicado en Twitter o Facebook
bajo la etiqueta #yosoyeltercerkouachi. Una encendida indignación, posiblemente
justa y razonable, atraparía los discursos de la política y prensa
internacional Occidental. La cuestión es que el derecho de Charlie a crear su
sátira es respaldado fervientemente por los defensores de la liberad de expresión.
Sin embargo, la alternativa sería considerada de mal gusto y ciertamente un
insulto a la solemnidad de la tragedia. Esta doble vara nos hace cuestionar qué
se oculta cuando desarrollamos esta discusión enmarcada en le retórica de los
derechos liberales.
Recordar tendencias discursivas pasadas,
puede abrirnos otro camino para comprender la discusión. Por al menos 250 años,
retóricas coloniales franceses han insistido en que las potencias Occidentales
podían obtener una comprensión absoluta de la “mente Islámica” tan solo con
leer el Quran. Empleando este discurso para lanzar una colonización sangrienta
en regiones de mayoría musulmana, terminaron reificando su propia construcción.
Desechando la diversidad exegética y hermenéutica desarrollada y practicada por
grandes escuelas de pensamiento Islámico, estos discursos atribuían a
movimientos sociales complejos el intento de encontrar todas sus respuestas en
una lectura literal y simplista del texto. Charlie, reproduciendo este discurso
moderno y colonial, presenta al Quran como única fuente de acción y salvación.
Sugiere que movimientos sociales Musulmanes son fuerzas barbáricas que creen en
una omnipotencia, casi mágica, de su fuente. Los poderes del texto, de acuerdo
con esta lectura, no se piensan solamente como programáticos, es decir, otorgan
un camino ortodoxo de sumisión y obediencia, sino que también son pragmáticos
dado que pueden detener la balacera que sus enemigos le dirigen.
Charlie, sin embargo, no se restringe con
escribir el guión para el activista, sino que también anuncia su fracaso. La
omnipotencia irracional del texto falla y los disparos terminan perforando no
solamente el cuerpo del prototipo del Musulmán, sino el Quran mismo. Este doble
fracaso nos sirve como puerta de entrada para comprender los frutos políticos
de la sátira. En primer lugar, el Musulmán es presentado como un bárbaro y su
asesinato trivializado porque “el” (mayoritariamente personificado
masculinamente) no muere por la fuerza de sus convicciones sino por la estupidez
de sus creencias. En segundo lugar, El Quran, la alternativa a la racionalidad
Occidental de acuerdo con la narrativa, se muestra imposibilitado de lograr una
substitución efectiva y el Musulmán agonizante reconoce su inutilidad antes de
dar su último suspiro. En un tiempo en el cual los poderes Occidentales estaban
temerosos del apoyo que un movimiento Musulmán proscripto por décadas estaba
logrando,Charlie trivializa la muerte de los activistas Musulmanes, los retrata
como estúpidos bárbaros, y finalmente rechaza cualquier posibilidad que una
organización Musulmana pueda ser una alternativa efectiva al orden Occidental.
Después de los ataques lamentables contra
las oficinas de Charlie, la publicación comienza a ser difundida y a ser
reconocida como un ícono de la Civilización Occidental. Mientras que el
Musulmán expira por su estupidez, Charlie es asesinado por la fortaleza de sus
convicciones. Por ello en los homenajes, el primero es presentado como un
cobarde y el segundo como un héroe. Mientras que el bárbaro no posee la
habilidad de expresarse civilizadamente y recurre al lenguaje de violencia
etnocéntrica, el civilizado se expresa vía la creatividad del humor que
naturalmente alcanza un carácter universal(izado) y trasciende fronteras y
lenguajes. Es por ello que en los últimos días, Musulmanes son representados
como hombres enmascarados con un arsenal y Charlie como románticos poetas con
la fuerza de los lápices. Sin embargo, siguiendo el argumento de comentaristas
que me han precedido, el heroísmo de Charlie debe ser cuestionado dado que el
blanco de la revista ha sido en gran medida parte de las poblaciones más
marginadas de la sociedad Francesa. Es decir, de primera a tercera generación
de inmigrantes de las ex colonias. Tomando las palabras de un comentador
norteamericano que adapta el lenguaje a su contexto: “Hombres blancos pegando
puñetazos para abajo no es la receta para una buena sátira.”
Sin embargo, el bastión del intelectualismo
progresista (o como se dice aquí, liberal) americano, The New Yorker, incita a
su audiencia a “tratar de ser como Charlie, no solamente hoy, sino cada día.”
Como el ser Charlie se convierte en una precondición de civilización, la
etiqueta más popular después del ataque no se restringe a mostrar solidaridad
con las víctimas de la publicación, sino que expresa su deseo a ser
identificado de tal manera que se llega a ser la publicación misma:
#Jesuischarlie/#Yosoycharlie. Sin embargo, la intención de crear un frente
(unificado) nacional contra lo que se ha percibido como un ataque no es nuevo
en la escena metropolitana Parisina. Un antecedente relevante (pero ciertamente
no el primero ni el último) ocurre durante el Mayo Francés (1968) cuando
activistas revolucionarios marcharon coreando “Somos Todos Judíos.” Esta era una
respuesta a fuerzas reaccionarias que habían identificado a uno de los líderes
de la revuelta como un apátrida post-Holocaustista y vociferaban su deseo de
que el líder sea enviado a un campo de concentración. En esta ocasión, uno de
los intelectuales judíos más importantes de Francia, Emmanuel Levinas, rechazó
esta identificación. Levinas argumentaba que trágicamente parecía que la única
posibilidad que poblaciones normativas tenían de comprender el sufrimiento
ajeno de poblaciones minoritarias era, en primer lugar, borrar la especificidad
que las había llevado al sufrimiento. Complementando Levinas, podríamos decir
que no todas las trayectorias son éticamente posibles para toda la población,
especialmente cuando el sufrimiento es consecuencia de estratificaciones
raciales que son generalmente construidas exteriormente.
La etiqueta #Jesuischarlie/#Yosoycharlie
representa el complemento del coro de protestas “Somos todos Judíos.”
Trágicamente, tal vez contra la buena voluntad de los manifestantes, se convierte
en un chantaje civilizador. En los años 60, ignorando que algunas trayectorias
no eran éticamente posibles para la población normativa, se desarrolló un
intento de borrar el carácter específico del sufrimiento. Hoy, ignorando que
algunas trayectorias no son simplemente
posibles para las poblaciones minoritarias, hay un intento de ocultar el
carácter normativo del nuevo sufrimiento en el contexto de los eventos de la
semana pasada. El problema del primer caso es que algunos perpetradores pueden
exculparse como victimas. El problema con el nuevo caso es que las personas que
son estructuralmente víctimas son forzadas a expresar el dolor por el
sufrimiento de aquellos que han sido tradicionalmente los perpetradores. De
esta manera los millones de anteriormente colonizados que hoy viven bajo la
rampante Islamofobia Francesa son forzados no solo a condenar el condenable
ataque y sufrir el coletazo normativo por la acción de un grupo pequeño de
individuos, sino que también deben mostrar su solidaridad identificándose
plenamente con una publicación racista. Si intentan buscar una identificación
alternativa a Charlie, surgen indefectiblemente sospechas sobre su
imposibilidad de adaptación y hasta de sus vínculos efectivos o latentes con el
terrorismo. Esto hace que la etiqueta que intenta ser inclusiva se transforme
en un chantaje civilizador.
Por supuesto hay otras opciones en el
mercado de twitter y Facebook. Algunos espacios han expresado su preocupaciones
por el carácter de la revista y han creado una etiqueta que parece ser para
algunos belicosa #JenesuispasCharlie/ #Yonosoycharlie. Esta es claramente una
visión viable pero termina definida y atrapada por el marco de la etiqueta
anterior. El eslogan se aleja de la identificación pero no dice nada acerca de la
balacera. De esta manera los proponentes de esta posibilidad constantemente
parecen tener que balancear su crítica insistiendo una y otra vez que condenan
el ataque comprometiendo la fortaleza de su posición. Esto no es una sorpresa,
especialmente cuando los proponentes son Musulmanes, dado que mientras un
perpetrador Cristiano blanco es presentado como un individuo desequilibrado,
las acciones de un perpetrador mas oscuro y Musulmán es presentado como un
manifiesto formal y colectivo en nombre de una de las comunidades religiosas
mas grandes y diversas del mundo. Pero la necesidad de denunciar el ataque como
preludio de cada expresión, hace que los proponentes necesiten aceptar las
reglas de la presunta civilidad como precondición para tomar la libertad de
expresión, que de otra manera la sociedad occidental considera inalienable.
Entonces su preocupación acerca de la publicación y/o la opresión silenciosa de
millones de musulmanes que sufren sistemáticamente en las afueras de Paris cada día pasa generalmente a un
segundo plano. Aún cuando el preludio se realiza, estos individuos y
organizaciones llenos de valentía terminan bajo una doble sospecha: no
solamente sobre su naturaleza barbárica sino también sobre tu potencialidad
terrorista.
Una tercera opción aparece como un balance
entre la positividad de la primera etiqueta y la identificación alternativa de
la segunda: #Jesuisahmed/#Yosoyahmed. En esta ultima opción, Ahmed Mebaret, el
policía Musulmán que cayo en batalla, reemplaza a Charlie. De acuerdo con esta narrativa, si un musulmán
estuvo dispuesto a ofrecer su vida por la libertad de expresión (de
Islamofobos) hay una esperanza para la regeneración del bárbaro. Por una parte,
esta opción efectivamente escapa la dicotomía que enumeramos previamente, enfatizando
una biografía que es mas cercana a las victimas de la marginalización
estructural. Sin embargo falla el escaparse totalmente del chantaje civilizador
dado que reproduce la vieja dicotomía de buen/mal musulmán que Mahmood Mamdani
ha popularizado. Es decir, el modelo se basa en incorporar a un individuo que
acepta dejar de lado la particularidad no occidental reconociendo como
universal la particularidad Francesa. Esto no solo refuerza la concepción del
barbarismo de aquellos/as que no desean abandonar sus lazos históricos sino
también excluye a aquellos/as que pueden enceguecerse por la uniformidad
Occidental pero dadas las políticas económicas, sociales y educacionales de
exclusión se les niega el acceso a la aspiración que predica la etiqueta alternativa.
Para concluir con esta reflexión uno/a
debería preguntarse si no estamos engañados con la utilización de las
etiquetas. Deseo regresar a la posibilidad satírica que ofrecía en el segundo
párrafo. ¿Que ocurriría si intelectuales críticos reproducen la tapa de la
publicación mencionada, y bajo la etiqueta #Yosoyeltercerkouachi escriben
“Masacre en Francia. El lápiz es una mierda. No detiene las balas.”? La
indignación seria justa y generalizada. Esto podría tratarse de un insulto a la
memoria de los muertos. Es más, se podría considerar como un mensaje de
incitación al odio. Sin embargo, mientras Charlie puede reproducir sus tapas en
el (tradicionalmente izquierdista y hoy mas centrado) Liberation, el trabajo es
considerado heroico, casi redentor. Si un discurso normativo de odio está
protegido bajo la liberad de expresión y su contracara es condenada como
barbárico, la discusión realmente se oscurece cuando el problema es enmarcado
como un problema de derechos liberales. El debate no es sobre libertad de
expresión, sino sobre los patrones de estratificación raciales que ya son de
larga data y establecieron la diferencia entre un discurso y otro. Y no hay
etiqueta alguna que pueda hacerle justicia a siglos de opresión.
Referencias
http://www.tercerainformacion.es/spip.php?article79645
http://www.democracynow.org/appearances/muhammad_el_khaoua
http://www.newyorker.com/news/news-desk/blame-for-charlie-hebdo-murders
http://www.hoodedutilitarian.com/2015/01/in-the-wake-of-charlie-hebdo-free-speech-does-not-mean-freedom-from-criticism/
Emmanuel
Levinas, Beyond the Verse (Bloomsbury Academic, 2007).
Mahmood
Mamdani, Good Muslim/Bad Muslim (Harmony, 2001).
Santiago
Slabodsky
Assistant
Professor
Claremont
School of Theology