-Homenaje con ocasión del vigésimo aniversario de su fallecimiento- Honra y te honrarás, dejó escrito el apóstol José Martí.
Agustín Cueva Dávila (1937-1992) constituye, a mi juicio, el primer pensador social ecuatoriano del siglo XX, una figura similar a la que representara Juan Montalvo en el XIX. La opinión anterior no supone, desde luego, una apreciación hiperbólica de alguien que se gratificó en una entrañable amistad de más de veinte años y que continúa abrevando de su portentosa y multifacética contribución intelectual, sino que se trataría más bien de una creencia que se afirma con el paso del tiempo y, como lamentablemente suele suceder, particularmente fuera de nuestras fronteras. Textos fundamentales Los aportes de Cueva a la cultura nacional y continental cubren el amplio espectro disciplinario de la historia, la sociología, la economía, la política, la filosofía y la crítica literaria. Campos del saber asumidos y cultivados como elementos íntimamente relacionados con el ser y el devenir de Nuestra América. Cabe relievar, no obstante, que el principal eje de su quehacer investigativo y escritural constituyó la interpretación del proceso histórico de nuestros países, tarea siempre pensada como medio para la identificación de sus causalidades sustantivas y como imprescindible recurso para desbrozar el porvenir. Su primera incitación fue el Ecuador, patria amada y amarga de la cual se mantuvo largamente ausente.
A la explicación de la evolución general del país dedicó sus dos primeros libros: Entre la ira y la esperanza y El proceso de dominación política en el Ecuador. El primero de ellos, originalmente editado por la Casa de la Cultura en 1967, contiene una penetrante e iconoclasta evaluación de las manifestaciones literarias y artísticas ecuatorianas que abarca desde los primeros tiempos de nuestra subordinación a la Corona española, hasta las creaciones de mediados del siglo pasado. Ensayo incisivo y colérico pone al descubierto la condición mediatizada y servil de la mayoría de los intelectuales y artistas de estas latitudes. Visión general que no le impedirá destacar los méritos de los imagineros quiteños, Eugenio Espejo, Juan Montalvo, Jorge Icaza, Pablo Palacio, el grupo de Guayaquil o los poetas tzántzicos. En El proceso de dominación política… analiza con sus característicos rigor teórico y economía expositiva los principales momentos de la dominación oligárquico/burguesa de nuestro país en el período que se abre con el triunfo de la Revolución del 95, evaluación de la política siempre elaborada con el telón de fondo de los cambios en la socioeconomía interna y de las poderosas influencias del capitalismo central. Este nuevo libro de Cueva se constituirá –conforme a una extendida opinión- en el acontecimiento fundacional de la moderna historiografía ecuatoriana, en la medida que introdujo por primera vez en la interpretación del devenir nacional el enfoque dialéctico y estructural. Al resonante éxito de El proceso… -originalmente publicado por Ediciones Crítica, de la cual fue un asiduo colaborador- debe atribuirse en gran medida la suerte de apoteosis que vivieran las ciencias sociales ecuatorianas en los años setenta del siglo pasado. Hacia 1988, según recordaba el propio investigador ibarreño en el prefacio a una edición nuevamente actualizada, el ensayo había acumulado al menos dieciocho apariciones, incluida una publicación “pirata” en inglés que lo reconocía como a una joya (a jewell) de análisis sociopolítico. Al menos hasta esa fecha, El proceso… habíase convertido en el trabajo de autor ecuatoriano que mayor número de ediciones había merecido. Las contingencias de la vida política ecuatoriana, concretamente el “autogolpe” de Velasco Ibarra de 1970 y la automática clausura de la efervescente Universidad Central a la sazón regentada por el eminente Manuel Agustín Aguirre –en la cual Cueva se desempeñaba como director de la Escuela de Sociología, catedrático de la Facultad de Economía y responsable de la revista Hora Universitaria- le obligan a radicarse en Chile inmediatamente y en México a partir de 1972. En el país azteca, y como una proyección natural de sus inquietudes académicas y políticas, luego de un colosal esfuerzo investigativo en la UNAM, donde su vocación y prestigio le llevan a ocupar la dirección de la División de Estudios Superiores, Cueva concluye y publica su monumental El desarrollo del capitalismo en América Latina, libro en el cual, a partir de un laborioso escrutinio de las situaciones y procesos particulares de nuestros países, culmina elaborando la lógica general de la constitución y reproducción del “subdesarrollo” regional. El estudio es prontamente identificado como la interpretación más cabal y objetiva del devenir político/económico de América Latina desde los tiempos coloniales, lo cual consagra continentalmente a nuestro compatriota. Publicado recurrentemente en la prestigiosa Siglo XXI, ha sido traducido a idiomas tan remotos como el japonés, el chino y el coreano. Su décimo tercera edición en castellano (1990),incorpora un posfacio donde el autor disecciona la “crisis de alta intensidad” que soportaba la región en vísperas del tercer milenio. Y que, a nuestro juicio, continúa soportándola. Con El desarrollo del capitalismo…, inicia Cueva su brillante saga de investigaciones sobre el drama contemporáneo de Latinoamérica. Repasemos sumariamente algunos títulos de esta su nueva fase de producción académica. En Tiempos conservadores (Editorial El Conejo,1987), libro colectivo preparado bajo su coordinación, avanza en el análisis, desmificacion y denuncia del remozado discurso de la derecha mundial, tan teñido de antitercermundismo, neodarwinismo social (también conocido como neoliberalismo), racismo, xenofobia, discriminación sexual, relativismo moral. Es decir, en una crítica de la teoría/práctica de los Reagan, Thatcher, Nakasone, Hayek, Friedman y otros “brujos malvados”. Pocas veces en la historia del pensamiento latinoamericano se habrá librado una batalla tan descomunal como la que asumió Agustín Cueva en su estudio “El viraje conservador: señas y contraseñas”, incorporado a Tiempos conservadores, combate desplegado en defensa de los fundamentos racionales y humanistas de nuestra cultura. En el mismo decenio trágico de los ochenta –signado por el triunfo orgiástico del Gran Capital, el hundimiento del “socialismo real” en el Este europeo y la derrota de las organizaciones sindicales y nacionalistas en el Sur del planeta- la vocación irreverente y comprometida de Agustín Cueva nos obsequian Las democracias restringidas en América Latina (Planeta,1988) y América Latina en la frontera de los 90(Planeta,1989). Las democracias restringidas… comprende una recopilación de ponencias y otros materiales académicos donde desglosa las nuevas realidades y los nuevos fetiches que atormentaban/atormentan a la región. En cuanto a las realidades, allí examina la agudización de los problemas económicos y sociales del continente interpretándolos como correlato de la condición subalterna de nuestro capitalismo y de los intereses de burguesías sin sentido nacional, los ajustes recesivos impuestos por los altos mandos de la banca internacional en el marco delshock de la deuda de 1982; y, en cuanto a las ideologías y su influencia práctica, en el aludido trabajo discierne sobre la implantación en estas latitudes de la teología del mercado y la (re)instauración de regímenes democráticos meramente formales y decorativos después del repliegue de las dictaduras fascistas en el Cono Sur. Como democracias nostras les tipificó Agustín a algunos de esos gobiernos, tan distantes al “mandar obedeciendo” de nuestros pueblos originarios. El libro se cierra con una denuncia de El otro sendero, el prefabricado best-seller del peruano Hernando de Soto, que con sus fábulas sobre el “capitalismo popular” y el “reino de los microempresarios” habíase convertido en una suerte de Biblia para los multiplicados economistas y sociólogos neoconservadores. En América Latina en la frontera de los años 90, Cueva se sumerge nuevamente en los grandes temas y problemas contemporáneos del continente: el hundimiento económico/social de la región, el dogal de la deuda, las privatizaciones, la denominada crisis de los grandes paradigmas (o de la pequeña realidad, ironiza nuestro autor), la manipulación de los derechos humanos, el viraje derechista de la socialdemocracia, la resistencia de las organizaciones sindicales y populares. Ya en el umbral de su existencia física, acosado por una implacable enfermedad, nuestro infatigable compatriota se convierte en uno de los principales cruzados de la contracelebración del dominio instaurado en contra de nuestros pueblos en 1492 (“el Reich de los 500 años” que diría Noam Chomsky”). Fruto de esa campaña, que le lleva a recorrer nuevamente la geografía latinoamericana, son sus breves ensayos “Falacias y coartadas del V Centenario” y “América Latina frente al ‘fin de la historia’”, en los cuales insiste en su impugnación al colonialismo de ayer y al neocolonialismo de ahora. Al tiempo que refuta la tesis liquidacionista de la historia formulada por el ideólogo del establecimiento mundial Francis Fukuyama. En enero de 1992, en medio de una desigual lucha con la muerte, entrega al editor los originales de Literatura y conciencia histórica en América Latina, texto que se publica en forma póstuma en 1993. Literatura y conciencia histórica… es uno de los legados más estéticos de nuestro polifacético investigador. Contiene una selección de artículos de crítica literaria dedicados a identificar, según sus palabras, “como fue constituyéndose no sólo objetivamente, sino también en lo subjetivo, lo que hoy denominamos situación de subdesarrollo”. Quienes hayan recorrido sus páginas podrán testificar cómo su obsesión por explicar la condición esencial del continente le llevó a explorar incluso en los intersticios de la ficción y de los sueños. En Literatura y conciencia histórica… discurre sobre la obra de autores en apariencia tan distantes y disímiles como Alonso de Ercilla, Bartolomé de las Casas, Pablo Palacio, los “decapitados” o Jorge Enrique Adoum. Destaca en el compendio la reproducción del prólogo escrito por Cueva a dos de las novelas mayores del Nobel Gabriel García Márquez: Cien años de soledad y El coronel no tiene quien le escriba, apropósito de la edición de las mismas por la Biblioteca Ayacucho (Caracas, 1989). El germen de su trascendencia Formado académicamente en la Universidad Católica, en la Universidad Central y en otras instituciones de inspiración humanista, Agustín Cueva asumió la teoría marxista, no como un snobismo intelectual (tan frecuente en tiempos de su formación), sino como un instrumento cognitivo para una mejor y mayor vinculación con la causa del pueblo, consecuente además con una honrosa tradición de jacobinismo de la intelectualidad más representativa de América Latina. En sus propias palabras:…mi proceso de adhesión al marxismo —escribirá en "Veinte años después", su exquisito prólogo a la segunda edición de Entre la ira y la esperanza— obedeció, en proporciones probablemente equiparables, tanto a una opción ético-política como a la fascinación por la única ciencia social que jamás pierde de vista la totalidad del hombre y de su historia, que aspira siempre a reconstituir. El marxismo de Agustín Cueva, asimilado de las fuentes originales del pensamiento socialista europeo, no constituyó en sus manos un cuerpo teórico/metodológico frío y dogmático, sino más bien un saber flexible —"el análisis concreto de la realidad concreta"— conforme lo demostró a lo largo de su portentosa producción y de su praxis política, siempre retroalimentadas por el flujo de la vida. Podríamos decir con Pávlov que los hechos fueron las alas de su ciencia, lo cual, por cierto, no le impedirá condenar al empirismo como a la barbarie del pensamiento. En su ensayo de defensa del marxismo "El análisis dialéctico: requisito teórico y a la vez político", incorporado a su libro Teoría social y procesos políticos en América Latina, llega a decir:...el problema no puede plantearse en términos de "fidelidad" o ‘’infidelidad" a textos (del marxismo) que no tienen el rango de sagrados; sino que de lo que se trata es de averiguar si, dejando de lado el método dialéctico, es o no posible lograr un conocimiento cabal y dinámico de la realidad social. Este orden de postulados racionales y ético/morales constituye, sin duda, la clave del vigor, la cristalinidad y la perdurabilidad de su obra. Atributos que aparece necesario relievarlos cuando el eclipse de la civilización del capital ha venido, por un lado, a remarcar la enorme vigencia teórica y ética del pensamiento socialista clásico, y por otro, ha tornado visibles e incluso viables a los discursos críticos de una modernidad mal concebida y peor instrumentada (conforme ilustra el proceso falsamente salvacionista que soporta el Ecuador en los días que corren).
Sea este mi homenaje al eximio ecuatoriano/latinoamericano Agustín Cueva. * El autor es miembro del Centro de Pensamiento Alternativo de la Universidad Central y de la International Writers Association. Autor, entre otros libros, de ANTIHISTORIA ECUATORIANA (2010).
|