KAMPALA, 24 abr 2014 (IPS) - “Estoy
exhausta. No sé por dónde empezar. Tenemos muchos casos pendientes”,
dice a IPS la ugandesa Sandra Ntebi, mientras atiende un celular que no
para de sonar y desde el que coordina una línea caliente que ayuda a
lesbianas, gays, bisexuales, transgénero e intersexo (LGBTI) a encontrar
un techo seguro tras ser hostigados.
Sandra
Ntebi, quien está al frente de una línea telefónica de ayuda a la
comunidad LGBTI en Uganda, retratada en la Marcha del Orgullo Gay 2013.
Crédito: Amy Fallon/IPS.
“En este mismo momento, a algunas personas las están echando de sus
hogares, y otras están en la cárcel. Cada día hay casos similares”,
añade en un hotel de Kampala donde está instalada.
Esa es la situación en Uganda dos meses después de que el 24 de
febrero, el presidente Yoweri Museveni promulgó un draconiano proyecto
antigay que criminaliza aún más la homosexualidad en esta nación del
este de África.
El día de la entrevista, Ntebi ha recibido llamadas relativas a
cuatro nuevos casos de personas LGBTI, o percibidas como tales, que
fueron víctimas de desalojos por parte de señores de la tierra, de
arrestos policiales o de ataques colectivos.
En total, ella y un colega han recibido hasta ahora reportes sobre
unos 130 casos en todo el país desde que Museveni estampó su firma en la
Ley Anti-Homosexualidad.
La ley castiga con cadena perpetua algunos actos homosexuales, y
también penaliza la “promoción de la homosexualidad”, entre otras
medidas.
“La situación es tensa. En este momento, esta ley está promoviendo la violencia”, dice Ntebi.
“Recibo los informes desde que tengo la línea telefónica de
denuncias. Luego nos sentamos a analizar los detalles y los
categorizamos en desalojos, arrestos y ataques”, explica.
Durante la jornada, su colega ha recibido una llamada sobre un nuevo
incidente en Hoima, en el occidente del país. Entre los casos que trata
Ntebi hay un nuevo ataque contra Brenda, una trabajadora sexual
transgénero de unos 40 años y que tiene sida (síndrome de
inmunodeficiencia adquirida).
Brenda vive en los suburbios de la capital.
En marzo la hicieron “desfilar” ante los medios locales, la señalaron
como transexual, la golpearon, la desnudaron y la arrestaron.
“Nosotros la rescatamos, ella volvió a su casa en la aldea y no pudo
ni siquiera salir, porque la gente estaba afuera todos los días,
esperándola”, dice Ntebi. “Le arrojaban piedras”, detalla.
Brenda pasó a quedarse en casa de una amiga, siguiendo el consejo que
le dieron en la línea telefónica LGBTI. Luego, el 17 de este mes, la
golpearon de nuevo, la llevaron al hospital y ahora se refugia en un
hotel.
“Estamos intentando procurarle una vivienda de alquiler”, dice Ntebi.
El 19 de marzo, cuando Brenda fue atacada por primera vez, tres
hombres ugandeses que se presumía que eran gays fueron atacados e
internados en el Hospital Mulago de Kampala. Pocas semanas después, dice
Ntebi, una embajada alertó al equipo sobre el posible suicidio de una
persona LGBTI.
El 3 de este mes, funcionarios de inteligencia forense
allanaron la clínica del Proyecto Walter Reed, en la Universidad
Makerere de Kampala. La clínica es un proyecto sin fines de lucro en el
que colaboran la casa de estudios y el programa de las Fuerzas Armadas
de Estados Unidos, para la investigación sobre el VIH (virus de
inmunodeficiencia humana, causante del sida).
La policía sostuvo que el proyecto, uno de los pocos que ofrecen en
Kampala servicios a personas LGBTI con sida, estaba “realizaba
reclutamiento y capacitación de hombres jóvenes en actos sexuales
antinaturales”.
Muchos activistas y otros miembros de la comunidad gay ahora están
clandestinos, dice Ntebi, quien usa un chaleco negro de una campaña de
2006 organizada por la no gubernamental Minorías Sexuales Uganda, que
reúne a todas las entidades homosexuales del país. Las palabras “Déjame
en paz” están bordadas en la espalda.
Ntebi dice que muchos activistas huyeron de Uganda para buscar asilo
en diferentes países, mientras que la mayoría de las organizaciones
LGBTI fueron clausuradas “por temor”.
Ahora solo va a trabajar a su oficina cuando es absolutamente esencial.
Uno de los que decidió ocultarse es Beyondy, apodo de un diseñador de moda de 23 años.
Antes, pasaba sus días cosiendo ropa para sus clientas o planificando
trabajos para acontecimientos, como la segunda Marcha del Orgullo Gay
en 2013.
Desde que se promulgó el proyecto, Beyondy se mudó a una precaria
vivienda de un dormitorio, en un tugurio ubicado en un bullicioso
suburbio de Kampala, donde casi siempre está encerrado, mirando vídeos
musicales interpretados por Beyoncé, Pink y Rita Ora. Solo sale cuando
es imprescindible.
“Yo quería ser artista, para que la gente viera mi talento y me
descubriera. Pero ahora pienso que es imposible. En este momento el
asunto es sobrevivir, salvar tu vida y estar tranquilo, todo el tiempo
en la clandestinidad”, dijo a IPS.
En el pasado lo atacaron “mucho”, y teme que lo vuelvan a hacer ahora que está en vigor la ley antigay.
“Hace poco alguien dijo: ‘Si pudiéramos elegir entre perdonar a un violador y a un gay, elegiríamos al violador’”, relató.
Los activistas esperan que una petición presentada en marzo para
desafiar la ley dé resultados a comienzos del mes próximo en el tribunal
constitucional del país.
Según el periódico ugandés The Observer, el gobierno ha presentado un
recurso que sostiene que la ley no viola el derecho a la igualdad y la
libertad de castigos crueles, inhumanos y degradantes que garantiza la
Constitución nacional.
Pero aunque la ley se revoque, Beyondy dice que se necesitará mucho
más que un fallo judicial cambiar la actitud de la sociedad hacia la
homosexualidad en Uganda.
Los activistas enfatizan que Uganda “importó” el actual clima de
homofobia, a través de representantes occidentales de las iglesias
evangélicas.
En ese clima, prácticamente todos son conscientes de que pueden usar la sexualidad de otra persona para atacarla.
“Está en la mentalidad de las personas, y aunque se anule la ley seguirán pensando en eso”, dice Beyondy.