martes, 6 de diciembre de 2011

Irlanda, ¿fin del idilio europeo?

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Poe

Érase una vez una joven república llamada Irlanda que se lio la manta a la cabeza con la Vieja Europa. Aunque Europa tenía una novia en cada puerto y nunca le juró fidelidad, Irlanda estaba encantada: con una población joven, bien formada, flexible y de habla inglesa, le sacó un enorme provecho a los cheques que le enviaba Europa y al ventajoso sistema fiscal que le consintió.

No faltaron sobresaltos, como cuando Irlanda se hizo la remolona en la reforma de los tratados en 2001 y 2008. Pero las cosas iban más o menos bien hasta que un primo lejano, Estados Unidos, contrajo una rara enfermedad llamada subprimes, un virus muy contagioso que se propagó por toda la UE. Irlanda fue uno de los enfermos más graves debido a la debilidad de su sistema bancario y a su burbuja inmobiliaria. Recibió un tratamiento de choque administrado con muy malas maneras por la llamada troika (BCE, Comisión, FMI), que dejó en la relación heridas aún no cicatrizadas.

Esa humillación, para un país europeísta por necesidad pero nacionalista por vocación, puede acabar convirtiendo a Irlanda en la china en el zapato de la reforma de los tratados que hoy parece más inevitable que nunca. “En estos momentos es difícil que se pudiera aprobar un referéndum en Irlanda. Aunque no estamos descartando un cambio del tratado. Si ese cambio es necesario, ya discutiremos los detalles”, declaró hace unos días, con calculada ambigüedad, el ministro irlandés de Finanzas, Michael Noonan, en un encuentro con periodistas europeos en Dublín.

El problema no es el euro, el problema son algunas partes de la zona euro por las condiciones fiscales de sus economías

La República de Irlanda afronta dos problemas en el escenario de unificación de políticas fiscales que propugna el eje franco-alemán. Por un lado, las heridas aún sangrantes del rescate del año pasado. Pero, sobre todo, el problema que plantea el actual impuesto de sociedades irlandés, con un tipo medio del 12,5%, que difícilmente puede resistir una (seria) política fiscal unificada en la zona euro. Lo que puede poner a Irlanda en el dilema de quedarse fuera del núcleo duro europeo o renunciar a sus privilegios fiscales. Complejo dilema.

¿Aceptará Irlanda la disciplina fiscal europea como precio para salvar el euro? “Nosotros ya hemos pagado el precio”, responde Noonan. “Todo lo que se ha sugerido, una nueva serie de reglas para la zona euro, es lo que estamos haciendo. Cada trimestre tenemos que mantener conversaciones con la troika en Dublín y presentar documentos que se envían no solo a las autoridades europeas y al FMI sino a los Ministerios de Finanzas de los otros 26 Estados”.

Pese a todo, el Gobierno sigue teniendo fe en el euro. “Creemos que el euro es una moneda muy fuerte y que su futuro es el de una gran moneda de reserva”, opina Noonan. “El problema no es el euro, el problema son algunas partes de la zona euro por las condiciones fiscales de sus economías. Hay que distinguir entre la zona y la moneda. La moneda es muy fuerte. Y seguirá siendo fuerte”.

Una fe que no comparte todo el país. “Ahora diría no al ingreso en el euro, pero lo cierto es que en estos momentos la única opción real es profundizar en la integración. Esta es una opinión personal”, admite David Begg, el veterano secretario general de ICTU, el organismo que agrupa a 55 sindicatos irlandeses en representación de 830.000 trabajadores.

Los sindicatos tienen en Irlanda una larga historia de flexibilidad y los pactos sociales fueron una de las claves de la revolución económica irlandesa en los años noventa. En eso, esta crisis es igual a las anteriores: sigue habiendo negociaciones y acuerdos. Pero, en todo lo demás, es diferente. “Esta es una crisis económica, social, fiscal, bancaria y de reputación”, apunta Begg. “Estamos ante un verdadero momento crucial en Irlanda. El modelo en que confiábamos está roto. Completamente roto”, añade. La crisis de los cincuenta desembocó en la industrialización y de la de los ochenta acabó surgiendo el Tigre Celta. Pero aún no se sabe cómo acabará esta.

Acabe como acabe, en Irlanda parecen darse por superadas las turbulencias monetarias internas. “Algunos importantes inversores globales han llegado a la conclusión de que Irlanda va a poder pagar su deuda. Pero no creen que eso sea porque los fundamentos de la economía de Irlanda sean buenos, sino porque creen que se ha hecho la apuesta política de que si Irlanda necesita más dinero, Europa lo pondrá si se porta bien”, explica el economista Philip Lane, profesor del Trinity College Dublin. Pero hay nubarrones: “Un problema es la incertidumbre del eurosistema. Otro problema es que la expansión de la economía real depende de la demanda externa y eso a su vez depende del comportamiento de la economía mundial”.

Al sentimiento general sobre la gravedad del momento se ha unido el primer ministro, Enda Kenny, que el domingo por la noche sorprendió a los irlandeses con una solemne declaración en televisión para pedir más austeridad. No se sabe si la alocución tendrá éxito, pero tuvo impacto: acaparó el 60% de la audiencia.

Y no es que el país no conozca ya el significado de la palabra austeridad. Desde mediados de 2008 ha visto una sucesión de ajustes presupuestarios equivalentes a 21.000 millones de euros, el 13% del producto interior bruto (PIB). Precisamente por eso, Irlanda presume de ser el mejor alumno de los tres países intervenidos y aspira a volver a financiarse a través de los mercados el año que viene. Pero el parón en la zona euro le ha afectado como a todos: la economía solo crecerá un 1,1% este año y lo mismo el próximo, según Bruselas (lejos del 1,6% al que aspira Dublín en 2012).

El problema no es solo el crecimiento. Al estar su economía poblada de multinacionales que crean poco empleo y pagan pocos impuestos pero estadísticamente crean mucha riqueza que no se queda en el país, la vida real es para los irlandeses aún más dura de lo que indican los datos del PIB.

Eso explica la paradoja que vive Mary Lou Nolan, gerente en Irlanda de la estadounidense Cisco. “En Cisco en Estados Unidos están muy sorprendidos porque no entienden qué pasa en Irlanda, porque el negocio funciona muy bien aquí. La percepción que se tiene sobre Irlanda por la prensa es que el país está muy mal, pero nosotros en lo que llevamos de año hasta octubre hemos doblado el negocio y no pueden entender qué pasa aquí”. Paradojas del capitalismo moderno.

¿Seguiría su empresa en Irlanda si se saliera del euro? “Sí, porque las razones por las que Cisco decidió venir seguirían siendo válidas: una fuerza de trabajo altamente educada, la agilidad y flexibilidad que necesitan las multinacionales y porque aquí están casi todas las empresas norteamericanas con presencia en Europa y muchos son clientes que necesitamos tener cerca”.


A miséria do "novo desenvolvimentismo"


O capitalismo só triunfa quando se identifica com o estado, quando é o estado". Fernand Braudel, "O Tempo do Mundo", Editora Martins Fontes, SP, p: 34.
José Luís Fiori

O "debate desenvolvimentista" latino-americano não teria nenhuma especificidade se tivesse se reduzido à uma discussão macroeconômica entre "ortodoxos", neo-clássicos ou liberais, e "heterodoxos", keynesianos ou estruturalistas. Na verdade, ele não teria existido se não fosse por causa do Estado, e da discussão sobre a eficácia ou não da intervenção estatal para acelerar o crescimento econômico, por cima das "leis do mercado". Até porque, na América Latina como na Ásia, os governos desenvolvimentistas sempre utilizaram políticas ortodoxas, segundo a ocasião e as circunstâncias, e o inverso também se pode dizer de muitos governos europeus ou norte-americanos ultra-liberais ou conservadores que utilizaram em muitos casos, políticas econômicas de corte keynesiano ou heterodoxo. O pivô de toda a discussão e o grande pomo da discórdia sempre foi o Estado e a definição do seu papel no processo do desenvolvimento econômico.

Apesar disto, depois de mais de meio século de discussão, o balanço teórico é decepcionante. De uma forma ou outra a "questão do Estado" sempre esteve presente, nos dois lados desta disputa, que acabou sendo mais ideológica do que teórica. Mas o seu conceito foi sempre impreciso, atemporal e ahistórico, uma espécie de "ente" lógico e funcional criado intelectualmente para resolver problemas de crescimento ou de regulação econômica. Desenvolvimentistas e liberais sempre compartilharam a crença no poder demiúrgico do Estado, como criador ou destruidor da boa ordem econômica, mas atuando em todos os casos, como um agente externo à atividade econômica.

Um agente racional, funcional e homogêneo, capaz de construir instituições e formular planos de curto e longo prazo orientados por uma idealização do modelo dos "capitalismos tardios" ou do estado e desenvolvimento anglo-saxão. E todos olhavam negativamente para os processos de monopolização e de associação do poder com o capital, que eram vistos como desvios graves de um "tipo ideal" de mercado competitivo que estava por trás da visão teórico dos desenvolvimentistas tanto quanto dos liberais. Além disso, todos trataram os Estados latino-americanos como se fossem iguais e não fizessem parte de um sistema regional e internacional único, desigual, hierarquizado, competitivo e em permanente processo de transformação. E mesmo quando os desenvolvimentistas falaram de Estados centrais e periféricos, e de Estados dependentes, falavam sobretudo de sistema econômico mundial que tinha um formato bipolar relativamente estático, onde as lutas de poder entre os Estados e as nações ocupavam um lugar bastante secundário.

No fim do século XX, a agenda neoliberal reforçou um viés da discussão que já vinha crescendo desde o período desenvolvimentista: o deslocamento do debate para o campo da macroeconomia. Como volta a acontecer com o chamado "neo-desenvolvimentismo" que se propõe inovar e construir uma terceira via (uma vez mais), "entre o populismo e a ortodoxia". Como se tratasse de uma gangorra que ora aponta para o fortalecimento do mercado, ora para o fortalecimento do Estado.

Na prática, o "neo-desenvolvimentista" acaba repetindo os mesmos erros teóricos do passado e propondo um conjunto de medidas ainda mais vagas e gelatinosas do que já havia sido a ideologia nacional-desenvolvimentista dos anos 50. Passado a limpo, trata-se de um pastiche de propostas macroeconômicas absolutamente ecléticas, e que se propõem fortalecer, simultaneamente, o Estado e o mercado; a centralização e a descentralização; a concorrência e os grandes "campeões nacionais"; o público e o privado; a política industrial e a abertura; e uma política fiscal e monetária, que seja ao mesmo tempo ativa e austera. E finalmente, com relação ao papel do estado, o "neo-desenvolvimentismo" propõe que ele seja recuperado e fortalecido mas não esclarece em nome de quem, para quem e para quê, deixando de lado a questão central do poder, e dos interesses contraditórios das classes e das nações.

Neste sentido, fica ainda mais claro que o desenvolvimentismo latino-americano sempre teve um parentesco maior com o keynesianismo e com "economia do desenvolvimento" anglo-saxônica, do que com o nacionalismo econômico e o anti-imperialismo, que são a mola mestra do desenvolvimento asiático. E que, além disto, os desenvolvimentistas latino-americanos sempre compartilharam com os liberais a concepção econômica do Estado do paradigma comum da economia política clássica, marxista e neo-clássica. Esse paradoxo explica, aliás, a facilidade teórica com que se pode passar de um lado para o outro, dentro do paradigma líbero-desenvolvimentista, sem que de fato se tenha saído do mesmo lugar..

José Luís Fiori é professor titular do Programa de Pós-Graduação em Economia Política Internacional da UFRJ, e autor do livro "O Poder Global", da Editora Boitempo, 2007. Escreve mensalmente às quartas-feiras.