domingo, 18 de diciembre de 2011

¿El capitalismo global en jaque? Crisis estructural y rebelión popular transnacional

William I. Robinson

Los poderes fácticos del sistema mundial están cada vez más a la deriva, a medida que la crisis del capitalismo global se les va de las manos. Desde la masacre de decenas de jóvenes manifestantes por el ejército en Egipto hasta la brutal represión del movimiento Ocupa en EE.UU. o los cañones de agua lanzados por la policía militarizada de Chile contra estudiantes y trabajadores, los Estados y las clases dominantes se muestran incapaces de contener la marea de rebelión popular a nivel mundial y deben recurrir a una represión cada vez más generalizada. En pocas palabras, las inmensas desigualdades estructurales de la economía política mundial ya no pueden ser sostenidas a través de mecanismos consensuales de control social. Las clases dominantes han perdido legitimidad y estamos asistiendo a una ruptura de la hegemonía de la clase dominante a escala mundial.
Para entender lo que está sucediendo en esta segunda década del nuevo siglo, tenemos que ver el panorama en su contexto histórico y estructural. Las elites globales esperaban que la "Gran Depresión", que comenzó con la crisis de las hipotecas y el colapso del sistema financiero mundial en 2008, fuera una recesión cíclica que pudiera resolverse mediante rescates patrocinados por los Estados y los paquetes de estímulo. Pero ha quedado claro que ésta es una crisis estructural. Las crisis cíclicas son episodios regulares en el sistema capitalista, que ocurren aproximadamente una vez por década, y por lo general duran de 18 meses a dos años. Hubo recesiones mundiales a inicios de la década de 1980, de 1990 y a principios del siglo XXI.
Las crisis estructurales son más profundas, su resolución requiere de una reestructuración a fondo del sistema. Las crisis estructurales mundiales en las décadas de 1890, 1930 y 1970 se resolvieron mediante una reorganización del sistema que produjo nuevos modelos de capitalismo. "Resolver" no quiere decir que los problemas que enfrentaba la mayoría de la humanidad bajo el capitalismo se hayan resuelto, sino que la reorganización del sistema capitalista en cada caso superó las restricciones a la reanudación de la acumulación de capital a escala mundial. La crisis de la década de 1890 se resolvió en los núcleos del capitalismo mundial a través de la exportación de capitales y de una nueva onda de expansión imperialista. La Gran Depresión de los años 1930 se resolvió con el recurso a variantes de la socialdemocracia, tanto en el Norte como en el Sur: bienestar, capitalismo populista o desarrollista que implicaba redistribución, la creación de un sector público y la regulación del mercado por el Estado.
La globalización y la crisis estructural actual
Para entender la actual coyuntura tenemos que volver a los años ‘70. La etapa de la globalización del capitalismo mundial que ahora vivimos se desarrolló a partir de la respuesta que dieron distintos agentes a los episodios anteriores de crisis, en particular, a la crisis de los ‘70 de la socialdemocracia, o dicho más técnicamente, del fordismo-keynesianismo, o del capitalismo redistributivo. A raíz de esa crisis, el capital pasó a ser global, como una estrategia de la emergente clase capitalista transnacional y sus representantes políticos para reconstituir su poder de clase, al liberarse de las restricciones a la acumulación que imponían los Estados-nación. Estas restricciones -el llamado "compromiso de clase"- se habían impuesto al capital a raíz de décadas de luchas de masas a escala nacional de las clases popular y obrera, a través del mundo. Durante los años 1980 y 1990, sin embargo, las elites globalizantes se adueñaron del poder estatal en la mayoría de países del mundo y utilizaron ese poder para impulsar la globalización capitalista a través del modelo neoliberal.
La globalización y las políticas neoliberales destaparon enormes y nuevas oportunidades para la acumulación transnacional en los años 1980 y 1990. La revolución en la tecnología de computación e informática y otros avances tecnológicos ayudaron al capital transnacional emergente a lograr grandes avances en la productividad y a reestructurar, "flexibilizar" y deshacerse de mano de obra en todo el mundo. Esto, a su vez, debilitó los sueldos y los beneficios sociales y facilitó una transferencia de ingresos al capital y a los sectores de alto consumo a través del mundo, que significaron nuevos segmentos de mercado, estimulando el crecimiento. En suma, la globalización hizo posible una gran expansión extensiva e intensiva del sistema y desató una nueva ronda frenética de acumulación en el mundo que contrarrestó la crisis de los ‘70 de disminución de las ganancias y de las oportunidades de inversión.
Sin embargo, el modelo neoliberal se ha traducido también en una polarización social sin precedentes a nivel global. En el siglo XX, férreas luchas sociales y de clase en todo el planeta pudieron imponer un cierto control social sobre el capital. Las clases populares, en diverso grado, lograron obligar al sistema a vincular lo que llamamos la reproducción social a la acumulación de capital. Lo que ha sucedido con la globalización es una ruptura entre la lógica de acumulación y la de reproducción social, que ha repercutido en un crecimiento sin precedentes de la desigualdad social y ha intensificado las crisis de supervivencia de miles de millones de personas mundialmente.
Los efectos de pauperización desatados por la globalización han generado conflictos sociales y crisis políticas que el sistema hoy encuentra cada vez más difícil contener. El lema "somos el 99 por ciento" surge de la realidad de que las desigualdades globales y el empobrecimiento se han intensificado enormemente desde que la globalización capitalista arrancó en la década de 1980. Amplios sectores de la humanidad han experimentado una movilidad descendente absoluta en las últimas décadas. El propio FMI se vio obligado a admitir en un informe de 2000 que "en las últimas décadas, casi una quinta parte de la población mundial ha retrocedido. Este es posiblemente uno de los mayores fracasos económicos del siglo XX".
La polarización social global agudiza el problema crónico de sobreacumulación. Esto refiere a la concentración de la riqueza en cada vez menos manos, hasta que el mercado mundial sea incapaz de absorber la producción mundial y el sistema se estanque. A los capitalistas transnacionales les resulta cada vez más difícil desembarazarse de su masa ya abultada y aún creciente de excedentes: no pueden encontrar salidas donde invertir su dinero con el fin de generar nuevas ganancias, por lo que el sistema entra en una recesión o algo peor. En los últimos años, la clase capitalista transnacional ha recurrido a la acumulación militarizada, a la especulación financiera salvaje y al allanamiento o saqueo de las finanzas públicas, a fin de sostener su lucro frente a la sobreacumulación.
Mientras que la ofensiva del capital transnacional contra las clases obrera y popular globales se remonta a la crisis de la década de 1970 y ha crecido en intensidad desde entonces, la Gran Recesión de 2008 fue en muchos aspectos un importante punto de inflexión. En particular, a medida que la crisis se extendía, generaba las condiciones para nuevas ondas de austeridad brutal en todo el mundo, mayor flexibilización laboral, el aumento abrupto en el desempleo y el subempleo, y así sucesivamente. El capital financiero transnacional y sus agentes políticos utilizaron la crisis para imponer una austeridad brutal e intentar desmantelar lo que queda de los sistemas de bienestar y los estados sociales en Europa, América del Norte y en otros lugares, para exprimir más plusvalía de la mano de obra, tanto directamente a través de una explotación más intensa, como indirectamente a través de las arcas estatales. El conflicto social y político se ha intensificado en todo el mundo a partir de 2008.
Sin embargo, el sistema ha sido incapaz de recuperarse, y por el contrario se hunde más en el caos. Las elites globales no pueden manejar las contradicciones explosivas. ¿Será que el modelo neoliberal del capitalismo entra en una etapa terminal? Es crucial entender que el neoliberalismo no es más que un modelo de capitalismo global; decir que el neoliberalismo puede estar en crisis terminal no quiere decir que el capitalismo global esté en crisis terminal. ¿Es posible que el sistema responda a la crisis y a la rebelión de masas mediante una nueva reestructuración que desemboque en un modelo diferente de capitalismo mundial –quizás un keynesianismo global que involucre la redistribución transnacional y la regulación transnacional del capital financiero-? ¿Será que las fuerzas rebeldes desde abajo serán cooptadas en un nuevo orden capitalista reformado?
¿O será que nos dirigimos más bien hacia una crisis sistémica? Una crisis sistémica es aquella en la que la solución implica el fin del sistema en sí mismo, ya sea a través de su superación y la creación de un sistema completamente nuevo, o -más preocupante- el colapso del sistema. El hecho que una crisis estructural se convierta o no en sistémica depende de cómo reaccionen las distintas fuerzas sociales y fuerzas de clase: desde los proyectos políticos que proponen, así como los factores de contingencia que no se pueden predecir de antemano, y de las condiciones objetivas. Es imposible en este momento predecir el resultado de la crisis. Sin embargo, algunas cosas están claras en la actual coyuntura mundial.
La coyuntura actual
En primer lugar, esta crisis comparte una serie de aspectos con las crisis estructurales anteriores, de los años 1970 y 1930, pero también tiene varias características que la diferencian:
- El sistema está llegando rápidamente a los límites ecológicos de su reproducción. Nos enfrentamos al espectro real del agotamiento de los recursos y de catástrofes ambientales que amenazan con un colapso del sistema.
- La magnitud de los medios de violencia y control social no tiene precedentes. Las guerras informatizadas, aviones teledirigidos, bombas antibúnker, guerras de las galaxias y otros similares han cambiado el rostro de la guerra. La guerra ha sido convertida en algo "normal" y "sanitaria" para quienes no están en la mira directa de una agresión armada. También sin precedentes está la concentración en manos del capital transnacional del control de los medios de comunicación y de la producción de símbolos, imágenes y mensajes. Hemos llegado a la sociedad de vigilancia panóptica y al control orwelliano del pensamiento.
- Estamos llegando a los límites de la gran expansión del capitalismo, en el sentido de que ya no hay nuevos territorios de importancia que puedan ser integrados al capitalismo mundial; la desruralización ya está muy avanzada, y se ha intensificado la mercantilización del campo y de los espacios pre-y no capitalistas, convertidos al estilo invernadero en espacios del capital, de modo que la expansión intensiva está llegando a niveles nunca antes vistos. Es como montar en bicicleta: el sistema capitalista necesita expandirse de forma continua o de lo contrario se derrumba. ¿Hacia dónde se puede expandir el sistema ahora?
- Emerge un gran excedente de población que habita un planeta de ciudades miseria, excluido de la economía productiva, arrojado a los márgenes, y sujeto a sofisticados sistemas de control social y de crisis de supervivencia, como también a un ciclo mortal de despojo-explotación-exclusión. Este hecho plantea de manera nueva el peligro de un fascismo del siglo XXI y de nuevos episodios de genocidio para contener la masa excedente de humanidad y su rebelión real o potencial.
- Existe una disyuntiva entre una economía globalizante y un sistema de autoridad política basado en el Estado-nación. Los aparatos estatales transnacionales son incipientes y no han sido capaces de desempeñar el papel de lo que los científicos sociales llaman un "hegemón", o un Estado-nación líder con suficiente poder y autoridad para organizar y estabilizar el sistema. Los Estados-nación no pueden controlar la tormenta de una economía global fuera de control; y los Estados enfrentan crisis crecientes de legitimidad política.
En segundo lugar, las élites mundiales son incapaces de plantear soluciones. Al parecer se encuentran en la bancarrota política y son impotentes para dirigir el curso de los acontecimientos que se desenvuelve ante sus ojos. En el G-8, G-20 y otros foros, priman las disputas, divisiones y una aparente parálisis, donde se muestran indispuestos a cuestionar el poder y la prerrogativa del capital financiero transnacional: esa fracción del capital que es hegemónica a escala mundial, y que es la fracción más rapaz y desestabilizadora. Mientras que los aparatos estatales nacionales y transnacionales se resisten a intervenir para imponer regulaciones al capital financiero global, sí lo han hecho para imponer los costos de la crisis a la clase trabajadora. Las crisis presupuestarias y fiscales que, supuestamente, justifican los recortes en el gasto y la austeridad, son artificiales. Son la consecuencia de la falta de voluntad o la incapacidad de los Estados de desafiar al capital y de su disposición a transferir la carga de la crisis a las clases trabajadoras y populares.
En tercer lugar, no habrá una salida rápida del caos mundial que crece. Nos espera un periodo de grandes conflictos y trastornos profundos. Como ya hemos dicho, uno de los peligros es una respuesta neo-fascista para contener la crisis. Estamos frente a una guerra del capital contra todos. Tres sectores del capital transnacional, en particular, se destacan como los más agresivos y propensos a buscar arreglos políticos neo-fascistas para garantizar la acumulación continua a medida que la crisis avanza: el capital financiero especulativo, el complejo militar-industrial-seguridad y el sector extractivo y energético. La acumulación de capital en el complejo militar-industrial-seguridad depende de interminables conflictos y guerras -incluyendo las llamadas guerras contra el terrorismo y las drogas-, así como de la militarización del control social. El capital financiero transnacional depende de tomar el control de las finanzas estatales y la imposición de deudas y austeridad a las masas, lo que a su vez sólo puede lograrse mediante una creciente represión. Y las industrias extractivas dependen de nuevas rondas de despojo violento y la degradación ambiental en todo el planeta.
En cuarto lugar, las fuerzas populares mundialmente han pasado de la defensiva a la ofensiva, más rápidamente de lo que nadie podía imaginar. Claramente en este año 2011, la iniciativa pasó de la élite transnacional a las fuerzas populares de abajo. En los años 1980 y 1990, el leviatán de la globalización capitalista había revertido la correlación mundial de fuerzas sociales y de clase en favor del capital transnacional. Si bien la resistencia prosiguió en distintas partes del mundo, las fuerzas populares de base se encontraron desorientadas y fragmentadas en esas décadas, empujadas a la defensiva en el apogeo del neoliberalismo. Luego, los acontecimientos del 11 de septiembre de 2001 permitieron a la élite transnacional, bajo el liderazgo de Estados Unidos, sostener su ofensiva mediante la militarización de la política mundial y la ampliación de los sistemas de control social represivo, en nombre de la "lucha contra el terrorismo".
Ahora todo esto ha cambiado. La revuelta mundial en marcha ha transformado todo el panorama político y los términos del discurso. Las elites globales están confundidas, reactivas y se hunden en el pantano de su propia creación. Es de destacar que quienes están en lucha a través del mundo han mostrado un fuerte sentido de solidaridad y están intercomunicados intercontinentalmente. Así como el levantamiento de Egipto inspiró el movimiento Ocupa, este último ha sido una inspiración para una nueva onda de la lucha de masas en Egipto. Queda por ampliar la coordinación transnacional y avanzar hacia programas coordinados transnacionalmente. Toda vez, el imperio del capital global definitivamente no es un "tigre de papel". A medida que las elites globales se reagrupen y evalúen la nueva coyuntura y la amenaza de una revolución global de masas, lo que harán -y ya han comenzado a hacerlo- es organizar una represión masiva coordinada, nuevas guerras e intervenciones, y mecanismos y proyectos de cooptación, en sus esfuerzos por restaurar la hegemonía.
La única solución viable a la crisis del capitalismo global es una masiva redistribución de la riqueza y del poder hacia abajo, hacia la mayoría pobre de la humanidad siguiendo las líneas de un socialismo del siglo XXI democrático, en el que la humanidad ya no esté en guerra consigo mismo y con la naturaleza. (Traducción ALAI)
- William I. Robinson es profesor de sociología, estudios globales y latinoamericanos en la Universidad de California, recinto Santa Bárbara, EEUU.
* Este texto es parte de la Revista América Latina en Movimiento, No. 471, diciembre 2011 que tiene como tema central De indignaciones y alternativas

Publicado en América Latina en Movimiento, No. 471: http://alainet.org/publica/471.phtml

Argentina: De “nuestras rebeliones” a los indignados


Por Norma Giarracca *

Es paradójico que, al cumplirse 10 años de nuestras propias “dignas rabias” (o indignaciones en el vocabulario europeo), nos encontremos con un mundo atravesando crisis semejantes a las nuestras de aquella época y con poblaciones que tampoco se resignan a ser “la variable de ajuste” de las mismas. Muchos advertirían que lo que ocurre en EE.UU., Grecia, España, Egipto, Chile, etc., no puede reducirse a un solo significado; y es cierto, cada país y cada región tienen particularidades que las hacen únicas.

No obstante, nos arriesgaríamos a sostener que en todas ellas hay un componente de hartazgo ante un sistema económico (capitalismo de la era neoliberal) que puede dar sustento a diferentes sistemas “sociales” y “culturales”, pero siempre controlados por los grandes actores económicos y organismos políticos de la globalización y que no son fácilmente desmontables desde las opciones que el sistema de representación nos otorga y, a veces, ni siquiera desde otros regímenes políticos.

Hace 10 años, en la Argentina, el hartazgo se expresó de modo sonoro, casi sin voces más allá del “que se vayan todos”. Este rasgo fue el que enfureció a muchos que estaban seguros de que cuando las poblaciones ocupan el espacio público, deben tener una rápida propuesta dentro del menú de posibilidades que la propia institucionalidad cuestionada les ofrece. Sin embargo, a nuestro juicio, la apuesta política reside en que la posibilidad del cambio está ubicada en los márgenes, en los bordes institucionales y nunca adentro. Para muchos y por distintas razones, lo más importante era volver a la institucionalidad, a un “orden” cualquiera fuera.

Las poblaciones en las calles, autoras de sus propios destinos, crean muchos temores, profundos miedos, dados nuestros cimientos filosófico-políticos que exigen depositar la voluntad instituyente en un tercero para evitar la violencia de unos contra otros. Como dijo recientemente Gianni Vattimo, no se puede aceptar todo lo que la sociedad impone como si el “orden” estuviese en el registro de lo natural, por eso a veces se intenta volver a que el “soberano” dependa más de nosotros. Algo así como reanudar el acto fundacional; volver al estado hobbesiano de “salvaje” (conocida pero desgraciada metáfora) para discutir nuevamente la Constitución, las leyes, los códigos.

Cuando el “orden” (el Leviatán) nos lleva a estados de caos, explotación, enfrentamientos y muertes, es el momento de la suspensión del estado ciudadano: es el momento de la política de calles. Paradójicamente, la violencia entre pares cesa y el que suele mostrar su rostro más siniestro es el Estado; recordemos los 40 muertos del gobierno de Fernando de la Rúa y esa imagen de la policía a caballo atropellando a las Madres con sus pañuelos blancos. En sentido contrario, ejemplifica Gustavo Esteva para el movimiento oaxaqueño de 2006, durante los seis meses que el pueblo estuvo en las barricadas y el poder del gobierno suspendido, bajó sorprendentemente el delito de todo tipo. Muchos de los jóvenes que vivían de arrebatar dinero a turistas y a sectores acomodados, terminaron trabajando codo a codo con “las doñas” a las que antes asaltaban.

Nuestra propia experiencia es significativa al respecto. Muchas asambleas incorporaron a los “sin techo” y a “cirujas” de la ciudad, quienes mostraron una vocación colectiva y una vitalidad impensables; en las marchas asamblearias, los “pibes de la calle” preguntaban con cierta expectativa “cuánto dura esto de estar todos juntos”. “Todos juntos” no era más que otra posible construcción social en las calles o plazas con la (im)posibilidad de convertirnos en iguales, entrelazando empatías y solidaridades. Se habían suspendido los espantosos valores, códigos y lazos del orden neoliberal, esas diferencias físicas o simbólicas que, paradójicamente, el viejo artefacto estatal habilita y refuerza en unas épocas más que en otras.

Y hace 10 años en la Argentina no hubo más (ni menos) que eso: alertar a las clases dirigentes de que había mucho hartazgo sobre un Estado que habilitaba esa democracia “delegativa”, casi de “apartheid”, para dar lugar a un capitalismo salvaje. Que en momentos excepcionales, cuando las asimetrías se suspenden por la falta de la tutoría de los gendarmes del capitalismo, la solidaridad y fraternidad también son posibles, como suele afirmar Edgar Morin. Desde 2003 surgió tanto una democracia como un capitalismo económico “más amigables”, mostrando una cara menos cruel y desfachatada que la de los ’90.

Las condiciones económicas internacionales colaboraron y se lograron una serie de derechos sociales e identitarios impensables 10 años atrás, y sobre todo una apuesta impostergable en la puesta al día en materia de derechos humanos. La situación de los sectores populares mejoró notablemente en comparación al 46 por ciento de pobreza que la Cepal daba para 2002 en la Argentina. La situación cambió y volvió lo que se llamó “normalidad” (la suspensión del “estado de excepción”), que el 54 por ciento de los votantes apoyó en las elecciones con mucha fuerza.

Pero algo sigue ocurriendo, es como un eco de la profecía marxista, “un fantasma recorre el mundo”, y por todos lados se alzan voces y cuerpos que rechazan este capitalismo (en su rostro financiero o también extractivista). Algunos europeos reclaman “siempre más Estado, nunca menos”, con el convencimiento de que este artefacto cultural creado por la humanidad será capaz, finalmente, de ponerles límites a los aspectos más salvajes y atroces de este capitalismo. Pero sigue prevaleciendo la duda de si esos límites se podrán establecer con la vieja lógica del Estado–nación o habrá que refundar este artefacto con otras lógicas en un registro decolonial que acompañe las resistencias de estos territorios.

Los nuevos sentidos emancipatorios que circulan por estos mundos, como la democracia de la Tierra, el derecho de la Naturaleza, la soberanía alimentaria, el sumak kawsay (“buen vivir” o desmercantilización de la vida) y, sobre todo, un derecho humano (olvidado por el capitalismo) que los pueblos indígenas llaman “dignidad” y los hindúes “dahrma”, deben sumarse a los que nos legó el mejor mundo liberal europeo: querella por la igualdad, derechos humanos, derechos sociales, igualdad de género, democracia como lugar vacío del poder, etcétera. Tal vez sea en América latina, con algunas propuestas institucionales que llevan más de una década y las nuevas apuestas de estos fuertes sujetos políticos de “calles, rutas y cerros” en que se metamorfoseó “la digna rabia” de hace una década, donde se pueda contribuir a salir de esta oscura etapa histórica mundial que dejará desgarramientos territoriales y marcas de profundo sufrimiento en millones de vidas.

* Socióloga (Instituto Gino Germani), co-autora de Tiempos de rebelión. Que se vayan todos (Editorial Antropofagia).
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Audacia, más audacia


Samir Amin

Las circunstancias históricas creadas por la implosión del capitalismo contemporáneo requieren de una izquierda radical, tanto en el Norte como en el Sur, que sea capaz de formular una alternativa política al sistema existente. El propósito de este artículo es mostrar por qué es necesaria la audacia y lo que esta significa.

¿Por qué audacia?

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Kazajistán: estado de emergencia por los violentos disturbios


El presidente de Kazajistán, declaró el estado de emergencia en la ciudad petrolera de Zhanaozen, donde el viernes murieron al menos 10 personas en violentos disturbios.

El mandatario de la ex república soviética, Nursultan Nazarbayev, anunció este sábado que la medida durará hasta el 5 de enero y prevé un toque de queda.

Nazarbayev publicó un decreto que también prohíbe huelgas y manifestaciones públicas, además de restringir la libertad de movimiento cerca de Zhanaozen, reportó la cadena televisiva Euronews.

El detonante de los disturbios del viernes fue una huelga por parte de los trabajadores de OzenMunaiGas, una empresa petrolera estatal que despidió a 989 trabajadores.

En el marco del paro, los huelguistas desmontaron por la fuerza varias instalaciones en la plaza central de Zhanaozen, que estaban apostadas como parte de los festejos del XX aniversario de la independencia del país, lo que provocó la intervención policial que derivó en una violenta represión.

Kazajistán es un país asiático, con la mayor parte de su territorio situado en Asia Central, y el noveno más grande del mundo, con un territorio de 2.727.300 km2.

Kazajistán tiene cerca de 4 millones de toneladas de reservas probadas de petróleo recuperable y 2.000 kilómetros cúbicos de gas.

De acuerdo con analistas de la industria, la expansión de la producción petrolera y el desarrollo de nuevos campos le permitirá al país producir hasta 3 millones de barriles por día en 2015.

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