Cartografías desobedientes
Ensayista, periodista y activista queer, Mabel
Belucci empezó a escribir Historia de una desobediencia. Aborto y
feminismo en 1994. Recién terminado, su trabajo refleja 20 años de
militancia activa y revisa sus propios principios, al tiempo que repasa
los de un movimiento en constante cambio, aquí y en el mundo. Las voces
resistidas, las tensiones inesperadas dentro del feminismo y el aporte
del movimiento LGTB forman parte de una historicidad que no redunda en
halagos, sino que más bien se ancla en lo más fuerte del pensamiento
crítico.
Por Andrea Lacombe
Al
igual que su próximo libro, Historia de una desobediencia. Aborto y
feminismo, Mabel Belucci se caracteriza por un recorrido poco
convencional. Ha participado y propiciado espacios de discusión
académicos, políticos, editoriales y ha sabido ganar una y otra vez las
calles para vociferar en donde haga falta sus demandas, deseos y
verdades.
En conversaciones con la historiadora Marisa Navarro empezó a entender la importancia del movimiento feminista estadounidense, lo que dio origen a la primera parte del libro, que entronca el feminismo argentino en una matriz más amplia. De aquella tesis, en realidad, quedó muy poco. “A lo largo de estos 20 años yo fui otra, el feminismo fue otro, por lo tanto el libro refleja estos cambios con respecto a su origen”, argumenta la escritora. Mabel Belucci realiza un ejercicio de reflexión sobre el recorrido del feminismo argentino, lo que en un punto es una tarea de revisión de sus propias prácticas como activista y ensayista y, por el otro, la descripción analítica de las articulaciones político-teóricas del feminismo, donde el aborto es uno de los principales ejes, pero no el único.
Se puede decir que este libro es un reflejo del modo en que se construyen las agendas feministas: de forma colectiva. “Si bien es mi nombre el que aparece en la tapa, sé que es una producción colectiva, siempre trabajo así, como en el libro sobre Jáuregui. Participar en el Grupo de Estudios sobre Sexualidad, el GES (Gino Germani, UBA) me permitió este tipo de labor y que toda mi producción se ponga en discusión. Mi agradecimiento a sus integrantes es enorme porque, de manera incondicional, leyeron y discutieron casi todo el libro.” La elección temática radica en la idea de que en el aborto convergen las distintas vertientes del feminismo, al menos así lo ha sido desde los años ’90, sostiene la autora.
“El menemato fue un escenario glorioso. Carlos Menem tenía un compromiso muy grande con su postura y quería ser el representante del Vaticano, un embajador itinerante llevando la cláusula antiabortista al mundo. Todo el tiempo era un ping-pong, ya que Menem estaba siempre ahí, respondiéndonos en primera persona. Así, el tema del aborto no pasaba desapercibido. Sin embargo, esta embestida quedó trunca con las declaraciones de Zulema Yoma diciendo ‘yo aborté’, un operativo de prensa maravilloso que supimos agradecer a las compañeras que trabajan en Páginal12. Fue un movimiento fenomenal que logró la gran retracción del menemato con sus políticas antiabortistas. Lo dejaron solo a Menem.”
Para Belucci, lo interesante de los ’90 es que las y los legisladores apoyaban tanto al feminismo institucionalizado como a las autonomistas. En esa época se consiguieron grandes cambios. La despenalización del aborto ingresó a la pauta programática de la CTA (Central de los Trabajadores Argentinos), surgió la Comisión por el Derecho al Aborto, CDA, la única organización feminista que tenía como objetivo despenalizar el aborto. Sus integrantes eran médicas activistas de izquierda vinculadas con partidos políticos, organismos de derechos humanos y con la Federación de la Salud –el sector de la salud pública de izquierda–. Se creó el Area Queer, del Centro Cultural Rojas, que retomaba la idea de Néstor Perlhonger de articular una alianza entre las izquierdas, las minorías sexuales y el feminismo en un movimiento contracultural erigido contra todas las formas de explotación, exclusión, represión y discriminación.
“Era una época de gran exploración. Por eso es que no me gusta pensar que el neoliberalismo paralizó el movimiento. Yo viví otra experiencia. Estaba todo el día en la calle activando, era el momento de las marchas del orgullo. Había espacios que se cerraban y abrían permanentemente. Constelaciones que se mantenían aisladas, pero de vez en cuando confluían. El escenario era un gobierno constitucional, ultraneoliberal, sin una represión tan fuerte como la de la dictadura, que permitía una convergencia de un espectro muy amplio de fuerzas opositoras políticas e ideológicas, entre los cuales estaban los grupos feministas, siendo la CDA el que más activaba por el derecho al aborto”, expone Mabel.
La CDA estaba integrada fundamentalmente por médicas que capacitaron a un grupo de colegas que fueron abriendo otros espacios. “El perfil de la Comisión fue muy atípico y no se volvió a dar. Ni siquiera aparece la palabra ‘mujer’ en el nombre, porque ya en esa época pensaban que el aborto no es sólo un asunto de la mujer.”
Sin embargo, cabe preguntar: ¿por qué el movimiento no logró articularse lo suficiente para lograr una ley a favor del aborto?
Hubo intentonas, nos dice Belucci. El anteproyecto de ley que presentó la CDA, el proyecto que presentó Luis Zamora y todo el apoyo de la Unidad Socialista. “Alfredo Bravo estaba totalmente comprometido, era incondicional. Ahora espero que esto vuelva a suceder con el ingreso de la izquierda al Parlamento.” Con este contexto de fondo la escritora no acuerda en pensar “que no hay una ley de aborto porque la Iglesia no lo permite o los políticos no quieren. También hubo fuertes tensiones dentro del feminismo”, sostiene.
“Cuando Alfredo Bravo se juega para presentar el proyecto, éste era sobre anticoncepción y aborto; sin embargo, el grupo de feministas heterosexuales institucionalizadas insertas en el Estado decidió que se trabajara sólo anticoncepción y no aborto. Creo que ahí se perdió una oportunidad interesante, porque la Unidad Socialista tenía muchos diputados y la ley podría haber salido. La determinación respondió a su vínculo con las agendas de organismos internacionales, a los que varias de ellas estaban vinculadas, donde los derechos reproductivos tenían un protagonismo importante que luego perdieron. De todos modos, esos debates internos del feminismo de los años ’90 fueron saldándose”, afirma.
Los escenarios históricos generan debates e interpelan sujetos. En este sentido, revela Mabel, el 2001 fue muy importante para el feminismo y para la comunidad LGTB porque fue un momento “en donde se rompieron los corralitos y la diversidad de demandas tomaron un carácter transversal, al articular las luchas de clase con las de género y sexualidad. Era muy fuerte ver en las asambleas del movimiento piquetero las demandas por el aborto como una necesidad de acceso a la salud. Esto fue un anticipo de la Campaña Nacional por el Derecho al Aborto, junto con los Encuentros Nacionales de Mujeres. En 2003 se realizó la Asamblea Nacional del Aborto en Rosario, donde comenzó la convergencia entre las colectivas, los movimientos y los Encuentros, que posibilitó el desarrollo de la Campaña”, historiza.
Nuevos aires, nuevas articulaciones
El debate sobre el aborto fue resistido aún en los Encuentros Nacionales de Mujeres, donde demoró más de 10 años en formar parte de la agenda oficial. No lo aceptaban como un punto principal, al igual que pasa con las demandas más radicalizadas, como las de los colectivos travesti y trans, rememora Belucci. “La presentación del movimiento travesti en los Encuentros de Mujeres generó una especie de revolución copernicana. Esa desobediencia propia del aborto y del movimiento travesti y trans se interconectan a partir de un lema convergente, “la libertad de decidir sobre nuestros propios cuerpos”. El mismo funciona como un paraguas ideológico y corpus teórico que permite resignificar otras demandas por fuera de las mujeres. Es interesante, por ejemplo, ver cómo el lema de la Campaña no se cristaliza. Ahora el espacio de las Socorristas en Red está planteando cambios de consignas.Eso muestra el recorrido que hace la agenda del aborto –continúa–. Ellas reclaman ahora que con el uso de misoprostol lo de ‘aborto legal para no morir’ se restringe al aborto quirúrgico y no contempla el aborto medicamentoso. Para estas compañeras activistas habría que pensar en otro modo discursivo para reflejar esta nueva realidad cada vez más extendida”.
Belucci señala que lo mismo sucede con la apropiación de la noción de abortera o abortista, para referirse a quienes activan por el aborto. “Ese empoderamiento que supone el hecho de ponerle un sujeto fue muy cuestionado en el movimiento feminista. Argumentaban que no estaban a favor del aborto sino defendiendo la legalización del aborto. Ahora la tendencia es a subjetivar la demanda como una noción de orgullo o de desobediencia”, puntualiza.
Para Mabel estas mudanzas son primordialmente generacionales, pero también responden a un recambio con respecto a las agendas que se planteaban bajo el paraguas teórico y político de los Derechos Sexuales y Reproductivos. “El movimiento de las Socorristas está integrado por mujeres muy jóvenes al que también se están agregando varones.
El aborto fue tomando distintos caminos con el ingreso de las travestis, las lesbianas feministas, luego los varones antipatriarcales y ahora es un debate incipiente en el colectivo trans. Hace unos años, en 1999, con Dora Coledesky organizamos una mesa sobre aborto integrada sólo por varones que fue ultrarresistida por el movimiento feminista. Ahora estoy armando una mesa para debatir aborto con varones feministas y trans para incluir otras voces que están participando en esta demanda.”
Para Belucci, también representa un momento interesante de diálogo con las izquierdas trotskistas. “Si bien las izquierdas fueron prefoucaultianas al desconsiderar al cuerpo como un territorio político agazapado por el poder, hoy hay cambios. Sin embargo, aún se escuchan discursos tendientes a consolidar la familia como matriz social, propio de las políticas obreristas. Pese a ello, el efectuar movidas en conjunto con los partidos que disponen de una dinámica de ocupación de las calles, a ciertos grupos nos permite pensar en otro tipo de acciones más performáticas y no estar pendientes de la interpelación, ya que garantizan pluralidad en las convocatorias y una recepción masiva –puntualiza la autora–.
Es posible entonces desarrollar expresiones artísticas u otro tipo de intervenciones callejeras además de saber que el número de asistentes será mayor con una llegada a otros sectores de la sociedad. Podríamos decir que es una articulación rizomática que trae mucha riqueza en el alcance y la composición social más diversa”, asevera Belucci.
“Redefinir los marcos de inteligibilidad del aborto resultó ser mucho más radical de lo esperado por muchas y muchos. El terreno de las significaciones, los modos de representar cuerpos y subjetividades en torno de esta práctica se han convertido en un vector central de las disputas políticas contemporáneas”, expone el sociólogo Juan Marco Vaggione, en el prólogo de Historia de una desobediencia. Desenmarañar y exponer esas disputas en una tentativa de cartografiar la trama de la relación entre feminismo, activismo queer y aborto es la propuesta que Mabel detalla en forma cabal en las páginas de su libro.
Historia de una desobediencia. Aborto y feminismo
(Capital Intelectual) se presentará el 11 de mayo a las 18.30, en la
Feria del Libro.