El
presidente de Zimbabue, Robert Mugabe, en el poder desde hace 33 años,
se encaminaba este viernes hacia una aplastante victoria en las
elecciones generales, con el aval de los observadores africanos, pero el
partido de su principal opositor indicó que no aceptaba los resultados.
"Hemos decidido rechazar estas elecciones y sus consecuencias, lo
cual incluye el gobierno que resultará de ellas", señaló a la AFP el
portavoz Douglas Mwonzora, tras una reunión del comité central del
Movimiento por el Cambio Democrático (MDC), el partido del primer
ministro Morgan Tsvangirai. "Lo rechazamos totalmente y no lo
reconoceremos", añadió.
Respondía así al llamamiento de los observadores de la Comunidad de
Desarrollo de África Austrail (SADC), que pidieron a todos aceptar los
resultados, cualquiera que sean.
"En democracia no sólo cuentan la votación o la campaña [electoral],
también hay que aceptar la dura realidad de los hechos, en particular
los resultados", dijo Bernard Membe, jefe de la misión.
Los 15 miembros del grupo calificaron la votación de "libre y pacífica", pero no dijeron claramente que fueron honestas.
"Rechazamos ese llamamiento por el motivo de que incluso el SADC no ha podido respaldar estas elecciones", dijo Mwonzora.
El partido del presidente de Zimbabue, Robert Mugabe, se acerca a la
mayoría de los dos tercios en el parlamento, según los últimos
resultados publicados el viernes al anochecer por la Comisión Electoral.
Según los últimos resultados oficiales de las elecciones generales
del miércoles relativos a 186 circunscripciones, el Zanu-PF tendrá al
menos 137 bancas de un total de 210 en la Asamblea, donde el Movimiento
por un Cambio Democrático (MCD) de Morgan Tsvangirai, el rival de
Mugabe, era mayoritario desde 2008.
La mayoría de los dos tercios, que permite modificar la Constitución, es de 140 escaños.
"Nosotros ya superamos los dos tercios. Es una supermayoría", afirmó por su parte un alto responsable de Zanu-PF.
El jefe de la misión de la Unión Africana, el expresidente nigeriano
Olusegun Obasanjo, estimó por su parte este viernes que las elecciones
fueron "libres, honestas y creíbles".
En teoría, los resultados oficiales de la primera vuelta de las
elecciones presidenciales no serán publicados antes del lunes y la
policía había amenazado con sancionar a cualquier persona que anunciara
resultados o estimaciones antes del anuncio oficial de la Comisión
Electoral.
Pero los primeros resultados de las elecciones legislativas colocan a
Mugabe, de 89 años, dirigente de Zimbabue desde la independencia del
país en 1980, muy por delante de Morgan Tsvangirai, su principal
adversario.
Una mayoría de dos tercios permitiría que Mugabe modifique la
Constitución, un texto relativamente liberal que fue aprobado por
referendo en marzo.
Morgan Tsvangirai calificó el miércoles a estos comicios de "enorme
farsa". "En nuestra opinión, esta elección es nula y sin efecto (...)
esta elección ha sido una gran farsa", dijo Tsvangirai, quien se
presentó por tercera vez a las presidenciales para tratar de poner fin a
los 33 años de Mugabe en el poder.
"Dadas las circunstancias, las elecciones han salido muy bien y no
hay razón de anularlas", le respondió directamente este viernes el jefe
de los observadores de la SADC.
Muchos electores de zonas urbanas --tradicionalmente hostiles a
Mugabe -- no constaban en las listas electorales. Estas últimas fueron
publicadas la víspera de los comicios, haciendo imposible cualquier
verificación o recurso.
Diplomáticos extranjeros y observadores independientes de las
elecciones de Zimbabue también expresaron serias dudas sobre la forma en
que se efectuaron las elecciones.
"Cerca de un millón de electores fueron privados del derecho de
voto", sostuvo Solomon Zwana, el presidente de la Red de Apoyo a las
Elecciones de Zimbabue, que tiene 7.000 observadores. "La elección está
seriamente comprometida", agregó.
Según Roy Bennett, un responsable del MDC basado en Johannesburgo, el
presidente Mugabe querrá prestar juramento "lo antes posible".
"Es increíble, es un robo de grandes dimensiones", añadió, antes de
emitir un llamamiento a la resistencia. "Hablo de resistencia pasiva
(...) que no ponga en peligro la vida de las personas", precisó.
En 2008, Tsvangirai, que encabezó los resultados en la primera vuelta
de las presidenciales, terminó retirándose de la contienda electoral
para evitar una masacre tras la muerte de 200 de sus seguidores a manos
de simpatizantes de Mugabe.
viernes, 2 de agosto de 2013
Panamá: Asimilación indígena e intervencionismo electoral
ANA ELENA PORRAS
Aunque admite que sus decisiones no
fueron siempre certeras, Ana Elena Porras defiende que Belisario fue el
arquitecto de la modernización del Estado nacional de Panamá
CENTRO. Imagen de la Plaza de Santa Ana durante el mandato del entonces presidente de la República de Panamá. Foto: Cortesía | La Estrella. |
INAUGURACIÓN. Colocación de la primera piedra por el presidente Porras en El Hatillo. Foto: Cortesía | La Estrella |
2013-08-01 — 12:00:00 AM —
PANAMÁ. ¿Por qué se ensaña Zsok con Belisario Porras? Se pregunta la
Fundación que lleva el mismo nombre del prócer y quien decidió responder
con un ensayo al texto publicado durante los meses de febrero, marzo y
abril en el diario La Prensa, en el que el historiador estadounidense
Peter Szok publica su tesis sobre Porras que la académica Ana Elena
Porras considera sesgada y resultado de malas prácticas en la
investigación.
Szok afirma que la construcción de la República de Panamá y su modernización obedece a la colaboración de los norteamericanos –despreciando y hasta negando cualquier logro por parte de panameños–. Para demostrarlo, debe remontarse a la construcción del Canal, periodo que coincide con el liderazgo de Belisario Porras en la política panameña.
La narrativa de la colonialidad defiende la tesis de que los panameños somos corruptos, ineficientes e incapaces de construir un Estado nacional moderno, una cultura propia, una identidad. Para ello, esta narrativa debe masacrar la memoria de figuras emblemáticas de la nacionalidad, de manera semejante a los conquistadores españoles cuando destruyeron los templos y sus divinidades en nuestra América precolombina.
Al celebrar Panamá sus 100 años de república, dominaba una narrativa triunfalista de los panameños frente al reconocido éxito de Panamá en la nacionalización del Canal de Panamá, renovada con la narrativa de la ampliación del Canal y el despunte económico del país. Frente a este discurso de parte de los panameños, la historiografía de la colonialidad actualiza la narrativa de la supremacía del norteamericano blanco y protestante, porque se siente desafiada. ¡Incluso se afirma que la administración panameña del Canal ha demostrado mayor eficiencia que la administración norteamericana! Esto enerva a la historiografía de la colonialidad.
APORTES RELEVANTES
Son indiscutibles los aportes de los norteamericanos en las dimensiones de ingeniería civil y sanitarias, durante las primeras décadas del siglo XX —principalmente, en el área canalera—. Por nuestra parte, los panameños tuvimos que consolidar institucionalmente el Estado a contracorriente con el protectorado norteamericano y el enclave colonial de la Zona del Canal, que estrangularon el desarrollo de nuestra soberanía, así como asfixiaron la economía de Panamá, por la alienación de sus puertos más importantes, el impedimento para los panameños de vender servicios para el Canal y la Zona del Canal, la comunicación segmentada del territorio nacional por la Zona del Canal –en una clara subvención del Canal de Panamá por parte del Estado de Panamá y del pueblo panameño. Invisibilizar o menospreciar estos factores es imperdonable, desde la perspectiva de buenas prácticas en el oficio del historiador.
HEGEMONÍA DE LA COLONIALIDAD
¿Por qué se prestan algunos intelectuales panameños a brindar espacios académicos, periodísticos y bibliográficos a profesores extranjeros que son voceros de la historiografía de la colonialidad? En mi concepto, son varias y distintas las motivaciones para este fenómeno que sí califica como colaboracionista de la colonialidad de Panamá.
Primero por oportunismo, porque los contactos de nuestros intelectuales con universidades internacionales y sus programas de cooperación e intercambio de profesores es un tesoro escaso y muy ambicionado.
Por complejo de inferioridad, resultado de la colonización y su cultura, la colonialidad, que conduce a los nacionales a aceptar cualquier tesis, especialmente si viene de países imperialistas, que confirme que los panameños somos inferiores.
Por mezquindad histórica y política de los conservadores locales: aquí aplica el principio de que ‘todo lo que ataque la moral de mis adversarios me viene bien’.
Por complejo de Edipo entre panameños. En la práctica académica, es frecuente que tanto estudiantes, como profesores e intelectuales busquemos probar nuestra valía política o profesional descalificando a nuestros próceres, a nuestros intelectuales ancestrales, predecesores, etc. (lo que equivale a un homicidio simbólico de figuras paternales).
Las críticas de Szok son básicamente una repetición, con algunos aportes de la perspectiva estadounidense conservadora, de los tradicionales detractores locales de Belisario Porras. Omite que la titánica labor en infraestructura y en instituciones realizada por Porras incluye su honradez personal, que nunca aprovechó su poder para enriquecerse.
Tampoco reconoce su legislación social ni que sus obras fueron todas públicas, sin utilizar los fondos estatales para beneficio de la clase dominante, o de los negocios privados, como vemos ahora con la democracia neoliberal.
Peter Szok añade que Belisario no fue un ideólogo ni un literato, a pesar de que autoridades literarias afirman lo contrario. Yo añadiría que tampoco fue cantante, gimnasta ni físico atómico.
Pero escribió códigos, libros de geografía, la historia de la Guerra de los Mil Días, ensayos sociológicos (El Orejano), cuentos (Trozos de Vida, entre otros), informes diplomáticos, artículos periodísticos y discursos –todos ellos de reconocida excelencia literaria–.
ALGUNAS SOMBRAS
Identifico en las administraciones de Belisario y su persona histórica dos sombras: que sus leyes ‘civilizatorias’ de los indígenas dules generaron más descontento que su integración a la identidad panameña y al Estado nacional.
Aunque considero justas las reclamaciones dules por el derecho a su identidad cultural, resulta extemporáneo criticar a Belisario por sus políticas asimilacionistas, o por creer en la modernización y el progreso, entendidas de manera capitalista y eurocéntrica, como metas universales, porque ese era el paradigma de liberales y socialistas de esta época.
También dudo que este descontento dule hubiera llegado a la revolución Tule, sin la decisiva intervención del nefasto diplomático Richard O’Marsh.
Segundo, la actitud ambivalente de Belisario con respecto a la solicitud de intervención armada de los EEUU en los torneos electorales de 1912 y 1928, después de haber censurado esta acción en medio de una y otra solicitud, sugiere una dosis de oportunismo. Aunque consuelo de muchos es de tontos, la contextualización es una práctica necesaria del buen historiador.
Szok omite que esta era una triste pero frecuente práctica entre los políticos panameños (conservadores y liberales) de las primeras décadas de la República, cuando Panamá carecía de ejército desde 1904, y su policía fuera desarmada en 1916, por imposición de los Estados Unidos de América, mientras que los fraudes y confrontaciones hostiles entre bandos opuestos eran práctica común en Panamá.
Discutir y desmitificar nuestra historia, por nacionales y extranjeros, es una práctica historiográfica beneficiosa y deseable, siempre que se realice con honestidad intelectual, precisión metodológica y descolonialidad.
Desde esta perspectiva, un balance de Belisario Porras ofrece los siguientes resultados: que cometió errores y demostró importantes limitaciones.
Pero que su talento, virtudes y legado histórico desbordan sus errores en abundancia, razón por la cual se creó la Orden Belisario Porras, para reconocimiento de los panameños más meritorios y que intelectuales del más alto prestigio nacional lo escogieron como ‘Panameño del Centenario’ en 2003 por considerarlo el más destacado de los panameños cuando celebramos 100 años de la República de Panamá: como ciudadano, presidente y estadista de Panamá. Y que fue el arquitecto de la modernización del Estado nacional.
Por su parte, el neocolonialismo de los Estados Unidos: su enclave en la Zona del Canal, desarme del ejército y policía nacional, intervención contra Panamá en la guerra de Coto y ocupación en Chiriquí, entre otros, son importantes factores de inhibición y obstáculo del crecimiento y modernización del Estado nacional de Panamá durante todo el siglo XX.
Szok afirma que la construcción de la República de Panamá y su modernización obedece a la colaboración de los norteamericanos –despreciando y hasta negando cualquier logro por parte de panameños–. Para demostrarlo, debe remontarse a la construcción del Canal, periodo que coincide con el liderazgo de Belisario Porras en la política panameña.
La narrativa de la colonialidad defiende la tesis de que los panameños somos corruptos, ineficientes e incapaces de construir un Estado nacional moderno, una cultura propia, una identidad. Para ello, esta narrativa debe masacrar la memoria de figuras emblemáticas de la nacionalidad, de manera semejante a los conquistadores españoles cuando destruyeron los templos y sus divinidades en nuestra América precolombina.
Al celebrar Panamá sus 100 años de república, dominaba una narrativa triunfalista de los panameños frente al reconocido éxito de Panamá en la nacionalización del Canal de Panamá, renovada con la narrativa de la ampliación del Canal y el despunte económico del país. Frente a este discurso de parte de los panameños, la historiografía de la colonialidad actualiza la narrativa de la supremacía del norteamericano blanco y protestante, porque se siente desafiada. ¡Incluso se afirma que la administración panameña del Canal ha demostrado mayor eficiencia que la administración norteamericana! Esto enerva a la historiografía de la colonialidad.
APORTES RELEVANTES
Son indiscutibles los aportes de los norteamericanos en las dimensiones de ingeniería civil y sanitarias, durante las primeras décadas del siglo XX —principalmente, en el área canalera—. Por nuestra parte, los panameños tuvimos que consolidar institucionalmente el Estado a contracorriente con el protectorado norteamericano y el enclave colonial de la Zona del Canal, que estrangularon el desarrollo de nuestra soberanía, así como asfixiaron la economía de Panamá, por la alienación de sus puertos más importantes, el impedimento para los panameños de vender servicios para el Canal y la Zona del Canal, la comunicación segmentada del territorio nacional por la Zona del Canal –en una clara subvención del Canal de Panamá por parte del Estado de Panamá y del pueblo panameño. Invisibilizar o menospreciar estos factores es imperdonable, desde la perspectiva de buenas prácticas en el oficio del historiador.
HEGEMONÍA DE LA COLONIALIDAD
¿Por qué se prestan algunos intelectuales panameños a brindar espacios académicos, periodísticos y bibliográficos a profesores extranjeros que son voceros de la historiografía de la colonialidad? En mi concepto, son varias y distintas las motivaciones para este fenómeno que sí califica como colaboracionista de la colonialidad de Panamá.
Primero por oportunismo, porque los contactos de nuestros intelectuales con universidades internacionales y sus programas de cooperación e intercambio de profesores es un tesoro escaso y muy ambicionado.
Por complejo de inferioridad, resultado de la colonización y su cultura, la colonialidad, que conduce a los nacionales a aceptar cualquier tesis, especialmente si viene de países imperialistas, que confirme que los panameños somos inferiores.
Por mezquindad histórica y política de los conservadores locales: aquí aplica el principio de que ‘todo lo que ataque la moral de mis adversarios me viene bien’.
Por complejo de Edipo entre panameños. En la práctica académica, es frecuente que tanto estudiantes, como profesores e intelectuales busquemos probar nuestra valía política o profesional descalificando a nuestros próceres, a nuestros intelectuales ancestrales, predecesores, etc. (lo que equivale a un homicidio simbólico de figuras paternales).
Las críticas de Szok son básicamente una repetición, con algunos aportes de la perspectiva estadounidense conservadora, de los tradicionales detractores locales de Belisario Porras. Omite que la titánica labor en infraestructura y en instituciones realizada por Porras incluye su honradez personal, que nunca aprovechó su poder para enriquecerse.
Tampoco reconoce su legislación social ni que sus obras fueron todas públicas, sin utilizar los fondos estatales para beneficio de la clase dominante, o de los negocios privados, como vemos ahora con la democracia neoliberal.
Peter Szok añade que Belisario no fue un ideólogo ni un literato, a pesar de que autoridades literarias afirman lo contrario. Yo añadiría que tampoco fue cantante, gimnasta ni físico atómico.
Pero escribió códigos, libros de geografía, la historia de la Guerra de los Mil Días, ensayos sociológicos (El Orejano), cuentos (Trozos de Vida, entre otros), informes diplomáticos, artículos periodísticos y discursos –todos ellos de reconocida excelencia literaria–.
ALGUNAS SOMBRAS
Identifico en las administraciones de Belisario y su persona histórica dos sombras: que sus leyes ‘civilizatorias’ de los indígenas dules generaron más descontento que su integración a la identidad panameña y al Estado nacional.
Aunque considero justas las reclamaciones dules por el derecho a su identidad cultural, resulta extemporáneo criticar a Belisario por sus políticas asimilacionistas, o por creer en la modernización y el progreso, entendidas de manera capitalista y eurocéntrica, como metas universales, porque ese era el paradigma de liberales y socialistas de esta época.
También dudo que este descontento dule hubiera llegado a la revolución Tule, sin la decisiva intervención del nefasto diplomático Richard O’Marsh.
Segundo, la actitud ambivalente de Belisario con respecto a la solicitud de intervención armada de los EEUU en los torneos electorales de 1912 y 1928, después de haber censurado esta acción en medio de una y otra solicitud, sugiere una dosis de oportunismo. Aunque consuelo de muchos es de tontos, la contextualización es una práctica necesaria del buen historiador.
Szok omite que esta era una triste pero frecuente práctica entre los políticos panameños (conservadores y liberales) de las primeras décadas de la República, cuando Panamá carecía de ejército desde 1904, y su policía fuera desarmada en 1916, por imposición de los Estados Unidos de América, mientras que los fraudes y confrontaciones hostiles entre bandos opuestos eran práctica común en Panamá.
Discutir y desmitificar nuestra historia, por nacionales y extranjeros, es una práctica historiográfica beneficiosa y deseable, siempre que se realice con honestidad intelectual, precisión metodológica y descolonialidad.
Desde esta perspectiva, un balance de Belisario Porras ofrece los siguientes resultados: que cometió errores y demostró importantes limitaciones.
Pero que su talento, virtudes y legado histórico desbordan sus errores en abundancia, razón por la cual se creó la Orden Belisario Porras, para reconocimiento de los panameños más meritorios y que intelectuales del más alto prestigio nacional lo escogieron como ‘Panameño del Centenario’ en 2003 por considerarlo el más destacado de los panameños cuando celebramos 100 años de la República de Panamá: como ciudadano, presidente y estadista de Panamá. Y que fue el arquitecto de la modernización del Estado nacional.
Por su parte, el neocolonialismo de los Estados Unidos: su enclave en la Zona del Canal, desarme del ejército y policía nacional, intervención contra Panamá en la guerra de Coto y ocupación en Chiriquí, entre otros, son importantes factores de inhibición y obstáculo del crecimiento y modernización del Estado nacional de Panamá durante todo el siglo XX.
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