lunes, 26 de octubre de 2009

A 3 años de su asunción: la política represiva de Alan García en Perú

Por Mónica Bruckman / Revista Mariátegui -

A 3 años de su asunción, el presidente peruano Alan García ha endurecido fuertemente la represión contra los movimientos sociales, indígenas, ambientalistas y la izquierda, que se oponen a su política “modernizadora”. El gobierno pretende legalizar la impunidad de las fuerzas armadas, en momentos en que Perú reviste una importancia estratégica como freno ante la consolidación de los gobiernos progresistas de la región. De 2004 a 2009, al menos 55.350 militares estadounidenses ingresaron en territorio peruano. Perú reviste una importancia estratégica para las derechas tanto estadounidense como latinoamericanas.

En febrero de 2008, dos campesinos fueron ejecutados por miembros de la policía que reprimía el bloqueo de rutas durante un paro nacional agrario en la región de Ayacucho. Algunos días más tarde, el presidente peruano Alan García declaraba: “La policía ha actuado con mucha convicción y decisión, y yo felicito a la policía, está muy bien que defienda al Perú (…) Que sirva de lección a los que promueven públicamente el paro y a la agitación; que sepan a dónde conduce esto” (1).

Estas amenazas se sustentan en un aparato legal creado bajo el gobierno de Alberto Fujimori, después endurecido por el gobierno de García, que permite la criminalización de los movimientos sociales y la impunidad de las fuerzas armadas en sus acciones represivas. Los militares, igual que la policía, se sienten autorizados a utilizar libremente sus armas contra los que protestan, sin tener que responder ante la justicia por las heridas o las muertes causadas.

Calificados de “extorsionadores”, los manifestantes se exponen a veinticinco años de prisión. Las autoridades que sostienen las huelgas son condenadas también por“extorsión”. Cualquier persona puede ser arrestada sin orden judicial y quedar incomunicada durante diez días. La policía puede intervenir en la investigación sin el aval del procurador… El gobierno de Fujimori recurrió a grupos paramilitares; Alan García creó un cuerpo legal que legitima su accionar.

Efectos sociales del neoliberalismo

Fundada en los años 20, la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), el partido oficialista, experimentó a lo largo del tiempo importantes transformaciones ideológicas. A la concepción anti-imperialista de su fundador Víctor Raúl Haya de la Torre sucedió la doctrina de García, llamada del “perro del hortelano”: el perro que no come ni deja comer (2). Ya en 2007, amonestaba a los pobres: “Es necesario que dejen de pedir; eso los hace parásitos” (3). El presidente García definió a los movimientos sociales, los indígenas, los ambientalistas y la izquierda como los enemigos de su política “modernizadora”, asimilándolos a ese “perro del hortelano”.

Esta modernización fue elaborada en gran parte en el marco de las negociaciones bilaterales del Tratado de Libre Comercio (TLC) firmado con Estados Unidos el 4 de diciembre de 2007. Allí se reúnen los ingredientes clásicos del neoliberalismo: privatización de los recursos naturales y energéticos; tala por concesionarios en el corazón de la selva amazónica para atraer el capital privado; venta de tierras de las comunidades campesinas e indígenas; intensificación de la industria minera gracias a la disminución de los impuestos que pesan sobre esa actividad; privatización del agua destinada al riego agrícola… Incluso el mar está cedido por lotes a grandes empresas.

Tratándose de Perú, la privatización de las tierras indígenas no plantea solamente un problema económico, algo que, de por sí, sería ya suficientemente grave; atenta contra una manera de ver el mundo. Para los indígenas, la tierra representa no sólo un medio de producción que les ha sido expropiado desde el comienzo de la colonización europea, sino un espacio donde, como dicen, “nuestros hijos pueden vivir” y “ser felices”. Una filosofía en la cual defender la preservación del medio ambiente equivale simplemente a defender la vida.

De allí la lucha que dirigen contra los Decretos Nº 1.090 (ley de bosques y de fauna silvestre) y Nº 1.064 (régimen jurídico para la explotación de las tierras agrícolas) que ratifican la mercantilización del Amazonas y de las tierras de las comunidades. Doce meses de protestas populares dirigidas por la Asociación Interétnica de Desarrollo de la Selva Peruana (Aidesep) para exigir la derogación de esas leyes precedieron a un paro regional de casi sesenta días. A la propuesta de una mesa redonda hecha por la Aidesep para entablar negociaciones, el Gobierno respondió con la instauración del estado de emergencia. El 5 de junio, en Bagua, una intervención de las fuerzas del orden decididas a desalojar a miles de indígenas que bloqueaban las rutas principales se convierte en una tragedia: veinticuatro policías y diez civiles muertos (además de un número indeterminado de personas desaparecidas). García denuncia a los elementos “subversivos”, menciona “una agresión cuidadosamente preparada contra el Perú” y culpa implícitamente al presidente boliviano Evo Morales y al venezolano Hugo Chávez, de haber fomentado la revuelta indígena.

Pero el Gobierno rechaza la formación de una comisión de investigación reclamada por el movimiento indígena. Y con razón… El 7 de agosto, valientemente y por propia iniciativa, la procuradora Luz Marlene Rojas Méndez abre la instrucción contra dieciséis oficiales (entre los cuales figuraban dos generales), todos miembros de la policía nacional, a los que acusa de un uso desproporcionado de la fuerza, cuando los “indígenas sólo utilizaron para su defensa armas rudimentarias (lanzas), de uso común, objetos contundentes como piedras y palos” (4).

Centro de operaciones

En el plano geopolítico, Perú reviste una importancia estratégica para las derechas tanto estadounidense como latinoamericanas. Allí pueden operar libremente contra los gobiernos de izquierda que amenazan sus intereses. Así es que le fue concedido el asilo político a Manuel Rosales, el antiguo candidato de oposición en la elección venezolana, prófugo desde que se abrieron las causas por enriquecimiento ilícito. O, incluso, a Jorge Torres Obleas, ex ministro boliviano perseguido por la justicia de su país por su presunta implicación en la muerte de sesenta y tres personas, cuando ocurrieron las manifestaciones contra el presidente Gonzalo Sánchez de Lozada, en El Alto, en 2003.

El territorio peruano se convirtió también en un centro de operaciones de las fuerzas armadas estadounidenses. Una observación atenta de los desplazamientos de sus tropas y unidades navales revela que, de 2004 a 2009, al menos 155.350 militares estadounidenses ingresaron en el territorio peruano (5). Y que la duración media de la estadía se alarga a partir de 2006: de cien a doscientos setenta y siete días cada entrada. Actividades de información, “apoyo informativo”, “entrenamiento contra el narcoterrorismo”, etcétera, las actividades de estas patrullas se concentran en zonas de fuerte conflicto social: la jungla y su periferia.

La costa oceánica, por su parte, hace ahora las veces de centro de operaciones para la cuarta flota de Estados Unidos en el Pacífico. Sus fragatas lanzamisiles y otras unidades navales realizan ejercicios de entrenamiento para la guerra de superficie, la antisubmarina y la aérea, en cooperación con sus homólogos de Perú.

Los puertos son utilizados para el reaprovisionamiento de barcos y el descanso de las tripulaciones. A esta situación de subordinación estratégica frente a Washington se agrega la integración militar creciente entre Perú y Colombia. Se concretiza en maniobras comunes en las zonas fronterizas, maniobras que incluyen operaciones aéreas, el establecimiento de canales de comunicación y de procedimientos de coordinación así como el entrenamiento de los estados mayores. Durante el primer semestre de 2009, se realizaron cuatro ejercicios conjuntos, precisamente en la región donde operan las patrullas del ejército de Estados Unidos.

El apoyo total del Gobierno peruano a la inauguración de bases militares estadounidenses en Colombia y el estrechamiento constante de vínculos con el presidente Álvaro Uribe colocan a Lima en el dispositivo continental de freno al avance de la izquierda en Ecuador, en Bolivia y en Venezuela.

Históricamente, los movimientos sociales peruanos disponen de una enorme capacidad de movilización y de protesta. En 1978, provocaron la caída de la dictadura militar de Francisco Morales Bermúdez; en 2000, la del régimen fujimorista. En 1985 les faltó poco para llegar al Gobierno, con Alfonso Barrantes, candidato de la Izquierda Unida (IU). Al sostener la campaña de Ollanta Humala en las últimas elecciones de 2006, permitieron al Partido Nacionalista convertirse en la segunda fuerza del país. Por la polarización que engendra, la política brutal de García crea las condiciones para una ofensiva de estas organizaciones políticas progresistas. La represión es un arma poderosa, pero también muy peligrosa: puede volverse en contra de quien la usa.

Notas:

1 La República, Lima, 21-2-08.
2 Alan García, “El síndrome del perro del hortelano”, El Comercio, Lima, 28-10-07.
3 “Perú: el presidente Alan García pide a los pobres ‘que dejen de pedir’”, 25-2-07. En: www.eldiarioexterior.com
4 http://peru.indymedia.org/news/2009/08/45463.php
5 Esta cifra comprende las entradas previstas hasta fines de 2009. Las estadísticas fueron elaboradas tomando como fuente las resoluciones legislativas de autorización de entrada del personal militar y unidades navales extranjeras sobre el territorio peruano aprobadas por el Congreso; los cálculos fueron efectuados con todos los registros disponibles en su base de datos. Sin embargo, la cifra real podría ser superior: algunas autorizaciones no indican ni el número de hombres ni el equipamiento militar que entran en el país. En el año 2005 en particular, un año electoral, no hay anexos disponibles.

* Monica Bruckman. Socióloga e investigadora en Ciencias Políticas, red Unesco, Universidad de las Naciones Unidas sobre la Economía Global y el Desarrollo Sostenible, Río de Janeiro.

Traducción: Florencia Giménez Zapiola

Antonio Gramsci: un intelectual orgánico de carne y hueso


A propósito de Vida de Antonio Gramsci, de Giussepe Fiori, Editorial Peón Negro, Buenos Aires, 2009


por Hernán Ouviña

A mediados de 1928, durante su primer período de encierro y en un casi total aislamiento afectivo y político, Antonio Gramsci llegó a expresarle a su madre en una carta enviada desde la cárcel de San Vittore en Milán:

“Carissima mamma, no querría repetirte lo que ya frecuentemente te he escrito para tranquilizarte en cuanto a mis condiciones físicas y morales. Para estar tranquilo yo, querría que tú no te asustaras ni te turbaras demasiado, cualquiera que sea la condena que me pongan. Y que comprendas bien, incluso con el sentimiento, que yo soy un detenido político, que no tengo ni tendré nunca que avergonzarme de esta situación. Que, en el fondo, la detención y la condena las he querido yo mismo en cierto modo, porque nunca he querido abandonar mis opiniones, por las cuales estaría dispuesto a dar la vida, y no sólo a estar en la cárcel. Y que por eso mismo yo no puedo estar sino tranquilo y contento de mí mismo. Querida madre, querría abrazarte muy fuerte para que sintieras cuánto te quiero y cómo me gustaría consolarte de este disgusto que te doy; pero no podía hacer otra cosa. La vida es así, muy dura, los hijos tienen que dar de vez en cuando a sus madres grandes dolores si quieren conservar el honor y la dignidad de los hombres”

Lejos de toda victimización y de cualquier aprovechamiento personal o colectivo de la dramática situación que padecía, Gramsci seguía sintiéndose un militante comprometido. Es que toda su vida resultó ser la de un combatiente, en el sentido más amplio del término: combatir toda injusticia, desde ya, pero también cualquier tipo de dogmatismo, falta de autocrítica, modorra intelectual, desapego a la historia viva de cada sociedad o anquilosamiento del pensamiento; ese fue, sin duda, su faro utópico permanente. Un combatiente integro e integral, que odiaba a los indiferentes.

Pero a sabiendas de esta postura vital, lejos estaba de ser una persona exenta de contradicciones e impurezas. Nino era precisamente por esto mismo demasiado humano y no tenía despecho en explicitarlo en sus escritos y en cada uno de los gestos y vínculos familiares, políticos y de amistad que entablaba, como en aquella emotiva carta a su madre. De ahí que quizás valga la pena rescatar del olvido uno de esos tantos artículos de L’ Ordine nuovo, redactados de acuerdo a sus propias palabras para que mueran al día siguiente de ser publicados, pero que a pesar de ello escamotean hoy su supuesto carácter efímero, dejando traslucir esa profunda filosofía humanista que tanto lo caracterizaba.

Hombres de carne y hueso es un compasivo texto cuya hechura está signada por la trágica derrota de la ocupación de fábricas por parte de los trabajadores turineses durante el llamado bienio rojo. “Los obreros de la Fiat han retornado al trabajo. ¿Traición? ¿Negación de los ideales revolucionarios?”, se pregunta con fina ironía Gramsci. Nada de eso, responde. Han resistido durante un mes en medio de penurias y de un ambiente general de hostilidad, y al fin y al cabo “se trata de hombres comunes, hombres reales, sometidos a las mismas debilidades de todos los hombres comunes que se ven pasar en las calles, beber en las tabernas, conversar en medio de rumores en las plazas, que se cansan, que tienen hambre y frío, que se conmueven al sentir llorar a sus hijos y lamentarse agriamente a sus mujeres”.

Una lectura atenta de la recientemente editada biografía de Giussepe Fiori, Vida de Antonio Gramsci, ratifica esta virtud inherente del pensador sardo. En efecto, él encarnó como pocos esa figura del intelectual orgánico que supo teorizar durante su forzado encierro carcelario, sin dejar de ser un humano de carne y hueso, a imagen y semejanza de aquellos pares turineses para quienes escribía y con los que convivía a diario. Moviéndose como pez en el agua entre el sentir popular y la sabia reflexión teórica, supo combinar mágicamente el rol de “especialista y organizador”, dos cualidades que eran de acuerdo a Gramsci condición sine qua non para estar en presencia de un filósofo de la praxis cabal, alejado tanto del perfil del pedante intelectual académico recluido detrás de un escritorio, como del practicista revolucionario profesional, que cuenta con garganta y pulmones de sobra, pero carece de pensamiento crítico. Y es que para Nino ambos personajes, por si hiciera falta aclararlo, rascan donde no pica.

A contrapelo de estas tendencias, el suyo fue por sobre todo un marxismo humanista, viviente y creativo, algo que se evidencia por demás al adentrarnos en el relato enhebrado pacientemente por Fiori en su biografía. Sin embargo, su derrotero socialista no fue lineal ni evolutivo. Antes bien, habría que concebirlo en términos pendulares, fluctuando entre un mayor acercamiento a la “instrumentalidad” leninista (de 1921 a 1924) y a la prefiguración de nuevas prácticas políticas (de 1917 a 1920, y de 1926 a 1935), aunque este cambiante transitar nunca implique retornar al mismo punto, porque cierto es que el último Gramsci, el de los dispersos Cuadernos, carga con la experiencia y el frío balance de un doble descalabro (el producido por el fascismo y el stalinismo), y de eso no se vuelve, salvo que se pretenda replicar la tragedia como farsa.

De ahí que conocer desde cerca y en filigrana sus vivencias, proyectos, flaquezas y balbuceos de eterno aprendiz, resulte fundamental si queremos pasarle el cepillo a contrapelo a su filosofía de la praxis y no canonizarla como nuevo dogma. El libro de Giussepe Fiori, más allá las limitaciones ancladas en la época en la cual fue escrito, nos aleja del Gramsci heroico y sabelotodo, acercándonos a una figura más humana que no por ello pierde estatura histórica. Y si de alturas se trata, cabe tal vez rescatar del olvido aquella anécdota relatada por Nino en una de sus tantas comunicaciones epistolares, en la cual comenta a su familia con un dejo de sarcasmo lo que le ocurrió ni bien arribó a la cárcel de Turi y debió presentarse frente a sus colegas presos: “¡No es posible!”, exclamó con desconfianza uno de ellos a ese petizo deforme que mencionó su gracia. “El es un señor gigante, no un hombre tan pequeño”, le habría dicho el preso, mirándolo entre atónito y desilusionado. Algo similar había ocurrido ya durante uno de los interrogatorios a los que fue sometido antes de ser encarcelado. En aquel entonces, un brigadier de la escolta le preguntó si era “pariente del famoso diputado Gramsci”, confesándole luego que había imaginado su persona como “ciclópea”. Es que Gramsci era, una vez más, demasiado humano. ¿Cómo “il capo” de la clase obrera iba a medir un metro cincuenta, ser jorobado, autodidacta y para colmo provenir del atrasado sur de Italia?

E pur si muove, podría haber sido una sabia respuesta para aquellos desconfiados reclusos. No solo su maltratado físico, sino ese abultado cerebro (que al decir del fiscal fascista que contribuyó a su condena, se “debía impedir que pensara al menos por veinte años”) continuó en movimiento, inquieto y cargado de dinamismo. Fiori nos invita, también, a asomarnos por la indiscreta mirilla del presidio para espiar a un Gramsci que pule sus ideas y las plasma minuciosamente en provisionales notas, y que hasta en los peores momentos de encierro, sin bajar los brazos, no deja de ser de carne y hueso. Un rebelde común y corriente, como provocativamente lo denominarían los zapatistas del sur de México. O por qué no, para decirlo en palabras del Che: un revolucionario guiado por grandes sentimientos de amor.




* Quienes quieran conseguir el libro de Giussepe Fiori, pueden contactarse con la Editorial Peón Negro a la siguiente dirección:

peonnegroediciones@gmail.com