Por Benjamin Ward
Para muchos amigos de los derechos humanos en Europa, la primavera árabe ha sido el período más emocionante desde la caída del Muro de Berlín. A juzgar por su intensa retórica sobre la sed de libertad entre los pueblos árabes, los líderes de la Unión Europea comparten ese entusiasmo. Hoy se presenta una oportunidad, proclaman los optimistas, de construir un arco de países respetuosos de los derechos humanos que abarque gran parte de la cuenca del Mediterráneo.
La realidad de la política de derechos humanos en la propia Europa y hacia el perímetro del Mediterráneo ha sido mucho menos edificante. Documentos descubiertos en Libia por Human Rights Watch en septiembre de2011 pusieron en evidencia la complicidad británica en las extradiciones a Libia bajo el régimen de Muammar Gaddafi.Italia, que estaba dispuesta a enviar a inmigrantes africanos y solicitantes de asilo de vuelta a Libia durante la era de Gaddafi donde enfrentarían abusos y otros sufrimientos peores, se apresuró a firmar un acuerdo de cooperación migratoria con las autoridades de transición libias (aunque al momento de escribir este capítulo aún tiene que reanudar los retornos forzosos).Los gobiernos de la UE se han mostrado reacios a ayudar a los inmigrantes y a otros fugitivos de la Libia azotada por la guerra. La llegada de miles de migrantes tunecinos a Italia a partir de enero llevó a los principales gobiernos de la UE a cuestionarse ellibre movimiento dentro de la UE, uno de sus pilares fundamentales.
Si miramos más allá de las palabras nos percatamos de que los derechos humanos en Europa están en apuros. Una nueva (o más bien la reaparición de una vieja) idea está en marchay dice que los derechos de las minorías "problemáticas" deben dejarse de lado momentáneamente por el bien común, y que los políticos electos que persiguen estas políticas están actuando con legitimidad democrática.
A primera vista, la idea de una crisis de derechos humanos en Europa podría parecer descabellada. Pero si uno mira más a fondo, descubre tendencias que son verdaderamente preocupantes. Destacan cuatro novedades:la reducción de las libertades civiles en las reacciones de los gobiernos a los ataques terroristas; el debate sobre el lugar que ocupan las minorías y los migrantes en Europa, discusión muy a menudo mezclada con la xenofobia; el surgimiento de partidos extremistas populistas y su funesta influencia en las políticas públicas; y la pérdida de eficacia de las instituciones y herramientas tradicionales de los derechos humanos. A menos que los gobiernos se den cuenta y reconozcan la magnitud de la amenaza, la próximageneración de europeos podría ver los derechos humanos como una opción adicional en lugar de un valor fundamental.
La lucha contra el terrorismo y el ataque a los derechos
La violencia del terrorismo en Europa no es nada nuevo. Tampoco lo es el abuso de los derechos humanoscomo parte de los esfuerzos para combatirla. Pero los atentados del 11 de septiembre, y los ataques posteriores en Madrid y Londres, provocaron respuestas políticas en Europa que perjudicaron a largo plazo la causa de los derechos humanos.
En la última década, los gobiernos europeos han demostrado con demasiada frecuencia su disposición a considerar excepciones a la prohibición absoluta en todo el mundo de la tortura, exponiendo a los sospechosos de terrorismo a abusos violentos y detención ilegal en el extranjero, utilizando los frutos de esa tortura en el ámbito interno y denegando a los sospechosos de terrorismo los derechos concedidos a los acusados de otros crímenes. Incluso ahora, no sabemos el alcance de la complicidad europea en los abusos de Estados Unidos (entregas extraordinarias, "sitios negros" y torturas) bajo el gobierno de George W. Bush. (Algunos gobiernos, como Noruega, se han resistido a la tentación y han respondido a la violencia terrorista valiéndose del Estado de derecho).
Si bien muchas de estas leyes y políticas eran profundamente problemáticas, y en algunos casos permanecen inalteradas hoy en día (sobre todo donde los tribunales o los parlamentos nacionales no podían o eran reacios a frenarlas), la retórica sobre ellas sin duda representa un legado aún peor.
Muchos gobiernos de la UE trataron de construir un nuevo paradigma en el que los derechos humanos debían quedar en segundo lugar, detrás de la seguridad, o dejados de lado por completo.Tal como proclamó el entonces primer ministro británico, Tony Blair,después de losatentadossuicidasdejuliode2005en Londres, "las reglas del juego están cambiando". Aunque la preocupación pública sobre el terrorismo ha sido suplantada en gran parte por las preocupaciones por el nivel de desempleo y losservicios sociales (a pesar de que la amenaza sigue existiendo), estas ideas venenosas han echado raíces.
Los políticoseuropeoslanzaron un ataque en tres frentes contra los derechos humanos universales en el contexto de la lucha antiterrorismo. El primero es que los sospechosos de terrorismo merecen menos derechos que otros. El segundo es que Europa puede tener seguridad o derechos humanos, pero no ambos. El tercero es que los derechos humanos son un juego de suma cero, de manera que los derechos de la mayoría solo se pueden lograr a costa de sacrificar los derechos de la minoría sospechosa de terrorismo.
Condicionados por el miedo, muchos en Europa aceptaron estos argumentos. Y ante la oportunidad de sacrificar esos derechos a cambio de un alivio a su miedo, la genteaceptó voluntariamente, sobre todo cuando los derechos en riesgo no eran, o no parecían ser, los suyos.
El lugar de los inmigrantes y las minorías
La intolerancia hacia los inmigrantes y las minorías en Europa está muy extendida. Datos de la encuesta de 2010 muestran que una mayoría en ocho países de la UE comparten la opinión de que hay demasiados inmigrantes, y casi la mitad piensa lo mismo sobre los musulmanes.
Los temores sobre la pérdida de la cultura, el terrorismo, el crimen y la competencia por los recursos económicos ayudan a explicar el auge de la intolerancia en Europa. Es probable que la actual crisis económica y financiera de Europa, así como la austeridad resultante exacerben la intolerancia.
Los musulmanes y los romaníes de Europa enfrentan una persistente hostilidad y discriminación en toda la región, tal como muestra una encuesta de 2009 de la Agencia de los Derechos Fundamentales de la UE. Los inmigrantes indocumentados africanos afrontan grandes problemas, incluyendo discriminación y violencia. Mientras que los ataques individuales son comunes en la región, en algunos casos esto ha ascendido a violencia colectiva, incluyendo en Italia (en contra de los inmigrantes africanos y romaníes), en Grecia (en contra de los inmigrantes) y en Europa del Este (en contra de los romaníes).
Los gobiernos europeos han respondido de maneras que corroen intensamente el respeto a los derechos universales. Se han aprovechado de estos temores, en lugar de hacer hincapié en que la historia de Europa ha sido moldeada por la migración, destacar las numerosas contribuciones de las minorías y los inmigrantes, y condenar enérgicamente el racismo y la intolerancia.
Por supuesto, las prácticas culturales y religiosas pueden violar los derechos humanos, y aquellos que incurran en conductas discriminatorias o abusivas deben responder por ello. Perolo que está sucediendo en Europa va más allá de la preocupación por la conducta de individuos específicos.
La respuesta ha incluido culpar a comunidades marginadas por el comportamiento de un puñado de personas (como ocurre con los romaníes en Italia); tratar de cerrar las fronteras de la UE y de los países miembros; establecer procedimientos de asilo restrictivos y abusivos, así como condiciones abusivas de detención de inmigrantes (sobre todo en Grecia), con mayor riesgo para los menores extranjeros no acompañados; y, en nombre de la integración, pedir a los inmigrantes (incluso de segundas y terceras generaciones) integrarse en la cultura de la mayoría, porque de lo contrario, se enfrentarán a una sanción o la opción de marcharse (como es el caso en Alemania, los Países Bajos, Dinamarca y otros países).
Los musulmanes en Europa se han llevado la peor parte. Los temores al llamado terrorismo endógeno tras los atentados de Madrid y Londres, una serie de presuntos planes de atentados y la preocupación por la pérdida de la cultura impulsada por la presencia más visible de musulmanes practicantes, han puesto a las diversas comunidades musulmanas en el continente en la mira, implícitamente cuestionando su lealtad.El miedo a los musulmanes ha tenido un impacto en los debates más amplios de política sobre la "integración", sinónimo de un cúmulo de temores y preocupaciones sobre el lugar que los inmigrantes, especialmente los musulmanes, ocupan en la sociedad, y ha dado lugar a solicitudes de acción.
En el corazón de la ansiedad sobre el lugar que ocupan los inmigrantes musulmanes en Europa, tal como señala un reciente informe del centro de estudiosChatham House, hay un problema cultural. El pañuelo en la cabeza, el niqab (un velo que cubre el rostro) y hasta cierto punto los minaretes y las mezquitas, han jugado un papel tan importante en estos debates porque son un recordatorio visual de que los musulmanes viven en Europa y están aquí para quedarse.
El miedo a la presencia de musulmanes en Europa no comenzó con los ataques de Al Qaeda el11deseptiembre de 2001. Lo que cambió ese día fue la caracterización de los inmigrantes de Bangladesh, Pakistán, Marruecos y Turquía en Europa. Mientras que muchas autoridades europeas trataron de establecer una clara distinción entre los actos de un pequeño grupo y los de las comunidades musulmanas como un todo, las respuestas de las políticas y conversaciones sobre cómo contrarrestar laamenazadel terrorismo endógenocon frecuencia crearon la impresión de que las comunidades musulmanas eran sospechosas.
El impacto sobre los derechos humanos en Europa es real. En términos prácticos,la integración forzada y un concepto de integración que no requiere la adaptación por la sociedad en generalestán destinados al fracaso. Cuandolos políticos juegan con los temores del público acerca de la pérdida de la cultura y proponen políticas que aumentan la xenofobia, en lugar de disminuirla, ponen los derechos de las comunidades minoritarias de Europa en riesgo. Lo que es tal vez peor es que refuerzan la peligrosa concepción de suma-cero de los derechos: las minorías deben ser obligadas a aceptar la cultura de la mayoría (o "valores cristianos", tal como sugirió la canciller alemana en 2010) y si se niegan a hacerlo sus derechos deben ser ignorados por el bien común.
Entre los romaníes, la mayor minoría étnica en Europa,la situación de los derechos humanos es desoladora. A nivel de la UE se reconoce que la persistente discriminación y marginación que encaran los romaníes exige una intervención positiva y apoyo, y las autoridades han diseñado una estrategia con ese fin. Pero los romaníes siguen siendo estigmatizados a nivel nacional en toda la UE. Y al igual que las comunidades de inmigrantes, es probable que los romaníes se vean desproporcionadamente afectados por las medidas de austeridad.
La experiencia de los romaníes que emigran de Europa del Este a Europa Occidental y las problemáticas respuestas políticas a su presencia guardan algunas similitudes con aquellas que enfrentan los musulmanes, pero en este caso los temores de una supuesta epidemia de crímenes sustituyen los temores de terrorismo, y los intereses económicos predominan sobre los culturales. Los desalojos forzosos y expulsionespor parte de Francia e Italia de romaníes de Europa del Este, que son ciudadanos de la UE,ejemplifican el impacto de estos miedos. Los desalojos forzosos siguen siendo una característica común de las políticas en torno a los romaníes en toda la UE.
Más al este, en Hungría, Rumania, Bulgaria, la República Checa y Eslovaquia, la situación es aún más alarmante, con ataques violentos, retórica antiromaní y pocos progresos para acabar con la segregación residencial y escolar a pesar de los cientos de millones de euros en financiación de la UE y las resoluciones del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH, un tribunal del Consejo de Europa que vincula a los miembros de la UE).
Esta es una mala noticia para los romaníes. Pero también lo es para los derechos humanos en general. Una vez más, lospolíticos en Europa prefieren permitir, y en algunos casos agravar, los temores públicos en detrimento de una minoría impopular en vez de decir alta y claramente que los valores de Europa exigen derechos para todos.
El extremismo populista
La falta de liderazgo y la retórica negativa de los gobiernos europeos están conectadas a una tercera tendencia preocupante: el auge de los partidos extremistas populistas.
El acto terrorista en julio de 2011por Anders Breivik, que dejó 77 muertos en Noruega, es un claro recordatorio de que el extremismo y la violencia política no se limitan a aquellos que actúan en nombre del islam. El retorcido manifiesto de Breivik mencionaba con aprobación a diferentes partidos extremistas populistas en toda Europa,aunque la decisión de cometer un acto terrorista fue únicamente suya.
El creciente éxito de estos partidos en las urnas de todo el continente está teniendo un profundo impacto en la política general. Ahí donde los partidos populistas extremistas forman parte de coaliciones gobernantes (como en Italia y Suiza), o formalmente apoyan a gobiernos minoritarios (como en los Países Bajos), el impacto en la política dominante es inmediatamente evidente. En términos más generales, los principales partidos han respondido a la creciente participación electoral de los partidos extremistas populistas en formas que se alejan de las políticas respetuosas de los derechos humanos.
En Europa occidental,los partidosextremistashan puesto a los musulmanes y su supuesta amenaza a la cultura europea en el centro de su mensaje. Algunos, como la Liga Norte en Italia, también se centran en las comunidades de migrantes de manera más general.
El enfoque sobre los musulmanes y los temores a los ataques terroristas permiten que estos partidos resistan más fácilmente las acusaciones de racismo y xenofobia (algunos incluso estableciendo distinciones entre las "buenas" comunidades minoritarias de las comunidades minoritarias musulmanas) y presenten los puntos de vista de los musulmanes conservadores sobre los derechos de la mujer y la homosexualidad como ilustrativos de la amenaza a pesar de que los cristianos conservadores con ideas similares no se han enfrentado al mismo escarnio.
Los partidos populistas extremistas en la parte oriental de la UE se concentran más en los romaníes que en los musulmanes. Entre los ejemplos destaca Jobbik, el tercer partido con mayor presencia en el Parlamento de Hungría, que tiene vínculos con ungrupo paramilitar implicado en ataques contra romaníes, y el Partido Nacional Eslovaco, que forma parte de la coalición gobernante y cuyo líder hizo un llamamiento reciente en favor de la creación de un estado romaní independiente.
En un momento en que las estrictas medidas de austeridad y el desempleo masivo alimentan la ira de los votantes, estos mensajes son peligrosos porque podrían atraer un mayor apoyo.
En Europa, muchos siguen defendiendo los derechos de los inmigrantes y las minorías, así como la importancia de la universalidad. Pero en lugar de plantar cara contra el extremismo populista, los partidos dominantes han respondido con la cooptación a través de políticas de coalición, la adopción de versiones diluidas de las mismas políticas o retóricas o, en el caso de algunos partidos de centro-izquierda, con parálisis y silencio.
En algunos casos, se argumenta que el éxito electoral de estos partidos significa que sería antidemocrático por parte de los partidos dominantes no tener en cuenta sus puntos de vista.
Lejos de neutralizar el desafío político que plantean los partidos extremistas populistas, estas estrategias han servido en su lugar para legitimarlos y hacerlos respetables, enviando un mensaje a los votantes de que los sentimientos xenófobos, antimusulmanes o antiromaníes son aceptables en lugar de un motivo de vergüenza.
El crecimiento de los partidos populistas extremistas plantea un verdadero desafío para los derechos humanos en Europa. Por una parte, engendra divisiones políticas. Además, refuerza la idea de que los derechos de la mayoría sólo pueden sostenerse y respetarse si los de la minoría son dejados de lado, alejándonos de la universalidad. Por último, legitima políticas abusivas bajo fundamentos democráticos.
Influencia menguante
Siempre existe el riesgo en una democracia de que, sin un liderazgo responsable, la mayoría apoye medidas que perjudiquen los intereses de la minoría. Este dilema ayuda a explicar por qué las protecciones a los derechos humanos, diseñadas en parte para salvaguardarlos contra la "tiranía de la mayoría", son más esenciales que nunca. Es entonces especialmente alarmante que las herramientas y las instituciones de derechos humanos en Europa estén demostrando ser ineficaces en la lucha contra estas tendencias negativas.
Una herramienta a menudo valiosa —nombrar y avergonzar— sólo funciona cuando el gobierno identificado se siente avergonzado por la revelación de quenoestácumpliendo las reglas. Pero el estado de la política en muchos países de la UE hoy en día implica que los gobiernos ya no estánavergonzados de implementar políticas abusivas, argumentando que, de no ser así, se arriesgarían a perder terreno frente a los partidos extremistas populistas.
Las críticas a las políticas y retóricas abusivas por parte de las ONG de derechos humanos, el Consejo de Europa, las Naciones Unidas, los líderes religiosos e incluso, en algunos casos, instituciones de la UE, son pasadas por alto. Entre los ejemplos cabe destacar los desalojos forzosos y las expulsiones de romaníes en Francia, la detención incomunicada de sospechosos de terrorismo en España, la interdicción y expulsión de inmigrantes desde Italia a la Libia bajo mandato de Gadafi y la detención abusiva de inmigrantes en Grecia. Los beneficios políticos nacionales percibidos por participar en este tipo de políticas con frecuencia superan los inconvenientes causados por la condena internacional o regional.
Dos instituciones siguen siendo difíciles de ignorar: el TEDH y la Comisión Europea de la UE.
El TEDH aún tiene influencia real, aunque los gobiernos de la UE (especialmente Italia en materia de expulsión de terroristas) han comenzado a ignorar algunas de sus resoluciones provisionales y el tribunal afronta ataques políticos más generales (sobre todo en el Reino Unido) por "merodear" en asuntos domésticos.
La Comisión Europea siempre ha tenido el poder para obligar a los Estados de la UE a rendir cuentas cuando incumplen la legislación comunitaria. Y después del Tratado de Lisboa, que incluye los derechos humanos, con un comisario dedicado los derechos fundamentales.
La expulsión de romaníes de Francia en el verano de 2010 demostró el potencial de la comisión. Tras ignorar las críticas de las Naciones Unidas, el Consejo de Europa y el Parlamento Europeo de su política, París reaccionó con furia cuando la comisión le llamó la atención.
Lamentablemente, la comisión finalmente se echó atrás y, en agosto de 2011, aceptó los cambios legislativos que no abordaban la discriminación fundamental que motivaban estas expulsiones. Su postura de cara a la ley húngara de medios y el quebrado sistema de asilo en Greciademostró una falta similar de convicción. En ambos casos, laacción ejecutiva de la comisión fue iniciada, pero luego discontinuada o suspendida temporalmente, sin abordar adecuadamente los problemas que la provocaron en primer lugar.
Se supone que los derechos humanos son parte integral del proyecto europeo. Si la Comisión no se arma de más valor para obligar a los Estados miembros a rendir cuentas cuando rompen las normas, la espiral descendente de los derechos humanos en Europa podría continuar.
Conclusión
El menguante respeto de Europa por los derechos humanos no ha pasado desapercibido. Gobiernos de todo el mundo se han valido de medidas antiterroristas abusivas, ataques contrainmigrantes, romaníes y otras minorías, y muestras de hostilidad hacia los musulmanes, tanto como una justificación por sus propias políticas abusivas y como una forma de socavar las críticas de la UE. En 2009, el Parlamento Europeo subrayó el daño resultante a la credibilidad de la política exterior de derechos humanos de la UE.
Por encima de todo, la crisis de derechos humanos de Europa es importante por sí misma. Si estas peligrosas ideas —de que algunos merecen menos derechos que otros y que la voluntad democrática de la mayoría puede elegir ignorar los derechos de las minorías— no se controlan, los ideales de quienes derribaron el Muro de Berlín se verán traicionados y la pérdida será incalculable.