Gonzalo Fernández Ortiz de Zárate
ALAI AMLATINA, 28/04/2014.- Si tuviéramos que encontrar algún elemento positivo en el ejercicio de democracia de muy baja intensidad que se celebrará el próximo 25 de mayo con motivo de las elecciones europeas, y si nos levantáramos de la cama aquejados de un extraño optimismo impropio de la actual coyuntura, señalaríamos que una de las cuestiones más interesantes que pueden aportar estos comicios es la intensificación del debate, en el seno de las izquierdas, respecto al análisis y a las propuestas alternativas al proyecto europeo hegemónico.
Con esta afirmación queremos destacar que el debate en sí es bastante más significativo que el resultado del formalismo electoral de una Unión Europea profundamente deslegitimada y antidemocrática, ya que dichos debates podrían servir en el medio plazo para generar las actualmente poco sólidas agendas políticas y las articulaciones necesarias para revertir la situación actual.
De esta manera, mal que bien, más o menos tímidamente, estos últimos meses están favoreciendo que las izquierdas políticas –bien con la forma de partido o de movimiento- definan su diagnóstico de la crisis actual y del papel que las instituciones europeas están jugando en la misma, a la vez que exponen cuáles son las propuestas fundamentales, sobre todo en el ámbito estratégico de la economía.
1. Consenso fundamental: redefinición continental del proyecto europeo
Desde la perspectiva económica, varios son los lugares comunes donde se suelen encontrar las izquierdas: en primer lugar, se destaca que el proyecto político europeo no tiene como principio fundacional la reducción de las fuertes asimetrías entre países ni la construcción de un marco político europeo de bienestar en el que se blinden los derechos humanos. Al contrario, la génesis del proyecto se sitúa en la implementación regional de la lógica capitalista en base a un mercado único sin unidad política, tomando como pivote la estrategia expansiva de la economía germana. Por tanto éste es realmente el objetivo estratégico del proyecto que, más allá de la retórica habitual, permea el conjunto de actuaciones e iniciativas vinculadas a la construcción europea.
En segundo lugar, las izquierdas suelen estar también de acuerdo en que la arquitectura económica derivada de este proyecto específico, que empieza a tomar forma en el Tratado de Maastricht de 1992, es funcional a dicha lógica de expansión capitalista. Así, ésta se pone al servicio de los mercados y de quienes los controlan, enfrentándose si es necesario a las grandes mayorías sociales (como está ocurriendo actualmente en una fase de agudización de la lucha de clases). Esta arquitectura económica estaría conformada fundamentalmente por estos cuatro elementos: una moneda única fundada sobre enormes asimetrías entre países, regiones y personas; un Banco Central Europeo (BCE) autónomo (respecto a los gobiernos, claro, no en lo que se refiere al capital), tecnócrata y estrictamente dedicado a limitar la inflación y estabilizar el mercado financiero, no a ampliar la reproducción de la vida de la ciudadanía; unos límites draconianos al déficit público (máximo del 3% del PIB) y a la emisión de deuda pública (máximo del 60% del PIB), a partir del Pacto de Estabilidad y Crecimiento (2005); y una dirección económica profundamente antidemocrática, liderada por una élite de representantes políticos, entidades multilaterales y empresas transnacionales al servicio indiscutible de la reproducción del capital y la obtención de ganancia mercantil. No obstante, y aún siendo conscientes de la relevancia de esta arquitectura económica en todo el proyecto europeo, veremos en el siguiente apartado cómo los principales disensos actuales se refieren a cómo, cuándo y desde dónde trazar la estrategia para superar dicha arquitectura.
Finalmente, y continuando con los consensos existentes, las izquierdas también convienen, en tercer lugar, en que la política económica aplicada por las instituciones europeas (austeridad y recorte en derechos; despilfarro en ayudas a los bancos; descontrol de los superávit comerciales y de las burbujas financieras generadas por éstos; políticas pro-mercado y pro-transnacionales, como la Política Agraria Común), no sólo no está incidiendo positivamente en la superación de la crisis sino que la está agravando, incrementando los niveles de pobreza y de vulnerabilidad sistémica con tal de mantener la rueda imparable y suicida del flujo de capital y ganancia antes comentado.
Son precisamente estos tres lugares comunes los que conducen a las izquierdas a convenir que, más allá de cambios en la arquitectura y política económica, es preciso redefinir el proyecto europeo desde nuevas bases más democráticas y emancipadoras, en el que se reconozcan, hagan vigentes y sean exigibles los derechos individuales, colectivos y nacionales, analizando a su vez qué nos ha llevado a esta situación y quiénes son los responsables de la misma. De ahí que existe bastante acuerdo en torno a la exigencia de un proceso constituyente europeo (aunque existen diferentes posiciones sobre cuál es el ámbito territorial de dicho proceso), ya la propuesta de una auditoría social de la deuda, que señale cuál de ella es ilegal e ilegítima, y por tanto no debe pagarse.
Por supuesto, ambas propuestas deberían formar parte sin duda de las agendas de las izquierdas europeas, así como la reclamación de la vigencia, exigibilidad y universalidad de una serie de derechos civiles, políticos, económicos, sociales y culturales, que realmente enfrentaran las asimetrías existentes, no sólo entre países, sino también entre géneros, razas y clases. Es por tanto un imperativo para partidos y movimientos tomar como referencia y hacer fuerza común en torno a estos ejes estratégicos que van a la raíz del problema.
2. Mientras tanto, ¿Qué hacer con la arquitectura económica europea?
No obstante, y a pesar de que se comparten ciertos consensos, es necesario hacerse la pregunta de si éstos son suficientes en la coyuntura actual para conformar una agenda política combativa y realista, que incida directamente sobre el cuadro de mando de la UE capitalista, y que permita en el medio plazo avanzar en términos emancipadores. Es aquí donde se sitúan los primeros disensos, ya que aunque se comparta la pertinencia del proceso constituyente y de la auditoría integral de la deuda, también es cierto que hay izquierdas que piensan que no se dan las condiciones para que estos procesos de base continental sean viables, al menos en el medio plazo. De esta manera, y ante el escaso dinamismo y proyección de estas iniciativas, nos encontraríamos empantanados en una propuesta interesante pero irreal, mientras la estructura básica del proyecto hegemónico (la arquitectura económica) campa a sus anchas y sin desgaste considerable.
Así, se aduce que centrar la agenda política únicamente en revertir la génesis del proyecto europeo se basa en dos condiciones, que a día de hoy no se cumplen ni parece que se cumplirán en el futuro: la primera, que existe o pueda existir una correlación continental de fuerzas positiva para las izquierdas; la segunda, que se constate una voluntad nítida de éstas por articularse en torno a estas iniciativas, dentro de una apuesta real por una mayor unidad política europea. Lamentablemente, la correlación de fuerzas en Europa no sólo no es positiva sino muy negativa para las izquierdas, con una hegemonía sólida de la derecha (conservadora, liberal y social-liberal), y con el más que notable avance de la extrema derecha (en otro momento, y desde la autocrítica, habría que abordar este fenómeno desde la izquierda). Por otro lado, tampoco parece que las izquierdas estén haciendo especial hincapié en una articulación real en torno a un proceso constituyente, y es notorio que el peso de la política interna es mucho más fuerte que la visión continental, desgastada incluso en esta agonía generada por la crisis. No hay en este sentido acuerdo en ámbitos tan importantes como el modelo socioeconómico hacia el que transitar, o sobre los derechos nacionales y el ejercicio del derecho de autodeterminación, como para pensar que esta opción es actualmente viable.
De esta manera, estas iniciativas continentales podrían convertirse en un brindis al sol en la práctica cuando realizamos un análisis de la correlación de fuerzas políticas y de las prioridades de las izquierdas. Mientras tanto, el proyecto europeo real -capitalista y neoliberal-, sigue azotando a las grandes mayorías, que no cuentan con alternativas concretas y viables.
En este sentido, varias son las cuestiones que cobran relevancia en estos momentos: ¿Es necesario esperar a la puesta en marcha de procesos continentales a la hora de tomar medidas que afecten a la relación de los países con la Unión Europea y la Eurozona? ¿Un país que alcanzara una correlación de fuerzas positiva para la izquierda debería acatar la arquitectura económica y esperar a un hipotético proceso continental para tomar las riendas de su estrategia económica? ¿Qué posición se debería mantener desde las izquierdas si países como Catalunya, Escocia o Euskal Herria consiguieran la independencia y tuvieran que plantearse su relación con la UE y la Eurozona?
Son estas las preguntas a las que debemos responder, que en definitiva se podrían resumir en la siguiente: ¿Qué posición debe mantener la izquierda ante la arquitectura económica generada en torno al euro? Recordemos que ésta (Maastricht, BCE, Troika y Euro) juega un papel esencial en todo el entramado europeo ya que supone, por un lado, la plasmación estructural del proyecto fundacional y, por el otro, la base que posibilita la implementación de la política económica actual. Hay por tanto una lógica proyecto-arquitectura-política económica, en la que la arquitectura juega un rol de visagra del conjunto.
Ésta es por tanto el nudo gordiano del asunto, y dentro de la misma es el euro la argamasa que permite articular en conjunto de la arquitectura económica. Así, un euro que responde a las ansias de expansión mercantil sin importarle las profundas asimetrías de partida, cercena la capacidad de enfrentarlas y las ahonda, con las subsiguientes consecuencias de pobreza, vulnerabilidad, burbujas financieras, etc. La rueda, a pesar de todo y frente a los intereses de las mayorías populares, no puede parar y su reproducción sólo se puede mantener en base a un BCE ajeno a las necesidades del conjunto de la economía, en base a un disciplinamiento de los gobiernos en torno a los postulados de Maastricht, y en base a una dirección económica pseudo-dictatorial de la Troika. Por tanto, el euro no es sólo una moneda, sino que es la tela de araña donde se teje la estructura del poder económico y político europeo. De esta manera, el debate en torno al euro es estratégico a la hora de responder a las preguntas que antes se han planteado, que son lo que realmente marca los importantes disensos actualmente existentes, como veremos a continuación.
3. ¿Es posible la emancipación dentro de la arquitectura económica del euro?
Las izquierdas ofrecen respuestas diferentes a la cuestión de cómo, cuándo y desde dónde enfrentarse a la arquitectura económica generada en torno al euro. Sintetizando, podríamos encontrar tres tipos diferentes de formas de abordar esta cuestión.
En primer lugar están quienes inciden en la raíz del proyecto europeo y en su manifestación como política económica, obviando la relevancia de la arquitectura económica. Así, apuestan por un proceso constituyente en el largo plazo y de carácter continental, a la vez que critican duramente la política económica europea (austeridad) y a quienes la ponen en práctica (Troika), pero sin proponer superar de manera directa la actual arquitectura económica. Por tanto, se confía en que el resultado del propio proceso constituyente altere en un futuro dicha arquitectura, que de momento no hay que tocar, ya que los riesgos de hacerlo -y de hacerlo unilateral y no continentalmente-, son más altos que los posibles beneficios que se obtendrían de salir –o no entrar- en el euro.
En segundo lugar están quienes sí pretenden abordar los tres aspectos de la lógica proyecto-arquitectura-política
En ambos casos las propuestas son de carácter continental y nunca desde la capacidad de decisión de un país determinado -o de un futuro estado independiente-; en ambos casos no se cuestiona la pertinencia de repensar el marco territorial de la UE, a pesar de las más que evidentes asimetrías; y, por supuesto, se apuesta por el euro como moneda única. La diferencia entre ellas consiste en que la primera lo apuesta todo al proceso constituyente, mientras que la segunda plantea la reforma de la Eurozona en base a una mayor unidad política.
Finalmente, y en tercer lugar, estarían quienes afirman –entre los que me incluyo- que a la vez que se mantiene la apuesta por un proceso constituyente (que no necesariamente debería impulsarse dentro del territorio actual de la UE o la Eurozona), es preciso atacar directamente a la arquitectura económica vigente y plantear como una posibilidad real y positiva la salida –o no entrada- en el euro, y sin tener que para ello esperar a un proceso continental amplio[2].
De esta manera, y siempre después del necesario análisis particular de riesgos, estructura económica y realidad geopolítica de cada caso, se apuesta por incluir prioritariamente en la agenda el abandono –o no ingreso- en el euro, por las siguientes dos razones: en primer lugar, porque esperar a un proceso continental que revierta esta situación puede ser ilusorio en el contexto actual, siendo necesario desgastar desde cualquier frente la manifestación más nítida del conjunto del proyecto, que no es sino el euro y su arquitectura; en segundo lugar, porque es la única forma de poder plantear una estratégica económica emancipadora y soberana desde ámbitos institucionales, poniendo al servicio de la misma las políticas cambiaria, monetaria, fiscal, ahora secuestradas por la arquitectura económica europea y su proyecto suicida.
En este sentido, es claro que mantenerse ajeno al euro tiene sus costes (sobre todo el shock inicial), pero pensamos que más costes se generan para la ciudadanía dentro del euro y mientras no se cuestione el euro. Recordemos, como ya hemos señalado, la importancia de esta moneda única dentro del proyecto europeo, convirtiéndose en la tela de araña que articula a éste en su conjunto. Así, podemos asumir y asumimos lo complejo y arriesgado de no estar en el euro, pero en sentido contrario devolvemos la siguiente pregunta: ¿Qué hacer, aquí y ahora, dentro del euro? ¿Es posible la emancipación política y humana, desde los resortes institucionales, dentro del euro?
Nuestra respuesta es que no, sobre todo para los países periféricos, ya que una institucionalidad estatal amputada de sus capacidades económicas (enredadas en la tela de araña del euro) no tiene capacidad de maniobra, sin cartas para apostar por un proceso emancipador dentro de una estructura netamente capitalista. Por tanto, sería como una especie de apuesta esquizofrénica en la que se ataca al proyecto europeo ultraliberal a la vez que se acatan sus manifestaciones estructurales más palmarias. Y todo ello mientras se espera a un proceso constituyente sin bases sólidas, de tremenda complejidad, y de escasa proyección en el largo tiempo. No tenemos tanto tiempo.
A otro nivel, también la incertidumbre y la más que probable inviabilidad sobrevuelan la segunda opción de reformar parcialmente la arquitectura económica sin tocar el euro. En primer lugar, en un proyecto deslegitimado pero poderoso como el actualmente hegemónico, se confía en alcanzar mayorías continentales suficientes para girar el proceso hacia una unión política, enfrentándose así a los intereses de la Troika. Creo que es mucho confiar. En ese sentido, parece mucho más probable que se pudiera alcanzar esas mayorías en el marco de un estado actual –o futuro estado independiente- que en el marco de una Europa que gira a la derecha y que parte de una izquierda desarticulada. En segundo lugar, e incluso si se llegara a articular a nivel continental la fuerza suficiente para dicha unión político-fiscal, ¿de verdad creemos que la fiscalidad, en este momento actual, puede ser la palanca de superación de las enormes y crecientes desigualdades? Pareciera una medida bastante tibia, que resta énfasis a la necesidad y urgencia de un cambio profundo.
En definitiva, y por todas las razones esgrimidas, apostamos por descarrilar el tren de la arquitectura económica europea generada a través del euro, situando la salida -o no entrada- en la moneda única como vía necesaria para emprender cualquier proceso emancipador, y después de un análisis profundo de riesgos y capacidades. No obstante, y tal como hemos venido diciendo a lo largo del texto, no consideramos al euro únicamente como una moneda sino como una argamasa, como una tela de araña que permite romper con el BCE, con la Troika y con Maastricht, por lo que mantenerse ajeno al euro precisa de todo un paquete de medidas y modelo socioeconómico alternativo sobre el que plantear dicho proceso emancipador.
4. El no al euro como parte de una estrategia económica emancipadora
El no al euro es por tanto una medida necesaria pero no suficiente[3]. Pensamos que no hay posibilidad para la emancipación -desde los resortes institucionales- dentro del euro, a la vez que afirmamos que no se trata de cambiar una moneda por otra (el euro por el dracma, la lira, o el eusko), sino de garantizar que se cuentan con las mínimas garantías y capacidades para poder desarrollar una estrategia soberana y emancipadora, en el contexto de un capitalismo globalizado y de una correlación de fuerzas determinada.
En este sentido, ni el no al euro es la panacea, ni significa la liberación de todas las ataduras respecto al sistema, ni mucho menos. No obstante, y dentro de los límites de dicho sistema, esta medida ofrece una mayor capacidad de actuación a los procesos de emancipación, e infringiría un duro golpe al entramado capitalista y antidemocrático de la UE, teniendo así un impacto significativo en la lucha contra el statu quo.
Por lo tanto, el no al euro siempre debe ir acompañado de toda una propuesta socioeconómica alternativa que por un lado mitigue el shock generado por la salida o no entrada en el euro y que, por el otro, sirva de marco de referencia de los proyectos no capitalistas que se pretenden impulsar.
En esta línea, y en primer lugar, el no al euro debe ir acompañada de una propuesta de auditoría social de la deuda a nivel estatal que genere una suspensión de pagos (impago de la deuda ilegítima, renegociación de la que sí lo es) que, en última instancia, evite la losa permanente de la deuda para una ciudadanía ajena al proceso de la burbuja financiera.
En segundo lugar, el no al euro debería ir de la mano de una regulación fuerte y una actuación enérgica respecto al flujo de capitales, así como del control público y/o social de al menos parte importante del sistema financiero, lo que permita recuperar a éste para su apoyo a la reproducción ampliada de la vida.
En tercer lugar, conllevaría el control público y/o social de sectores estratégicos como la energía, las telecomunicaciones o el transporte, como bienes públicos que deben escapar a cualquier lógica mercantil.
En cuarto lugar, el no al euro entraría en el paquete de propuestas de desmantelamiento de la política económica europea actual (también la internacional), erradicando la supresión de derechos y las políticas pro-corporaciones, como la lamentable Política Agraria Común (PAC).
Por último, y en quinto lugar, el no al euro debería ir estrechamente vinculado de la apuesta inequívoca por un modelo socioeconómico que dispute espacios al capitalismo, centrado en nuevos modelos de consumo y producción, con la sostenibilidad de la vida como referencia y en base a circuitos cortos y a la economía solidaria como marco de actuación que impulsar.
Además, y como hemos señalado desde el comienzo del artículo, se hace necesario compaginar esta propuesta socioeconómica alternativa con una agenda para la redefinición política de Europa en su conjunto, desde bases democráticas y emancipadoras. Ello supone, primero, abrir el debate sobre el marco territorial actual de la Unión Europea, que pudiera ser o no el idóneo a la hora de generar un proceso político donde se priorice la cohesión y la horizontalidad; después, supone establecer nítidamente cuáles son los valores fundacionales del proceso o procesos que se definan, y que éstos realmente respondan a las demandas de las mayorías populares; y por último, pero no por ello menos importante, supone explicitar y favorecer el ejercicio del derecho de autodeterminación para aquéllas naciones que deseen convertirse en Estado propio.
El no al euro es por tanto una medida a tener en cuenta dentro de toda una estrategia, pero una medida fundamental en todo caso. En este sentido, y si se dieran las condiciones, debería entenderse como una iniciativa perfectamente posible por la que apostar, tanto en el regreso a viejas monedas o en la creación transitoria de monedas complementarias. Pero siempre, y en todo caso, debe ir acompañada por toda una estrategia económica y política que prefigure una salida a la sinrazón actual, y que permita a las izquierdas hacer desde ya pedagogía emancipadora.
En definitiva, hay que derrotar a la actual arquitectura económica generada en torno al euro, hay que atacarla por todos los frentes y sin esperar a procesos futuros e inciertos. Dentro de la misma, no hay salida. Fuera de ella, incertidumbre, sí, pero también se vislumbran nuevos horizontes emancipadores, con los que la izquierda europea tiene una responsabilidad global.
Notas:
[1] V.V.A.A: Manifiesto ¿Qué hacer con la deuda y el euro? disponible en http://www.vientosur.info/spip
[2] LAPAVITSAS, Crisis en la zona euro, Editorial Capitán Swing, 2013
[3] MONTERO SOLER, Alberto, Salir de la pesadilla del euro, 2014, disponible en http://www.rebelion.org/mostra
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