Opinión internacional |
ARGENTINA
El
presidente de Ecuador, Rafael Correa, visitó la Argentina. Sus
comentarios sobre Irán, sobre los actos terroristas cometidos en
Argentina y su método de comparar crímenes para disminuir la gravedad de
los sucesos muestran errores sustanciales de carácter político y moral.
Estos son muy inquietantes cuando son cometidos por quien tiene la
responsabilidad de un Estado que, por sudamericano, comparte importantes
iniciativas con nuestro país.
El señor Correa sostuvo que el
atentado terrorista contra la AMIA es un hecho doloroso para la
Argentina e, inmediatamente, afirmó: “Vaya y vea
cuántos murieron en el bombardeo de la OTAN a Libia. Entonces
comparemos las cosas y veamos dónde están los verdaderos peligros”.
Entre
sus observaciones dijo que Irán era una democracia y que, en cualquier
caso, si tenía algún defecto se trataba de cuestiones menores cuando se
los comparaba con las monarquías absolutas aliadas a Estados Unidos.
El señor Correa incurre en algunos errores mayores.
Utiliza
el método de la comparación para minimizar lo que él quiere escamotear.
Su razonamiento equivale a decir: “Cierto, Pedro mató a Juan. Pero
Roberto fue asesinado por Gustavo. ¡Pobre Juan! Aunque de todos modos a
quien deberíamos condenar es a Gustavo, el terrible asesino de Roberto”.
Como
verá, esto no tiene ni pies ni cabeza; ni siquiera puede decirse que se
trata de un sofisma. Es un disparate. Pero estos “errores” distan de
ser equivocaciones epistemológicas.
El disparate lógico cambia de
naturaleza cuando los actores son los 85 asesinados en Argentina, el
gobierno iraní, Estados Unidos y el libio Muamar Kadafi. En efecto, el
señor Correa, en una muestra de talento deductivo, sostuvo que como
Kadafi (el terrorista que hizo explotar un avión de 259 pasajeros) fue
atacado por aviones de la OTAN, los iraníes (sospechados de la muerte de
85 inocentes) merecen comprensión.
La tontería se convierte en
complicidad. Aplicando la lógica resquebrajada del señor Correa podría
decirse que ya que Estados Unidos invadió Guatemala en 1954, no está tan
mal que les hayan destruido las Torres Gemelas. Mañana, el mismo
presidente podría sostener que puesto que Israel cometió graves crímenes
en Líbano, no estaría de más que el señor Mahmud Ahmadineyad (símbolo
de los valores de la lucha antiimperialista para ciertos autodenominados
progresistas) arrojara una bomba atómica en Tel Aviv. Del mismo modo,
un fascista podría afirmar:
“Cierto, la dictadura tuvo 30 mil desaparecidos, es doloroso, pero nos
salvó del verdadero peligro del comunismo, responsable con Stalin de 700
mil fusilamientos entre 1936 y 1938”.
Pero, lector, no creo que
se trate de toscas lógicas ni de disimuladas tonterías bajo las
sofisticadas formas del sofisma. El señor Correa sencillamente defiende
sus intereses.
Le confieso, dicho entre nosotros, que no sé
exactamente cuáles son. Intuyo que tienen que ver con la defensa de
Irán, con sus vínculos comerciales y financieros y con la estrategia de
colaboración que construyen varios países de la región con el paraíso de
los ayatolas.
El señor Correa ha venido a decirnos, en nuestra
casa, que porque Estados Unidos realiza actos condenables, no debemos
quejarnos en exceso por los asesinatos cometidos por el gobierno iraní
en nuestro territorio (extraña gesta antiimperialista de un presidente
que acepta que la moneda de su
país sea el dólar estadounidense).
En otras palabras, el
presidente ecuatoriano nos ha insultado, defendiendo en el proceso a uno
de los más siniestros personajes políticos de nuestro planeta. A un
represor de su pueblo, a un activista que niega el Holocausto, a un
temible simulador que sigue desarrollando capacidades nucleares que ya
no se justifican bajo el paraguas de las investigaciones experimentales o
pacíficas.
¿Por qué la Argentina desearía profundizar su vínculo
con el señor Correa? ¿Existe algún motivo superior que ignoramos? ¿Hay
alguna razón de Estado que justifique aceptar en silencio este insulto?
Como
lo sucedido es grave, nuestro gobierno debería ayudarnos a entender. Lo
precisamos, sobre todo cuando se desarrollan conversaciones con el
gobierno iraní, las que –para utilizar una palabra amable– son extrañas.
¿Por qué los iraníes permitirían que personalidades de ese país
(posibles candidatos
presidenciales) fueran juzgados por sus probables crímenes en
Argentina?
Ninguna de estas cuestiones es menor. Todas ellas
giran en torno a un atentado que sufrió nuestro país. Ese ataque
parecería que no vino de un grupo terrorista sino de otro Estado. Por
mucho menos ha habido guerras en el mundo. Y, para completar el cuadro,
viene el señor Correa a defender a Irán, mientras el Gobierno negocia
con el Estado agresor.
Hace un tiempo, creo que dos años atrás,
le pedí a un canciller de uno de los países de la región que formaran
parte del acuerdo cordial con Irán que me explicara esa política. Le
dije que había que tener cuidado con volver a convertir a nuestra región
en zona de interés en términos de seguridad. Ya habíamos todos sufrido
cuando eso sucedió y la memoria estaba aún fresca para llamar al diablo.
Le reiteré una de mis frases preferidas que me enseñó mi amigo Néstor:
“Una cosa es verla venir, otra
mandarla a traer”.
El canciller eludió la respuesta y yo eludí
su silencio. Insistí. Finalmente, sin decir palabra, frotó su índice
contra su pulgar. Es ese gesto casi universal que, probablemente, usted
acaba de hacer y que alude al dinero sin nombrarlo.
Por todas
estas cosas, señor Correa, no vuelva a mi país. Nos ofende. Muchos de
mis compatriotas no creen que los crímenes de unos se justifiquen o
puedan ser ignorados por los crímenes de los otros. Imagínese, señor
presidente, una sociedad organizada sobre tales principios: tarde o
temprano desaparecería, se habrían matado los unos a los otros.
*
Politólogo. Fue canciller de Argentina durante el gobierno de Raúl
Alfonsín, entre 1983 y 1989. Este artículo fue publicado originalmente
en el diario Perfil, de Buenos Aires.