George Baghdadi Damasco, 17 jul (EFE).- El presidente sirio, Bashar al Asad, tiene buenas razones para estar contento en su décimo aniversario desde que llegó al poder, que se cumple hoy: sigue controlando el país, sus rivales están aislados y la presión internacional se está aliviando, sin costes para el régimen de Damasco.
Oftalmólogo de profesión, educado en el Reino Unido, Al Asad tenía sólo 34 años cuando recibió el poder de su padre, Hafez, en el año 2000.
En su primer referéndum para renovar su mandato por siete años consiguió un 97 por ciento de apoyo, y en el segundo aún más.
Desde el primer año en el poder, Al Asad comenzó a enfrentarse a tantos problemas que algunos observadores empezaron a poner en duda su supervivencia política, al considerar que era demasiado inexperto.
Pero el régimen sirio nunca ha estado tan fuerte como ahora, según los analistas políticos.
A pesar de sus estrechos contactos con Irán y el movimiento chií libanés Hizbulá, Al Asad ha sabido terminar con el aislamiento internacional de Siria, sin costes, y prácticamente cada semana recibe a un dignatario internacional que se acerca a Damasco.
"Al Asad quiere que Siria ocupe el lugar que le corresponde en los asuntos regionales e internacionales, porque beneficia a un país que puede aportar paz y seguridad a Oriente Medio", dijo a Efe el profesor y analista político sirio Sami Mubayed.
"Para conseguir esto -agregó-, Al Asad y su pueblo creen que Siria debe recuperar los altos de Golán (ocupados por Israel), que se ha convertido en el objetivo número uno del presidente".
Al Asad ha logrado superar páginas negras como las que surgieron tras el asesinato del ex primer ministro libanés Rafic Hariri, en el 2005, un crimen que, de acuerdo con algunos líderes libaneses, tenía el sello del régimen sirio.
Diez años después, los líderes libaneses visitan Siria, incluido el hijo de Hariri, Saad Hariri, ahora primer ministro, y hasta el político libanés Walid Yumblat, una de las voces más críticas contra Damasco, también se ha entrevistado con Al Asad.
El décimo aniversario de Al Asad en el poder se está cumpliendo sin muchas celebraciones. De hecho, ni siquiera ha sido mencionado por la agencia oficial de noticias, Sana.
Ha cambiado Siria desde que Al Asad hizo su primer discurso inaugural, hace diez años.
Ha abierto las puertas a la educación superior privada y a masivas importaciones, y ha permitido la apertura internacional del sector bancario, dentro de una política para relanzar el sector privado.
Como ejemplo de estos cambios, los enormes murales en casi todas las calles de Damasco en los que aparecía su padre, Hafez al Asad, han sido reemplazados por carteles comerciales anunciando nuevos bancos y complejos de apartamentos.
Hace diez años había sólo un banco y una universidad; ahora hay 22 bancos privados y 13 universidades.
Siria, además, intenta relanzar el turismo y planea aumentar al doble el número de habitaciones en el país en los próximos cinco años.
Pero también hay páginas oscuras, vinculadas fundamentalmente a las denuncias por violaciones a los derechos humanos, a estas se suman las denuncias de torturas, las desapariciones, la censura y la represión.
"Ya sea porque Al Asad quería ser un reformador pero se lo impidió una vieja guardia arraigada, o porque se trata simplemente de otro gobernante árabe que no está dispuesto a escuchar críticas, el resultado para el pueblo sirio es el mismo: ni libertad, ni derechos", sostiene Sarah Leah Whitson, directora para Oriente Medio en Human Rights Watch.
"Cualquier esperanza que hubieran podido tener los sirios de una nueva era de apertura política bajo el régimen de Al Asad se ha visto frustrada", agregó. EFE