DRAMA Eliana Rubashkyn hace parte de los 94 refugiados en Hong Kong que esperan ser reasentados en otro país.
Eliana Rubashkyn, de 25 años, vive en Hong Kong en una casa que comparte con prostitutas filipinas y tailandesas.
Foto: Natalia Villegas
Eliana
Rubashkyn habla mandarín con cierta soltura y lee los caracteres de
corrido. Lo aprendió en Taiwán en solo un año. Con el cantonés, el
idioma oficial de Hong Kong, ya se defiende. Así lo demuestra mientras
traduce un letrero del ascensor que la lleva a la sede de Rainbow, la
ONG que ha luchado a su lado para terminar con la pesadilla en la que
vive desde hace seis meses, cuando aterrizó en el centro financiero de
Asia.
En agosto de 2012 llegó a Taiwán a cursar una maestría en Administración de la Salud –en Bogotá estudió Química Farmacéutica en la Universidad Nacional–, pero un año después se vio forzada a interrumpir sus estudios abruptamente. Hoy se encuentra en Hong Kong y hace parte de los 94 refugiados de las Naciones Unidas que están a la espera de ser reasentados en otro país. Aunque hay personas que llevan incluso una década esperando obtener este estatus, Eliana lo consiguió en un mes y medio.
Esta bogotana de 25 años pertenece a una minoría de la minoría. A la T de la comunidad LGBT (sigla que traduce Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transgeneristas), y de la que asegura “es la ‘letra’ más despreciada y rechazada de todas”. Nació y vivió como hombre, y a pesar de que desde los 6 años se dio cuenta de que se sentía como una niña, en Colombia siempre lo mantuvo oculto. Un intento de violación y una profunda depresión que la llevó a contemplar suicidarse, la impulsaron a buscar una vida en Taiwán, a donde viajó becada.
Allí empezó el tratamiento hormonal que le permitió comportarse abiertamente como mujer. “No fue una decisión de ser Eliana, fue un proceso en el que acepté mi género”, dice. Sin embargo, al cabo de un año, su cuerpo había cambiado tanto que las autoridades de Taiwán se negaron a renovarle la visa porque su imagen no coincidía con la foto de su pasaporte. Después de múltiples llamadas al consulado de Hong Kong, el más cercano, la única solución fue viajar a esa ciudad para expedir un nuevo documento. Pero la estadía, que debía ser de tres días, se alargó.
Cuando llegó los agentes de inmigración la detuvieron por las inconsistencias de su pasaporte. La hicieron desnudar, la tocaron y se burlaron de ella. En Hong Kong no existe acoso sexual cuando ocurre entre hombres, y Eliana está identificada en su pasaporte con la ‘M’ de masculino. La historia llegó a la primera página de South China Morning Post, el diario en inglés más influyente de la región.
No fue deportada a Colombia gracias a la presión de Rainbow. Pero ante el miedo de regresar a un país donde se siente amenazada, decidió buscar ayuda en las Naciones Unidas. De los 40 países con los que este organismo internacional tiene convenios para reasentarla, cinco de ellos la reconocerían como mujer sin la necesidad de una cirugía que remueva sus órganos genitales: Nueva Zelanda, Estados Unidos, Canadá, Suecia y Holanda. El primero, negó la solicitud, pues está recibiendo refugiados de Siria. Queda esperar la respuesta de los demás.
Mientras esto sucede, Eliana vive en condiciones precarias, pues los refugiados en Hong Kong no tienen un estatus legal, no pueden trabajar y viven de la caridad. Su casa es un cuarto de menos de cuatro metros cuadrados, en un centro que comparte con prostitutas filipinas y tailandesas. Como si fuera poco, ha vivido toda serie de discriminaciones: cuando llegó al hospital después de sufrir un desmayo en la calle, la tuvieron encerrada dos días en el ala psiquiátrica con las manos amarradas. “Para ellos ser una mujer transgénero es tener problemas mentales”, asegura.
En la última semana, Eliana ha vuelto a aparecer en los principales diarios de la ciudad, pero esta vez por una buena noticia. Gracias a un documento de la UNHCR donde se le reconoce el género femenino, obtuvo finalmente el permiso del hospital para ser recibida como mujer. En pocas palabras, es la primera transgénero en Hong Kong en ser reconocida como mujer sin necesidad de cirugía. Es una pequeña batalla ganada.
La joven dice que si en su pasaporte colombiano apareciera una ‘F’ en la casilla del género, se sentiría menos vulnerable a la discriminación. Pero Colombia le exige una operación que ella no está dispuesta a hacerse. “Mi género no está definido por un órgano de mi cuerpo”, explica. Por ahora, su futuro es incierto. Los cinco idiomas que habla no valen de mucho, no puede estudiar ni ejercer su profesión. Mientras tanto, dice que ha perdido seis meses de su vida. Ojalá no sean muchos más.
En agosto de 2012 llegó a Taiwán a cursar una maestría en Administración de la Salud –en Bogotá estudió Química Farmacéutica en la Universidad Nacional–, pero un año después se vio forzada a interrumpir sus estudios abruptamente. Hoy se encuentra en Hong Kong y hace parte de los 94 refugiados de las Naciones Unidas que están a la espera de ser reasentados en otro país. Aunque hay personas que llevan incluso una década esperando obtener este estatus, Eliana lo consiguió en un mes y medio.
Esta bogotana de 25 años pertenece a una minoría de la minoría. A la T de la comunidad LGBT (sigla que traduce Lesbianas, Gays, Bisexuales y Transgeneristas), y de la que asegura “es la ‘letra’ más despreciada y rechazada de todas”. Nació y vivió como hombre, y a pesar de que desde los 6 años se dio cuenta de que se sentía como una niña, en Colombia siempre lo mantuvo oculto. Un intento de violación y una profunda depresión que la llevó a contemplar suicidarse, la impulsaron a buscar una vida en Taiwán, a donde viajó becada.
Allí empezó el tratamiento hormonal que le permitió comportarse abiertamente como mujer. “No fue una decisión de ser Eliana, fue un proceso en el que acepté mi género”, dice. Sin embargo, al cabo de un año, su cuerpo había cambiado tanto que las autoridades de Taiwán se negaron a renovarle la visa porque su imagen no coincidía con la foto de su pasaporte. Después de múltiples llamadas al consulado de Hong Kong, el más cercano, la única solución fue viajar a esa ciudad para expedir un nuevo documento. Pero la estadía, que debía ser de tres días, se alargó.
Cuando llegó los agentes de inmigración la detuvieron por las inconsistencias de su pasaporte. La hicieron desnudar, la tocaron y se burlaron de ella. En Hong Kong no existe acoso sexual cuando ocurre entre hombres, y Eliana está identificada en su pasaporte con la ‘M’ de masculino. La historia llegó a la primera página de South China Morning Post, el diario en inglés más influyente de la región.
No fue deportada a Colombia gracias a la presión de Rainbow. Pero ante el miedo de regresar a un país donde se siente amenazada, decidió buscar ayuda en las Naciones Unidas. De los 40 países con los que este organismo internacional tiene convenios para reasentarla, cinco de ellos la reconocerían como mujer sin la necesidad de una cirugía que remueva sus órganos genitales: Nueva Zelanda, Estados Unidos, Canadá, Suecia y Holanda. El primero, negó la solicitud, pues está recibiendo refugiados de Siria. Queda esperar la respuesta de los demás.
Mientras esto sucede, Eliana vive en condiciones precarias, pues los refugiados en Hong Kong no tienen un estatus legal, no pueden trabajar y viven de la caridad. Su casa es un cuarto de menos de cuatro metros cuadrados, en un centro que comparte con prostitutas filipinas y tailandesas. Como si fuera poco, ha vivido toda serie de discriminaciones: cuando llegó al hospital después de sufrir un desmayo en la calle, la tuvieron encerrada dos días en el ala psiquiátrica con las manos amarradas. “Para ellos ser una mujer transgénero es tener problemas mentales”, asegura.
En la última semana, Eliana ha vuelto a aparecer en los principales diarios de la ciudad, pero esta vez por una buena noticia. Gracias a un documento de la UNHCR donde se le reconoce el género femenino, obtuvo finalmente el permiso del hospital para ser recibida como mujer. En pocas palabras, es la primera transgénero en Hong Kong en ser reconocida como mujer sin necesidad de cirugía. Es una pequeña batalla ganada.
La joven dice que si en su pasaporte colombiano apareciera una ‘F’ en la casilla del género, se sentiría menos vulnerable a la discriminación. Pero Colombia le exige una operación que ella no está dispuesta a hacerse. “Mi género no está definido por un órgano de mi cuerpo”, explica. Por ahora, su futuro es incierto. Los cinco idiomas que habla no valen de mucho, no puede estudiar ni ejercer su profesión. Mientras tanto, dice que ha perdido seis meses de su vida. Ojalá no sean muchos más.