Rafael Bautista S.
ALAI AMLATINA, 31/05/2014.- Las recientes crisis en Ucrania y Siria
manifiestan la compleja transición hacia un mundo sin centro hegemónico
único; lo que se está denominando el “incipiente mundo multipolar” (las
áreas en disputa manifiestan esta tónica).
El siglo XXI amanece con un
nuevo mundo emergente que ya no presupone, ni cultural ni
civilizatoriamente, la hegemonía occidental. El “gran relato” neoliberal
del “fin de la historia” se hizo pedazos el 11 de septiembre de 2001 y
su última cruzada, llamada el “choque de civilizaciones”, es derrotada
en Siria y Ucrania. Es decir, el fenómeno de la colonización,
consustancial al mundo moderno, empieza a desmoronarse en el nuevo
siglo. Incluso las nuevas potencias emergentes, si optaran por
asegurarse áreas de influencia, ya no podrían hacerlo según las
prerrogativas que adoptaron las potencias occidentales cuando se
repartieron el África y el Oriente.
La sobrevivencia de un mundo
multipolar pende del siguiente detalle: los términos en que se expresen
las alianzas geopolíticas sólo podrían cimentarse en una cooperación
mutua y estratégica y ya no en exclusivas relaciones de dominación.
Las últimas bravuconadas que Occidente despliega bélicamente no hacen
sino mostrarnos su decadencia profunda. Ya no pudo invadir Siria, y eso
le está costando, no sólo credibilidad sino, sobre todo, la desconfianza
en su capacidad militar. Incluso podría decirse que el 3 de septiembre
de 2013 se evitó la tercera guerra mundial, cuando el sistema de defensa
aéreo ruso S300-PS, desde la base de Tartus, en Siria, intercepta y
destruye misiles tomahowks (lanzados desde la base gringa de Rota, en la
bahía de Cádiz), que tenían como destino Damasco. Desde entonces queda
demostrado que los rusos han recuperado su importancia militar; lo cual
equilibra un mundo que había sido capturado por USA (según Ehud Barack,
exministro de asuntos militares de Israel, eso debilita a USA en todo el
mundo). Desde el triunfo de Rusia ante Georgia, por Osetia del Sur, el
2008, puede decirse que la geopolítica del siglo XX ha sido dislocada en
favor de una nueva reconfiguración planetaria.
En Ucrania termina de rematarse la cosa, puesto que la injerencia
occidental, comandada por USA, no hace sino, para su propia desgracia,
acercar aún más a China y Rusia, lo cual significa, en lo venidero, el
viraje definitivo de la economía mundial hacia el Oriente. El último
acuerdo monumental entre Rusia y China (cuyo comercio bilateral
alcanzará, para el 2020, los 200.000 millones de dólares), no sólo
ratifica la hegemonía de una Eurasia oriental, en torno a la
restauración comercial de la “ruta de la seda”, sino hasta posibilita
que China se expanda hacia Occidente (los más que probables ejercicios
militares conjuntos entre Rusia y China en pleno Mar Negro). Ni USA ni
Europa tienen la musculatura, ni económica ni militar, para hacer valer
sus sanciones económicas a una Rusia que, aliada de China, ya no tiene
necesidad de supeditarse a un Occidente en plena decadencia.
El mundo y su cartografía geopolítica, tal cual había sido concebida por
las potencias occidentales, desde el siglo XIX, está feneciendo. Esto
quiere decir que la disposición centro-periferia, pertinente al mundo
moderno, ya no tiene sentido. Como tampoco tiene sentido, frente a la
crisis climática y energética, un sistema económico que sólo sabe
administrar el despojo sistemático de vida (humanidad y naturaleza) en
favor de los fetiches del mundo moderno: el capital y el mercado. La
crisis es civilizatoria y sólo puede ser comprendida, en su verdadera
magnitud, desde una perspectiva multidimensional.
Esto quiere decir que, tampoco las ciencias modernas, en su crisis
epistemológica, estarían a la altura de dar razón de la crisis. Si todas
parten de los mitos y prejuicios modernos, ¿cómo podrían auscultar una
crisis que la originan estos mismos mitos y prejuicios? La crisis actual
manifiesta una rebelión de los límites mismos de un mundo que es
finito; pero la ciencia moderna, la economía capitalista y el mismo
paradigma del desarrollo, suponen recursos de aprovechamiento infinitos
como presupuesto de un progreso también infinito.
Este presupuesto da origen a la sociedad moderna. Pero es un presupuesto
falso, porque los recursos no son infinitos. Ni la naturaleza ni el
trabajo humano pueden garantizar un progreso sin fin. Un crecimiento sin
límites es una pura ilusión trascendental. Por eso el mundo moderno se
halla en la peor de sus encrucijadas; pues si su economía se basa en el
crecimiento económico, este crecimiento supone el aprovechamiento
desmedido de energía fósil. Sin energía se hace imposible crecer. Crecer
para el primer mundo significa aumentar su consumo de energía; pero si
añadimos a esto que el mito moderno de los países ricos es crecer
indefinidamente, fieles al modelo de desarrollo y progreso infinito,
resulta que su propia forma de vida, basada en el crecimiento infinito,
ya no puede sostenerse. Entonces, lo que se vislumbra, como consecuencia
de esta crisis, es el colapso cultural y civilizatorio de la modernidad
occidental. No siendo ya el primer mundo dueño de la energía del
planeta (desde el 2003, cuando British Petroleum confirma el fracaso de
la guerra de Irak), ya no puede subvencionar su desarrollo con la
miseria que genera su economía en el resto del planeta.
La crisis financiera se vincula también a la crisis energética, que es
la otra cara de la rebelión de los límites ante las pretensiones
ilimitadas de un crecimiento sin fin. Este crecimiento es ya
insostenible ante la evidencia del agotamiento paulatino de los recursos
energéticos. Lo cual hace más vulnerable la estabilidad a futuro de un
dólar que, sin petróleo, no tiene nada que lo sostenga (a no ser sus
bombas nucleares). El primer mundo requiere cada vez más energía para
crecer económicamente, pero si ya no dispone de energía barata y
abundante, todo su complejo industrial y tecnológico se estanca. Entra
en crisis. Tanto su producción como su consumo ya no pueden sostenerse.
La crisis manifiesta aquello. La crisis climática es la rebelión de los
límites: el mundo es finito.
Por eso el mito de la globalización encierra una aporía insoluble: si el
mundo es uno, entonces no es infinito. El sistema-mundo-moderno-occident
al
choca entonces con la fuente de donde emana todo lo que hace posible la
vida: la naturaleza es única, lo cual no quiere decir que sea infinita.
Única quiere decir vulnerable. Su finitud es constatación de su
condición de sujeto. Por eso no puede no tener derechos. Si la vida
procede de ella es porque es Madre. Por eso le decimos PachaMama. La
extracción indiscriminada que se hace de sus componentes vitales, en
torno a una acumulación excesiva de ganancias, hace imposible que pueda
reponer lo que se le ha quitado: la sobre-explotación de un recurso
conduce a la destrucción paulatina de todo su contexto vital. A esto
llamamos extractivismo, prototípico del capitalismo.
La curva geofísica de Hubbert fue diseñada para mostrarnos que todo
elemento depletable, como el petróleo, alcanza una cúspide en su
explotación, para nunca más superar aquello. Según el World Energy
Outlook (informe anual de la Agencia Internacional de Energía del 2010)
esta cúspide a nivel mundial ya se habría alcanzado el 2006. Y, si es
cierto que la cúspide de todos los hidrocarburos, además del uranio, se
daría el 2018, entonces se hace imprescindible una transformación en la
base energética; pero los países ricos no responden de modo sensato a
esta realidad sino que apuestan por un peligro aún mayor: los
agrocombustibles.
Pareciera que los países ricos, al no encontrar salida a su crisis,
optan por meterse más en ella. Pues esta supuesta solución a la crisis
energética supondría un holocausto alimenticio a nivel global (la subida
de los precios de granos y alimentos corrobora una tendencia de
carácter especulativo que aprovecha ufano el capital financiero).
La pelea energética es ahorita la tónica de los dislocamientos
geopolíticos. Para el imperio es imprescindible la combinación
dólar-petróleo. Sin petróleo no puede sostener su infraestructura bélica
planetaria. Si tiene el petróleo tiene el control. Entonces la
situación en Ucrania y Siria nos lleva también a reflexionar acerca de
la amenaza sistemática que ejercen los poderes fácticos en Venezuela.
Necesitan del petróleo venezolano para equilibrar su poder ante estas
nuevas derrotas en Ucrania y Siria.
USA persigue su soberanía energética recapturando a Latinoamérica. Por
eso el TLCAN con México reaviva la “Doctrina Monroe”, por eso lo que
sucede en Venezuela forma parte de su estrategia geopolítica ante el
ascenso de China y Rusia; las bases militares gringas de Colombia y Perú
ya no apuntan sólo a Venezuela sino también a Brasil. No sólo el
Orinoco sino el Amazonas son áreas geoestratégicas para restaurar un
mundo unipolar (parece que Brasil, aun siendo parte de los BRICS, no se
ha anoticiado de esto).
Esta lectura nos sirve para diagnosticar, establecer y determinar el
contexto epocal que subyace a la celebración de la “50 reunión cumbre
del G77”. Esta cumbre que se realizará en Bolivia es inédita, pues si en
sus inicios el G77 sólo coordinaba programas de cooperación en materia
de comercio y desarrollo para una mejor integración en el mercado
mundial, la nueva reconfiguración geopolítica y geoeconómica actual,
sienta las bases para hacer de este grupo un contrapeso a la hegemonía
–en decadencia– de los países ricos.
No sólo Bolivia, sino el ALBA y hasta el MERCOSUR, tienen la mejor
oportunidad de liderar una transición con perspectiva mundial. Por eso
la necesidad de contar, en la actualidad, con una perspectiva
geopolítica ya no sólo coyuntural sino acorde con este proceso de
transición planetaria. Politizar la cumbre G77 es fundamental para que
nuestros países sitúen a nuestra región en el nuevo centro de gravedad
de la transición civilizatoria del siglo XXI. Por eso el “vivir bien” y
la “descolonización” ya no pueden diluirse en la pura retórica sino
consolidarse como el discurso pertinente a un mundo en transición
civilizatoria.
El G77 nace dentro del paradigma del desarrollo y en un mundo repartido
entre dos potencias. Con la imposición de un mundo unipolar, el grupo no
tenía más carácter que el exclusivamente declarativo. Pero con la
decadencia del mundo unipolar y el ascenso de los BRICS, nuevos márgenes
de acción se presentan para este tipo de grupos (también es el caso de
los “no alineados”), pues los mismos organismos internacionales
(pertinentes a la hegemonía gringa) se hallan seriamente cuestionados;
entonces, ante el declive de unos y el ascenso de otros, el G77 se halla
en condiciones nunca antes experimentadas, pues el mundo moderno
atraviesa, por vez primera, la ausencia del poder hegemónico occidental,
pero a su vez, también se encuentra en medio de una crisis
civilizatoria que amenaza a la supervivencia propia del planeta.
En ese contexto, la reunión en Bolivia podría despertar una conciencia
global de un necesario cambio de paradigma frente a la decadencia del
capitalismo. Sólo una mancomunidad de esfuerzos de los países pobres
podría augurar nuevas vías que puedan apostar las economías periféricas,
con el fin de desprenderse definitivamente de las prerrogativas de los
países ricos (ahora en crisis profundas) y proponerse despegues
económicos que ya no busquen una integración subordinada al capital y al
mercado globales sino de una reconstrucción de sus propias economías.
Este periodo de transición hacia un nuevo sistema económico mundial
durará por lo menos un siglo; no se sabe qué adviene pero la economía no
puede continuar con las prerrogativas propias del modelo de producción,
consumo y acumulación actual.
El ascenso de las potencias emergentes no sólo reequilibran el poder
global sino que hace posible descentrar la economía y la política
globales. La disposición centro-periferia es lo que ya no puede
mantenerse; con el ascenso de los BRICS se reivindican culturas y
civilizaciones que el mundo moderno las consideró arcaicas y superadas
del todo. India y China vuelven a tener la importancia global anterior a
la modernidad. Por eso no es raro que una buena parte de la literatura
gringa hable del “choque de civilizaciones”. Occidente se siente
amenazada por el despertar de las civilizaciones que supuso atrasadas,
lo cual no hace sino desmentir su presunta superioridad civilizatoria.
Para este año China será la primera economía mundial y para el 2020
China superará en lo tecnológico, económico, científico, educativo,
etc., a la suma conjunta de Europa y USA. Solo en el índice PISA, que
mide el nivel educativo en el mundo, de los 10 primeros puestos, 7 son
países asiáticos (hasta Vietnam está por encima de USA). Es decir, la
decadencia del primer mundo es ya una cuestión de hecho.
En ese contexto, el primer mundo ya no es más modelo civilizatorio. Y la
economía que patrocinó por cinco siglos ya no es más sostenible.
Energéticamente el mundo ya no puede seguir el modelo de consumo
occidental; a lo cual hay que añadir que las potencias emergentes no son
autosuficientes y ya no pueden hablar en los términos colonialistas que
lo hacían Europa y USA. La colonización ya no sería posible de
reeditarse en el siglo XXI.
Esto quiere decir que, un mundo multipolar, permite pensar una situación
mucho más rica y compleja: la ceropolaridad. Este concepto es novedoso
en la geopolítica y quiere describir un mundo sin hegemonías
concentradas. Pues tampoco las nuevas potencias emergentes, pueden
decidir todo sin contar con los afectados; esto significa que ninguna
potencia puede ejercer, de modo único, su influencia sobre todos los
acontecimientos.
Cuando los poderes hegemónicos retroceden en algo, las soberanías
nacionales, aunque mínimas, despiertan a nuevas apuestas; y si estas
apuestas se generalizan, entonces tenemos una coyuntura como la actual:
un “cambio de época”. Una nueva disposición geopolítica planetaria con
ya no un solo centro abre márgenes de acción para los países pobres.
Pero estos, de modo aislado, no podrían superar su situación. Sólo la
cooperación y las alianzas estratégicas podrían enfrentar, de modo más
plausible, la arremetida de los países ricos.
Estas alianzas no pueden prescindir de los BRICS. China recupera el
pacífico como centro de la economía global y eso supone también que los
flujos comerciales se des-occidentalicen. Junto a la India establecen
una nueva geografía de la economía mundial. Por primera vez, después de
500 años, América aparece otra vez al extremo oriente del oriente,
mostrando el verdadero sentido y dirección de la civilización humana.
Occidente nunca fue la culminación del desarrollo de la civilización
humana. Las implicaciones de este tipo de recambios van a tener sus
repercusiones hasta en lo cultural.
Aliarse a los BRICS no tendría que significar avalar, o peor, remedar su
modelo de crecimiento económico. Pero en una nueva cartografía
geopolítica y un nuevo mapa institucional global, nuestros países
podrían demandar, en condiciones más favorables, una transformación del
modelo productivo y de consumo que ha originado el capitalismo. Por eso
necesitamos reafirmar la creación de una nueva arquitectura financiera
global. Se dice que nadie, en el contexto global, es independiente del
todo; se es independiente en la medida en que se conoce y se aprovecha,
en beneficio propio, el grado de dependencia que se tiene.
Una transformación del modelo productivo supone una nueva arquitectura
financiera y ésta presupone un nuevo marco jurídico del derecho,
nacional e internacional, que le devuelva la soberanía a los pueblos.
Cuestionar todo aquello supone también advertir que no es un modelo de
desarrollo lo que ha entrado en crisis sino el propio desarrollo; el
afán de control y dominio de la naturaleza, reducida a objeto a
disposición, es lo que ya no puede sostenerse. La propia concepción que
de naturaleza tiene el capitalismo y la modernidad, es lo que hace
insostenible todo sistema económico. Por eso, la defensa de “derechos de
la Madre tierra”, el “vivir bien”, la “descolonización”, se constituyen
en criterios epocales que sostienen una toma de conciencia global; esto
es lo que establece, en nuestro caso, un liderazgo nunca antes
imaginado y que nos abriría la posibilidad de establecer una agenda
mundial.
Los desafíos son grandes, por ejemplo, desafiar al mismo mercado global
supone la promoción de sistemas de producción locales y tecnologías
ancestrales o la recuperación de economías campesinas comunitarias como
base de la soberanía alimentaria. Sólo aquello podría remediar, en un
50%, la emisión de gases de efecto invernadero (que provoca las gran
agroindustria). La autosuficiencia alimentaria es parte de la
consolidación de alternativas en la economía e, inevitablemente, de la
revalorización de las culturas antes despreciadas.
El nivel de agresión y destrucción del proceso de producción
capitalista, destaca una invariable en su propia lógica: destruir para
producir. En ese sentido, la decadencia del capitalismo arrastra al
mundo y a la vida en su conjunto. Las implicancias a futuro de esta
decadencia es la que obliga al mundo a proponerse nuevas alternativas.
Por eso la respuesta no puede provenir del primer mundo, pues la apuesta
de éste es únicamente alterar el rumbo que está adquiriendo el mundo
multipolar e impedir definitivamente su consolidación.
En Ucrania, la opción occidental consiste en restaurar el orden
hegemónico unipolar; pues la sobrevivencia de Europa misma se encuentra
en entredicho. La dependencia del gas ruso le aleja de la esfera gringa y
le convierte en una semi-colonia energética de una economía cuyo centro
se hace cada vez más oriental. Los dislocamientos geopolíticos de este
nuevo siglo hacen resurgir a la región euroasiática como lugar
estratégico para controlar y dominar al mundo. Para Occidente es vital
recuperar esa zona, pues sus estrategas consideran que Ucrania es la
entrada a Eurasia, donde vive el 75% de la población mundial y donde se
hallan ¾ partes de toda la energía conocida. Capturando a Ucrania se
trata de impedir que la economía se orientalice, pues si Rusia se acerca
a China (y a India), Occidente deja de tener la importancia que una vez
tuvo y su economía no podría ya reponer su predominio (por eso hasta
Alemania juega doble, pues también se acerca a China y Rusia, aunque no
renuncia a su pertenencia occidental).
El G77 no puede desatender este nuevo contexto que está alterando por
completo el tablero geopolítico mundial. En medio de un incipiente mundo
multipolar, la visión que se tenga no puede reducirse a lo meramente
local. En un mismo mundo compartido, todo tiene relación con todo. Una
nueva lectura del relacionamiento internacional pasa por una
actualización geopolítica de un mundo en transición. La narrativa actual
es geopolítica, pero no una geopolítica provinciano-imperial sino una
geopolítica verdaderamente mundial.
Esto nos posibilita advertir también el carácter ideológico, unilateral y
hasta plagado de un provincianismo cultural de los marcos
teórico-conceptuales de las relaciones internacionales y la diplomacia,
como disciplinas sociales. Estas disciplinas tienen una reducida
perspectiva europeo-norteamericana, que justifica un excepcionalismo
inadmisible hoy en día. La decisiva dependencia que tienen estas
disciplinas de la política exterior norteamericana, delata también una
profunda ignorancia de otros mundos culturales y civilizatorios que no
pueden ser reducidos a la mirada occidental.
Esto nos lleva a advertir que, si el mundo que viene será multipolar,
nuestra geopolítica deberá también, acorde con ese nuevo mundo, tener
una visión multidimensional de implicancias globales, o sea, deberemos
aprender a ver el mundo desde una perspectiva propia. Si los chinos,
hindúes, iraníes y rusos, propician think tanks propios, con
perspectivas geopolíticas radicalmente distintas a las de europeos y
gringos, no menos debemos realizar en este lado del mundo. El asunto, en
definitiva es, o producimos una perspectiva propia de lo que sucede en
el mundo o nos contentamos con la perspectiva usual, que es la
occidental. De una determinada narración se deduce una determinada
posición. Si la narración es la decadente, la moderno-occidental,
entonces lo que se deduce es la defensa de los intereses y los valores
moderno-occidentales.
El mundo es lo que se interpreta de éste. O descubres el mundo o te lo
encubren. La política exterior de nuestros países ha estado siempre
constituida a partir de los marcos teórico-conceptuales de la narración
geopolítica imperial. Desprenderse de aquello supone producir una nueva
narración geopolítica que de nacimiento a un nuevo tipo de relaciones
internacionales. Lo usual en teoría de las relaciones internacionales ha
sido siempre la lectura abstracta, descontextualizada, sin historia,
usando conceptos meramente formales, que ordenaban un pasivo reacomodo a
las situaciones impuestas. La geopolítica parecía patrimonio del
centro, por eso hasta la izquierda ingenua entendía ésta como una
disciplina imperial (sumidos en la lectura hacia adentro olvidaban a
menudo el mundo real en el cual se encontraban).
Las lecturas hegemónico-imperiales están en crisis, develando el
provincianismo de la visión del centro ante un mundo de ascensos
civilizatorios que no logran comprender. Occidente nunca conoció al
mundo, por eso mira atónito el ascenso de las potencias emergentes y
descubre que no tiene otra cosa que la fuerza bruta para imponerse. El
afamado historiador de la Universidad de Yale, Paul Kennedy, sostiene
que los asuntos internacionales no andan bien en el mundo político y
social y que incluso estarían comenzando a desmoronarse, tanto
institucional como discursivamente. Pero este desmoronamiento lo ve como
un atentado al “mundo libre”, es decir, no es capaz de ver que se trata
del desmoronamiento cultural-civilizatorio de la propia hegemonía
occidental, es decir, el llamado “mundo libre”.
La conclusión que este tipo de personajes –muy influyentes en ámbitos de
poder– presenta, es que el mundo está desquiciado. Esa visión delata a
un centro que ya no sabe leer un nuevo mundo emergente. Para Charles
Hill, legendario funcionario del Departamento de Estado, el antiguo
orden conocido como el siglo norteamericano, que era parte de la era
moderna, parece estar apagándose. Su diagnóstico es revelador, pues
señala que la era que viene “ya no será moderna”; pero lo que
constituiría una esperanza para el resto del mundo pobre, él lo ve como
“nada agradable”.
Por supuesto, desde el imperio no es nada agradable perder su
preeminencia; por eso hace bien David Brooks (columnista del New York
Times) en señalar que el orden moderno al cual se refiere Hill, es un
sistema de Estados que encarnan los dos grandes vicios de las relaciones
internacionales: el deseo de dominio expansivo y de eliminación de la
diversidad. De ello se puede colegir que las mismas relaciones
internacionales no fueron nunca concebidas para un mundo multipolar no
occidental. Para el imperio, la geopolítica ha sido la defensa exclusiva
de sus intereses, a los cuales llama sus valores. Un mundo multipolar y
policéntrico es algo inconcebible para la geopolítica imperial, pero
una necesidad a ser pensada en la geopolítica de nuestros países. Por
eso tiene sentido hablar de una descolonización de la geopolítica.
La transición civilizatoria no puede ser ciega. Advertir el sentido
potencial de una nueva reconfiguración planetaria, sin hegemonía única,
permite diseñar una nueva fisonomía global más acorde a una realidad
diversa y plural. Por eso la visión provinciana de la geopolítica
imperial ya no sirve para interpretar el sentido de la transición. La
narrativa geopolítica deberá recuperar las historias negadas y los
horizontes culturales olvidados. Si el G77, y Bolivia y los países del
ALBA, están a la altura de liderar la transición civilizatoria, lo que
lógicamente debería acontecer es la posibilidad de fundar, en el mediano
plazo, una nueva “Liga de las Naciones” (como reconocimiento además a
sus verdaderos inspiradores: la liga indígena Iroquesa).
Si todas las instituciones mundiales ya no cuentan con legitimidad, pues
todas ellas responden a la disposición centro-periferia, prototípica de
la hegemonía moderno-occidental, la propia ONU debería desaparecer y
dar lugar a una nueva y más democrática organización. El G77 contiene la
mayor concentración de países miembros de la ONU, por tanto, su
legitimidad es considerable. Un nuevo mundo en ciernes no puede amanecer
con instituciones arcaicas.
La Paz, Bolivia, 30 de mayo de 2014
- Rafael Bautista S. es autor de “la Descolonización de la Política.
Introducción a una Política Comunitaria”, Plural editores, la Paz,
Bolivia.
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