Madrid, 1° Junio 2014, (Especial para El Informante Perú).-
"El feminismo es un esfuerzo para cambiar algo muy antiguo, extendido y
profundamente arraigado en muchas culturas, quizá en la mayoría, en
innumerables instituciones y en la mayor parte de los hogares del
planeta: y en nuestras mentes, donde todo comienza y concluye". No es
una descripción nueva ni original del fenómeno social que llamamos
feminismo, pero sirve de base para un nuevo libro que trata este asunto
en profundidad y con claridad.
La cita anterior pertenece a Rebecca Solnit, una polifacética
periodista, escritora, activista y pensadora radicada en San Francisco
de California, que acaba de publicar en EE.UU. Men Explain Things to Me
(Los hombres me explican cosas).
La autora muestra cómo el avance del feminismo es ya imparable; podrá
sufrir retrocesos, obstáculos y oposiciones pero, al igual que el genio
de la fábula que escapó de la botella nunca regresó a ella, ya no hay
regresión posible en el feminismo. Se pueden abolir o mermar los
derechos reproductivos de la mujer consagrados en la legislación de
varios países que han legalizado el aborto, pero ya nunca se podrá
abolir la idea de que las mujeres poseen ciertos derechos inalienables.
Escribe Solnit: "Lo que nunca volverá a encerrarse en la botella son
las ideas". Y las ideas son las que sustentan las revoluciones. Será ya
imposible convencer a la mayoría de las mujeres de que no tienen el
derecho a controlar su propio cuerpo.
El poder político no siempre se mueve en la dirección que los
gobernados desean. Pero en el plano social, la imaginación también
ejerce cierto poder. Un claro ejemplo es el cambio que han experimentado
los homosexuales, lesbianas y transexuales, cuando no hace más de medio
siglo todo comportamiento que no fuese genuinamente heterosexual era
considerado delictivo o mentalmente patológico y castigado con
severidad. Contra esto no existía protección alguna, sino todo lo
contrario: las leyes exigían la persecución y la exclusión. Todavía lo
exigen en bastantes países, pero su número se reduce progresivamente.
Se suelen atribuir los cambios de este tipo a los movimientos sociales o
a las reformas aplicadas en los textos legislativos. Pero, según
Solnit, el factor más decisivo ha sido el cambio en la imaginación, que
ha ido venciendo a la ignorancia, al miedo y a ese odio peculiar que se
llama homofobia.
Al escribir este libro, la autora no sabía todavía que un transexual
ganaría el festival de Eurovisión sin que se estremeciesen los cimientos
morales de Europa: solo hace medio siglo, hubiera sido inimaginable.
Por otro lado, ella afirma que aquellos que se sienten amenazados por el
matrimonio homosexual son los mismos que no aceptan la igualdad en el
matrimonio heterosexual: "El feminismo ha contribuido a romper el
sistema jerárquico del matrimonio y lo ha reinventado como una relación
entre iguales".
La mujer sigue sometida a un dilema: elegir entre ser castigada por no
ser sumisa o sufrir el castigo continuo de la sumisión. Aunque las ideas
no vuelvan ya a la botella, las mujeres sufren presiones para hacerlas
regresar a su sitio, ese lugar de silencio y debilidad donde las ha
mantenido la misoginia tanto tiempo dominante. Recordemos que San Pablo
prohibió que "la mujer enseñe ni domine al marido"; en otro momento
puntualizó: "Las mujeres deben guardar silencio en las reuniones de la
Iglesia, porque no les está permitido hablar", y benévolamente les
sugirió: "Si quieren saber algo, pregúntenlo en casa a sus esposos".
Misoginia como la que sufrieron las españolas educadas por la Sección
Femenina del franquismo: "A través de toda la vida, la misión de la
mujer es servir", se leía en un manual de enseñanza.
Otro punto interesante de este libro es la idea de que, en el futuro,
algo que ya no se llamará feminismo necesitará investigar a fondo sobre
los hombres. Muchos hombres están implicados en el feminismo como
proyecto para cambiar el mundo, por lo que hay que averiguar cómo
repercute en su mentalidad. Habría que estudiar a los hombres que
generan la violencia dominante, las amenazas, los odios; las actividades
de esas intimidantes unidades especiales de la policía y la cultura que
las anima. O a los que culpan a las mujeres de ser violadas o
sexualmente asaltadas debido a cómo se visten o cómo se comportan, como
ha expresado en público un alto responsable de la policía canadiense,
repitiendo lo ya predicado por bastantes jerarquías religiosas no solo
islámicas sino también católicas.
Los hombres explican cosas a las mujeres, como anuncia el título del
libro comentado y en la línea marcada hace siglos por San Pablo en su
epístola a los corintios (¡pobres corintios y pobres futuros seguidores
del exaltado apóstol!), cuando pedía a las mujeres que preguntasen a sus
maridos al volver a casa. Y éstos pueden explicarles a ellas cosas tan
trascendentales como el hecho de que a algunos no les es fácil debatir
en público con mujeres, porque si muestran patentemente su superioridad
-intelectual, por supuesto- se les puede achacar que las acorralan y ser
tildados de machistas. ¡Crítica situación para un político!
Rebecca Solnit no ha podido añadir a su libro una muestra tan patente
del camino que aún le queda por recorrer al feminismo, cosa que hago
aquí a modo de coda.
(*) General de Artillería en la Reserva.
(Tomado de: http://www.elinformanteperu.com/opinion.php?idarticulos=72999)
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