BANGKOK. Tras los sangrientos disturbios del fin de semana, que dejaron 39 muertos y 270 heridos, Tailandia vive un «impasse» político por el estancamiento de las negociaciones entre el Gobierno y los «camisas rojas», que reclaman la dimisión del primer ministro, Abhisit Vejjajiva, la disolución del Parlamento y la inmediata convocatoria de elecciones.
Comunidad internacional. A pesar de la brutal represión del Ejército, que incluso ha recurrido a francotiradores para ejecutar a sangre fría a varios manifestantes y a un general renegado que se había erigido en el estratega de la revuelta, la postura del gobierno se ha visto reforzada por la falta de una condena unánime internacional.
Negativa a negociar. Por ese motivo, el Ejecutivo rechazó ayer la oferta la propuesta de negociar una tregua con la mediación de 60 senadores, que había sido aceptada «sin condiciones» por uno de los cabecillas de los «camisas rojas», Nattawut Saikuar.
Bloqueo del Ejército. Aislados en un campamento de tres kilómetros cuadrados levantado en pleno centro de Bangkok, unos 5.000 «camisas rojas» -entre los que hay numerosas mujeres, niños y ancianos- aguardan temerosos el asalto final del Ejército. Aunque los militares han cortado los accesos para evitar que sigan recibiendo ayuda del exterior, aún tienen agua y comida para aguantar varios días más.
Dispersión opositora. El problema para los manifestantes es la aparente falta de consenso entre sus cabecillas, ya que algunos abogan por seguir luchando para llevar las protestas hasta el final y otros se han asustado tras el último baño de sangre y prefieren rendirse y abandonar el campamento antes de permitir una nueva masacre.
Revuelta localizada. Además, la revuelta parece abocada al fracaso porque se ha localizado sólo en Bangkok y no se ha propagado al resto del país, donde el Gobierno ha impuesto el estado de emergencia en más de una veintena de provincias. Entre ellas destacan las del paupérrimo noroeste de Tailandia, el granero electoral donde el ex primer ministro Thaksin Shinawatra compraba literalmente los votos entregándoles dinero a los campesinos.
Agotamiento opositor. Aunque las manifestaciones, que empezaron hace dos meses, han paralizado el centro de la ciudad y han cuestionado un sistema que hasta hace poco era modélico en Asia, el agotamiento de las protestas y la postura inflexible del Gobierno tailandés sólo dejan lugar a dos salidas: o rendición o aplastamiento a sangre y fuego.
Progreso asimétrico. La crisis de Tailandia es un serio aviso para los países en vías de desarrollo, que en los últimos años han vivido un extraordinario crecimiento al amparo de la bonanza económica que ha traído la globalización. Sin embargo, dicho progreso ha sido asimétrico y ha dado lugar a sociedades bipolares con grandes diferencias entre el campo y las ciudades. donde los rascacielos más futuristas, las galerías comerciales más lujosas y las villas más caras conviven con la miseria de las chabolas y la explotación laboral mediante sueldos irrisorios.
El rey Bhumibol. Debido al silencio del venerado pero enfermo rey Bhumibol, el monarca que más tiempo ha permanecido en el trono a sus 82 años, una sociedad tailandesa cada vez mejor informada seguirá presionando por la democracia aunque fracase la revuelta de los «camisas rojas».