martes, 4 de febrero de 2014

Turquía, de economía estrella a dolor de cabeza para los mercados

Por   | LA NACION

 PARÍS. - Durante diez años, sus sorprendentes resultados económicos colocaron a Turquía en el pelotón de cabeza de los países emergentes. Hoy, la coyuntura mundial y, sobre todo, la grave crisis política que hace vacilar a su gobierno no sólo amenazan con poner punto final a esa "succes story", sino incluso arrastrar con ella al resto de la economía mundial.

Después de tres semanas de dramática situación, el banco central de Turquía decidió el martes pasado un aumento masivo de sus tasas de interés para tratar de detener la devaluación continua de la moneda nacional, la lira, que perdió en casi un año cerca de 30% de su valor frente al dólar.

Pero esa decisión, que muchos economistas consideraban inevitable, se produjo en medio de un gigantesco escándalo de corrupción que mantiene contra las cuerdas al primer ministro Recep Tayyip Erdogan, un islamista moderado.

La crisis no sólo tumbó la lira, sino que también derribó los mercados financieros y ahora amenaza los objetivos de crecimiento del país.

Las previsiones de los especialistas no son alentadoras. Y las recientes medidas de ajuste de la política monetaria de la Reserva Federal de Estados Unidos dejan planear el espectro de la desaparición progresiva de inversiones extranjeras hacia una economía ya golpeada por fuertes déficits públicos.

"Agregue a esto un alto riesgo político: escándalos de corrupción, rumores de golpe de Estado e inquietudes provocadas por los ataques del gobierno contra la independencia de la justicia y comprenderá que la situación financiera de Turquía podría agravarse rápidamente", resumió Katheeln Brooks en el sitio online Forex.com.

El escándalo amenaza a dos de los pilares del éxito económico turco desde que el Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), de Erdogan, llegó al poder, en 2002: su estabilidad política y los sectores bancarios y de trabajos públicos.

Decenas de empresarios, hombres de negocios y representantes allegados al gobierno fueron inculpados y a veces encarcelados por corrupción, blanqueo y fraude en los mercados públicos y por ventas fraudulentas de oro a Irán durante el embargo.

Directamente amenazado, el primer ministro lanzó purgas masivas en la policía y la justicia, acusadas de abrigar "el corazón del complot", planeado por la cofradía de un predicador musulmán, Fethullah Gülen, contra todo el país.

En medio de la tempestad, el gobierno se esfuerza en tranquilizar a los medios económicos. Su ministro de Finanzas, Mehmet Simsek, admitió la posibilidad de una desaceleración "momentánea", pero no más, pues, insistió, "los fundamentos de Turquía siguen siendo sólidos".

Aunque muchos crean que así es, son todavía más numerosos quienes temen que el gigante euroasiático termine provocando un efecto dominó planetario de imprevisibles consecuencias.

"La crisis actual de Turquía, con su economía comparable a la de la ciudad de Los Angeles, no debería atemorizar a nadie", intentó tranquilizar el premio Nobel de Economía Paul Krugman.

Pero el problema es que los crujidos han comenzado a oírse en todas partes.

Como en Turquía, el banco central de la India anunció el martes pasado el aumento de sus tasas directoras. En ambos casos, el objetivo fue el mismo: controlar la inflación, alimentada por la depreciación de la moneda, y evitar la fuga de capitales.

Las turbulencias también azotan al rand sudafricano, el rublo ruso, el real brasileño y el peso argentino. En esas condiciones, es lícito preguntarse si esas fuertes depreciaciones de los últimos días no son el signo anunciador de otra crisis sistémica.

"¿Acaso los emergentes caerán uno tras otro?", se preguntó recientemente el vespertino Le Monde.

A ese interrogante los economistas han respondido hasta ahora por la negativa. La mayoría juzga el riesgo de contagio más débil que durante la crisis asiática de 1997-1998 o la de 2001-2002.

El verdadero riesgo (conocido como "sudden stop") es que todos esos países se vean bruscamente en la incapacidad de financiar sus déficits exteriores. Según el banco Morgan Stanley, cuatro son los países más expuestos a ese fenómeno: Brasil, Sudáfrica, Ucrania y Turquía.

La economía mundial, otra vez pendiente de Argentina

Publicado el 04/02/2014 - Trece años después del default de 2001, Argentina ha vuelto a dar un susto a los mercados internacionales. En sólo dos días el peso se ha depreciado casi un 17% frente al dólar, lo que ha desatado una crisis interna que se ha contagiado tanto a algunas economías emergentes (vía depreciación de sus divisas) como a los mercados bursátiles en los que cotizan empresas con exposición a Argentina, como es el caso del Ibex 35 español.

Las consecuencias de esta crisis todavía son difíciles de aventurar. Se abren dos interrogantes, uno interno y otro externo. El primero, que preocupa especialmente a los argentinos y a las empresas internacionales con inversiones en el país, es si el gobierno será capaz de encauzar la situación y evitar una abrupta caída del peso que dispare la inflación y reviva el fantasma del default. El segundo, que afecta a la economía mundial, es en qué medida los problemas argentinos podrían generar un contagio hacia otras economías emergentes (como ya ocurriera en la crisis asiática de 1997 que se inició en Tailandia) en un momento ya de por sí delicado tanto por la contracción monetaria que ha iniciado la Reserva Federal norteamericana (que ha reavivado los movimientos de capital desde los mercados emergentes hacia EE.UU.) como por la desaceleración de la economía china.

En el plano interno, lo que ha sucedido es una abrupta corrección del tipo de cambio peso-dólar tras años de acumulación de desequilibrios macroeconómicos, sobre todo una creciente inflación y un continuo déficit por cuenta corriente. El valor real del tipo de cambio, que puede aproximarse por el mercado “negro” o paralelo (que se conoce como dólar “blue” en Argentina) se había ido separando cada vez más del tipo de cambio oficial por la desconfianza de la capacidad del peso de mantener su poder adquisitivo, lo que aumentaba la preferencia por ahorrar en dólares. Y es que, en la práctica, el país mantenía una especie de tipo de cambio fijo encubierto que ayudaba a controlar una inflación creciente abaratando las importaciones, que se apoyaba en distintas intervenciones, que iban desde los controles de capital hasta políticas comerciales cada vez más proteccionistas.
 
La intervención, sin embargo, requería que el Banco Central vendiera dólares a cambio de pesos, lo que iba reduciendo sus reservas internacionales, que se utilizan, ente otras cosas, para hacer frente a los compromisos internacionales de pago del gobierno. A medida que aumentaba la desconfianza, y con ella la venta de pesos, la presión sobre las reservas aumentaba. Cuando éstas han caído hasta un mínimo de 30.000 millones de dólares, el Banco Central ha optado por dejar de intervenir, lo que ha hecho caer la moneda. El gobierno ha permitido la compra de dólares, muy regulada desde 2011. Con ello se podría terminar cerrando la brecha entre el mercado oficial y el paralelo.

La clave ahora pasa por estabilizar la situación y evitar un mayor desplome del peso y una fuga masiva de capitales. Un peso más bajo podría incrementar las exportaciones (y con ello generar crecimiento), pero como la economía argentina tiene una elevada inflación (entre el 25% y el 30% según las estimaciones, ya que la oficial, que carece de toda credibilidad, se sitúa en el 11%) y es muy dependiente de las importaciones, una depreciación descontrolada de la moneda podría hacer que los precios se dispararan, con lo que todas las ganancias de competitividad de la devaluación podrían esfumarse rápidamente. Para las empresas internacionales que operan en el país la caída del peso supone menores ingresos y, si además tiene préstamos denominados en dólares en Argentina, les será más difícil afrontarlos con los ingresos obtenidos dentro del país, denominados en pesos, lo que explica sus caídas en bolsa ante el desplome del peso.

En el plano internacional la clave estará en el comportamiento de los inversores internacionales que operan en los mercados de bonos y acciones. Tras varios años de optimismo sobre los mercados emergentes, que llevaron a entradas masivas de capital en muchos de ellos, aunque con cierta discriminación en función de la calidad de sus políticas macroeconómicas, desde mediados de 2013 existe una preocupación generalizada sobre sus perspectivas de crecimiento. Estas dudas no carecen de fundamento: se sustentan tanto en el impacto que tendrá el tapering estadounidense como en la caída de los precios de las commodities (que son las principales exportaciones de muchos países de América Latina) y en la desaceleración y los problemas bancarios de la economía china.

Esto significa que el ambiente es propicio para que, ante cualquier suceso desencadenante, como una crisis en Argentina, los mercados exhiban sus habituales comportamientos de sobrerreacción “irracional”, iniciando un contagio que dé lugar a crisis financieras en varios mercados emergentes. Sin embargo, dado que la mayoría de los inversores internacionales hace tiempo que consideran a Argentina un caso especial por su heterodoxa gestión macroeconómica y su historial de impagos, es posible que el contagio sea limitado.
En todo caso, este nuevo episodio de inestabilidad en Argentina demuestra que, dada la altísima interdependencia de la economía mundial, cualquier suceso la hace vulnerable.