La cita es en una fábrica abandonada, ocupada ilegalmente en un
barrio popular de los suburbios de París. La dirección fue revelada sólo
minutos antes de la hora pactada. El secretismo no es gratuito: el
último cuartel general y
centro de entrenamiento de las Femen
sufrió un incendio en circunstancias misteriosas. ¿A manos de quién?
Las amenazas de muerte diarias -y las palizas callejeras- suelen venir
de integristas católicos, musulmanes, cabezas rapadas, enviados del
Kremlin.
Desde su creación, en 2008 en Ucrania, las Femen federan el odio de tantos grupos que es difícil saber de dónde vienen los golpes.
No necesito que me quieran. “No estamos aquí para que nos quieran. No
somos ni un partido político ni una banda de rock. No buscamos fans”,
se justifica la líder Inna Shevchenko en un inglés marcial, marcado por
las inflexiones eslavas de su Ucrania natal, pero adiestrado por esta
periodista de formación para lanzar punch lines a la prensa.
Con 23 años, la rubia hija de un coronel del ejército ucraniano se
mueve entre la clandestinidad y la omnipresencia en los medios. Sus ojos
verdes centellean en estos días en kioscos y librerías en la tapa de
“Inna” (Ed.Grasset), una reciente biografía que le dedicó la enamorada
periodista y militante lesbiana Caroline Fourest, y, sobre todo,
su rostro sirvió de modelo para la última estampilla de Marianne,
el símbolo de la República Francesa, lo que se ha vuelto un gran dolor
de cabeza para el presidente François Hollande(ver recuadro).
En abril de 2013, Shevchenko obtuvo el estatuto de refugiada política
en Francia. El año anterior había tenido que huir de Ucrania con la
policía pisándole los talones, luego de que se solidarizara públicamente
con las Pussy Riot -condenadas por su plegaria punk contra Putin-
serruchando ante cámaras, con una motosierra y los pechos al aire, una
cruz de madera de cinco metros de altura que dominaba la hoy célebre
plaza de Maidan (Independencia), de Kiev.
Ya en Francia, Inna se ilustró invadiendo junto a sus walkirias en
top-less la Catedral de Nôtre-Dame, golpeando las flamantes campanas del
lugar, y presuntamente dañando una de ellas, por lo que serán juzgadas
el próximo 9 de julio. En marzo las espera un proceso por haber simulado
con un pedazo de hígado un aborto en la Iglesia de la Madeleine.
El “sextremismo”. Los pechos desnudos apuntado al Papa en la plaza
San Pedro, frente a Angela Merkel y el odiado Vladimir Putín en Berlín;
la quema de una bandera islamista frente a la Gran Mezquita de París; la
irrupción en una marcha tradicionalista católica contra el matrimonio
igualitario o desfilar en top-less con inscripciones en el torso en el
barrio más islamista de la capital francesa son algunas de las
calculadas provocaciones que les han valido tanta notoriedad como
hostilidad a las militantes, que citan a
Marx o a
Simone de Beauvoir, pero que anteponen la práctica a la teoría de esta nueva ola feminista que han bautizado “sextremismo”.
Los enemigos declarados de Femen son la religión, el sexismo, la
homofobia o la prostitución, para la que piden la criminalización de los
clientes.
“Atacamos cualquier manifestación de patriarcado con los pechos al aire.
Es una palabra desnuda, es una lucha desnuda. Nos sacamos la parte de
arriba y transformamos nuestros cuerpos que, de objetos sexuales, se
transforman en armas peligrosas para un mundo dominado por hombres”,
sintetiza Schevchenko.
Habla sin titubeos, parada con su cuerpo esculpido por el
entrenamiento militar, frente a un mural donde una teta gigante empuja
al precipicio a rabinos, raperos, imanes, al papa Francisco o a un falo
gigante. El dibujo es obra de los ilustradores de Charlie Hebdo, el
semanario satírico cuya redacción fue quemada en pleno París tras
publicar caricaturas de Mahoma.
El radicalismo de Femen, que se apoya en la imagen y su difusión por
las redes sociales, es criticado por quienes sospechan de este grupo de
barbies del Este, siempre dispuestas a exhibir sus pechos ante las
cámaras.
“No, nuestras activistas no son ni todas lindas ni todas jóvenes”, se
defiende Pauline Hillier, otra joven “soldada”, como se define esta
francesa morocha.
“Lo que pasa es que los medios eligen poner en portada a rubias de
ojos azules porque es lo que les interesa, no a nosotras. Usamos códigos
de belleza, pero no es una desnudez orientada hacia el deseo masculino.
Damos vuelta los códigos, convertimos nuestras tetas en instrumentos
políticos”, asegura.
El cuerpo como arma. “Es cierto que la primera vez
tenía miedo de estar incómoda, de sonreír tontamente, porque no es fácil
sentirse segura de su propio cuerpo frente a una decena de
periodistas”, concede la activista Marguerite Stern, acostumbrada a la
sesiones fotográficas durante los entrenamientos, en que las chicas
hacen flexiones y aprenden a enfrentar a la policía y a sus detractores
en las calles.
“Pero al final, cuando das el paso, durante la primera acción, te
sacás tu remera y es como si te pusieses una armadura. El cuerpo deja de
ser un objeto erótico y se convierte en un arma”, dice orgullosa.
A veces, frente a regímenes totalitarios, la reacción puede ser más
violenta que una golpiza o una noche en un calabozo, como cuando tres
Femen que manifestaban frente a la KGB bielorrusa en Minsk, contra
Alexander Lukashenko, fueron secuestradas, torturadas y abandonadas
desnudas en un bosque en pleno invierno.
La irrupción de los métodos radicales, que “nunca cruzarán la barrera
de la violencia simbólica” —promete Shevchenko—, fue celebrada por
figuras históricas del feminismo francés,
pero visto con recelo por organizaciones más recientes, como Ni Putes
ni Soumises (ni putas ni sumisas), que lucha en los barrios periféricos
contra la misoginia de origen musulmán. Como ellas, los sectores
progresistas que están acostumbrados a la lucha anticlerical temen que
denunciar el sexismo islámico sea interpretado como “islamofobia”, una
acusación de la que no se hacen cargo estas ucranianas que ignoran el
sentimiento de culpa poscolonial.
“Sí, somos agresivas. Prefiero ir a lugares donde puedo expresar
claramente mi punto de vista, prefiero ir a la iglesia. Karl Marx dijo
que ser radical es ir a la raíz del problema. No nos interesa ir a la
plaza para empezar una discusión, vamos a donde está el problema y lo
señalamos. No estamos aquí para ser queridos por mucha gente, llegamos
para luchar contra ideas opresivas que propagan la desigualdad, ésa es
nuestra misión”, sentencia Shevchenko.
Mientras la controversia sobre las Femen aumenta, también lo hace el
movimiento, que reivindica 250 militantes en nueve países de Europa, el
norte de África, México y anunció la semana pasada la apertura de una
sede en Estados Unidos.
Liberté, Égalité, ¿Femen?
Como cada presidente francés al promediar su mandato, François
Hollande escogió en julio pasado el rostro de la nueva Marianne, el
símbolo de la República Francesa, presente en la estampilla que todo
ciudadano debe pegar en el sobre antes de enviar una carta a Francia o a
cualquier país europeo. Hollande dio su imprimatur tras la última etapa
de selección, en la que un grupo de estudiantes secundarios prefirieron
el diseño a cargo de los artistas
David Kawena y
Olivier Ciappa.
En años anteriores, otros ilustradores habían creado su
Marianne inspirándose en Brigitte Bardot o Catherine Deneuve. Pero esta
vez fue el turno de una extranjera, Inna Shevchenko, líder de Femen. “En
1789, Marianne habría sido una Femen”, se justificó Olivier Ciappa. “El
pecho desnudo, la libertad, la igualdad y la fraternidad son los
valores de Femen”, agregó este militante del matrimonio igualitario.
Menos consensual,
Inna Shevchenko, festejó
inmediatamente el anuncio de la nueva estampilla dirigiéndose a sus
enemigos. “¡De ahora en más, todos los homofóbicos, extremistas y
fascistas deberán lamerme el culo para mandar una carta!”, escribió en
Twitter,
desatando la furia de la derecha francesa. Diputados de la oposición
conminaron al Gobierno a retirar la estampilla, mientras un grupo de
Facebook recogía
miles de firmas para sacar de circulación la cara de Inna.
El diario
conservador Le Figaro afirma que los clientes boicotean la estampilla y
piden antiguas versiones, aunque el Correo desmiente la información. Las
Femen, por su parte, piden ahora a Hollande que retire la imagen de
Shevchenko, asegurando que es él quien las ha traicionado dándole un
giro conservador a su gobierno.