martes, 8 de mayo de 2012

Perú: Hermana del presidente Humala también dice: ¡Conga no va!


La hermana del presidente Ollanta Humala encabezó una protesta junto a ecologistas franceses y latinoamericanos cerca de la embajada de Perú en París (Francia) contra el desarrollo del proyecto minero Conga en Cajamarca.

Unas 50 personas, entre ellas Ima Sumac Humala Tasso, se reunieron en la avenida Kleber, en las inmediaciones de la legación peruana, para lanzar arengas contra el referido proyecto y la empresa responsable de su ejecución, Newmont Mining Corp.

Los manifestantes señalaron que este proyecto es un atentado contra las fuentes hídricas de las que depende la región, que es fundamentalmente agrícola y ganadera, y entregaron en la embajada peruana un documento firmado por 360 personalidades, entre diputados, senadores, consejeros y otros cargos franceses, así como por figuras francesas e hispanoamericanas, según la agencia AFP.

Ima Sumac Humala declaró que su presencia en la manifestación estaba motivada exclusivamente por razones de derechos humanos. “El proyecto Conga, en la medida que va a alterar gravemente el ambiente de Cajamarca, va a empeorar las condiciones de vida, ya de por sí precarias, de la población de la región”,sostuvo.

“En esta medida, Conga es también un asunto de derechos humanos, al margen de que la protección del agua fue una promesa electoral del presidente Humala”, subrayó.

El documento presentado a la embajada peruana por el Comité de Defensa de Cajamarca en Francia pide que se declare la inviabilidad del proyecto Conga, que -según mencionan- se sitúa sobre una cabecera de cuenca y en una zona ecológicamente frágil.

Entre los firmantes están Alain Lipietz, ex representante del Parlamento Europeo para la Comunidad Andina de Naciones, Martine Billard, diputada por París, Pierre Laurent, consejero regional, Patrick Le Hyaric, diputado ante el Parlamento Europeo, Laurence Cohen, senadora y consejera regional, así como el profesor español Pedro Arrojo, Premio Goldman 2003, el premio Nobel del ambiente. Tomado de RPP.






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Julieta Paredes: Un feminismo que cree en las utopías y la comunidad

Mirta Rodríguez Calderón

Amherst, Massachusetts (SEMlac).- En un foro numeroso y vital que reunió, del 13 al 15 de abril, a unas 500 personas de Estados Unidos y representantes de organizaciones civiles de algunos países latinoamericanos estuvo una mujer boliviana, indígena, con una elocuencia que la muestra capaz de conducir a la reflexión más honda a las mismas piedras. Se llama Julieta Paredes y en los días en que estuvo por la Universidad de Hampshire, donde se produjo el encuentro "Construyendo un movimiento por la libertad reproductiva: del derecho al aborto a la justicia social", cada una de sus presentaciones significó una evocación de la Pacha Mama y un reclamo a la rebeldía necesaria para construir las utopías de este tiempo y un feminismo comunitario.

"La década de los noventa fue una etapa muy dura para quienes, desde el feminismo y los movimientos sociales, nos negamos a rendirnos al capital, a la globalización, al posmodernismo y al individualismo que nos juraba que ya no era posible hacer revoluciones en Bolivia", ha escrito Paredes en su libro Hilando fino, escrito para el movimiento "Mujeres creando comunidad".

Dar vida a ese movimiento, que ella lidera, significó no pocas rupturas y transgresiones dentro del feminismo vigente en su país y frente a los ataques patriarcales y machistas bien conocidos. "Este momento que vive nuestro país nos ha devuelto la esperanza y la esperanza moviliza hasta a las más comodonas", comenta a SEMlac.

Pero su trabajo concreto -aunque ella vive en La Paz- no se concentra en las mujeres de posiciones sociales más desahogadas, sino en todas. Paredes aspira a un feminismo andino basado en la comunidad. No es defensora de corrientes indigenistas ni en verdades absolutas; tampoco de lo que llama "tecnocracia de género". Considera reaccionaria la "posición de la equidad de género" y cree que la "esquizofrenia participativa" es un engranaje que sustenta el sistema neoliberal, según dice en su libro.

"Las mujeres parecemos parias: no tenemos tierra ni casa, tenemos muy pocos lugares que podamos sentir como nuestros, donde podamos sentirnos tranquilas y libres de violencia sexual, física y psicológica", asegura. Porque lo proclama como urgencia, Julieta Paredes no está contenta con lo que puede conseguirse dentro de cánones formales establecidos: "Por todos lados se están tejiendo propuestas para una nueva sociedad y las mujeres debemos estar ahí con nuestra voz y opinión, pero sabemos que, dentro de este movimiento organizativo y político, las mujeres no están pudiendo articular sus reivindicaciones y propuestas", dice.

Julieta establece las etapas de su "utopía" en cinco momentos a partir de que "las mujeres somos la mitad de cada comunidad, de cada pueblo, de cada nación y de cada país y sociedad. El cuerpo es un elemento esencial de la construcción del feminismo comunitario, explicó Paredes a SEMlac: "Nuestros cuerpos son capaces de entablar diferentes relaciones como las de amistad, amor, erotismo, relaciones con la naturaleza, la trascendencia, el conocimiento, la producción, pero de todas las relaciones que nuestros cuerpos establecen, hay unas que condicionan nuestras vidas y nuestro existir de una manera muy negativa y buscan destruirnos; estoy hablando de las relaciones de poder".

"Nuestros cuerpos son el lugar donde las relaciones de poder van a querer marcarnos de por vida, pero también nuestros cuerpos son el lugar de la libertad y no de la represión", explica. Cualquiera que la oye se pregunta cuánto tiempo cree que sería necesario para transformar creencias que tienen un siglo en los modos de entender el feminismo, pero ella no se preocupa demasiado -o no parece preocuparse- por las tantas barreras que habrá que derribar.

¿Cuánta gente estaría dispuesta a creer en esta utopía?

Ella responde rotunda en medio del bullicio de un gran salón de reuniones, con la frase que constituye el lema principal de Mujeres Creando Comunidad: "la esperanza es novia de la libertad y amante de la utopía". Pero aparte de esa profesión de fe, poética por demás, Julieta Paredes tiene los pies en la tierra. Sabe que sus propuestas necesitan un ejercicio difícil e intenso de expansión de la conciencia política de las mujeres y de la sociedad para construir un movimiento feminista que permita comprender un modo diferente de entender la igualdad.

"Los hermanos indigenistas nos hablan de que el feminismo es solo occidental y que no hay en nuestros pueblos necesidad de esos pensamientos occidentales porque ya hay la práctica de la complementariedad (chacha-warmi/hombre-mujer), que solo necesitamos practicar esto porque el machismo ha llegado con la colonia", indica.

Sin negar la sabiduría de algunas de esas ideas, el movimiento Mujeres Creando Comunidad transforma el diagrama horizontal que, teóricamente, confiere a la búsqueda de la igualdad un espacio que, de todos modos, coloca a las mujeres en la mitad inferior. Ellas se lo plantean de manera vertical: "queremos un par complementario sin jerarquías, armónico, recíproco; par de presencia, existencia, representación y decisión". "De todo grupo humano podemos hacer y construir comunidades. Es una propuesta alternativa a la sociedad individualista", precisa Paredes en su explicación a SEMlac.

"La comunidad está constituida por mujeres y hombres como dos mitades imprescindibles, complementarias, no jerárquicas, recíprocas y autónomas una de la otra, lo cual no necesariamente significa una heterosexualidad obligatoria, porque no estamos hablando de pareja, sino de par de representación política; no estamos hablando de familia, sino de comunidad", añade.

Como fantasía y aspiración política, el planteamiento de Mujeres Construyendo Comunidad suena inobjetable. La pregunta que salta -y Julieta Paredes no llegó a responder- se refiere a cuántos años se necesitarán para materializar algo así. En ese momento no habría podido decirlo porque terminaba la última plenaria del foro en la Universidad de Hampshire y Julieta había entrado al salón cuando todo el mundo allí estaba pletórico de ideas nuevas.

La noche anterior se había realizado una sesión testimonial de mujeres de distintas edades, razas y preferencias, quienes habían contado sus experiencias de haber abortado. Desde la enfermera violada hasta la mujer madura que no contaba con algo así, incluida la jovencita que dudó y se autoculpabilizó, múltiples emociones impregnaron a las presentes.

Julieta Paredes apareció en público con un muy bien matizado "folclorismo", envuelta en una pañoleta roja enorme, ensayando una suerte de baile tradicional y cantando expresiones en quechua.

El Foro de New Hampshire

En 2012 fue la más reciente cita convocada por el centro de Libertades Civiles y Políticas Públicas (CLPP, siglas en inglés de civil liberties and public policy): construyendo un movimiento por la libertad reproductiva. Allí, cada año se evidencian avances significativos en la toma de conciencia y concertación de estrategias que animan a activistas y luchadores sociales que, en este momento, también en Estados Unidos, tienen que enfrentar la peor reacción que pugna por robar a las mujeres derechos conquistados y largamente disfrutados.

Una de las participantes, Emily Pain -exalumna de la Universidad de New Hampshire- lo había declarado antes: "cada vez que vengo siento que rejuvenezco, pero también siento que hay un movimiento detrás de mí". La corresponsal de SEMlac participó en dos mesas redondas: una sobre el panorama de derechos reproductivos en tres países del Caribe: Cuba, Haití y República Dominicana; y otra sobre Clima y Justicia Social.

Ofreció, además, dos conversatorios auspiciados por el Departamento de Estudios Latinoamericanos y Sociología acerca de las mujeres en el clandestinaje en Cuba, conducido por la académica Carolee Bengelsdorf, y otra sobre la experiencia de MAGIN, la Asociación de Mujeres Comunicadoras que sentó pautas en Cuba acerca del empleo de la comunicación para promover la equidad de géneros entre 1993 y 1996.

mirtarc@yahoo.es

El lado feminista del movimiento indígena en Brasil

João Fellet

Enviado especial de la BBC en la frontera Brasil-Perú

Nacidas en los pueblos indígenas del estado brasileño de Acre, Leticia Yawanawá, de 49 años, y Nazaret Apurinã, de 48 años, se trasladaron a Río Branco en 1980 para acompañar a sus maridos, quienes entonces surgían como líderes en sus comunidades.

Ambas trataron de completar sus estudios en la capital del estado, pero la influencia de sus esposos las llevó a interesarse en el movimiento indígena, que por aquellos años presionaba al gobierno para la delimitación de la tierra.

Pero en una de las primeras reuniones a las asistieron, en la ahora extinta Unión de Naciones Indígenas de Acre y el sur de Amazonas (UNI), les extrañó la composición de las mesas de debate.

"Había mujeres que trabajan como secretarias, ayudantes, pero todas eran blancas", recuerda Yawanawá. "Entonces nos preguntamos por qué nosotras no podíamos participar".

La inquietud fue creciendo y en 1996, Yawanawá y Apurinã decidieron unirse con otras dos mujeres indias para discutir formas de mejorar las vidas de las mujeres en las comunidades.

"Por tradición, no teníamos autonomía en las aldeas. Pero cuando los hombres viajaban a la ciudad para asistir a reuniones, nosotras éramos las que quedábamos a cargo. Necesitábamos tener más voz", dice Apurinã.

Entre las luchas del grupo estaba la de hacer que las mujeres pudieran participar en decisiones que iban desde la definición de los terrenos para las plantaciones hasta la elección del líder del grupo.

Comienzos difíciles

Sin embargo, el comienzo no fue fácil. Apurinã dice que los hombres consideraron la iniciativa como un insulto.

Para eliminar la desconfianza invitaron a los hombres a la primera reunión importante de la organización en 1998 en la que participaron 200 indígenas.

"Queríamos demostrar que nuestro objetivo no era competir, sino sumar fuerzas", dijo Apurinã.

Las reuniones continuaron, y seis años más tarde, el grupo se formalizó con la creación de la Organización de Mujeres Indígenas de Acre, sur de Amazonas y noroeste de Rondonia (Sitoakare), de la que Apurinã es coordinadora y Yawanawá su vicepresidente.

Hoy, a 16 años del inicio de su lucha, dicen que la situación de las mujeres en los pueblos todavía deja mucho que desear "aunque ya hay mujeres jefes y chamanes. Y empezamos a influir en las decisiones", dijo Apurinã.

"Es difícil dejar a un niño en el pueblo con su padre para tener que asistir a una reunión en la ciudad, pero esto ya está pasando. El movimiento nos sacó de las cuatro paredes".

Causas tradicionales

"Muchos de los líderes tradicionales fueron reclutados por el gobierno y guardarron silencio a cambio de un salario. Pero en los pueblos nos señalan y nos dicen: tú eres nuestra esperanza. Esto nos da fuerza"

Nazaret Apurinã, líder indígena

Además de pedir más representación para las mujeres en sus comunidades, el grupo ha actuado en nombre de causas indígenas tradicionales, como la demarcación de la tierra, educación y salud.

Con el fin en el año 2005 de la UNI -la principal organización indígena de la región, desaparecida en medio de acusaciones de uso indebido de los recursos para la salud de los indígenas- las mujeres tomaron la delantera del movimiento.

Según Apurinã, todavía hay 17 áreas indígenas que deben ser demarcadas en la región.

En cuanto a las condiciones de salud en las aldeas, asegura que son malas porque el gobierno no usa los recursos disponibles.

"Hemos visitado comunidades en las que todos están enfermos. No se les puede invitar a participar en nada", dijo, quejándose de la falta de medicamentos en las unidades de apoyo más cercanos a las aldeas y el largo tiempo que transcurre entre visitas de los trabajadores de la salud.

"Cuando un indígena que no habla bien portugués va a un hospital hay gran dificultad para hacer el diagnóstico", dice Apurinã.

También se refiere a los persistentes problemas de saneamiento en las aldeas y la contaminación en los ríos, que han causado enfermedades entre los indios.

Limbo educacional

La educación también recibe sus críticas, ya que según Apurinã, sólo el 10% de las aldeas tienen escuelas que llegan hasta nivel secundario.

"No hay ningún incentivo para que los jóvenes vayan a la universidad. ¿Quién va a ir a la ciudad por su cuenta sin ningún tipo de apoyo. Tiene que limpiar jardines para hacer algo de dinero, y a veces regresan al pueblo antes de completar el curso", dice.

Gracias al espacio ganado en los últimos años, las líderes dicen haber recibido propuestas para trabajar en el gobierno. Pero ellas se han negado.

"Preferimos seguir en movimiento, a veces sin tener dinero para comer, pero sin ataduras con nadie", dice Yawanawá.

"Muchos de los líderes tradicionales fueron reclutados por el gobierno y guardaron silencio a cambio de un salario. Pero en los pueblos nos señalan y nos dicen: tú eres nuestra esperanza. Esto nos da fuerza".