Por Núcleo Género y Sociedad Julieta Kirkwood
Compartimos a continuación la presentación de Lorena Armijo en el lanzamiento que realizamos el pasado 16 de junio de la Revista Punto Género y la reedición del libro Ser política en Chile. Las feministas y los partidos, de la Socióloga feminista chilena Julieta Kirkwood.
Lorena es Socióloga y Magíster en Gobierno y Gerencia Pública de la Universidad de Chile, y candidata a Doctora (Sociología) en la Universidad Complutense de Madrid. Además, es parte de nuestro Núcleo de Género y Sociedad Julieta Kirkwood y del Comité Editorial de la Revista Punto Género.
La vigencia del pensamiento de Julieta Kirkwood. Notas para una reflexión sobre el feminismo en Chile
La reciente publicación de la tercera edición del libro de la socióloga chilena Julieta Kirkwood, Ser Política en Chile. Las feministas y los partidos (LOM Ediciones y Facultad de Ciencias Sociales, Universidad de Chile, 2010), actualiza la línea de pensamiento feminista más analítica que se ha desarrollado en este país. Su vigorosa reflexión retrotrae el debate acerca de la condición de las mujeres a las incipientes demandas sobre educación y sufragio agitadas durante la primera ola del feminismo y las convierte en punta de lanza de las posteriores iniciativas de movilizaciones que emergieron con fuerza en los años del Frente Popular, la Unidad Popular y la dictadura. Su finalidad consiste en conectar la lucha feminista con las nuevas generaciones para su reconocimiento y la actuación en nombre de una reafirmación de la identidad femenina. Los procesos de expansión y retracción del hacer política de las mujeres durante el siglo veinte son explicados por Kirkwood planteando en todo momento la permanente fijación o negación de la identidad femenina y las posibilidades reales del cumplimiento del proyecto feminista.
A partir de este texto fundador del feminismo en Chile esbozaré algunas notas que guiarán la búsqueda de una comprensión de la realidad femenina-feminista actual, retomando tres aspectos pivotales del pensamiento de Kirkwood. El primero se constituye en un ejercicio de contextualización comparando la realidad chilena en la década de los ochenta y la actual; el segundo, plantea el difícil escenario que ha enfrentado el movimiento de mujeres y feminista; y, el tercero, los denominados nudos críticos entre saber y poder que en ese tiempo detectaba la autora.
1. Contexto de ayer y hoy
Qué duda cabe de que el contexto político y social del país, así como la acción de movimiento feminista, ha cambiado. Si en 1985 la democracia chilena estaba secuestrada y el hacer política de las mujeres se alzaba como una nueva presencia opositora al gobierno autoritario de Pinochet que exigía democracia en el país y en la casa, para 2010 nos encontramos con una realidad opuesta: vivimos en un régimen democrático con elecciones populares y un movimiento de mujeres y feminista amplio y heterogéneo. Si en los ochenta las chilenas –feministas y políticas - respondían y resistían al sistema patriarcal y a la dictadura con esquivos avances en la incorporación a la economía nacional, para inicios del nuevo siglo las cifras son significativamente más alentadoras; casi la mitad de la población femenina se encuentra activa como fuerza laboral, incrementándose en más del doble desde los años en que Julieta escribía su libro, mujeres y hombres han equiparado su acceso a bienes educativos y se sanciona jurídicamente la violencia contra la mujer.
No se puede negar ni subvalorar que en las últimas décadas se ha producido una evolución positiva en el nivel de participación femenina en la vida política, laboral y sindical, conjuntamente con una transformación sustantiva en las relaciones de género, ratificada en índices nacionales e internacionales, sin embargo, estos datos oscurecen pequeños giros y sutiles rigideces que mantienen las desigualdades entre mujeres y hombres. No se trata –como diría Kirkwood- de cuantificar la participación, sino de comprender su más profundo sentido de contestación frente a un orden discriminatorio, así como relevar los aportes que realizan las mujeres al cambio social.
Es cierto que la recuperación de la vida democrática devolvió legalidad a la participación política de las mujeres posibilitando su postulación y elección a cargos de representación popular. También es irrefutable que las huellas de la represión y violación de los derechos humanos en dictadura marcaron los cuerpos y las memorias femeninas. En la actualidad tanto la represión como la violación a los derechos humanos –episodios que revelan el crudo carácter de la dictadura- se presentan con un cariz distinto, sin el horror de ese tiempo, pero no por eso es menos relevante ni deja de ser urgente su tratamiento. Y justamente son las movilizaciones que persistentemente emergen en la vida pública lo que nos proveen indicios sobre lo que debemos prestar atención. Actualmente, las mujeres organizadas en la sociedad civil y en los partidos políticos siguen exigiendo un justo fuero maternal, la extensión de la cobertura de las salas cunas y de jardines infantiles, la disminución de las brechas salariales, una equitativa distribución de las tareas domésticas y de cuidado, tal como lo hicieron sus predecesoras de las décadas anteriores, tal como reclamó Julieta y sus compañeras. A estas demandas se suman otras que provienen de un movimiento de mujeres y feminista cada vez más diverso que actúa por una defensa de los derechos sobre su propio cuerpo, por una vida sin violencia, por una educación de calidad, por la protección del medio ambiente. La violencia impresa en los cuerpos femeninos se revela en política pública preventiva y de atención que busca reparar el daño y sancionar a quienes la provocan.
Hoy más que nunca, contamos con condiciones formales que nos acercan a la anhelada igualdad, no podemos seguir siendo tratadas de manera sexista como recién llegadas a los espacios de participación política. Es tiempo de conquistar la investidura, de ejercer el poder oficialmente, de no seguir actuando en la marginalidad política con escasa presencia en los partidos políticos, en cargos de representación popular y de toma de decisiones. ¿Por qué teniendo dichas condiciones, un movimiento social y de mujeres visible y demandante de una mayor equidad no se alcanza la ansiada igualdad? Kirkwood afirmaba en los ochenta que las mujeres son convocadas esporádicamente e invocadas desde su rol de género (privado-doméstico) por grupos políticos dirigentes para que se incorporen en sus respectivos proyectos sin que eso involucre una disolución de las redes jerárquicas y disciplinarias de la familia. En su tiempo señalaba que tanto las fuerzas políticas (izquierdistas) progresistas al igual que las (derechistas) conservadoras proclaman una reivindicación de los valores del orden dejando intactas las jerarquías y ordenamientos al interior de la familia. Incluso quienes pertenecían a las filas del progresismo llegaron a denominarla como el “núcleo revolucionario básico", pero no actuaron en nombre de su transformación. Actualmente dichas fuerzas políticas siguen resguardando la idea tradicional de familia asociada a la conformación de una familia nuclear que satisface las necesidades de subsistencia, así como la provisión del cariño, protección y preparación de los hijos para la vida adulta. Esta idealización de la familia oscurece aquellas relaciones que la sustentan y que están permeadas por el dinero y el poder como medios de intercambio, donde se explota los servicios, el trabajo de las mujeres y las niñas y se fomenta su fidelidad de manera condescendiente y/o violenta. La reproducción de la noción y constitución familiar obstaculiza que las mujeres puedan reconstruir su identidad, superar su condición secundaria y dependiente o subvertir la dualidad génerica.
2. De disputas y fragmentaciones del movimiento feminista y de mujeres
En la década de los ochenta el movimiento de mujeres era amplio y diverso. Kirkwood menciona la presencia de grupos para la acción, la reflexión y crecimiento personal, para el estudio de la condición de la mujer, para la solidaridad y el auto apoyo, para la acción política y la de base, para la defensa de derechos humanos, para el retorno al país y la defensa de niños y jóvenes. Su lucha contra la dictadura le otorgaba una aparente uniformidad y consenso, que fue fracturándose cada vez más por diferencias de clase, etnia, edad y opción sexual que perduran hasta el día de hoy. Desde ese tiempo una de las mayores críticas ha sido la ausencia de acuerdos que incorporen la diversidad de sentidos y objetivos de grupos que no pertenecen a la izquierda ni consideran a la clase como primer objetivo de la lucha social.
Si bien es cierto que en ese tiempo emergieron grupos de jóvenes universitarias que analizaron los problemas sociales, políticos y económicos de las mujeres, y organizaciones lésbicas que generaron espacios de encuentro y sensibilización feminista; no es menos cierto que en democracia crecieron en número y coordinación. Junto a ellas surgieron las muralistas, las que reflexionaban sobre la teología y la espiritualidad, las autónomas, que reivindicaban más bien la diferencia sobre la igualdad. Esta pluralidad de intereses y objetivos del movimiento ha profundizado las brechas impidiendo una demanda común o una coordinación que movilice los distintos recursos feministas. Incluso algunos grupos ni siquiera han tenido una visibilidad sustantiva en los espacios de articulación feminista ya sea porque sus necesidades y demandas posicionan problemas en la agenda que viven y sienten las denominadas minorías o porque constituyen una crítica directa a la acción política feminista tradicional. Esta disyuntiva se ha manifestado como una tensión no resuelta en la cual se critica lo establecido por considerarla una imposición normativa, por un lado, y la creación de espacios políticos que reflejen sentir y vivir de acuerdo a lo que se quiere ser, por otro.
Un ejemplo de esta profunda fractura ha sido el surgimiento de los colectivos lésbicos cuya disputa se instala en el cuerpo femenino sin posibilidades de conciliación. Para las feministas tradicionales la opresión del cuerpo –entendida como violencia contra la mujer de parte del hombre o como pornografía- sólo podrá ser frenada en la medida que se modifiquen las estructuras –patriarcado en particular- del orden masculino imperante. Para las nuevas feministas, la opresión viene de los modelos heteronormativos que portan hombres y mujeres que impiden que el cuerpo femenino se constituya en un lugar del ser, de la decibilidad del ser y la identidad femenina.
Las feministas jóvenes también se muestran distantes con el feminismo tradicional, si bien las discrepancias no sólo giran en torno a cuestiones de género, clase y sexualidad, no es menos cierto que la pugna central radica en la generación de los procesos de transmisión cultural: las mayores ponen en escena las legítimas modalidades mediante las cuales se relacionan hombres y mujeres y entre mujeres y, sobretodo, socializan los saberes y conocimientos que constituyen la herencia social del movimiento. Esta transmisión de saberes eventualmente cargada de sororidad y gratuidad en las relaciones obscurece la asimetría en una condescendencia y reciprocidad de los deberes. La diferencia generacional se enmarca en desigualdades y jerarquías donde las feministas jóvenes están en preparación para asumir los roles esperados de las adultas, mientras que éstas se constituyen en el modelo a seguir, lo legítimo y lo esperado.
Pero las fracturas del movimiento feminista también se observan en lo que Kirkwood denominó la relación de feministas y políticas. Ambos grupos coincidían en la necesidad de un proyecto emancipador, pero tenían significativos disensos sobre sus objetivos métodos, prioridades y alcances. Hoy, los acuerdos se multiplican frente a la detección y freno de la violencia doméstica y sexual, pero se profundizan las divisiones en cuestiones como la salud reproductiva. Hoy se actualiza la fisura entre las feministas del movimiento y las políticas de los partidos. Si las primeras reclaman por ser dueñas de su propio cuerpo, incluido su derecho a abortar si así lo desean o requieren, las segundas asumen la inclusión de las mujeres al mundo público desde los acuerdos de las mayorías no comprometidas con la causa feminista.
La politización de la vida privada como forma de lucha continúa, al tiempo, que se desarrollan las disputas dentro y fuera del movimiento feminista y de mujeres, pero a diferencia del tiempo de Kirkwood no cuentan con un peso político en los partidos ni en la agenda pública. La institucionalización de algunas feministas en el estado ha tenido dos caras que ha posibilitado que amplios sectores de la ciudadanía reconozcan y se apropien de temáticas de género, pero sin volcarse a la acción política. Por un lado, se formalizaron las problemáticas de género en iniciativas de ley o políticas públicas y por otro lado, dicha inserción no consolidó la participación de las mujeres en los espacios de poder formal.
Con un movimiento fragmentado y escasa incidencia en los terrenos del poder, la pregunta sobre la condiciones de continuidad de la acción política feminista cobra vigencia. Ni un activismo, ni una política transformadora de las relaciones de género por sí solos conducen al empoderamiento. Tal vez al movimiento feminista entendido desde la sociología clásica como una agencia destinada a conducir a la sociedad y a generar cambios sociales mediante el conflicto, puede ser reconceptualizado –a a luz de los procesos actuales- como agencia de significación colectiva sin que eso implique una orientación emancipadora o modernizadora de la sociedad.
Es cierto que el movimiento feminista ha sido un proyecto racional, al cual le ha faltado cuerpo y emociones, también es cierto que las nuevas demandas en torno a estos tópicos prevalecen en medio de debates públicos donde la sexualidad y la corporalidad desplazan a los de clase. El movimiento feminista se vuelve contra sus propias bases modernizadoras al enfatizar los efectos colaterales de la anhelada igualdad y promover debates en torno a temas que no producen consenso ni apoyo.
Tal vez la concreción del pacto entre mujeres por su condición de género no es más que una búsqueda mítica de un encuentro fundacional que transvalore las discriminaciones que cotidianamente vivimos. No basta la voluntad política de género para el cumplimiento de las promesas del feminismo, como tampoco es suficiente la acción política de los grupos activos. Tal como decía Julieta en su tiempo, lo personal no es automáticamente político.
3. Los nudos del saber y su relación con los nudos del poder
Kirkwood expone en el libro Ser Política en Chile uno de los problemas metateóricos siempre vigente en el debate científico, el referido a las posibilidades reales de este conocimiento y sus postulados universales de explicar la singularidad de la experiencia humana. ¿Cómo incorporar al cuerpo teórico social los matices, tensiones y cambios de la lucha que dan los sectores sociales emergentes?
En su tiempo reconocía que había una distancia entre los postulados y las experiencias, evidenciando que las mujeres vivían en el autoritarismo en lo público y en lo privado, incluso en éste donde se proclama su individualidad. El hacer de las mujeres se instalaría en los bordes de acción política, generando dos nudos o problemas recurrentes, difíciles de abordar y resolver para el feminismo, un nudo del saber seguido de un nudo del poder, nos dirá Kirkwood. Se refería a la división entre la teoría y la práctica que tenían su fundamento en el feminismo. Mientras que la teoría se producía entre los espacios académicos, la práctica se identificaba con el trabajo de base, la movilización masiva, la protesta y disidencia callejera. Frente a la cual propone la imperiosa necesidad de elaborar/recuperar el saber para sí. De la ausencia del poder y de sus prácticas, las mujeres pueden tomarse la acción – en tanto idea y acto- mediante el ejercicio del poder. Su hacer política nace justamente de una deslegitimación de aquello que las priva, una liberación de sus limitaciones culturales y una práctica de la ruptura de la individualidad normativa.
Actualmente, la dicotomía entre conocimiento teórico y trabajo práctico de base se ha diluido debido a la gran ausencia de éste último y a la concentración de las investigadoras feministas en temas que no convocan a las mujeres de organizaciones sociales.
Queda pendiente, entonces, una acción que posicione una política identitaria feminista sin apelar a una identidad femenina homogénea rotulada bajo la categoría género. Queda pendiente también una reflexión acerca de las limitaciones que el proyecto feminista –en tanto constructor de nuevos marcos normativos que reproducen lógicas binarias de identidades, roles y prácticas para hombres y mujeres- supone para el hacer política de las mujeres que no encajan en el modelo oficial feminista, y en términos más generales, su articulación con demandas de otros grupos discriminados o excluidos. Es decir, una interpretación más amplia del hacer feminista como engranaje de múltiples relaciones sociales donde la dicotomía opresor/subordinado cobra matices distintos según sea la posición socioeconómica, composición étnica, opción sexual y pertenencia geográfica que tengan los individuos o colectivos. En otras palabras, el feminismo integrado en una red de necesidades y demandas con las que interactúa, lucha y negocia cotidianamente.
Para finalizar, retomo la pregunta enunciada al comienzo: ¿por qué traer a la memoria el pensamiento de Julieta Kirkwood veinticinco años después? La respondo desde Marc Bloch: no podemos comprender el presente ignorando el pasado, como tampoco podemos entender el pasado si no se sabe nada del presente. No entenderemos las actuales desigualdades de género, el débil peso político del movimiento feminista y su distancia con las políticas de los partidos, las disputas entre unas y otras que han generado profundas divisiones y la resistencia del orden patriarcal si no enlazamos con un doble sentido el pasado y presente de las chilenas. Su actualización confirma el reconocimiento de la posibilidad histórica de la emancipación femenina y, al mismo tiempo, ratifica que la presencia femenina por sí sola no modifica la naturaleza del poder, ni siquiera su ubicación en cargo de de toma de decisiones será suficiente. Releyendo a Kirkwood podemos comprender que si las reglas de la política no cambian, las desigualdades, discriminaciones y sexismo seguirán existiendo.