La desaparición de 43 estudiantes de Ayotzinapa por un grupo armado
reavivó la discusión sobre las Escuelas Normales Rurales, bastiones de
la estrategia educativa en México a principios del siglo XX, que hoy
pelean por su supervivencia. Ésta es la historia del olvido y la
inanición que ha sufrido por décadas este modelo de educación que hoy
agoniza.
Por Roberto Arteaga y Francisco Muciño
“La
mayor parte de nuestras comunidades rurales ofrece, entre numerosas
carencias, la de una casi total desorganización, que las sitúa en el más
amplio subdesarrollo. Sus niveles económico, social y cultural son
apenas perceptibles. Muchas carecen de tierras de cultivo, otras de agua
potable y comunicaciones en casi todas. Las causas están diseminadas”,
dijo Raúl Isidro Burgos a sus alumnos de la generación 1964-1970 de la
Normal de Maestros de Ayotzinapa una tarde de agosto de 1970.
La
realidad que retrataba el académico, que da nombre a la Normal Rural de
Guerrero, se parece mucho a las condiciones que siguen prevaleciendo en
la mayor parte del país. Más de 46% de la población mexicana vive en la
pobreza, mientras que 11% sobrevive en condiciones de pobreza extrema,
de acuerdo con los últimos datos del Consejo Nacional de Evaluación de
la Política de Desarrollo Social (Coneval).
Las Escuelas Normales,
en particular las Rurales, nacieron con la idea de dar la oportunidad a
las comunidades más pobres de México de acceder a una educación que
ayudara al mejoramiento de sus vidas. Pero el abandono de este modelo
educativo hizo que muchas desaparecieran y que las restantes lucharan
por sobrevivir.
“Creo que el plan del gobierno antes de Ayotzinapa
era que las Escuelas Normales murieran de inanición, y eso es una
verdadera vergüenza. En lugar de enfrentar el problema, lo que
decidieron fue ahogarlas económicamente”, asegura Manuel Gil Antón,
investigador del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México
(Colmex).
Para evitar morir de hambre, las escuelas normales
rurales salen todos los años a exigir a los gobiernos estatales que,
primero, abran la convocatoria de nuevo ingreso para seguir operando, y,
después, más recursos para mantener y dar clases a sus alumnos.
El
futuro de la educación básica en México parece encontrarse en un volado
con una moneda de dos caras: la exigencia de una mayor calidad de los
educadores mexicanos para terminar con la desigualdad y el olvido de las
Escuelas Normales de Maestros.
Educación contra la marginación
El
2 de septiembre de 1930, Raúl Isidro Burgos miró un panorama desolador
al recibir una nueva encomienda en su carrera profesional. Al ser
nombrado director de la Escuela Normal Rural Conrado Abúndez, ubicada en
la población de Tixtla, en Guerrero, recibió una institución que no
tenía un edificio propio.
Su antecesor, Rodolfo Bonilla, había
conseguido que la Junta de Beneficencia de Tixtla le concediera 7
hectáreas de terreno en lo que fuera la ex hacienda de Ayotzinapa. Pero
los recursos para construir el edificio eran inexistentes por parte de
la Secretaría de Educación Pública (SEP).
Los impedimentos
económicos no fueron pretexto para que Burgos iniciara la obra. El
maestro solicitó un préstamo personal a la Dirección de Pensiones
Civiles de Retiro y donó el dinero para iniciar la construcción de la
ansiada escuela.
Maestros y alumnos aportaron parte de sus
sueldos, así como sus becas. El 14 de marzo de 1932, Raúl Isidro Burgos
organizó el traslado de la institución educativa a los terrenos
prometidos en donde campesinos, alumnos y el propio académico se
encargaron de colocar cada una de las piedras que dieron vida a la
Escuela Normal de Maestros de Ayotzinapa.
En el gobierno de Lázaro
Cárdenas, las Escuelas Normales Rurales recibieron un fuerte impulso.
Llegaron a existir hasta 36 en todo el país.
Durante la década de
los veinte se crearon las primeras Escuelas Normales Rurales en
Tacámbaro, Michoacán; Molango, Hidalgo; Acámbaro, Guanajuato, e Izúcar
de Matamoros, Puebla.
“Las escuelas tenían un sentido muy
profundo, como era enseñar las letras y las matemáticas, pero también
las Escuelas Normales eran los agentes de modernización de las
poblaciones en donde se instalaban”, explica Manuel Gil Antón.
“La
escuela rural mexicana nace para servir a los grandes y pequeños grupos
tradicionalmente marginados para elevarlos de planos inferiores de vida
a planos cada vez más elevados”, dicen los documentos personales del
maestro Isidro Burgos a los que tuvo acceso en exclusiva Forbes México.
“Estas
escuelas cuentan con una formación marxista-leninista, y uno de los
requisitos para tener acceso es que los estudiantes sean de escasos
recursos. Se les otorga una suerte de beca a los estudiantes que cubre
su internado y alimentación”, explica Zósimo Camacho, jefe de redacción
de la revista Contralínea, quien durante años ha realizado diversas investigaciones sobre las Escuelas Normales Rurales de todo el país.
Prestar
apoyo especial al alumnado que vive en zonas urbanas marginales y en
zonas rurales, para lograr la igualdad en la educación, así como
garantizar una formación suficiente de los educadores, son parte de las
Metas Educativas 2021 que publica la Organización de las Naciones Unidas
para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
“México hoy no sería entendible sin el apoyo de las Escuelas Normales”, dice el académico del Colmex.
Actualmente
existen 245 Escuelas Normales Públicas en las 32 entidades federativas
del país, 17 de las cuales son Escuelas Normales Rurales, de acuerdo con
el conteo del Coneval. Antes llegaron a existir hasta 36 centros de
este tipo.
Zósimo Camacho explica que después de Cárdenas y el
cambio de modelo educativo en el país, las Escuelas Normales perdieron
apoyo hasta que algunas desaparecieron o se convirtieron en otros
centros educativos, como telesecundarias.
Para Gil Antón, la
reforma educativa representó un duro golpe para las escuelas de
maestros, ya que se estableció la evaluación para permitir la entrada de
nuevas profesiones al terreno que antes era dominado por los
normalistas a través de una plaza que le era entregada al maestro.
“Hay
muchísimo por hacer para reorganizar el sistema educativo, pero no
puede haber un cambio en serio si no se hace una reorganización de las
Escuelas Normales, porque de ahí van a egresar parte de los profesores,
así que no puede haber una reforma educativa sin tomar en cuenta a las
Normales”, dice Gil Antón.
Batalla por la supervivencia
Cada
año, los alumnos y maestros de las Escuelas Normales Rurales salen de
las aulas para asegurar su supervivencia. Exigen a las Secretarías de
Educación estatales que se abra la convocatoria para el nuevo ingreso de
alumnos, y una vez conseguido este objetivo, el siguiente paso es pedir
más recursos y material didáctico para seguir dando clases.
“Los
normalistas de Ayotzinapa se organizan cada año para protestar para
presionar a la Secretaría de Educación del estado de Guerrero para que
lance la convocatoria para las becas para la Escuela Normal Rural. Si no
se abre la convocatoria,
se declara desierta la escuela y en dos años puede cerrarse. No
protestarían si no tuvieran que presionar para abrir la convocatoria
cada año”, explica Zósimo Camacho.
El instinto combativo de la
Normal de Ayotzinapa se desarrolló desde hace varios años atrás. Lucio
Cabañas y Genaro Vázquez, líderes de la guerrilla en la montaña de
Guerrero en la década de los sesenta, fueron maestros egresados de esta
escuela.
El último acontecimiento que tuvo resonancia nacional
antes de la desaparición de 43 estudiantes en Iguala el pasado 26 de
septiembre, fue el 12 de diciembre de 2011, cuando la policía estatal
rompió un bloqueo realizado por normalistas en la Autopista del Sol, que
conecta la Ciudad de México con el puerto de Acapulco. En el
enfrentamiento, dos estudiantes murieron por impactos de bala.
“Se
habla mucho de la supuesta impunidad con la que hacen sus actos (toma
de autobuses, quemas, bloqueos), pero también hay que ver toda la
impunidad que impera en el estado y en las comunidades más pobres”, dice
Camacho, periodista especializado en movimientos sociales, guerrilla y
seguridad nacional.
No sólo la Normal de Ayotzinapa lucha por
sobrevivir: las Normales Rurales que quedan en el país también se
movilizan para que se abra la convocatoria, que no les quiten las becas y
pedir material didáctico, libros y mobiliario.
Los alumnos de
estas escuelas se organizan a través de la Federación de Estudiantes
Campesinos Socialistas de México (FECSM), formada en 1935.
Los
recursos para todas las escuelas normales, rurales y urbanas vienen del
gobierno federal a través del Fondo de Aportaciones para la Educación
Básica y Normal (FAEB). Hasta hoy, es responsabilidad de las Secretarías
de Educación estatales repartir el dinero entre sus escuelas para el
pago de nómina e infraestructura. Pero a partir de 2015 la Federación se
encargará de pagar directamente a los maestros.
Uno de los
argumentos del gobierno federal para centralizar el pago de nómina a los
docentes es el desvío de los recursos y los actos de corrupción
consumados a costa de dicho fondo. Una auditoría encargada por la
Comisión de Educación Pública de la Cámara de Diputados en 2008 mostró
500 casos de personas con sueldos mayores a 100,000 pesos, lo que en
total representaba un gasto de 77 millones de pesos (mdp) en promedio al
mes.
La FAEB ese año tuvo un presupuesto de 204,000 mdp, de los
cuales 95% se destinaron para cubrir servicios personales. En 2014 el
presupuesto de la FAEB fue de 292,600 mdp, 44% más que en 2008.
En
2008, el Programa de Mejoramiento Institucional de las Escuelas
Normales Públicas recibió solamente 114 mdp para 245 institutos. En los
años siguientes, los recursos aumentaron hasta 850 mdp en 2012, de los
cuales 83% fueron asignados a infraestructura, según el Informe de la Evaluación Específica de Desempeño 2012-2013 del Coneval.
Tras
la desaparición de 43 normalistas de Ayotzinapa a manos de un grupo
criminal y con la anuencia del gobierno municipal, la Cámara de
Diputados aprobó para el Presupuesto 2015 recursos adicionales de 400
mdp para las 17 Normales Rurales.
El reto educativo
Para
muchos, el presupuesto escaso no es la lápida sobre las Normales de
Maestros. “Yo viví durante seis años directamente la experiencia de
coordinar, dirigir y administrar el presupuesto dedicado a las Escuelas
Normales, y realmente ni se requieren tantos recursos. Si el presupuesto
está cuidadosamente asignado, se puede aprovechar muy bien”, asegura
Tenoch Cedillo Ávalos, rector de la Universidad Pedagógica Nacional
(UPN).
En 1978, la UPN se convirtió en otra de las fuentes que se encargan de formar maestros para las aulas del país.
“Tenemos
programas nacionales orientados a fortalecer la formación y desempeño
docente de educación obligatoria en el país, así como realizar
aportaciones a la educación superior”, dice quien fuera director de
Políticas de la Dirección General de Educación Superior para
Profesionales de la Educación de la SEP.
La UPN cuenta con 77
unidades alrededor de la República Mexicana y 208 subsedes con cerca de
5,000 académicos, planta docente que en 35% es posgraduada.
“Las
Normales tienen en sus manos la difícil tarea y un enorme compromiso de
formar a los docentes de educación básica en el país; sin embargo,
requieren de fortalecimiento, ya que se han mantenido al margen de los
avances del nivel superior”, comenta el directivo.
Por ello,
Tenoch Cedillo advierte que es importante fortalecer los lazos de unión
con la UPN y otras instituciones que pueden aportarle avances en su
modernización y desarrollo.
La urgencia de atender al sector
educativo la muestran los números rojos del sector. México ocupa la
última posición entre 34 países que son evaluados por la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) en las áreas de
matemáticas, lectura y ciencia
El Programa Internacional para la
Evaluación de Estudiantes (PISA, por sus siglas en inglés) señala que de
continuar con los pobres resultados en las escuelas, México tardaría
hasta 65 años en lograr el promedio en la calidad de lectura de los
países que examina, mientras que alcanzaría la media educativa en
matemáticas dentro de 25 años.
“Las Normales Rurales pueden tener
muchos defectos y no hay que santificarlas, pero, ciertamente, atienden
al sector de los más pobres entre los pobres”, dice Manuel Gil Antón,
del Colmex.
Zósimo Camacho, de Contralínea, coincide: “Yo
creo que deberían seguir existiendo las Escuelas Normales Rurales
porque sus maestros están dispuestos a trabajar en condiciones que no
son las más idóneas. Muchos de los maestros de las Normales Rurales
viven en las mismas condiciones que sus alumnos y los pobladores donde
dan clases. Si le preguntas a un maestro de una normal urbana dónde
prefiere dar clase, te dirá que prefiere hacerlo donde haya energía
eléctrica e instalaciones.”
El 10 de abril de 1971, Raúl Isidro
Burgos murió en la Ciudad de México y hoy sus restos descansan en la
Normal que lleva su nombre y donde 43 jóvenes desaparecidos se formaban
con los principios que el maestro cimentó con el fin de educar a un
país.
Hace ya 44 años, esa tarde de agosto de 1970, Burgos
difundió entre sus alumnos de la generación 1964-1970 los ideales que
debía seguir la educación en México: “Sembremos la semilla de la
libertad en el campo virgen del corazón de los jóvenes (…) El deber es
enseñar a nuestros alumnos a ser libres.”