Suenan las alarmas. El crecimiento económico global pierde fuerza y a medida que los síntomas de desaceleración se agravan, las revisiones a la baja de las previsiones de PIB se suceden unas tras otras. Organismos oficiales, bancos centrales, Gobiernos, bancos de inversión, todos coinciden en algo, los riesgos crecen y las expectativas de hace solo unos meses están ya obsoletas. El endeudamiento global, origen de la crisis y foco de todos los problemas actuales, se ha convertido en una losa difícil de digerir. El entorno ha empeorado mucho. Tanto que el mundo se asoma de nuevo a la recesión. ¿Se trata de un temor exagerado?
Quizá sí, quizá no. Nadie lo sabe. En gran medida dependerá del futuro del euro y de la solución que se dé a la crisis soberana. Los problemas de Grecia se acentúan y el viernes el mercado cayó a plomo al empezar a barajar su salida de la unión. La división en el BCE sobre cómo actuar para aliviar la crisis no hace más que ensombrecer el panorama, tensiones que se constataron esta semana con la dimisión de Jürgen Stark como economista jefe de la institución por su rechazo a la política de compra de bonos.
Los números empeoran a gran velocidad y aunque cada vez son más las voces que auguran un futuro sombrío sobre la economía global, también son mayoría quienes opinan que el peor de los escenarios se podrá evitar. Las medicinas disponibles escasean con los estados altamente endeudados y la austeridad como nueva filosofía de vida, pero no está todo perdido. Los mayores problemas se concentran en el mundo desarrollado. Las economías emergentes continúan creciendo con vigor y de momento la mayoría de indicadores económicos no apunta a la recesión. Está por ver, además, si la fuerte desaceleración del segundo trimestre es fundamentalmente consecuencia de factores temporales que permitan revertir la situación en los próximos meses.
No hay que descartar tampoco la determinación política y de los bancos centrales para actuar. Pero de lo que no hay duda es de que la situación es muy delicada. Llegar a la unanimidad para encontrar el tratamiento adecuado se complica en un momento en el que la economía mundial sigue muy enferma y todavía necesita respiración asistida. La directora del FMI, Christine Lagarde, instó el viernes mismo a los gobiernos de las economías desarrolladas a actuar para sostener la recuperación. "Los países deben actuar ahora y deben actuar con determinación para enderezar las economías en esta peligrosa fase de la recuperación", comentó en una conferencia en Londres. Un buen toque de atención de cara a la reunión del G-7 (EE UU, Japón, Alemania, Francia, Italia, Gran Bretaña y Canadá) que reunió el viernes a los banqueros centrales y ministros de finanzas de las principales economías desarrolladas, precisamente para abordar una situación que se ha tornado en extremadamente peligrosa ante el cariz que han tomado los mercados, fuertemente castigados por unos inversores que huyen despavoridos del riesgo y no hacen más que retroalimentar la espiral bajista o los malos augurios económicos al poner en peligro el consumo y la inversión.
De momento, pintan bastos. Esta semana el BCE y la Reserva Federal han reconocido que el crecimiento se debilita, mientras que la OCDE ha declarado que no descarta tasas negativas en algunas grandes economías del G-7. Augura una caída del PIB anualizado del 1,4% para Alemania en el tercer trimestre y del 0,1% para Italia. Para EE UU prevé una ralentización del crecimiento a tasas del 1% en el segundo semestre frente al 3% que calculaba en primavera (mayo).
El mensaje del BCE no distó en exceso. Rebajó el jueves sus estimaciones de PIB para la zona euro al 1,6% (desde el 1,9% de junio) para este año y al 1,3% (desde 1,7%) para 2012, al tiempo que reconocía que la economía se enfrenta a "incertidumbres muy elevadas y una intensificación de los riesgos".
La desaceleración global, la caída de las Bolsas, la pérdida de confianza y las tensiones en el mercado de deuda soberana están detrás de la pérdida de vigor del crecimiento, según el BCE. Pero no todo es pesimismo. La autoridad monetaria considera que Europa debe beneficiarse del crecimiento global, una política monetaria laxa y las medidas implementadas para ayudar al sector financiero. En su opinión, además, la desaceleración del segundo trimestre, cuando la zona euro creció un leve 0,2% frente al 0,8% del primero, se debió en buena medida a factores temporales como el terremoto de Japón y el impacto de la subida del petróleo.
El diagnóstico es preocupante y las previsiones empeoran precisamente por el fuerte deterioro del segundo trimestre. Empezando por EE UU, que solo creció el 1,5% en tasa interanual, seguido de Alemania, que pasó a crecer el 2,8% (0,1% en tasa intertrimestral) desde el 4,6% o Francia que frenó en seco. En España (creció el 0,2% en tasa intertrimestral y el 0,7% interanual) y en Italia el crecimiento fue mínimo y eso sin mencionar algunos desplomes. El PIB griego se hundió el 7,3% en tasa interanual. Los emergentes también acusaron la desaceleración aunque siguieron fuertes. China creció el 9,7% en el segundo trimestre, Brasil, el 3,14%, e India, un 7,7%.
El mundo sigue navegando a dos velocidades y de momento son pocos quienes temen una recesión económica global derivada de la desaceleración en los países desarrollados. Eso sí, los anteriores episodios de la crisis han mostrado que cuando las grandes economías tiemblan el resto acaban acusando la factura. Y una de las grandes preocupaciones es precisamente el impacto que pueda tener esta última oleada de crisis soberana en Europa o todo el ruido que causaron en julio las negociaciones en EE UU para aprobar una ampliación del techo del gasto. Episodios muy perjudiciales que dejan un gran interrogante a la hora de valorar si las previsiones serán tan malas como se espera o incluso peores. "La clave a corto plazo será ver si las últimas distorsiones financieras son suficientes para causar más deterioro a una economía que ya crecía con lentitud, abocando a EE UU y quizá a Europa a otra recesión", argumenta desde Goldman Sachs. Por ello, en los próximos tiempos el impacto en la confianza, las condiciones financieras, el mercado de deuda soberana y el sistema bancario serán determinantes.
"Yo vigilaría lo que ocurre en el sector bancario. Si se ve obligado a reducir sus balances con rapidez eso pondría en peligro el crecimiento. Por otro lado, si la tasa de ahorro de las familias aumenta eso podría ser muy problemático", explica Gills Moec, corresponsable de análisis económico de Europa de Deutsche Bank.
Al menos, se percibe cierta determinación política para revertir la situación. Esta semana el presidente de EE UU, Barack Obama, ha anunciado un ambicioso plan para fomentar el empleo y la economía dotado con 325.000 millones de euros, basado en beneficios fiscales e infraestructuras. El presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, ha vuelto a reiterar su compromiso con la economía al asegurar que actuará si las condiciones empeoran -está por ver qué medidas toma en la reunión del 20 y 21 de septiembre-, mientras que en Europa el BCE ha frenado el alza de tipos y la canciller alemana Angela Merkel se ha comprometido a salvar el euro ante el creciente riesgo de quiebra de Grecia.
"Creemos que la recesión se puede evitar por varios motivos. Los emergentes suponen el 49% del PIB global, las condiciones de política monetaria son excepcionalmente bajas a nivel mundial, es previsible una relajación de la austeridad fiscal en EE UU, los inventarios no son excesivos y Europa probablemente aguantará", dice Credit Suisse.
El problema es que los riesgos no se pueden obviar. Las tensiones crecientes amenazan con convertir la crisis soberana europea en sistémica si no se encuentra una solución definitiva y la delicada situación de Grecia desata los peores presagios. "Dada la fragilidad de la economía estadounidense y la desaceleración de los emergentes, nuevas complicaciones de la crisis soberana en Europa tendrían repercusiones globales importantes", dice Sofía Rodríguez Rico, directora de macroeconomía de Banco Sabadell.
Los planes de consolidación fiscal, además, se han convertido en un gran freno al crecimiento al limitar la capacidad de estimular las economías por la vía fiscal. Eso sin contar con el efecto psicológico que hayan podido causar los últimos episodios de pánico vividos en el mercado. "En general no pensamos que se den las condiciones necesarias para una recesión. El riesgo a corto plazo es que las compañías retrasen sus planes de gasto por la caída de confianza", explica Keith Wade, economista jefe de Schroders.
Muchas firmas consideran que los factores detrás del deterioro en el segundo trimestre están revertiendo. Hay quienes argumentan que los problemas de suministros en EE UU derivados del terremoto en Japón se verán compensados en la segunda mitad del año a medida que las exportaciones e inventarios mejoren en la potencia asiática. Por otra parte, el fuerte repunte de la inflación y su efecto negativo en el consumo también podrían verse compensados próximamente por la caída de las materias primas.
El problema es que la crisis de deuda amenaza con lastrar el crecimiento más allá de este año. Se espera que las economías que se enfrentan a duros planes de austeridad como Grecia, Portugal o Irlanda, además de Italia y España, acusen un fuerte parón. Al menos, de momento se espera que se vea compensado por las grandes economías de la región siempre y cuando el euro permanezca. En EE UU se percibe un mayor margen de maniobra para la adopción de medidas de carácter fiscal y un mayor voto de confianza hacia la Reserva Federal.
El momento es delicado. Los políticos tienen una tarea compleja. El mundo no se pueda mantener mucho tiempo al borde del abismo. Cae o recupera. Y parece que todavía hay armas para evitar la catástrofe. Europa necesita unidad para asegurar el euro y EE UU determinación para acabar con el paro.