Comisión de género de la PACD. Publicado en el
Setmanari Directa nº 308 el 6 de marzo de 2013 (en català a continuació)
Convendría recordar que la situación de crisis que
vivimos no sólo es económica y financiera, también es social, ecológica,
alimentaria, de cuidados y de género. Por lo tanto convendría que
tengamos muy presente que la situación actual es producto de un modelo
económico que precariza la vida y que, en último término, como lo señala
Amaia Pérez Orozco desde el ámbito de la economía ecofeminista, atenta
contra la vida: «en un contexto en el que hay medios más que suficientes
para garantizar unas condiciones de vida dignas, las vidas están
continuamente amenazadas» (De vidas vivibles y producción imposible,
2012). De todas las crisis, los media sólo reflejan la crisis de la
deuda, convirtiéndose ésta en un concepto cotidiano. Sin embargo, este
concepto engloba una gran variedad de situaciones. Y también preceptos
morales, como el casi obligatorio: una deuda siempre se debe saldar.
Aunque no siempre sea así.
La más conocida es la deuda financiera, o sea, la deuda monetaria
contraída con un banco por una familia, una empresa o un Estado. No
obstante, existen otras deudas: la ecológica, la histórica, la de
género. Al enarbolarlas, simbólicamente, visibilizan el hecho de que el
capitalismo se desarrolla mediante el expolio y la explotación por parte
de una minoría de la riqueza generada por la mayoría. Estas otras
deudas no se pueden cuantificar y quizás no se podrán devolver jamás. Y a
pesar de que son muy superiores a la deuda financiera, ni salen en los
diarios ni se habla de ellas. Todavía son invisibles. Ante esta
invisibilidad, hay muchas personas que luchan para que se tengan en
cuenta, para que se reconozcan.
Una de estas deudas invisibles es la deuda de género, que es la que
tiene la sociedad con las mujeres. Porque las mujeres son acreedoras, en
particular, respecto al Estado y a las empresas, ya que son las que
realizan el trabajo de cuidados que permite la reproducción de los
trabajadores y trabajadoras. Aunque muchas mujeres tengan una doble
jornada laboral, solamente se les reconoce una, la otra ni está
socialmente reconocida ni es remunerada. Mientras vivamos en un
patriarcado capitalista, la deuda con las mujeres no será reconocida ni,
evidentemente, restituida.
Le llaman deuda pero es patriarcado capitalista
A
diferencia de lo que a menudo nos intentan hacer creer, la deuda que
ahoga a los países de la periferia europea no responde a una elevada
deuda pública, sino a la deuda privada. Sin embargo, durante los últimos
años el rescate bancario produjo un aumento de la deuda pública, que
llevó a la imposición de políticas antisociales que ahogaron la economía
e hicieron disminuir los ingresos públicos. Por lo tanto, el aumento de
la deuda pública es una consecuencia de la crisis y no su causa. El
marco de todo esto es un modelo con mucho tiempo de funcionamiento,
basado en la obtención del máximo beneficio. Su falsa premisa es el
crecimiento ilimitado que ignora, de forma sistemática, las
consecuencias que puede tener sobre la sostenibilidad y la vida.
En todas las sociedades, incluidas las más avanzadas con respecto a
la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres, siempre las
mujeres son la garantía del trabajo de cuidados y de reproducción, en un
contexto de invisibilización y de desvalorización de su trabajo. Pero
al capital le interesa mantener este statu quo para la división sexual
del trabajo: la expropiación del trabajo y el tiempo de las mujeres
maximiza su beneficio.
También la expropiación del cuerpo de las mujeres y su cosificación
maximiza el beneficio de los que detentan el poder económico. La
prostitución, la pornografía, el abuso de la cirugía estética, la
utilización de la mujer como reclamo publicitario, y lo más grave, el
tráfico de mujeres y niñas para su explotación sexual, son un claro
ejemplo. En forma similar, el sistema patriarcal capitalista promueve el
control del cuerpo de las mujeres con respecto a sus derechos sexuales y
reproductivos. Con la excusa de defender la vida, se maquilla su
verdadera intención que no es otra que la de obtener la sumisión de las
mujeres, para garantizar la perpetuación de una mano de obra barata y
consumista. No debemos olvidar que si no ejercemos el poder de decisión
sobre nuestro propio cuerpo, ningún otro poder de decisión será posible.
Por otra parte, la desvalorización del trabajo reproductivo se
refleja directamente en el mundo productivo. La lógica del crecimiento
ilimitado, cara al capitalismo patriarcal, permitió en un momento
determinado de necesidad la incorporación de las mujeres al mercado
laboral, utilizándolas como mano de obra más barata y como pretexto para
flexibilizar y precarizar aún más las condiciones laborales. La
incorporación de las mujeres al mercado laboral no se tradujo en una
menor dedicación al trabajo reproductivo.
La política de recortes del gasto público social ligada a un aumento
de la demanda de cuidados (envejecimiento de la población, menores
dependientes, trabajo doméstico…), la menor disponibilidad de mujeres
debido a sus trabajos remunerados y al deseo de emancipación de muchas
de ellas, junto a la falta de implicación de la gran mayoría de los
hombres en las tareas de cuidados, entre otros factores, sacan a la luz
del día la crisis de cuidados que se vive en Europa. Crisis en parte
paliada por la contratación, en condiciones laborales más que precarias,
de millones de mujeres extranjeras que dejaron sus países de origen, ya
arruinados por las mismas políticas de ajustes estructurales, para
trabajar en el cuidados de las familias europeas, dejando el cuidado de
su propia familia en manos de otras mujeres. Como afirma Sandra
Ezquerra: «La cadena transnacional de cuidados ha garantizado durante
años la pervivencia del capitalismo patriarcal mientras que ha
invisibilizado su naturaleza excluyente.» (Investigaciones feministas,
vol. 2, 2011, pp. 175-194)
La crisis antes de la crisis
Por todo lo
dicho, es necesario destacar que las mujeres ya estaban en crisis antes
de la crisis. El reparto desigual del trabajo remunerado y del trabajo
de cuidados tiene como consecuencia una menor tasa de actividad y de
ocupación femenina. Antes de la crisis, las cifras del paro femenino
duplicaban en muchas zonas las cifras del paro masculino.
Además, las mujeres reciben salarios más bajos y sufren una mayor
precariedad laboral (temporalidad, contratos de tiempo parcial, acoso,
subocupación, etc.). También tienen más dificultad en el acceso y la
promoción en el mercado laboral, especialmente las mujeres jóvenes,
cuestionadas en su papel productivo al encontrase en edad reproductiva,
como señala Bibiana Medialdea (Ser joven no da los mismo, 2012).
Este panorama de crisis de género ha empeorado por los recortes y las
políticas de empobrecimiento implantadas para poder hacer frente al
rescate del quebrado sistema bancario. La desigualdad de género aumenta
en una situación en la que, bajo el paraguas de la reforma
constitucional, se prioriza el pago de la deuda por delante de la
protección de los derechos y servicios sociales.
Pagar la deuda o cómo aumentar rápidamente la desigualdad de género
Las
mujeres estaban en crisis antes de la crisis pero también sabemos que
la crisis de la deuda ha servido para fortalecer el modelo patriarcal.
La prioridad en el pago de los intereses de la deuda se decide,
claramente, en detrimento de los gastos sociales. Además los recortes se
concentran en sectores profesionales feminizados como la sanidad
(-22%), la educación (-17 %), la igualdad (-42 %) y el bienestar social.
En estos sectores, los recortes en dinero y los despidos afectan más a
las mujeres, ya que son mayoría en el ámbito social. Este proceso de
eliminación de servicios sociales sobrecarga a las mujeres con más
trabajo de cuidados y reproducción.
El incumplimiento de la ley de dependencia junto a la reducción de
ingresos familiares implica una reducción en la externalización del
servicio de cuidados puesto que cada vez más mujeres asumen el de su
propia familia. Al mismo tiempo, se aumenta el número de mujeres
cuidadoras que dejan de recibir la prestación por ser responsables del
cuidado de una persona dependiente.
Unas medidas fiscales como la congelación del salario mínimo, la
reforma del IRPF, el aumento del IVA, el aplazamiento en la mejora de la
pensión de viudedad y del permiso de paternidad, la congelación de las
pensiones no contributivas dejan a las mujeres en una situación de mayor
vulnerabilidad. Todas estas medidas afectan más a las que tienen menos y
a las que se encargan principalmente del trabajo reproductivo no
remunerado.
Las reformas laborales acaban de golpe con los avances producidos en
los últimos años dentro de las políticas de igualdad de oportunidades en
el trabajo. El aumento de la flexibilidad en los despidos, la
posibilidad de negociación particular de las condiciones laborales y el
retroceso en la regulación de las tareas domésticas son medidas, entre
otras muchas, que no sólo limitan la capacidad de las mujeres para
denunciar situaciones de desigualdad, sino que constituyen el caldo de
cultivo de estas situaciones, en un contexto en el que el número de
personas desempleadas llega ya a los seis millones.
Desde que comenzamos a escuchar la palabra deuda asistimos a una
serie de decisiones que ratifican lo que se ha mencionado aquí:
eliminación del ministerio de Igualdad, recortes en los presupuestos de
igualdad (-42 %), recortes en las partidas destinadas a la atención
integral de la violencia de género (-28 5). En todo el territorio del
Estado español se produjo el despido de los Agentes para la Igualdad de
Oportunidades, principalmente mujeres, la desaparición de los programas
de igualdad de oportunidades en el trabajo, la eliminación de los
servicios de atención y de ayuda a las mujeres víctimas de la violencia
machista (casas de acogida, centros de emergencia, servicios municipales
de información, etc.) y al incumplimiento de facto de la ley por la
Igualdad efectiva de mujeres y hombres y la ley de Medidas de Protección
Integral contra la Violencia de Género.
Con todo ello, se quiere transmitir a la población que se trata de
políticas superfluas, que únicamente se pueden permitir en tiempos de
bonanza económica. Sin embargo, estas políticas son más necesarias que
nunca. O sea, que estamos asistiendo al desmantelamiento de los
servicios y programas que sólo ponían un granito de arena en la lucha
por la no vulneración de los derechos básicos, dado que los presupuestos
de estos programas eran irrisorios.
Y no puede ser de otro modo puesto que el sistema capitalista lo
necesita para continuar obteniendo beneficios y salir reforzado de la
crisis. Se trata de profundizar en la ideología patriarcal y de volver
al modelo único de familia: el nuclear que asegura la función de las
mujeres como principales garantes del trabajo reproductivo, y además, de
todo lo que el Estado deja de asumir en pro del pago de la deuda.
Por lo tanto, las políticas de austeridad no son neutrales con respecto al género.
¿Cómo salir del mal camino?
La
Comisión de Derecho Internacional de las Naciones Unidas califica de
inadmisible que «un Estado abandone los servicios públicos de manera que
deje a su población en el caos y la anarquía simplemente para poder
disponer del dinero para reembolsar a sus acreedores». En consecuencia,
no sólo son ilegítimas las deudas contraídas para hacer frente al
rescate del sistema bancario, sino que también son ilegítimos los pagos
de la deuda que impliquen la vulneración de los derechos económicos,
sociales y culturales de la población. Como ya hemos visto, para hacer
frente al pago de una deuda que no es nuestra (la deuda privada) se está
generando una deuda mayor con las mujeres, con las generaciones
futuras, con las personas migrantes, con los mayores y con el medio
ambiente.
La anulación de las deudas ilegítimas e impagables es una medida
prioritaria pero no suficiente. La forma en la que se ha gestionado la
crisis muestra que el patriarcado se mantiene como el fundamento de este
capitalismo antisocial. Si no se producen cambios más profundos, el
sistema continuará subsistiendo y reproduciendo unas dinámicas
patriarcales. Por consiguiente es necesario un cambio de dirección desde
la lógica del capital hacia la lógica de la vida. Y para eso hay que
proclamar de manera contundente y constante que el conflicto no es
exclusivamente entre el capital y el trabajo, sino también entre el
capital y la sostenibilidad de la vida.
Es urgente encaminarnos sin vacilaciones hacia otro modelo económico
que se base en que todas las personas gocen del pleno ejercicio de sus
derechos, independientemente de su sexo de origen, y que tenga en cuenta
la protección necesaria del ambiente. En este nuevo orden, adquiere una
especial relevancia el reparto equitativo de todos los trabajos:
remunerados o no remunerados.
Tenemos experiencias que provienen de la economía social y solidaria
que demuestran que otro modelo económico es posible y necesario. Este es
el camino que debemos seguir, sin perder de vista en ningún momento,
con respecto al género, que ninguna medida que se ponga en marcha será
neutra mientras exista la división sexual del trabajo, arraigada
fuertemente en la valoración diferente de los trabajos productivos y
reproductivos.