Cada día que pasa, el
planeta se acerca al peor escenario imaginado en un filme de Hollywood. Los
gobiernos del mundo siguen sin hacer lo necesario para reducir sus emisiones de
gases ante la preocupación de los científicos. ¿Por qué lo que suceda esta semana
en Lima es tan importante para el futuro de la Tierra?
Nuestro límite es dos grados.
Dos grados centígrados más de temperatura en el planeta para el 2100. No más.
En abril pasado, los
científicos de las Naciones Unidas advirtieron que si no adoptamos medidas
radicales, si todo sigue igual, a fin de siglo estaremos entre los 3,7 y los
4,8 grados. Casi cinco grados.
Cinco grados.
En el 2007, el periodista
inglés Mark Lynas se tomó el trabajo de revisar casi todos los reportes
científicos disponibles en ese momento para averiguar qué pasaría con la Tierra
cuando la temperatura se fuera incrementando.
Con un grado más, el Ártico tendría hielo solo seis meses al año, no habría
glaciares y EEUU padecería la sequía más severa de su historia.
Con dos, los bosques
colonizarían Groenlandia, algunas zonas costeras de Londres o Nueva York se
verían inundadas, habría más incendios, más erosión, más sequías.
Con tres, probablemente más de
la mitad de la población del planeta tendría que abandonar las costas hacia el interior
de los continentes.
Con cuatro, la Antártida se deshielaría y se elevaría en 50 metros el nivel del
mar.
Con cinco, la Tierra se habría
convertido en otro planeta. Sin hielo, sin selvas tropicales, con un puñado de
humanos sobreviviendo en pequeños territorios, víctimas de sequías e
inundaciones. Seis grados, dice Lynas, sería el Apocalipsis.
Por eso nuestro límite de
aumento es dos grados. No más. Pero si todo sigue igual, rozaremos los cinco en
el 2100. Este es el gran desafío de nuestros tiempos.
Este es el tipo de cosas en
las que debemos pensar por estos días, los días de la COP20, cuando escuchemos
hablar tanto de calentamiento global y cambio climático. o que se juega en
lima
Bicicletas para los participantes. Restaurantes saludables. Vehículos
ecológicos. Exposiciones de arte. No es difícil distraerse con la llovizna de
noticias que hay alrededor de la cumbre climática de Lima. Pero lo
verdaderamente importante parece estar fuera tanto de la agenda de los medios
como del discurso de las principales autoridades.
Lo importante es que en nuestra capital se debe llegar a acuerdos preliminares
sobre el rumbo que tomará el planeta para evitar la crisis. Los gobiernos
deberán declarar cuáles son sus metas de reducción de gases de efecto
invernadero, causantes del calentamiento global. En concreto, deberán decir qué
harán para que no superemos el aumento de dos grados.
Esas metas, ese rumbo, quedará plasmado en un documento que será firmado en la
próxima COP, en París.
Por eso Lima es clave.
el adverso rol de eeuu
A fines de los ochenta, los líderes del mundo se dieron cuenta de que había que
empezar a hacer algo frente a las evidencias de que el planeta se estaba
calentando. Una de las primeras cosas que hicieron fue reunir a un grupo de
científicos para que investigaran el tema, equipo al que llamaron Panel
Intergubernamental para el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC).
Durante las siguientes dos décadas, cada cierto número de años, el Panel fue
emitiendo reportes con sus conclusiones. Cada uno de ellos traía más certezas:
el calentamiento global se debía a los gases de efecto invernadero; la mayoría
de estos gases provenía de la quema de combustibles fósiles (petróleo, gas,
carbón); el ser humano, cuyo modelo de desarrollo es una economía que funciona
con combustibles fósiles, era el causante del calentamiento.
En 1997, los gobiernos reunidos en la Convención de las Naciones Unidas para el
Cambio Climático firmaron el Protocolo de Kioto. Por este documento, 35 países
industrializados quedaron obligados a reducir sus emisiones de gases al menos
en un 5% con respecto a los niveles de emisión que había en 1990.
Las cosas no salieron como se esperaba.
Estados Unidos, por entonces el principal emisor de gases del mundo, y el mayor
contaminante histórico, no ratificó el Protocolo. Por el contrario, en 2001,
durante el gobierno de George W. Bush, lo abandonó. Su principal argumento fue
que era injusto: cuando se firmó, no había considerado como países
desarrollados a China ni a India y, por lo tanto, ambos no estaban obligados a
reducir sus emisiones. Pero con los años se estaban convirtiendo en potencias
y, al mismo tiempo, en grandes contaminantes. ¿Por qué ellos no y nosotros sí?
fue más o menos el argumento de Washington.
Pero hubo otras razones que motivaron el rechazo.
En el 2005, el diario británico The Guardian reveló que la administración de
Bush había consultado a la petrolera Exxon Mobil su postura sobre el Protocolo
de Kioto. También se supo que el jefe del Consejo de Calidad Ambiental del gobierno
había sido lobbista de las petroleras. Evidentemente, la industria petrolera
tenía mucho que perder con los compromisos de Kioto. Y trabajó duramente para
que no fueran ratificados.
Según un informe de la Unión de Científicos Comprometidos de Estados Unidos,
entre 1998 y 2005 Exxon Mobil destinó casi 16 millones de dólares a una red de
43 organizaciones que negaban la existencia del cambio climático o que
cuestionaban la idea de que este fuera causado por el hombre. La estrategia era
comparable a la que usaron las tabacaleras para negar el vínculo entre
cigarrillos y enfermedades al pulmón. Mucha gente les creyó. Todavía hay
quienes en Estados Unidos piensan que el cambio climático es una patraña.
Con Obama, en teoría, las cosas debían cambiar.
fracaso en copenhague
–La COP de Copenhague marcó un hito. Se esperaba mucho de ella. Pero fue un
fiasco.
Eduardo Durand es el director general de Cambio Climático del Ministerio del
Ambiente. Ha estado en todas las cumbres mundiales de cambio climático desde la
de Bali, en el 2007. Y tiene un recuerdo vívido de lo que pasó en el 2009 en la
capital de Dinamarca.
–El documento (el borrador del acuerdo) comenzó con 70 páginas en marzo de ese
año y para la cumbre (en diciembre) tenía 800.
Se suponía que en Copenhague se firmaría un nuevo acuerdo global que le tomaría
la posta al Protocolo de Kioto, al que la ausencia de los EEUU y China, los dos
mayores emisores del mundo, le había quitado credibilidad. Pero los gobiernos
no lograron ponerse de acuerdo.
–Los países árabes, por ejemplo, pedían que todo lo asumieran los
desarrollados, lo que es de locos porque son ellos los que producen el petróleo
que consumen los desarrollados– explica Durand.
Obama llegó a la cumbre atado de manos por su Congreso. En medio de la falta de
dirección, se las arregló para sacar junto a los líderes de China, India,
Brasil y Sudáfrica una declaración en la que se comprometían a trabajar para
reducir sus emisiones, pero sin fijar metas ni plazos.
El argentino Enrique Maúrtua, vocero del Climate Action Network, quien también
estuvo en Copenhague, recuerda la extrañeza con que se recibió el documento.
–Fue como decir "yo digo cuánto estoy dispuesto a reducir". Pero, ¿y
la ciencia? ¿Para qué tenemos un panel de científicos que nos dice qué es lo
que debemos hacer?
cifras insuficientes
Después del fracaso de Copenhague, hoy las esperanzas están puestas en París.
Dentro de un año, los líderes del mundo deben estar firmando un nuevo acuerdo
para reducir las emisiones y financiar la adaptación al cambio. Este acuerdo no
será como el Protocolo de Kioto. Será distinto.
En principio, la responsabilidad ya no será solo de los países industrializados
sino de todos, lo cual, en opinión de Eduardo Durand, es lo que corresponde a
estas alturas.
–Si no lo hacemos todos, tendremos problemas.
El problema es que, a diferencia de lo que dictaba el Protocolo de Kioto, las
metas de reducción las fijará cada país según sus intereses. Y ningún panel de
científicos ni nadie podrá ponerles plazos ni obligarlos a cumplirlas.
Estados Unidos y China acaban de anunciar sus metas de reducción, definidas en
el marco de un acuerdo negociado fuera de la Convención.
Enrique Maurtua dice que, en términos políticos, es importante que los dos
mayores emisores de gases del planeta hayan anunciado sus metas, ya que eso
debería motivar a los gobiernos que arrastraban dudas desde Copenhague y que
decían que mientras ambos países no se comprometieran todo resultaba inútil.
Pero –agrega– las cifras acordadas no son suficientes.
Estados Unidos ha anunciado que reducirá sus emisiones en un 17% con respecto
de las de 2005 durante los próximos cinco años y entre 26% y 28% durante los
próximos 15.
China ha dicho que sus emisiones alcanzarán su límite en el 2030 y a partir de
entonces empezarán a bajar.
–Esas cifras no pueden compararse con lo que ha avanzado la Unión Europea, que
ha dicho que para el 2030 habrá reducido sus emisiones en un 40% con respecto
de 1990– dice Maurtua. Estados Unidos tiene responsabilidad histórica (del
calentamiento global) y tiene la capacidad para cambiar a una matriz de
energías renovables. El caso de China es diferente. Tiene un montón de cosas
internas por resolver. Si le pusieran las mismas restricciones que a Estados
Unidos, colapsaría.
primero lo urgente
Cambiar la matriz energética no es sencillo y menos de manera rápida. En una
sociedad como Estados Unidos, no debe ser fácil hacer que de la noche a la
mañana la gente cambie el rugido de sus camionetas por la silenciosa eficiencia
de los autos híbridos. El lobbie energético es un enemigo siempre de cuidado.
Pero hay que acelerar el cambio de una vez. Europa, donde las energías
renovables forman cada vez más parte de la vida cotidiana, es el ejemplo.
Eduardo Durand, la mayor autoridad en cambio climático en el Perú, admite que
dentro del marco de la Convención lo avanzado en reducción de emisiones es
poco. Él utiliza una figura para ilustrar la urgencia del momento.
–Si tu casa se inunda, ¿qué es lo primero que haces? ¿Sacas el agua a baldazos?
No. Lo primero que haces es atender la fuente del problema.
Atender la fuente del problema, en este caso las emisiones, es lo urgente. Ya
mismo. Por eso Lima es clave. ❧
(Tomado de: http://www.larepublica.pe/30-11-2014/un-planeta-en-llamas)