domingo, 1 de junio de 2014

Federici y las brujas

El pasado 21 de mayo, Silvia Federici concluyó la presentación en España de su último libro, en un encuentro a puerta cerrada con feministas de diferentes movimientos sociales sevillanos. El objetivo era compartir experiencias y análisis sobre la situación de las mujeres y el intento del sistema capitalista por disciplinar sus cuerpos.
 
Lleva meses sin llover pero este miércoles el cielo de Sevilla se encapota y descarga como aliviando el sofoco. El brillante pavimento frente a la librería Relatoras va reuniendo a feministas de la ciudad que esperan con ansia el encuentro con la historiadora Silvia Federici (Italia, 1942). Está de ruta en el estado español presentando su última obra, Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas, editado por Traficantes de Sueños. Una publicación en la que continúa su investigación sobre cómo la organización y la invisibilización del trabajo reproductivo y de cuidados que se impusieron con el inicio del capitalismo se mantienen hoy como piezas claves del sistema.
 
Su trabajo es una afrenta al olvido, un empeño por rescatar de las cenizas a aquellas mujeres que, tachadas de brujas, fueron violentadas y condenadas por resistir, por enfrentarse a un modelo –el capitalismo– que emergía disciplinando sus cuerpos y convirtiéndolas en seres de segunda, cuyo trabajo debía restringirse a la reproducción y cuya devaluación las asimilaba a bienes en posesión. Silvia Federici denuncia que vivimos tiempos similares. Entonces la denominada Crisis General, considerada la primera crisis económica internacional, allá por 1620, sirvió de excusa perfecta para las mayores arremetidas contra la libertad y la dignidad de las mujeres, confinándolas al hogar. Hoy, con un proceso parecido, el poder trata de arrebatar el terreno conquistado, negándoles la autonomía de sus cuerpos, criminalizando el control sobre la procreación y haciendo recaer sobre sus hombros toda la labor de cuidados.
 
Con este grito sobre la memoria lleva 14 días recorriendo varias ciudades en una maratón de conferencias y encuentros en los que aparece llena de energía, sin ahorrar una explicación, sin escamotear una pregunta, llenando el aforo de todos los lugares a los que acude. En Sevilla cierra este periplo con dos conferencias en dos universidades y un encuentro informal, de pequeño formato, en una librería con casi una treintena de activistas de la ciudad para intercambiar conocimientos, estrategias y análisis. Ellas le muestran su admiración por una obra que, confiesan, les ha cambiado la vida. Y es que El Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpos y acumulación originaria, publicado también por Traficantes de Sueños, se ha convertido en una obra de referencia para muchas feministas, que con su lectura han podido contextualizar histórica e ideológicamente sus reivindicaciones, sus luchas. 
 
Sigue lloviendo fuera de la librería Relatoras, la Asamblea de Mujeres Diversas, Setas Feministas, Mujeres de Negro, mujeres de la Intercomisión de Vivienda van tejiendo un relato colectivo que dé una idea de cómo se articulan los movimientos feministas en Sevilla: las acciones realizadas, las dudas, los problemas, las ilusiones, los disensos, las convergencias, lo aprendido. Entre las narraciones, Silvia Federici va dejando caer retazos de experiencias, no parecen respuestas ni soluciones, más bien aprendizajes propios para no volver a caer en algunos errores. Reconoce que la presencia de las mujeres es, hoy, mucho más poderosa y visible en los movimientos sociales que en los años 70, cuando, en EEUU, en la lucha contra la guerra de Vietnam se las relegaba a una posición de «segunda clase». «Ya no es tan evidente el rechazo al feminismo. No creo que muchos movimientos se puedan permitir decir no a las feministas.» Lo que no oculta los problemas que sigue habiendo, fundamentalmente, en torno a «cómo relacionarnos de forma correcta en lo cotidiano». 
 
Dice Federici que los intentos de controlar los cuerpos de las mujeres en los espacios comunes siguen siendo evidentes. Recuerda como durante el Occupy Wall Street, en Nueva York, se creó un espacio de seguridad, de defensa, un territorio –físico y político– solo habitado por mujeres y al que los hombres solo accedían si se les invitaba. Asegura que estos procesos están dando sus frutos y ahora se entienden mejor los espacios no mixtos, se acepta que hay que «trabajar en conjunto pero que determinadas cuestiones tienen que ser abordadas solo por mujeres». ¿Y el papel de los hombres? «Está bien que los hombres se sumen al movimiento feminista. Hay aspectos que tienen que ver directamente con ellos como el abuso, la violencia pero también los cuidados. Esperamos un movimiento de hombres que eduque a los hombres y ponga en el centro estas cuestiones.»
 
 
«Reconocer que el patriarcado está dentro de nosotrxs, sobre todo en los hombres, supone un acto de humildad a partir del cual problematizar nuestras prácticas. En EEUU nuestrxs compañerxs negrxs nos decían que todxs lxs blancxs teníamos algo de racistas, aunque luchemos contra la estructura de poder, aunque no nos sintamos racistas. Así he aprendido a no decir “sé lo que te pasa” porque verdaderamente no lo puedo saber.»       
 
Aunque esa toma de conciencia que se está extendiendo, aclara Federici, lleva aparejada una mayor criminalización, una persecución más tenaz. Los logros emancipatorios han llegado acompañados de una respuesta más dura por parte del poder. Las feministas sevillanas lo saben, llevan meses sufriendo multas, acusaciones y juicios, sobre todo desde que semultiplicaron las protestas ante el anuncio de reforma de la ley del aborto. 
 
Es la «militarización de la vida cotidiana, en el hogar, en el trato a las personas migrantes, en los desahucios», añade Federici. «En EEUU esto es muy visible. Hay barrios tomados por la policía, una policía que sobrevuela los espacios conflictivos con helicópteros, que adquiere formación militar y utiliza armas cada vez más sofisticadas». Lo militar, además, como esencia de esa masculinidad que abona el patriarcado: fuerte, autoritaria, represiva.
 
Deja de llover fuera pero hace rato que llueve dentro de estas mujeres a las que les brillan los ojos. Las palabras de Silvia Federici caen aliviando el territorio, a veces cansado, de quien se sabe en lucha permanente.

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