El pasado 21 de mayo, Silvia Federici concluyó la presentación en
España de su último libro, en un encuentro a puerta cerrada con
feministas de diferentes movimientos sociales sevillanos. El objetivo
era compartir experiencias y análisis sobre la situación de las mujeres y
el intento del sistema capitalista por disciplinar sus cuerpos.
Lleva
meses sin llover pero este miércoles el cielo de Sevilla se encapota y
descarga como aliviando el sofoco. El brillante pavimento frente a la
librería Relatoras va reuniendo a feministas de la ciudad que esperan
con ansia el encuentro con la historiadora Silvia Federici (Italia,
1942). Está de ruta en el estado español presentando su última obra, Revolución en punto cero. Trabajo doméstico, reproducción y luchas feministas, editado por Traficantes de Sueños. Una publicación en la que continúa
su investigación sobre cómo la organización y la invisibilización del
trabajo reproductivo y de cuidados que se impusieron con el inicio del
capitalismo se mantienen hoy como piezas claves del sistema.
Su trabajo es una afrenta al olvido, un empeño por rescatar
de las cenizas a aquellas mujeres que, tachadas de brujas, fueron
violentadas y condenadas por resistir, por enfrentarse a un modelo –el
capitalismo– que emergía disciplinando sus cuerpos y convirtiéndolas en
seres de segunda, cuyo trabajo debía restringirse a la
reproducción y cuya devaluación las asimilaba a bienes en posesión.
Silvia Federici denuncia que vivimos tiempos similares. Entonces la
denominada Crisis General, considerada la primera crisis económica
internacional, allá por 1620, sirvió de excusa perfecta para las mayores
arremetidas contra la libertad y la dignidad de las mujeres,
confinándolas al hogar. Hoy, con un proceso parecido, el poder trata de
arrebatar el terreno conquistado, negándoles la autonomía de sus
cuerpos, criminalizando el control sobre la procreación y haciendo
recaer sobre sus hombros toda la labor de cuidados.
Con este grito sobre la memoria lleva 14 días recorriendo varias
ciudades en una maratón de conferencias y encuentros en los que aparece
llena de energía, sin ahorrar una explicación, sin escamotear una
pregunta, llenando el aforo de todos los lugares a los que acude. En
Sevilla cierra este periplo con dos conferencias en dos universidades y un encuentro informal, de pequeño formato, en una librería con casi una treintena de activistas de la ciudad para intercambiar conocimientos, estrategias y análisis. Ellas le muestran su admiración por una obra que, confiesan, les ha cambiado la vida. Y es que El Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpos y acumulación originaria,
publicado también por Traficantes de Sueños, se ha convertido en una
obra de referencia para muchas feministas, que con su lectura han podido
contextualizar histórica e ideológicamente sus reivindicaciones, sus
luchas.
Sigue lloviendo fuera de la librería Relatoras, la
Asamblea de Mujeres Diversas, Setas Feministas, Mujeres de Negro,
mujeres de la Intercomisión de Vivienda van tejiendo un relato colectivo
que dé una idea de cómo se articulan los movimientos feministas en
Sevilla: las acciones realizadas, las dudas, los problemas, las
ilusiones, los disensos, las convergencias, lo aprendido. Entre las
narraciones, Silvia Federici va dejando caer retazos de experiencias, no
parecen respuestas ni soluciones, más bien aprendizajes propios para no
volver a caer en algunos errores. Reconoce que la presencia de las
mujeres es, hoy, mucho más poderosa y visible en los movimientos
sociales que en los años 70, cuando, en EEUU, en la lucha contra la
guerra de Vietnam se las relegaba a una posición de «segunda clase». «Ya
no es tan evidente el rechazo al feminismo. No creo que muchos
movimientos se puedan permitir decir no a las feministas.» Lo que no
oculta los problemas que sigue habiendo, fundamentalmente, en torno a
«cómo relacionarnos de forma correcta en lo cotidiano».
Dice Federici
que los intentos de controlar los cuerpos de las mujeres en los espacios comunes siguen siendo evidentes. Recuerda
como durante el Occupy Wall Street, en Nueva York, se creó un espacio
de seguridad, de defensa, un territorio –físico y político– solo
habitado por mujeres y al que los hombres solo accedían si se les
invitaba. Asegura que estos procesos están dando sus frutos y ahora se
entienden mejor los espacios no mixtos, se acepta que hay que «trabajar
en conjunto pero que determinadas cuestiones tienen que ser abordadas
solo por mujeres». ¿Y el papel de los hombres? «Está bien que los
hombres se sumen al movimiento feminista. Hay aspectos que tienen que
ver directamente con ellos como el abuso, la violencia pero también los
cuidados. Esperamos un movimiento de hombres que eduque a los hombres y
ponga en el centro estas cuestiones.»
«Reconocer que el
patriarcado está dentro de nosotrxs, sobre todo en los hombres, supone
un acto de humildad a partir del cual problematizar nuestras prácticas.
En EEUU nuestrxs compañerxs negrxs nos decían que todxs lxs blancxs
teníamos algo de racistas, aunque luchemos contra la estructura de
poder, aunque no nos sintamos racistas. Así he aprendido a no decir “sé
lo que te pasa” porque verdaderamente no lo puedo saber.»
Aunque esa toma de conciencia que se está extendiendo, aclara
Federici, lleva aparejada una mayor criminalización, una persecución más
tenaz. Los logros emancipatorios han llegado acompañados de una
respuesta más dura por parte del poder. Las feministas sevillanas lo
saben, llevan meses sufriendo multas, acusaciones y juicios, sobre todo
desde que semultiplicaron las protestas ante el anuncio de reforma de la
ley del aborto.
Es la «militarización de la vida cotidiana, en el hogar, en el trato a las personas migrantes, en los desahucios»,
añade Federici. «En EEUU esto es muy visible. Hay barrios tomados por
la policía, una policía que sobrevuela los espacios conflictivos con
helicópteros, que adquiere formación militar y utiliza armas cada vez
más sofisticadas». Lo militar, además, como esencia de esa masculinidad
que abona el patriarcado: fuerte, autoritaria, represiva.
Deja de llover fuera pero hace rato que llueve dentro de estas
mujeres a las que les brillan los ojos. Las palabras de Silvia Federici
caen aliviando el territorio, a veces cansado, de quien se sabe en lucha
permanente.
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