José Antonio / Pérez Tapias
SI hay un Día de la Mujer es para proseguir, con el refuerzo que el reconocimiento internacional de tal fecha supone, el empeño por la emancipación de las mujeres. El movimiento feminista convoca a la ciudadanía a metas de igualdad de género en las que adquieren concreción sus objetivos. En muchas de nuestras sociedades se han logrado avances en esa dirección. No obstante, es obligado constatar que, junto a logros políticos en cuanto a igualdad entre hombres y mujeres, queda en la vida social mucho que conquistar para esa igualdad.
No sólo hay que contar con lo que legalmente se establezca, sino con lo que debe cambiarse modificando pautas sociales, incluidas las que se dan en el ámbito doméstico -decía Adorno que en el orden arcaico de la casa es donde más impera la dialéctica hegeliana del señor y el siervo-. Por todas las vías ha de continuar esa "revolución que ocurre" -como llamó la filósofa Agnes Heller a la revolución que en el Renacimiento cambió estructuras y mentalidades- que es ahora la revolución feminista, la cual en gran medida marcó el siglo XX y ha de consolidarse en el XXI.
Protagonizando el feminismo una revolución pacífica no por ello puede dejar de afrontar reacciones contrarrevolucionarias. No hay que olvidar que se trata de acabar con la más antigua opresión de una clase sobre otra - Engels lo hacía notar, ampliando el concepto de clase que Marx y él elaboraban como categoría fundamental para entender los procesos sociales-, vinculada a la organización social de la reproducción que, en correlación con la producción, ha perdurado durante milenios hasta llegar a nosotros con raíces culturales que hacen difíciles los cambios.
La cultura patriarcal, cuyo rostro más bárbaro aparece en el machismo que en sus manifestaciones extremas llega a execrables crímenes de violencia de género, hay que superarla tanto en sus rasgos más ostensibles como en sus registros más inconscientes. La revolución feminista implica un nuevo de modelo de sociedad; en definitiva, una revolución cultural.
Si la emancipación de las mujeres es obra de las mujeres mismas -suya es la iniciativa-, sus objetivos, como ha ocurrido con otros movimientos, se juegan su viabilidad si, desde y para el reconocimiento de la diferencia, se articulan con capacidad de universalización, implicando al conjunto de la sociedad. Hace años Victoria Camps ya hablaba de la "universalización del feminismo", lo cual también ha de entenderse hoy en clave transcultural.
Y dado, además, que lo que está de hecho universalizado es un capitalismo sin fronteras, la universalización del feminismo por fuerza ha de cuestionar la lógica capitalista -punto lúcidamente subrayado por Marina Subirats-. ¿No van juntos machismo y competitividad? De la mano se les puede ver en esta época de crisis.
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