Asia Bibi está enterrada viva, pero sin embargo adora esa celda, tan pequeña que estirando los brazos toca las paredes, porque es la que le une a la vida: “Me he encariñado a esta tumba que me mantiene aún con vida”. La situación actual de Asia está pendiente de un hilo; un hilo que es la resolución de la apelación de la condena a muerte en aplicación de la Ley de la Blasfemia paquistaní.
Puede durar aún dos años, pero Asia Bibi es una mujer fuerte, a pesar de su debilidad física. Apenas le sale la voz, habla despacio, tiene los músicilos atrofiados por falta de movimiento. Es menuda y está muy avejentada. Los sufrimientos en la cárcel son muchos. Y también el miedo: “Los primeros días era capaz de reventar el tambor de mi pecho. Ahora se ha vuelto más tranquilo. Las lágrimas tampoco me han abandonado; son mis compañeras de celda”.
Una chica de campo
“Apenas soy una chica de campo, de los campos de caña de azúcar”. Asia lo repite a menudo en el libro que cuenta su historia, “¡Sacadme de aquí!”, editado por Libros Libres y escrito por la periodista francesa Anne-Isabelle Tollet. Porque Asia, como la inmensa mayoría de las mujeres de su país, es analfabeta. “Sufro en este momento por no saber ni leer ni escribir; sólo hoy me doy cuenta de hasta qué punto es un obstáculo”.
Asia todavía no entiende por qué está condenada a muerte. La primera mujer de Pakistán obligada a morir en la horca en virtud de la Ley de la Blasfemia era una campesina, una esposa y madre de cinco hijos que era feliz, como ella asegura en el libro, a pesar de la pobreza y de ser “intocables”, es decir, descendientes de hindúes de baja casta convertidos al cristianismo con ocasión de la independencia de Pakistán.
Asia es católica. Su esposo y sus cinco hijos también. “En casa no hay ni cruz ni imágenes de la Virgen, sí en cambio una pequeña Biblia escondida en el colchón; es como nuestro pequeño tesoro”. Su fe es inquebrantable. Anne cuenta a este medio que Asia no flaqueado en su fe en ningún momento.
Lo podía haber hecho, incluso haber renegado de su catolicismo y haber convertido al Islam para salvar la vida. Pero no. Se mantuvo firme cuando fue detenida, aquel 19 de junio de 2009, cuando en su aldea le dijeron que si se convertía al Islam la dejaban libre. Y se ha mantenido firme desde entonces, a pesar del sufrimiento. “Dios mío, ten piedad de mí, acepto la muerte por sumisión a tu Santa Voluntad”.
Enterrada en vida
El 4 de enero de 2011, el gobernador musulmán de Pendjab, la zona en la que vivía Asia Bibi, fue asesinado a tiros en Islamabad por asumir la defensa de Asia. 25 disparos que acabaron con la vida del que, despectivamente, llamaban los carceleros de Bibi su "ángel de la guarda". Fue entonces cuando la condenada fue aislada del resto de sus compañeras.
El ministro de las minorias, Shahbaz Bhatti, quien también lucho en favor de Asia Bibi hasta su muerte, poco tiempo después, decidió entonces aislar a Bibi por su seguridad. Su situación empeoró. Se le terminaron los paseos de la mañana y la tarde por el patio de la cárcel, de manera que desde entonces, la condenada no ha vuelto a ver la luz del día.
Porque es su celda no hay ventanas. Lo único que hay es luz artificial, que le ha dañado los ojos hasta el punto de que tiene serias dificultades para ver. Así vive Asia Bibi desde hace 400 días, esperando una muerte que tiene muy cerca pero de la que espera escapar gracias a la ayuda internacional.
Un futuro poco alentador
Anne-Isabelle señala que la única posibilidad que tendría Asia Bibi de sobrevivir es que le concedieran el indulto y fuera acogida como refugiada política en Francia, donde el gobierno se ha comprometido a ello. Ahora mismo, Asia está pendiente de la resolución de la apelación a su condena a muerte. En caso de que se resolviera a favor, a la mujer podrían conmutarle la pena de muerte por 10 ó 15 años de prisión: "No resistiría", señala la periodista. Las condiciones extremas la llevarían a una muerte segura.
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