La crisis que ha vivido Estados Unidos en estas semanas por decidir el tope para su deuda y la expectativa por la nota que dan las calificadoras a su economía ha demostrado que es más un problema entre demócratas y republicanos, que por el manejo de sus finanzas internas.
La intocable, la fuerte, la eficiente, la economía norteamericana, no logra despejar su futuro con un presente ya suficientemente difícil.
Y esto sucede cuando su socio en la dinamización del crecimiento hasta ahora, la Unión Europea, está no igual, sino peor. Japón, el otro supuesto aliado apenas logra respirar después del devastador terremoto.
Solamente nuestros optimistas de oficio creen que América Latina y, Colombia en particular, saldrán bien librados; como si no fuéramos ya parte de ese mundo global que hoy se mueve entre la incertidumbre y el miedo.
La Bolsa de Colombia cayó durísimo, como lo hicieron las de todo el mundo, porque eso es parte de la nueva realidad donde nadie se escapa de estos efectos, aun en países tan cerrados todavía como el nuestro.
Vivir en Estados Unidos en el momento de su crisis fue un privilegio para percibir lo que sentía el pueblo americano: rabia y desilusión.
Rabia con el Tea Party, con ese sector del Partido Republicano que antepuso sus ambiciones políticas a su responsabilidad con su pueblo y con el mundo. Probablemente por esa presión que sí le importa a los políticos de carrera, se logró el acuerdo calificado por el New York Times de la siguiente manera: “para evitar el caos, un acuerdo terrible”.
El otro sentimiento fue la desilusión de los demócratas por todo lo que ha cedido el presidente Obama frente a las exigencias de sus contrincantes. Lo creían más fuerte, con mayor capacidad de defender los intereses de su partido, mucho más inclinado a proteger los derechos de las clases medias y de los pobres, que los republicanos.
La verdad es que se siente en el ambiente que nadie quedó satisfecho y probablemente los únicos que pueden estar relativamente tranquilos son los ricos norteamericanos, porque aparentemente el llamado double dip, o sea, otra recesión muy pronto, será de nuevo la crisis fundamentalmente de los pobres. Sin embargo, lo que pasa con las bolsas no los pueden dejar totalmente en paz.
Como siempre, el mejor análisis es, sin duda, el que acaba de hacer Paul Krugman en su artículo semanal en el New York Times, Credibilidad, caradura y deuda.
Lo primero que hace es algo que muchos pensamos sin lograr entender: ¿cómo se arma semejante barullo en las bolsas mundiales por una calificación de Standard & Poor’s, cuando se suponía que su credibilidad estaba en el suelo? No lo dice Krugman, pero como diría, el senador Héctor Helí Rojas, para “tercos los neoliberales”.
Y para muestra un botón: la incapacidad del gobierno Santos –neoliberal con corazón y buenas maneras– de aceptar que su Ley 100 es un fracaso y que la reforma en salud es profunda o no salen de la crisis. Lo que Krugman sí describe es que no solo Standard & Poor’s es ‘caradura’, o sea, no tiene ninguna autoridad moral, cuando no sólo le dieron la bendición a Lehman Brothers días entes de su colapso, sino que en el borrador del boletín de prensa, donde degradaban la nota a EE. UU., se equivocaron en la bobadita de US$2 trillones. Reconocieron su error, pero de todas maneras le bajaron la calificación.
La conclusión de Krugman es demoledora: “no hay ninguna razón para tomarse en serio la degradación de la economía norteamericana. Son las últimas personas en cuyo juicio debemos confiar”.
Pero el punto más interesante de su artículo se refiere a la naturaleza de los problemas de la economía norteamericana porque “tienen poco que ver con la aritmética del presupuesto a corto o largo plazo.
No tiene problema EE. UU. en prestar para cubrir su déficit corriente”, su verdadero drama es la política. Y lo más preocupante de su afirmación es, que lo está causando por el crecimiento de una derecha extremista que “está dispuesta a crear una crisis antes que ceder en sus demandas”.
Palabras más, palabras menos, es la política la que está afectando la economía norteamericana de manera que “lo que se necesita es marginar del debate a este sector de la política”, afirma Krugman.
La derecha no deja subir impuestos a los sectores ricos y por ello el ajuste será desastroso, porque se limitará a recortar gasto social. Lo afirma José Antonio Ocampo en Semana.
Dos lecciones para Colombia: primera, no sigan en la euforia total, porque si se da el double dip, hay que preparar el famoso Plan B; segunda, cuando los conservadores se toman el escenario de la política pueden afectar no sólo la economía, sino el mejoramiento en la distribución de ingreso que debe ser nuestra principal prioridad.
Cecilia López Montaño
Ex ministra de Agricultura de Colombia
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