DADAAB, Kenia, 10 de agosto (ACNUR) – Su pierna derecha está torcida hacia fuera en un ángulo de 45º por debajo de la rótula. Cuando Bishara Hassan Hussein camina con su bebé firmemente atado a su cuerpo, parece como si una rama sobresaliera de su cuerpo. Su pierna le hace sufrir constantemente, sobre todo cuando camina rápido o recorre largas distancias. Cuesta creer que recientemente haya viajado a pie durante siete días para llegar Dadaab, en el norte de Kenia, desde Dinsor, en el sur de Somalia. Debe haber sido una experiencia terrible, pero esta mujer de 40 años lleva toda su vida soportando insultos y es vulnerable a causa de su pierna. Supo que era diferente cuando tenía 10 años y su madre le dijo que algo la había “traspasado”.
Nadie en su aldea quería casarse con ella, excepto un hombre mayor, así que el padre de Hussein aprovechó la oportunidad para deshacerse de su hija. “Me llaman jiisey [inválida]” dice Hussain, cubriendo su boca mientras habla. “Veo a gente que me imita, intentando caminar como yo”. Cuando Hussein llegó a la zona de Dadaab, en Kenia, fue registrada por ACNUR y se le dio comida, cobijo y utensilios de cocina. A continuación fue derivada a Handicap Internacional, uno de los socios implementadores de ACNUR, para que recibiera una asistencia adecuada para su discapacidad.
Hussain recibió una muleta, así como fisioterapia y ayuda psicológica para ayudarle a mejorar su autoestima. Además, tendrá la oportunidad -probablemente por primera vez en su vida- de hablar libremente sobre sus retos físicos y personales sin miedo a ser humillada o juzgada. “Las personas con discapacidad sufren una doble vulnerabilidad” dice Jacob Kitiyo, responsable de operaciones de Handicap Internacional. “Su condición física les convierte en objetivo de robos y de cosas peores. Y la discapacidad les hace ser más pobres que la mayoría de los somalíes”.
Mientras la hambruna y el conflicto están llevando a decenas de miles de somalíes a cruzar las fronteras en busca de asilo y asistencia, ACNUR está prestando particular atención a las personas con necesidades específicas. La Agencia trata de asegurar que aquellos que requieren asistencia médica o viven con alguna discapacidad reciben ayuda lo antes posible. ACNUR trabaja para asegurar que los niños que han quedado huérfanos o han sufrido abusos son cuidados por familias que se preocupan por ellos. Proteger a los vulnerables es esencial no sólo para los refugiados que llegan a los campos, sino también para las comunidades de acogida. “La violencia y el hambre han roto las estrategias de supervivencia de familias y comunidades” dice Vincent Briard, oficial de protección de ACNUR para los tres campamentos de refugiados de Dadaab. “La importancia de la protección está en el hecho de que ayuda a reconstruir un entorno en el que la gente pueda rehacer sus vidas con seguridad y dignidad”.
Hacer esto no es tarea fácil, especialmente en un territorio árido que ha sido testigo de más de 70.000 nuevas llegadas durante los últimos dos meses. Más allá de los límites del campamento, Hawa Issack Mursal hace lo que puede para proteger a sus hijos. Tras llegar desde la región de Bajo Juba, en el sur de Somalia, su marido llevó rápidamente a uno de sus hijos al hospital para que recibiera tratamiento contra la desnutrición severa. Su hijo menor, Aden, nació dos días antes, durante el viaje junto a su hermano gemelo Ibrahim, que murió en el camino. Aden duerme bajo una tela de colores en un refugio improvisado que se inclina peligrosamente por el viento. Mursal está desesperada por asegurarse de que su bebé sobreviva. “Ha recibido una lona de plástico para cobijarse y comida, pero está demasiado cansada como para poder hacerse un refugio apropiado” afirma Abu Bakr Mohamed, enfermero de Médicos sin Fronteras, organización que trabaja con ACNUR. Sin ese refugio, la familia es vulnerable a los elementos y a las hienas, que se sabe que se están adentrando en zonas habitadas.
Roger Naylor, responsable de ACNUR en el campamento de Dagahaley, se muestra aliviado ante el hecho de que los trabajadores hayan localizado a Mursal y le hayan alertado del riesgo que corre. Con el gran número de personas que llega cada día, el trabajo comunitario a pie de campo es un medio esencial para identificar a las personas vulnerables y darles asistencia. Al tratarse de una familia “en situación de riesgo”, Mursal y su familia tendrán prioridad en el traslado a la nueva Ampliación del campo de Ifo, donde ACNUR y sus socios trabajan sin descanso para finalizar los obras y llegar a alojar a un mínimo de 90.000 personas de aquí a finales de noviembre. “Tenemos que ofrecerles sin falta una nueva casa rápidamente” dice Naylor. “Sin embargo, estos casos ponen de relieve los retos a los que nos enfrentamos”.
Ofrecer una apariencia de estabilidad y dignidad va más allá del objetivo, ya considerable, de construir campamentos y registrar las llegadas. Hay unos 400.000 refugiados viviendo en los campamentos de Dadaab, y todos ellos –muchos de los cuales son niños- merecen una vida digna. Mohamed, de 13 años, se sienta sobre sus manos y rodillas en el centro para niños del campamento de Hagadera, y dibuja campos con cultivos y flores. Su familia vivía en Bu'aale, una ciudad en el sur de Somalia y, antes de que la sequía y el conflicto se hicieran sentir, se dedicaba al cultivo de sorgo, fríjoles y sandías.
En mayo, tras haberlo perdido todo, se dirigieron a los campamentos en Kenia. “Estos niños no han visto nunca organizaciones humanitarias, no han visto un gobierno en su país. Sólo han visto balas” dice Hussein Omar, de 26 años, supervisor del espacio para niños de Save the Children, contraparte de ACNUR. “Éste es un lugar donde los niños se pueden reunir, jugar juntos y compartir sus diferentes problemas”. Cuando Mohamed no está dibujando o saltando a la comba, está jugando al fútbol o cantando canciones con un grupo de niños refugiados de Etiopía. Para otros refugiados en los campos, una vida digna supone ser capaces de recordar el pasado sin temor a sufrir represalias. Aunque las heridas sufridas por el conflicto y la pérdida de seres queridos a veces son difíciles de soportar, hay un cierto consuelo por estar en un lugar relativamente seguro.
Desde su cama de hospital en Dadaab, Mohamed Jamaa Omar, de 48 años, puede llorar en paz. Hace unos meses, Omar estaba trabajando en el mercado de Bakara, en Mogadiscio, como porteador. Cuando estallaron las hostilidades entre la milicia Al-Shabaab y las fuerzas del gobierno somalí, los rebeldes le dijeron que debía coger las armas y luchar. Cuando se negó, los rebeldes dispararon a su hijo de 10 años en la cabeza y en el pecho y murió en el acto. Después dispararon a Omar en el abdomen y lo abandonaron, dándolo por muerto. “Había aceptado que también moriría, pero lo que más me perturbaba era el hecho de que el resto de mis hijos tuvieran que vivir sin su padre”, afirma Omar.
Un grupo de desconocidos le llevó al hospital y, más tarde, fue trasladado al campo de Hagadera en Dadaab. Aunque las heridas de Omar son graves –sufre parálisis de cintura para abajo- él dice estar agradecido por haber sido evacuado de Somalia. “La vida es terrible en Mogadiscio. Siempre hay guerra. Nunca hay paz” dice Omar. “Siempre estás preocupado por lo que te va a pasar. Aquí al menos sé que estoy a salvo. Por la noche, ya no temo a las balas y las armas”. Por Greg Beals en Dadaab, Kenia
Nadie en su aldea quería casarse con ella, excepto un hombre mayor, así que el padre de Hussein aprovechó la oportunidad para deshacerse de su hija. “Me llaman jiisey [inválida]” dice Hussain, cubriendo su boca mientras habla. “Veo a gente que me imita, intentando caminar como yo”. Cuando Hussein llegó a la zona de Dadaab, en Kenia, fue registrada por ACNUR y se le dio comida, cobijo y utensilios de cocina. A continuación fue derivada a Handicap Internacional, uno de los socios implementadores de ACNUR, para que recibiera una asistencia adecuada para su discapacidad.
Hussain recibió una muleta, así como fisioterapia y ayuda psicológica para ayudarle a mejorar su autoestima. Además, tendrá la oportunidad -probablemente por primera vez en su vida- de hablar libremente sobre sus retos físicos y personales sin miedo a ser humillada o juzgada. “Las personas con discapacidad sufren una doble vulnerabilidad” dice Jacob Kitiyo, responsable de operaciones de Handicap Internacional. “Su condición física les convierte en objetivo de robos y de cosas peores. Y la discapacidad les hace ser más pobres que la mayoría de los somalíes”.
Mientras la hambruna y el conflicto están llevando a decenas de miles de somalíes a cruzar las fronteras en busca de asilo y asistencia, ACNUR está prestando particular atención a las personas con necesidades específicas. La Agencia trata de asegurar que aquellos que requieren asistencia médica o viven con alguna discapacidad reciben ayuda lo antes posible. ACNUR trabaja para asegurar que los niños que han quedado huérfanos o han sufrido abusos son cuidados por familias que se preocupan por ellos. Proteger a los vulnerables es esencial no sólo para los refugiados que llegan a los campos, sino también para las comunidades de acogida. “La violencia y el hambre han roto las estrategias de supervivencia de familias y comunidades” dice Vincent Briard, oficial de protección de ACNUR para los tres campamentos de refugiados de Dadaab. “La importancia de la protección está en el hecho de que ayuda a reconstruir un entorno en el que la gente pueda rehacer sus vidas con seguridad y dignidad”.
Hacer esto no es tarea fácil, especialmente en un territorio árido que ha sido testigo de más de 70.000 nuevas llegadas durante los últimos dos meses. Más allá de los límites del campamento, Hawa Issack Mursal hace lo que puede para proteger a sus hijos. Tras llegar desde la región de Bajo Juba, en el sur de Somalia, su marido llevó rápidamente a uno de sus hijos al hospital para que recibiera tratamiento contra la desnutrición severa. Su hijo menor, Aden, nació dos días antes, durante el viaje junto a su hermano gemelo Ibrahim, que murió en el camino. Aden duerme bajo una tela de colores en un refugio improvisado que se inclina peligrosamente por el viento. Mursal está desesperada por asegurarse de que su bebé sobreviva. “Ha recibido una lona de plástico para cobijarse y comida, pero está demasiado cansada como para poder hacerse un refugio apropiado” afirma Abu Bakr Mohamed, enfermero de Médicos sin Fronteras, organización que trabaja con ACNUR. Sin ese refugio, la familia es vulnerable a los elementos y a las hienas, que se sabe que se están adentrando en zonas habitadas.
Roger Naylor, responsable de ACNUR en el campamento de Dagahaley, se muestra aliviado ante el hecho de que los trabajadores hayan localizado a Mursal y le hayan alertado del riesgo que corre. Con el gran número de personas que llega cada día, el trabajo comunitario a pie de campo es un medio esencial para identificar a las personas vulnerables y darles asistencia. Al tratarse de una familia “en situación de riesgo”, Mursal y su familia tendrán prioridad en el traslado a la nueva Ampliación del campo de Ifo, donde ACNUR y sus socios trabajan sin descanso para finalizar los obras y llegar a alojar a un mínimo de 90.000 personas de aquí a finales de noviembre. “Tenemos que ofrecerles sin falta una nueva casa rápidamente” dice Naylor. “Sin embargo, estos casos ponen de relieve los retos a los que nos enfrentamos”.
Ofrecer una apariencia de estabilidad y dignidad va más allá del objetivo, ya considerable, de construir campamentos y registrar las llegadas. Hay unos 400.000 refugiados viviendo en los campamentos de Dadaab, y todos ellos –muchos de los cuales son niños- merecen una vida digna. Mohamed, de 13 años, se sienta sobre sus manos y rodillas en el centro para niños del campamento de Hagadera, y dibuja campos con cultivos y flores. Su familia vivía en Bu'aale, una ciudad en el sur de Somalia y, antes de que la sequía y el conflicto se hicieran sentir, se dedicaba al cultivo de sorgo, fríjoles y sandías.
En mayo, tras haberlo perdido todo, se dirigieron a los campamentos en Kenia. “Estos niños no han visto nunca organizaciones humanitarias, no han visto un gobierno en su país. Sólo han visto balas” dice Hussein Omar, de 26 años, supervisor del espacio para niños de Save the Children, contraparte de ACNUR. “Éste es un lugar donde los niños se pueden reunir, jugar juntos y compartir sus diferentes problemas”. Cuando Mohamed no está dibujando o saltando a la comba, está jugando al fútbol o cantando canciones con un grupo de niños refugiados de Etiopía. Para otros refugiados en los campos, una vida digna supone ser capaces de recordar el pasado sin temor a sufrir represalias. Aunque las heridas sufridas por el conflicto y la pérdida de seres queridos a veces son difíciles de soportar, hay un cierto consuelo por estar en un lugar relativamente seguro.
Desde su cama de hospital en Dadaab, Mohamed Jamaa Omar, de 48 años, puede llorar en paz. Hace unos meses, Omar estaba trabajando en el mercado de Bakara, en Mogadiscio, como porteador. Cuando estallaron las hostilidades entre la milicia Al-Shabaab y las fuerzas del gobierno somalí, los rebeldes le dijeron que debía coger las armas y luchar. Cuando se negó, los rebeldes dispararon a su hijo de 10 años en la cabeza y en el pecho y murió en el acto. Después dispararon a Omar en el abdomen y lo abandonaron, dándolo por muerto. “Había aceptado que también moriría, pero lo que más me perturbaba era el hecho de que el resto de mis hijos tuvieran que vivir sin su padre”, afirma Omar.
Un grupo de desconocidos le llevó al hospital y, más tarde, fue trasladado al campo de Hagadera en Dadaab. Aunque las heridas de Omar son graves –sufre parálisis de cintura para abajo- él dice estar agradecido por haber sido evacuado de Somalia. “La vida es terrible en Mogadiscio. Siempre hay guerra. Nunca hay paz” dice Omar. “Siempre estás preocupado por lo que te va a pasar. Aquí al menos sé que estoy a salvo. Por la noche, ya no temo a las balas y las armas”. Por Greg Beals en Dadaab, Kenia
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