Emiliano Terán Mantovani
La exploración ultramarina por parte de La Corona española, impulsada por las necesidades de encontrar mercados alternativos debido a las complicaciones generadas a partir de, por un lado la caída de Constantino XI en 1453 que dio inicio al avance del Imperio Otomano y a la subsecuente toma de la ruta de la seda por parte de este, y por otro lado, la necesidad de romper con el monopolio de los mercaderes italianos, además de las evidentes dificultades de expansión hacia África, dio cabida al hallazgo de "nuevas tierras" por parte de los españoles, desde el cual se iniciaría un proceso de ruptura violenta de las formas de organización social de los pueblos originarios de la América (hispana), marcada por el despojo, saqueo, explotación y genocidio de millones de indígenas de aquellas tierras, y que finalmente impulsaría la hegemonía de La Corona española en la zona ocupada y el progresivo proceso de acumulación originaria que llevaría a Europa al desarrollo de las modernas formas capitalistas de producción.
Los españoles encontraron la posibilidad de redimensionar sus dominios territoriales y con ellos sus riquezas, basados en el espíritu de la Reconquista. La Reconquista planteaba la restauración del poder cristiano sobre la tierra ante las antiguas conquistas que había obtenido el Islam. Se trataba pues de una legitimación del dominio a partir de un mandato, derecho y deber sagrado. Sin embargo, dado que los dominios americanos no pertenecían a antiguos territorios dominados por el Islam, se replantearon desde la religión, mecanismos ideológicos que pudiesen justificar la empresa de conquista colonial.
Diversos planteamientos surgieron del seno del pensamiento religioso español, como el propuesto por Fernández de Oviedo, quien afirmaba que las tierras halladas en América eran una posesión española desde hacía más de 3000 años, por lo cual Dios devolvía esas tierras a España[1]. Pero el principal y más emblemático fue el Requerimiento de Palacios Rubios, el cual representaba una declaración de justificación divina para la apropiación de las tierras americanas, y la obligación de sus habitantes de recibir la fe cristiana y subsumirse a voluntad del Rey, y las consecuencias a las que, en nombre de la voluntad de Dios, se tendrían que atener aquellos "súbditos y vasallos" de resistirse a la religión cristiana[2]. Sería pues, una declaración de guerra, de no aceptar esas condiciones por parte de los pobladores originarios de América, que en el marco de los principios de la religión sería una «guerra justa». Las amenazas, que en casi todos los casos se cumplirían, enunciaban que:
"...certificoos que con la ayuda de Dios yo entraré poderosamente contra vosotros y vos haré guerra por todas las partes y maneras que yo pudiere, y os sujetaré la yugo y obediencia de la Iglesia y de Su Majestad, y tomaré vuestras mujeres e hijos y los haré esclavos y como tales los venderé de ellos como su Majestad mandare y os tomaré vuestros vienes y os haré todos los males y daños que pudieres como a vasallos que no obedecen ni quieren recibir a su señor y le resisten y contradicen, y protesto que las muertes y daños que de ella se recrecieren sea a vuestra culpa, y no de Su Majestad, ni mía..." [3]
En nombre de una formalidad que sería expresión de aquella "legalidad" divina, dicho Requerimiento era (o debía) ser leído antes de ocupar un territorio indígena y desarrollar un establecimiento, de manera tal de "avisar a los indígenas" cuáles deberían ser los lineamientos a seguir a partir de ese momento. Serían estos principios los que prevalecerían, no sin alguna resistencia interna, que trataría o bien de plantear la supresión de esta imposición, o bien de matizarla; o bien una resistencia externa, determinada por la negativa de grupos indígenas de subsumirse a los patrones de dominación europea.
A partir de estos principios, se establecieron un tipo de relaciones sociales jerarquizadas, de servidumbre y/o de explotación, que se fueron insertando en el marco del mercantilismo europeo o capitalismo mercantil, que tenía en la extracción de oro y otros metales objetivo fundamental del poder colonial. De hecho la lógica maniquea de la modernidad se erige a partir de la construcción de una alteridad no-europea orgánica, que está en relación no sólo con la identidad misma «europea», sino con la reproducción material de la vida a partir de la división internacional del trabajo que se fundamenta en la división racial del trabajo, en el marco del desarrollo del sistema-mundo capitalista[4].
Las formas crueles de explotación contra el indígena, a partir de esta construcción de la alteridad no-europea orgánica, llegaron a límites genocidas que plantearon presiones de índole ético-religioso a La Corona por parte de algunos voceros religiosos, quienes reclamaban un trato justo para los indígenas. Sin embargo, la dinámica del poder colonial implantado en tierras americanas se desarrollaba de otra forma. Las formas de explotación indígena prevalecían por encima de una supuesta "convivencia" patriarcal entre españoles e "indios", planteada desde una "ética" religiosa.
Diversos factores incidieron en la implantación de este tipo de relaciones de dominación colonial, basadas en la explotación del otro no-europeo. Un primer factor, y como elemento básico, estaba representado en la construcción de identidades jerarquizadas y opuestas en valoración, las cuales se fueron construyendo a partir de las mismas relaciones coloniales, y que estaban basadas en una cosmovisión profundamente eurocentrada, que tenía al indígena como un sujeto determinado por una tipología "profana", elemento a partir del cual se le ubicó como un sujeto que debía ser asimilado a las relaciones coloniales patriarcales y a las formas de trabajo de servidumbre y explotación, por los medios que fuese necesarios. La crítica al ocio como justificación para obligarlos al trabajo forzado, crítica a la antropofagia y al sacrificio como símbolos de su "barbaridad", el etiquetamiento de "privados de cultura" como oportunidad para iluminarlos con la fe cristiana como fuente de conocimiento, junto con otras adjetivaciones peyorativas dentro de la lógica de una cartografía maniquea eurocentrada, les otorgaba a los conquistadores el derecho divino de ir por ellos y por sus bienes, en forma de asimilación a las formas europeas. Eran pues, relaciones entre identidades raciales mediadas por una «misión civilizatoria».
Como segundo factor, se encontraban las iniciativas privadas como ejecutores de la explotación concreta hacia el indígena. Las exigencias financieras que la empresa colonial requería en sus inicios y la gran dificultad que tenía La Corona para cubrir dichos gastos, y que estaban haciendo improductiva la causa colonial, llevó a los Reyes a liberalizar las formas de ocupación de las tierras americanas, de manera tal de incentivar la iniciativa privada, que estaría impulsada principalmente a partir del afán de lucro generado por la fiebre del oro y otros recursos[5]. Esto fomentaría un espíritu capitalista de negocios en los ocupantes, que sería determinante en la relación entre conquistadores e indígenas, y en la intermediación simbólica que planteaba el marco jurídico-religioso en las relaciones coloniales.
Como tercer factor, se encuentra la política de La Corona ante la dinámica de la empresa colonial. Es claro que el objetivo de dicha empresa debe ser comprendido en el marco de los principios del naciente mercantilismo. Sin embargo, la dinámica de las relaciones de poder coloniales no se desarrollaron de forma sencilla. Esto implica reconocer que, si bien La Corona tenía intereses comerciales en las nuevas tierras ocupadas, a su vez tenía que lidiar con otros factores que le hacían contrapeso a su poder, estabilidad política y económica. El marco jurídico establecido por La Corona no estaba determinado por objetivos ni puramente económicos, ni puramente religiosos; había que conjugar los diversos factores para el mantenimiento del poder colonial de la metrópoli española. De ahí que las decisiones reales eran predominantemente políticas.
Estos factores de contrapeso se vieron determinados principalmente por dos frentes. Había un primer frente ético-religioso, que planteaba desde diversos personajes, teniendo como principal figura al fraile dominico Bartolomé de Las Casas, una protesta ante el trato injusto e inhumano al que eran sometidos los indígenas americanos. Estas posturas generaron un fuerte debate en el seno de la "intelectualidad" religiosa española, que provocaron una oposición a las cruentas relaciones de explotación entre los conquistadores españoles y los indígenas. La crítica logró calar en el público, al punto tal que La Corona se veía obligada a decretar ordenanzas para proteger al "indio", en nombre de la ética religiosa[6], y llegando estas denuncias incluso a oídos del Papa Paulo III, quien declaraba la Bula Sublimis Deus en 1537, en la que no sólo reconoce la humanidad de los "indios", sino que se plantea que no deben ser sometidos a servidumbre, y que deben ser invitados a "abrazar la fe de Cristo a través de la predicación de la Palabra de Dios y con el ejemplo de una vida buena"[7]. Si por un lado, la religión cristiana como génesis de la cosmovisión moderna y de la división racial del trabajo, legitimaba en la práctica las relaciones coloniales de dominación, por el otro, desde su propia ética, conseguía oposición a dichas formas de explotación.
No obstante a todo esto, la lógica inherente a la racionalidad moderna planteada inicialmente desde la cosmovisión cristiana tuvo mayor predominancia, ante las críticas de forma propuestas por los opositores religiosos a aquellas cruentas formas de expropiación y explotación indígena. Inclusive, por más que un sector de esta intelectualidad religiosa defendiese los intereses de los indígenas, al final todos coincidían en que debían estos asimilarse a la religión católica y ser de esta forma civilizados en el proceso. Se expresaban pues, diferencias de forma, pero manteniendo en común los supuestos coloniales de fondo.
Pese a esto, las críticas planteadas lograron matizar y relativamente atenuar, en un proceso a largo plazo, las relaciones de explotación indígena. Pero estos matices y atenuamientos estuvieron enmarcados también en la lógica comercial y en los intereses económicos y políticos. La Corona tenía grandes intereses comerciales en sus dominios coloniales, sobre todo teniendo en cuenta la importancia económica que tenían los tributos recibidos de la explotación colonial, que le generaban ingresos vitales para el mantenimiento de la estabilidad económica y política. Pese a las presiones ético-religiosas, si La Corona tenía que escoger entre dejar de percibir ingresos por conceptos de la explotación de sujetos y tierras en el llamado "Nuevo Mundo", y alivianar la pena de los indígenas, es claro que se decantaban generalmente por la primera opción. Los riesgos políticos y económicos de dejar de percibir dichos ingresos eran enormes, a la luz de las disputas europeas en el marco del capitalismo mercantil. Prueba de la hipocresía y el doble discurso que podía mantener La Corona desde la "ética" religiosa fue la postura de Carlos V respecto al apasionado criticismo acerca de la legitimidad de la dominación colonial española, que no dudo de calificar de "perjudicial y escandaloso", encomendándole entonces al prior de San Esteban en 1539, que prohibiera todos los debates acerca del tema y confiscara todos los escritos relacionados a esto[8]. Además cabe agregar, que la defensa de los indígenas dentro del marco jurídico real se inscribe en: a) la necesidad de evitar la sublevación de estos debido a las condiciones de máxima explotación, por lo cual se planteaban matices para la extracción del trabajo "indio"; y b) posteriormente, la matanza masiva de estos, que estaban agotando las fuentes de mano de obra subyugada y barata para los fines de explotación colonial, por lo que era urgente establecer medidas de protección hacia el indígena y así resguardar su valor.
Un segundo factor de contrapeso a la aplicación del poder de La Corona en tierras americanas fue el interés privado, desatado a partir de la liberalización de la ocupación por parte de La Corona. Es claro que las iniciativas privadas estaban en relación dependiente y de subordinación ante La Corona española. Sin embargo, esto no impidió que, los conquistadores esquivaran parcial o completamente las ordenanzas que protegían a los indígenas, en pro de sus intereses de extracción de recursos y del trabajo esclavo o la servidumbre. Se generaba una contradicción. La Corona necesitaba el poblamiento de las tierras ocupadas para la actividad económico-extractiva, la ideologización de los habitantes originarios de aquellas tierras en el marco de la expansión de la religión católica, y el resguardo de estos dominios ante cualquier movimiento bélico o de piratas dentro de la lógica del capitalismo mercantil. Pero a su vez, debía ser cuidadosa de no otorgar mucho poder a los conquistadores de estas tierras, que pudiesen poner en peligro el control de los nuevos dominios por parte de la metrópoli. De ahí que, las regulaciones al trato de los indígenas, más allá de una cierta ética religiosa, se enmarcaban en el establecimiento de límites para la tenencia de tierras e indígenas, y así evitar la formación de grandes señores de la tierra.
Esta contradicción se reflejó en las relaciones coloniales de producción, en tanto que desde el interés económico privado, así como en la construcción eurocentrada de las identidades raciales, se establecían tipos de relaciones de producción de cruenta explotación, que evidenciaban una diferencia entre lo que declaraban las ordenanzas jurídicas para proteger a los indígenas, y lo que en la práctica real se daba. Ni siquiera las bulas papales, surgida desde la máxima autoridad de la religión cristiana en el mundo, pudieron regular la relación de explotación que se había generado. Y La Corona, desde sus intereses específicos de mantenimiento de su poder colonial, no podía perjudicar, al menos no en gran medida, a los conquistadores que impulsaban la producción por explotación.
De esta forma, se conjugaban, estos tres factores: el discurso moderno eurocentrado como cosmovisión generalizada y constitutiva de las relaciones coloniales de la modernidad, teniendo su génesis en la cosmovisión cristiana; las iniciativas privadas como materialización de la estructura de poder colonial, en dialéctica con el marco superestructrural; y La Corona como poder central, y fuente de legitimidad de producción de discurso, dentro de la lógica del capitalismo mercantil y la consecución y mantenimiento de la hegemonía comercial. Estos tres factores se articularon para reproducir las relaciones de dominación colonial: violencia, ideología y comercio.
Notas
[1] Konetke, Richard. «Títulos jurídicos de la colonización en América» en América Latina. II La época colonial. Siglo veintiuno editores. México, 2001. p.21.
[2] En: Antología Documental de Venezuela 1492-1900. Caracas, 1971. p.28.
[4] QUIJANO, Anibal. «Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina» en La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Ediciones Faces/Ucv. Caracas, 2000.
[5] Ver Konetke, Richard. «Política colonizadora y formas de colonización» en América Latina. II La época colonial. Siglo veintiuno editores. México, 2001. pp.35-36.
[6] Konetke, Richard. « Títulos jurídicos de la colonización en América» en América Latina. II La época colonial. Siglo veintiuno editores. México, 2001.
[7] «LA BULA SUBLIMIS DEUS DE PABLO III» en Documentos para el estudio de la Historia de la Iglesia en América Latina. Fernando Gil - Ricardo Corleto 1998-2008. Pontificia Universidad Católica Argentina, 2008, en http://usuarios.advance.com.ar/pfernando/DocsIglLA/Paulo3_sublimis.htm. 2008. (Consultada el 17/11/2009).
[8] Konetke, Richard. «Títulos jurídicos de la colonización en América» en América Latina. II La época colonial. Siglo veintiuno editores. México, 2001. p.32.
Referencias bibliográficas
Antología Documental de Venezuela 1492-1900. Caracas, 1971.
«LA BULA SUBLIMIS DEUS DE PABLO III» en Documentos para el estudio de la Historia de la Iglesia en América Latina. Fernando Gil - Ricardo Corleto 1998-2008. Pontificia Universidad Católica Argentina, 2008, en http://usuarios.advance.com.ar/pfernando/DocsIglLA/Paulo3_sublimis.htm. 2008. (Consultada el 17/11/2009).
GALEANO Eduardo. «El derramamiento de la sangre y de las lágrimas: y sin embargo el Papa había resuelto que los indios tienen alma» en Las Venas abiertas de América Latina. Siglo Veintiuno de España Editores. Madrid 2000.
KONETZKE, RICHARD. «Títulos jurídicos de la colonización en América» en América Latina. II La época colonial. Siglo veintiuno editores. México, 2001.
QUIJANO, Anibal. «Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina» en La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales. Ediciones Faces/Ucv. Caracas, 2000.
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