Por Cortés Roger
El arrollador triunfo que ha obtenido la VIII Marcha Indígena es producto de la conformación de un amplio y poderoso movimiento social del que ha participado gran parte del país en torno a la convocatoria indígena. La primera reacción inteligente que ha tenido el Gobierno, desde hace meses, al comprometerse a cancelar el proyecto caminero que atravesaría el TIPNIS, puede perder toda eficacia si las autoridades creen realmente que con su anuncio el asunto queda cerrado.
Nada ha terminado, y es más bien mucho lo que empieza. Con ello no me estoy refiriendo a la negociación pendiente sobre el pliego de los marchistas, incluyendo el inmediato esclarecimiento de responsabilidades en la represión del 25 de septiembre (25S). La amplitud y complejidad de estos problemas condicionan una negociación difícil. La dirigencia de este gigantesco movimiento social (que involucra la marcha misma, las expresiones solidarias urbanas, la reactivación de la participación juvenil y universitaria, entre otros) se equivocaría si cayera en la tentación de afianzar una línea ultimatista y cortoplacista. Los marchistas cuentan con un respaldo enorme respecto a su principal reivindicación, pero si se empecinan en conseguirlo todo instantáneamente se exponen a reproducir la dinámica que condujo a los gobernantes al aislamiento.
Lo que abre el triunfo popular es un espacio de deliberación que defina, al final, un programa para preservar los territorios indígenas y las reservas naturales, proyectando un modelo de desarrollo económico que incluya el respeto de esas áreas y su utilización para beneficio de los pueblos que las habitan y para todo el pueblo boliviano propietario último (no el Estado), de todos los recursos naturales. Un programa para la transformación productiva, la generación de empleos dignos y para que la Constitución pase de las palabras
a los hechos.
No es fácil que los gobernantes entiendan que esta es la tarea; para conseguirlo necesitan una honda reestructuración interna que debería culminar en el rescate del triunfo de la marcha como la ruta para recuperar la vitalidad del proceso, ya que si no lo comprenden, la victoria popular se convertirá en estación principal de su trayecto a la derrota.
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