El primer viaje internacional de Barack Obama tras ser nombrado Premio Nobel de la Paz, que inicia hoy por Asia, no podría haber sido más acertado… si hubiera aceptado la invitación de las autoridades japonesas para ver, de primera mano, las ciudades devastadas por las bombas atómicas lanzadas por Estados Unidos, sobre Hiroshima y Nagasaki, hace 64 años. La «apretada agenda» del presidente que defiende continuamente en sus discursos «un mundo sin armas nucleares», sin embargo, se lo impide.
La visita, que ningún presidente estadounidense ha aceptado hasta hoy, había generado grandes expectativas en un país que, con la visita de Obama, pretendía romper con un pasado que aún está muy presente.
No es para menos. Las cifras de víctimas y las dramáticas consecuencias posteriores a causa de la radiación liberada por los únicos ataques nucleares que se han producido a lo largo de la Historia, ordenados por el presidente Truman entre el 6 y el 9 de agosto de 1945, no tienen parangón: las bombas mataron a 140.000 personas en Hiroshima y 80.000 en Nagasaki, aunque sólo la mitad lo hizo los días de los ataques.
De aquellas víctimas, el 20% murieron por lesiones o enfermedades atribuidas a los efectos de la radiación, a los que habría que sumar, desde entonces, otros 231 casos de muerte por leucemia y otros 334 a causa de los distintos tipos de cánceres atribuidos a la radiación liberada.
Después de seis meses de intenso bombardeo a otras 67 ciudades niponas, la bomba nuclear, bautizada como «Little Boy» (pequeño chico) fue arrojada «sobre la base japonesa de Hiroshima» el lunes 6 de agosto de 1945: «La bomba atómica es una realidad –recogía ABC, en su edición del día siguiente, la noticia dada desde Washington a las 10:00 horas de la noche del 6 de agosto–. El presidente Truman ha anunciado, por mediación de la Casa Blanca, que ha sido utilizada por primera vez contra el Japón, con una potencia igual a 20.000 toneladas de trinitrotolueno. Su poder explosivo es superior en 2.000 veces al de la bomba británica “revienta manzanas”, de 10.000 kilogramos, que era hasta ahora la de mayor potencia».
Little Boy fue lanzada desde el bombardero B-29 llamado Enola Gay, pilotado por el teniente coronel Paul Tibbets desde 9.450 metros de altura. La bomba explotó, exactamente, a las 8:15 horas, cuando alcanzó 600 metros de altitud.
Fue lanzada sobre Hiroshima sin ser probada antes, siendo su único precedente de prueba atómica hecha por Estados Unidos la conocida «Prueba Trinity», realizada en Alamogordo, Nuevo México. Pero a diferencia de Little voy, que era de uranio y albergaba menos dudas sobre su fiabilidad, aquella era de plutonio.
En la misma declaración presidencial se hablaba ya de que una nueva bomba estaba en producción y de que se estaban preparando «proyectiles todavía más potentes»: «La bomba atómica –afirmaba el comunicado de la Casa Blanca– es la utilización del poder básico del universo», y añadía que con este proyectil se abría «una nueva etapa revolucionaria en la ciencia de la destrucción».
Los Estados Unidos entendían que su utilización era una victoria sobre los alemanes en la carrera emprendida por los científicos para encontrar la fórmula de dominar y poner en acción la energía atómica. Sus efectos así lo confirmaban: «Seis kilómetros y medio cuadrados, o sea, el 60 por 100 de la extensión de Hiroshima, ha quedado reducido a la nada, como consecuencia de la bomba atómica. La nube de humo, que se elevó sobre el objetivo después de la explosión tenía la forma de una seta y alcanzó hasta vez y media la altura del monte Everest, extendiéndose por completo durante más de doce horas sobre una vasta región», contaba ABC.
En aquella orgullosa declaración, Truman hablaba de dos grandes fábricas y muchos talleres secundarios dedicados a la producción de la energía atómica, con «125.000 obreros empleados durante el momento álgido de la construcción y 65.000» poco después, y añadía, sin embargo, que «sólo unas cuantas personas sabían lo que fabricaban», pues los obreros no veían más que grandes cantidades de material que entraba sin que apenas saliera nada.
Habían sido invertidos 2.600 millones de dólares en «la mayor empresa científica de la Historia», calificaba el presidente Truman a «Little Boy»
Habían sido invertidos 2.600 millones de dólares en «la mayor empresa científica de la Historia», según la calificaba el presidente Truman, que estaba a punto, tres días después de lanzar a «Little Boy», de arrojar la segunda bomba más devastadora de la historia sobre Nagasaki: «Fat Man» (Hombre Gordo).
La Radio de Tokio, captada en Nueva York, vaticinaba el desastre. «Toda señal de vida ha quedado extinguida en Hiroshima. Hombres y animales, plantas e insectos han perecido abrasados por el fuego o por efecto de horrísonas ondas de aire incendiado. Resulta imposible hacer el recuento de víctimas habido, ya que los restos no pueden ser identificados. La ciudad a dejado de existir».
No hay comentarios:
Publicar un comentario