por RAMÓN R. CARRERO MADRID
09-07-09
Tradicionalmente los europeos habíamos considerado a China como un gigante uniforme de mayoría Han con toques folclóricos de otros pueblos, considerados por turistas (e incluso los propios Han) casi como una atracción de feria. China, la gran nación homogénea que cuenta el mito, en realidad se parece mucho más en su composición demográfica al Imperio Austrohúngaro o a la Rusia zarista.
Según la clasificación oficial del gobierno de Pekín, existen en China 56 etnias diferentes. La predominante y supuestamente homogénea, la Han, representa el 90% de la población; las 55 restantes, apenas el 9%. Pero ese “pico” de la población china son más de 120 millones de personas.
Salvo en el caso de los Hui (un pueblo musulmán diseminado por todo el país) las minorías viven en áreas muy concretas, que representan el dos tercios del territorio chino y que en algunas zonas de provincias fronterizas como Mongolia interior, Xinjiang o Yunnan, constituyen el 90% de sus habitantes.
La mayor parte de los grupos étnicos más numerosos son musulmanes y están localizados a lo largo de la antigua Ruta de la Seda. Es el caso de uigures, kazajos, kirguises, tártaros, uzbecos… pueblos con sus raíces en Asia central y que ocupan gran parte del Oeste del país.
Pero incluso los teóricamente monolíticos Han hablan ocho lenguas distintas e incomprensibles entre si, según su región de procedencia. Las minorías, no afectadas por la política de un solo hijo solo impuesta a los miembros de la etnia Han, tienen un crecimiento demográfico muy superior que la raza predominante.
Las revueltas en Lhasa el año pasado y las de Urumqi en este, ponen de relieve que China es un país mucho más complejo y multiétnico de lo que parece, y en el que las tensiones culturales cada vez marcan más la agenda de su política interior, como demuestra la vuelta apresurada de Hu Jintao a Pekín para gestionar la crisis uigur.
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