Multitudinario adiós a los diez miembros de la familia Al Dalo, muertos tras un ataque sobre el que Israel ha abierto una investigación
Día 20/11/2012 - 03.50h
No se puede dar un paso. La morgue del hospital Al Shifa está colapsada. Familiares, amigos y vecinos de la familia Al Dalo quieren
dar el último adiós a los diez miembros de la familia que perdieron la
vida tras un ataque de Israel. Ocho cuerpos salen en volandas entre la
multitud. Faltan dos que aún no han podido recuperarse entre los
escombros después de una acción sobre la que Israel se ha limitado a
decir que está “bajo investigación”.
Todos los cadáveres menos uno van envueltos en la bandera
verde de Hamás y se forma una larga comitiva para dar el último adiós a
los caídos en la mezquita de Al Israa. El templo se queda pequeño y
miles de personas se colocan por filas de forma ordenada en la carretera
para escuchar un sermón en el que el imán promete venganza,
y para rezar. Después salen de nuevo los cuerpos y se organiza una
marcha hasta el cementerio de Radwan al ritmo de canciones que alaban
las acciones de las Brigadas de Azedin Al Kassem, brazo armado de Hamás, y disparos al aire.
“Esto no va a cambiar nada, ni servirá para detener la
agresión. No es la primera vez que Israel comete una matanza de
civiles”, lamenta Zakaria Al Dalo, miembro de la familia que ha sufrido
la operación más mortífera hasta el momento de las fuerzas judías. El
diario Haaretz la califica como el ‘Qana’ de la operación Pilar Defensivo,
en referencia al ataque israelí contra una vivienda en esta localidad
del sur del Líbano en 2006 que supuso un punto de inflexión en la guerra
contra Hizbolá tras la muerte de 28 miembros de una familia.
Fosas comunes
Los enterradores se emplean a fondo y son ayudados por los
familiares más cercanos que cubren los cadáveres echando tierra con sus
propias manos. La falta de espacio en el cementerio les obliga a
repartirlos en tres fosas comunes. De pronto cuatro cohetes surcan el cielo rumbo a Israel y dejan sus estelas a lo lejos.
La gente ni se inmuta. Los presentes rodean a Yamal Al Dalo, el cabeza
de familia que se salvó porque se encontraba en su comercio del centro
de la ciudad, y acuden a escuchar las palabras de Mushir Al Masri, parlamentario del grupo fundamentalista que por unos minutos abandonó su escondite para mostrar el apoyo de la organización a los Al Dalo y reafirmar el “compromiso de la resistencia en la lucha hasta el final”.
En el cementerio Radwan se viven las mismas escenas desde
hace seis días. Todo empezó el pasado miércoles con el asesinato de
Ahmed Al Jabari, líder del brazo armado de Hamás, que descansa bajo un
pequeño y anónimo montículo de arena. Pese a la falta de placas o
referencias a la persona allí enterrada la gente sabe perfectamente
donde se encuentra. Con este ataque se quebró del todo la tregua entre
Israel y Hamás y empezó una guerra que cumple una semana y ha costado la vida a un centenar de palestinos y a tres israelíes, la mayor parte de ellos civiles.
Después del cementerio la gente se concentra en el
velatorio instalado frente a las ruinas de la casa. Mientras las
excavadoras siguen por segundo día con las labores de desescombro, los
hombres beben café bajo el zumbido permanente de los aviones no
tripulados. Los ciudadanos de la franja se han acostumbrado a vivir con
el miedo metido en el cuerpo, saben que la lista de Israel es amplia y
que como la de los Al Dalo, mañana le podría tocar a otra casa.
Rosario de heridos
Mientras Gaza llora a sus muertos, en el hospital de Al
Shifa los heridos de los últimos bombardeos luchan por salir adelante.
“Israel intensifica sus operaciones durante la noche. No estaba dormido
porque aquí es imposible dormir con tantas explosiones. De pronto
escuché una y me vi enterrado en los escombros de mi casa, no me dio
tiempo de nada”, recuerda Osman, herrero de 55 años que ha perdido a su
mujer en este ataque. El objetivo era la comisaría de Al Abbas, que
estaba pared con pared con su casa, y que ha quedado reducida a
escombros.
Hay seis heridos en cada habitación separados por cortinas
de color dorado. Los enfermeros cierran la cortina de Osman porque acaba
de llegar su hija Roshan, de ocho años, a la que su padre le va a
comunicar que su madre ha muerto. Awad, de 22 años, se recupera en otra
cama. En su caso “Israel avisó de que iba a bombardear una casa, pero
nuestra tienda de neumáticos está a apenas cien metros y tras la
explosión salió despedido y se rompió siete costillas”, asegura su padre
que no se separa un segundo del joven que duerme con la cara amoratada.
En el servicio de urgencia los enfermeros y médicos hacen
guardia a las puertas a la espera de ambulancias. Las paredes están
decoradas con fotografías del Ahmed Al Jabari, que ha
pasado a formar parte de los rostros de “grandes mártires” de la causa
palestina. Una fuerte explosión hace retumbar los cristales de acceso al
centro hospitalario. Todos se ponen en guardia porque saben que no
tardarán en sonar las sirenas y será el momento de ponerse manos a la
obra. En una franja paralizada por la guerra, sanitarios y enterradores
son los más ocupados desde hace una semana.
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