Cuando en el año 1550 Juan Ginés de Sepúlveda y Bartolomé de las Casas cuestionaban si tenían alma o no los “salvajes”, ya no importaba tanto la respuesta. Lo esencial era la pregunta que se habían planteado: ¿tienen alma? La cuestión que en este lugar nos ocupa es ¿participan las mujeres en las revoluciones árabes? ¿Están jugando un papel activo?
Comencemos por un breve repaso por los principales nombres y voces femeninas que hasta el momento nos han dejado las revoluciones árabes por la libertad, la democracia y la dignidad:
Túnez: Lina Ben Mhenni, activista tunecina que organizó tres de las grandes manifestaciones que derrocaron a Ben Ali, costándole el arresto domiciliario.
Egipto: en la Plaza de Tahrir, las imágenes de mujeres, con o sin hiyab, de todas las ideologías, confesiones, clases sociales y edades, han inundado las fotos y vídeos de los 18 días que duró la primera fase de la revolución que acabó con la cabeza del régimen, Hosni Mubarak. Sali Zahran, asesinada en uno de los ataques del régimen a la Plaza. Asma Mahfouz, una de las fundadoras del “Movimiento 6 de abril” y una de las más sobresalientes voces que llamaron a la rebelión, ahora está siendo juzgada con injurias contra la figura presidencial.
Yemen: Tawakkul Karman, activista yemení detenida y por la cual se formó la agrupación femenina opositora al régimen en la Plaza de Sanaa. Posteriormente tras su liberación se ha consagrado como una de las líderes más sobresalientes de la revolución yemení. Paolo Coelho, por ejemplo, ha escrito sobre ella y recientemente le ha sido otorgado un premio nobel.
Bahréin: dos millares de mujeres inundaron las calles de Manama para exigir democracia el 8 de marzo.
Libia: Iman El Obeydi, la mujer violada 15 veces por los matones de Gadafi que tuvo el valor de entrar a denunciar su situación en el hotel Rixon en Trípoli, donde se concentraban periodistas y medios de comunicación.
Siria: el primer símbolo de su revolución ha sido la joven bloguera de 17 años, Tal El Mallohi, arrestada y condenada a cinco años de cárcel por denunciar la represión del régimen dictatorial de los Asad en su blog. Los nombres de mujeres libres y fuertes, opositoras al régimen abundan: Suher el Atasi, Nahed Badawiya, Sirin Juri, Riba Labwani, Dana Ibrahim, Nisrin Jaled, Siba Hasan, Leyla Labwani, Razan Zetune, Amina Abd-Allah, etc. El viernes 13 de mayo, fue bautizado con el nombre de “Viernes de las mujeres libres de Siria” en homenaje al gran número de mujeres activistas secuestradas y torturadas por el régimen de los Asad. El último caso flagrante ha sido el de la joven estudiante de medicina en la Universidad de Damasco de 18 años, Yaman Qadiri, arrestada en su facultad delante de todo el mundo, la metieron en un aula le propinaron una paliza brutal y posteriormente la arrestaron.
Todas ellas, no sólo han participado activamente en las revoluciones, ellas las han iniciado, las han incentivado, las han coordinado y organizado, las han sostenido, las han fortalecido y se han fortalecido con ella. La fuerza de sus voces y sus rostros ha recorrido el mundo. Y ellas, también han sufrido la represión, los arrestos arbitrarios, las amenazas, las torturas, las violaciones y los asesinatos.
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El 7 de marzo de este año, casi un mes después de la caída de Mubarak, cuando el efecto dominó era ya más que un hecho consumado, Almudena Grandes publicaba en El País un artículo de dos párrafos titulado “Cabezas”. En el mismo, comenzaba diciendo: “Busco cabezas. Desde hace semanas, en las fotos, en los vídeos, en los telediarios, busco cabezas de mujer. En Túnez las vi, cabellos largos y cortos, rubios y morenos, enmarcando rostros que eran más que dos ojos para mirar a la cámara, más que una boca para expresar su júbilo. Me emocionaron tanto que seguí buscándolas. Vi algunas en El Cairo durante tres, cuatro días. Luego, a traición, me asaltaron unos ojos exquisitamente maquillados bajo unas gafas, y el vocabulario rico, preciso, propio de una intelectual. Todo lo demás era blanco, la túnica, el velo, los guantes de algodón que ocultaban sus manos. En Yemen, en Omán, en Bahréin ni siquiera he visto eso, porque las mujeres, con velo o sin él, no pisan la calle, ni antes ni ahora ni, a este paso, jamás. Las revueltas que conmueven al mundo se han convertido, como aquel coñac de mi infancia, en cosa de hombres…”
Más allá de que los nombres citados, desmientan esto, además de las imágenes que han recorrido el Planeta gracias a los nuevos medios de comunicación, tales como Youtube, Facebook y Twitter, principalmente. La cuestión aquí no se trata de la falta de presencia de mujeres, sino que las mujeres que están saliendo no encajan ni en la estética ni en la lógica que la autora del artículo quiere imponer, por lo tanto, ella las hace desaparecer. Las invisibiliza y niega su propia existencia, partiendo de una actitud profundamente racista y colonial, por no decir patriarcal en sí misma.
Almudena Grandes sigue: “(…) yo nací en España hace 50 años, y por eso sé que los velos no son una seña de identidad religiosa, sino una mutilación simbólica. Vi demasiadas veces a mi madre con un pañuelo en la cabeza como para tragarme lo contrario. Antes de que las mujeres de mi generación nos soltáramos el pelo, las señoras decentes lo llevaban recogido. Sus maridos, creyentes o no, monopolizaban el privilegio de verlas sin horquillas porque eran los amos de su cuerpo, y ellas acataban en público ese dominio sometiendo sus cabellos a una disciplina que actuaba como una metáfora de su destino”.
Pretende liberar a las mujeres en el mismo lugar en el que simultánea una forma de violencia hacia ellas que se materializa en el movimiento perverso de negarles, en primer lugar, su misma capacidad de interpretación y definición de sus propios símbolos y formas de expresión. En segundo lugar, imponiendo su propia delimitación simbólica y semántica. De nuevo la experiencia propia, local, concreta, se convierte en la medida de todas las cosas y de todas las realidades. El súmmum del eurocentrismo, situarse en la experiencia universal que decodifica todas las demás experiencias, en un salto metodológico que redunda en la invención del resto de realidades, allá donde se está violentando su comprensión.
El artículo acaba afirmando: “Este es el momento de plantearse la legitimidad de un movimiento democrático que excluye la libertad pública y privada de las mujeres. Comprendo que pensar en esto no es agradable, pero después, seguramente, será tarde”. Como brochazo final, la deslegitimación de todo el movimiento revolucionario a través de la construcción de “una mujer musulmana con hiyab” como objeto pasivo de estudio e intervención, oprimido, reprimido, retrógrada y subdesarrollado. En su pequeño artículo la periodista ha logrado articular un análisis que finalmente ha terminado en la deslegitimación de las movilizaciones que las propias mujeres musulmanas junto con sus compañeros y toda la sociedad están llevando a cabo, precisamente para lograr deshacerse de sus opresores y exigiendo una sociedad democrática, libre y justa. El resultado es realmente paradójico.
Lo cierto, es que las mujeres no sólo han participado activamente en las revoluciones, sino que no habría sido posible que las mismas se produjeran sin los profundos cambios que en los últimos diez años, sobre todo, han estado produciéndose en las sociedades de mayoría de población árabe. En los mismos, las asociaciones y movimientos femeninos, entre otros, han desempeñado un lugar central en la presión y movilización por la democratización de la sociedad civil en estos países.
Estas revoluciones fruto de la insostenible situación de represión, desigualdad, crisis, pobreza, falta de derechos humanos y de cualquier perspectiva de futuro, atienden a la aspiración de unas poblaciones que cuando pronuncian “el pueblo quiere que caiga régimen”, no se están limitando a hacer referencia a las estructuras políticas dictatoriales, sino al conjunto de estructuras: políticas, sociales, económicas y culturales, que reforzándose las unas en las otras, han perpetuado las injusticias y la represión en todos los niveles de la vida socio-política, afectando a todos los individuos sin distinción de clase, sexo, edad, raza o etnia. Es una revolución que sin duda no ha hecho más que “iniciar su comienzo”, sin embargo, supone el primer paso hacia el camino de una verdadera independencia, truncada medio siglo atrás en los fallidos movimientos independentistas de una ocupación colonial que no hizo sino transformar sus estructuras, sin desaparecer en ningún momento. Este largo y arduo camino de liberación nacional y regional, que ahora se abre, significa un paso adelante en la consecución de la libertad y la dignidad de todos los individuos de la sociedad, las mujeres en primera instancia.
Las estructuras patriarcales en las sociedades de mayoría de población árabe que han sido reforzadas por el patriarcado estatal, a su vez, sostenido, alimentado y financiado por el patriarcado occidental sobre el mundo árabe, viven hoy, más que nunca, un punto de no retorno en su desestabilización.
Sirin Adlbi Sibai es investigadora del Taller de Estudios Internacionales Mediterráneos
(TEIM) de la Universidad Autónoma de Madrid
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