Por Roberto Correa Wilson*
La Habana (PL) Miles son las tribus y grupos humanos que habitan en el continente africano, los cuales en su casi totalidad fueron víctimas de la explotación esclavista o del sistema colonial subsiguiente, impuestos a partir del siglo XV por las potencias dominantes europeas.
En la Conferencia de Berlín (1884-1885), donde las metrópolis del Viejo Continente se repartieron Africa, se trazaron las fronteras de los países de acuerdo con las ambiciones coloniales dejando separado un mismo grupo étnico, repartido entre dos o más naciones.
Esa dura realidad es vivida por los masai, un pueblo originario del Nilo. Una parte está asentada en el sur de Kenia y la otra en el norte de Tanzania, dos estados vecinos del Africa Oriental, que obtuvieron su independencia de Reino Unido en los años 60 del siglo XX.
A pesar de la separación por las fronteras coloniales que los gobiernos tras la liberación han respetado, los masai -quienes habitan en las dos naciones- conservan sus tradiciones, llevan una vida nómada, poseen dialecto propio, forma de vestir, ceremonias, hábitos, costumbres y valores culturales muy particulares.
En sus orígenes eran cazadores y recolectores pero devinieron ganaderos. Por sus creencias religiosas no cultivan la tierra, y nunca han aprendido a hacerlo; compran verduras en mercados cercanos, tienen gallinas pero no las comen, sólo venden los huevos.
De las vacas toman la sangre y leche que mezclan en una jícara, además de la carne.
Al norte de Tanzania, en pleno valle del Rift, entre los lagos Natrón y Nanyara habita el verdadero dios de los masai; se trata de Ol Doinyo Lengai, un volcán en actividad permanente que produce una extraña clase de lava.
Esa lava está compuesta en su mayor parte por sodio carbonatos, de la que los masai extraen la sal, una materia prima indispensable para la existencia. Este accidente geográfico está a dos mil 800 metros de altura y su cráter es de 300 metros de diámetro y 50 de profundidad.
El lago salado Natrón está en Tanzania, aunque muy cerca de la frontera con Kenia, lo cual permite a los masai que viven en ambos países verse favorecidos por la sal.
Para los masai el dios Enkai habita en la montaña. En el origen del mundo, hizo el reparto de los dones terrestres a sus hijos: al pueblo ndorobo le entregó la caza y la miel, a otros semillas y a los masai les correspondió el ganado.
Pero un ndorobo celoso reclamó el ganado, y al negárselo cortó la cuerda que unía el Cielo con la Tierra; de la ira de Enkai surgió el sufrimiento de los hombres. Por su parte, la sal es un don que esa divinidad ha entregado a sus hijos predilectos: los masai.
Sin embargo, según la leyenda, ese dios único está dividido en dos personas, Enkai-Norok, dios negro y generoso de la lluvia y Enkai-Nonyocik, dios rojo y malicioso de la sequía. Es así tanto en Kenia como en Tanzania.
En una región donde son frecuentes catastróficas sequías, ese fenómeno meteorológico está vinculado a la existencia misma de la etnia y es lógico que esa tragedia se le atribuya al dios Enkai-Norok.
LOS BAMBARA
Viven los bambara en dos países que fueron colonia de Francia -Mali y Mauritania- hasta 1960, cuando alcanzaron la independencia después de más de una centuria de presencia gala.
En Mali, los bambara son el grupo étnico dominante y la mayoría de su población. Al otro lado de la frontera, en Mauritania, viven en las proximidades del pueblo llamado Timbreda.
Esa división se le debe al coloniaje. Ambos hablan bamana, que es una de las lenguas mandinga y está conectada con la bantú, la cual incluye el swahili y el zulú.
La mayoría de los bambara son agricultores, a diferencia de los masai, sólo ganaderos. Entre sus cultivos están mijo, yuca, tabaco y hortalizas, y también crían ganado, caballos, cabras, ovejas y gallinas, en tanto se dedican a la caza para aprovechar las carnes y pieles.
En esta etnia, hombres y mujeres comparten las tareas agrícolas.
Cada pueblo bambara se compone de muchas unidades familiares diferentes, por lo general todas de un mismo linaje o familia extensa. Cada hogar o gwa es responsable de proveer para todos sus miembros, así como ayudarles con las tareas agrícolas.
Las casas de los bambara se caracterizan por ser más grandes que las viviendas de otros grupos étnicos de naciones de Africa Occidental. Algunas gwa tienen 60 o más personas y los miembros de cada una trabajan juntos todos los días excepto los lunes, dedicados al comercio.
El matrimonio es caro, se considera como un tipo de inversión. Su propósito principal deriva en tener hijos que proporcionan a la familia la fuerza laboral y asegura la continuidad del linaje familiar.
La mayoría de las mujeres bambara tienen como promedio ocho hijos. Todos los adultos están casados; incluso viudas de edad avanzada, en sus 70 u 80 años, han tenido pretendientes porque los bambara creen que una mujer aumenta el estatus del hombre.
En cuanto a la religión, aunque la mayoría afirma que son musulmanes, muchas personas siguen sus creencias tradicionales de culto a los antepasados. Según los bambara, los espíritus ancestrales pueden asumir la forma de animales o incluso de verduras.
En las ceremonias extraordinarias, los espíritus se adoran y se hacen ofrendas de harina y agua. El miembro de linaje más antiguo actúa como el "mediador" entre los vivos y los muertos.
A pesar de los cinco siglos combinados de esclavitud y explotación colonial, las metrópolis no pudieron acabar con los hábitos, costumbres y cultura de los grupos autóctonos. Esos valores actuaron como valladares contra la barbarie extranjera.
*Periodista cubano especializado en política internacional, ha sido corresponsal en varios países africanos y es colaborador de Prensa Latina.
arb/rcw
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