Por Pablo Ospina Peralta
En estas últimas semanas tomó cuerpo la unidad de varios movimientos político – electorales de la izquierda ecuatoriana, entre los que se incluyen Pachakutik, el MPD, Montecristi Vive, Participación y una fracción disidente del Partido Socialista. Paralelamente, por iniciativa de las centrales sindicales, importantes organizaciones sociales iniciaron su propio proceso de unidad. La columna vertebral de esta iniciativa son la CONAIE, la CEDOCUT y la UNE, junto a algunas organizaciones de sindicatos públicos.
Casi al mismo tiempo, se publicó un libro de entrevistas realizadas por Martha Harnecker en Ecuador y Venezuela llamado “Ecuador: una nueva izquierda en busca de la vida en plenitud”. El texto recopila un conjunto de entrevistas, ordenadas temáticamente, a dirigentes políticos de Pachakutik y de Alianza País, como parte de un proyecto más amplio de investigación sobre los nuevos “instrumentos políticos” para la transformación social en el siglo XXI. Al parecer, cuando Harnecker empezó su investigación pensaba que Pachakutik era el nuevo “instrumento político”, hasta que el fenómeno de Rafael Correa cambió los ejes de su reflexión. En cierto modo el libro puede considerarse un esfuerzo de esta destacada investigadora chileno – cubana por explicarse las razones por las cuáles estas dos fuerzas no están unidas y tienden a distanciarse cada vez más. No pude estar en el lanzamiento de su libro en Quito, pero una reseña de los organizadores menciona que hizo un llamado, emocionado hasta las lágrimas, por la unidad. Recordó que la tragedia final de Allende tuvo su origen en la división de las izquierdas chilenas.
Desde una perspectiva como la de Harnecker, en efecto, uno podría preguntarse entonces, ¿por qué el gobierno ciudadano no está incluido en la reciente unidad de las izquierdas? También podría uno preguntarse, inversamente, ¿por qué casi toda la izquierda ecuatoriana clásica, se declara abiertamente en la oposición?
Aunque el libro no presenta el balance personal de la autora de las entrevistas sobre las razones de la ruptura entre el movimiento indígena y el gobierno, una entrevista concedida por ella al diario El Telégrafo, el 15 de agosto pasado, da a entender que se debe al discurso agresivo del mandatario y a la posibilidad de que las dirigencias indígenas no estén en sintonía con lo que en realidad quieren sus bases. Considera una debilidad del proceso político ecuatoriano liderado por Alianza País este divorcio con bases organizadas y considera que todos tienen responsabilidad: no solo “el discurso” del presidente (en la entrevista se refiere al “discurso”, no al presidente), sino también las respuestas de los dirigentes indígenas.
Son cinco los temas que distancian a los movimientos sociales organizados del gobierno de Correa y ninguno de ellos tiene que ver con el discurso confrontador y descalificador del presidente. No es un problema de “estilo”, aunque la forma no carezca de contenido. El primero es el desarrollismo extractivista de los planes económicos del gobierno. La mayoría de las organizaciones no pide la suspensión inmediata de la explotación petrolera. Exigen que el extractivismo tradicional no sea reforzado con un nuevo extractivismo minero que solo empeoraría las cosas y que contradice el propósito enunciado por el Plan del Buen Vivir de ir hacia una sociedad de servicios basados en el bio-conocimiento y el turismo. El segundo es una política agraria que a lo largo de estos casi cinco años ha reafirmado en esencia los mismos sesgos de todos los gobiernos anteriores. Por un breve período el gobierno se propuso cumplir la promesa de campaña de redistribuir tierras pero no avanzó en ello ni un solo milímetro y el nuevo ministro simplemente dejó de hablar del tema. El tercero es una política laboral, especialmente en el sector público, orientada a debilitar todo el aparato sindical existente. Los sindicatos son considerados enemigos de la eficiencia, la modernización y la calidad de los servicios públicos.
El cuarto factor de distanciamiento entre las organizaciones populares y el gobierno es su concepción del Estado y de la participación social en la toma de decisiones sobre política pública. El eje de toda la revolución ciudadana es el fortalecimiento de la autoridad el poder ejecutivo. No es la participación ciudadana, que está en la Constitución pero no en la práctica del gobierno. Como dijo uno de los entrevistados por Harnecker, David Suárez, las conquistas de las organizaciones indígenas (pero puede extenderse, con sus peculiaridades, a todos los gremios) fueron “cuotas neoliberales” (p. 183), pero ahora había “otro momento”. Comprender ese otro “momento” consiste, por supuesto, en dejar la responsabilidad de tomar las decisiones, en toda soberanía, al ejecutivo.
El quinto factor es la hostilidad a la movilización social independiente. No es solo un discurso agresivo. Son casi 200 acusados de terrorismo y sabotaje. La función de esa judicialización de la protesta social es evitar nuevas movilizaciones porque, como dijo el presidente en la entrevista de Harnecker, no hay que confundir autoritarismo con “principio de autoridad” (p. 227 y 228). Los pesados juicios a los dirigentes, algunos de los cuales han terminado con sentencias acusatorias, disuaden mediante el miedo la participación en acciones de protesta. Esta criminalización tiñe con su peso todo lo demás: sin este ataque al corazón y al repertorio fundamental de lucha de las organizaciones, los otros cuatro podrían ser simplemente “diferencias”. Pero si quieres que los movimientos no “se muevan”, simplemente no quieres que existan.
El interés de Martha Harnecker por la unidad de las fuerzas de izquierda me parece muy honorable. Pero sin tomar partido y encontrar fórmulas de solución a las discrepancias de fondo, no se puede pedir a las fuerzas de izquierda que simplemente se subordinen al gobierno. Alianza País, que ha dispuesto de la iniciativa política a lo largo de estos casi cinco años, le corresponde tomar la iniciativa. Pero estamos lejos de algo así. Para muestra basta un botón: cuando Martha Harnecker le preguntó a Rafael Correa cuáles consideraba que habían sido sus errores, la primera respuesta que vino a los labios del mandatario fue “ser demasiado democráticos” (p. 225). Con balances semejantes, no existe la menor posibilidad de un acuerdo. Por eso, la unidad de la izquierdas sin las pocas izquierdas que todavía quedan en el gobierno, es un gran paso en la buena dirección.
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