Teresa Galeote
Europa, como otros continentes, cambia de piel constantemente, como el camaleón. Pero mientras que el camaleón lo hace para subsistir, la Europa del euro está cavando su propia tumba. Esa Europa idílica que nos prometían con la moneda única no verdea, más bien se agosta, se quema y arrastra a la hoguera cuanto encuentra a su paso. Es el dios Mercado, estúpidos, es el dios Mercado que, una vez entronizado, pide sacrificios para alimentar su insaciable apetito. Lejos de la necesaria Europa social, nos ofrecen la diseñada por mercaderes y especuladores. Carlos Taibo, en “No es lo que nos cuentan”, ya advertía que no era oro todo lo que relucía en Europa.
Después de los grandes imperios europeos bajo el antiguo régimen, el Viejo Continente tuvo el color de las diferentes revoluciones para despojarse de las ataduras absolutistas que impedía a la burguesía llevar las riendas de los asuntos públicos. Se fraguaron acuerdos y desacuerdos bajo el signo de la modernidad y del progreso, pero la mayoría de la sociedad siguió bajo el yugo de la pobreza y de la desigualdad, cuando no de la esclavitud. Después llegaron las unificaciones de Italia y Alemania, naciones desmembradas hasta entonces. Europa, un territorio geográfico diverso donde han vivido, unas veces en paz, y otras en guerra, diversas naciones con ideas y culturas diferentes. No hay que olvidar, por tanto, que en ella siempre hubo una parte dominadora y otra dominada; una Europa que colonizó territorios en otros continentes para expandir sus ideas y apropiarse de los recursos de los que carecía, y otra que permaneció inmersa en su propia problemática.
Hace mucho tiempo que la Europa colonizadora tuvo que retirarse de los territorios ocupados; unas veces tras acuerdos, otras tras años de guerra. La primera y la segunda guerras mundial fueron el resultado pernicioso de disputas por el reparto territorial externo; aún existe algún reducto colonial. Y llegó el color negro del fascismo europeo, su posterior derrota, con excepción del español. Llegó el Plan Marshall estadounidense para la reconstrucción del espacio asolado y con ello su debilitamiento político La declaración de los Derechos Humanos culminó el proceso de paz, pero mientras que en la Europa reconstruida se extendieron las conquistas sociales, en Grecia y en Portugal se imponían las dictaduras y España seguía con la dictadura franquista a cuestas. Así, durante muchos años convivieron las dos Europas.
Ausentes de libertades durante muchos años, dichas dictaduras dieron paso a una sociedad debilitada en lo social, en lo cultural y en lo económico, dejando miles de muertos, exiliados, encarcelados y desaparecidos en su haber. Por otro lado, la Europa del bienestar tenía que demostrar que ella también era capaz de dar el bienestar que el comunismo prometía en el este de Europa. Pero una vez perdidas las colonias y desmantelada la Unión Soviética, la Europa de los mercaderes se quitó la piel de cordero. Ahora, el Imperio es otro, aunque en decadencia aún persiste su poder armamentístico. Europa ya no tiene colonias y debe devorar su periferia para seguir alimentando a sus monstruos. ¿Qué hará la Europa dominadora cuando la periferia sucumba?
El fascismo militarista ha sido sustituido por la dictadura de los mercados; ese ente incorpóreo que dirige nuestros destinos, como si fuese un nuevo dios, acompañado de organismos internacionales y grupos de “expertos”, en el arte de la confusión, a los que nadie votó. La mayoría de los políticos se entregaron con armas y bagajes al gran Leviatán; obedecen al poder financiero, se acobardan ante las amenazas de los especuladores. La política y los estados han dimitido de las funciones que le son propias. Los fascismos del siglo XX han sido sustituidos por los especuladores. Pero, ojo, no hay que minusvalorar el incremento del voto a las fuerzas de la ultraderecha europea; todo hace pensar que el poder financiero y las fuerzas reaccionarias se retroalimentan. En ese contexto, el atentado terrorista en Noruega, perpetrado por un hombre de ideas ultraderechistas-sionistas, juega un papel relevante. El terrorista, disconforme con la inmigración, han puesto su granito de arena en el auge del ideario fascista. Sin duda, un fantasma recorre Europa, y no por obviarlo deja de estar.
William Robinson 1 , con referencia al fascismo del siglo XXI, expresa lo siguiente: “Un fascismo del Siglo XXI no puede parecerse al fascismo del Siglo XX. Entre otras cosas, la capacidad de los grupos dominantes de controlar y manipular el espacio y de ejercer un control sin precedentes sobre los medios de masas, los medios de comunicación y la producción de imágenes y mensajes simbólicos, significa que la represión puede ser más selectiva (como vemos, por ejemplo, en México o Colombia) y también organizada jurídicamente de manera que el encarcelamiento masivo toma el lugar de los campos de concentración”.
Siempre existieron predominios; el centro y la periferia, el norte y el sur en pugna constante, y en notoria desigualdad. Se infló la burbuja especulativa antes de que se desinflaran las burbujas inmobiliarias, en realidad la una se sustentaba en la otra, se han estado retroalimentando; no sólo se hipotecan casas, se hipotecan países. Y los gobiernos, una vez derrotados, ofrecen bonos con alto rendimiento; necesitan dinero fresco para ir tirando, sólo tirando. Pronto, muy pronto, sólo tendrán dinero para pagar los interese de la deuda emitida. ¿Para qué crear empleo?, piensan los especuladores. Se gana más con los intereses invertidos en deuda pública y jugando en bolsa. Lejos de fortalecer las políticas de inversión, los gobiernos están facilitando la especulación. Los bancos y particulares que compran deuda pública tienen asegurada la rentabilidad, a no ser que los estados entren en bancarrota. Por otro lado, los países que, como España, tienen un alto índice de desempleo, han visto disminuidos sus ingresos considerablemente, porque las políticas fiscales regresivas han exonerado gran parte de las imposiciones fiscales a las rentas más altas y al capital, dejando así casi toda la carga fiscal a las rentas medias y bajas, en franca recesión.
Y qué decir del dinero público destinado a sanear el sector financiero a un 1% de interés, cuando esos mismos bancos y particulares pueden comprar deuda pública que ofrece una rentabilidad del 4, 5, 6 %. Sin duda, el negocio es redondo para el sector financiero, pero para los gobiernos es la crónica de una muerte anunciada. El sector especulativo exige y exige más; es un pozo sin fondo donde los gobiernos endeudados acabarán ahogándose. Los países, cada vez más hipotecados, venderán todo lo vendible para saciar la sed de los mercados. Las consecuencias del sistema capitalista ya no pueden pasar desapercibidas. William Robison asegura, entre otras cosas, que “...un segundo mecanismo es el saqueo de los presupuestos públicos. El capital trasnacional utiliza su poder financiero para tomar el control de las finazas del Estado y para imponer mayor austeridad a la mayoría trabajadora”. No todos los países europeos han recorrido el mismo camino. Los nórdicos fueron por otros derroteros, establecieron una gran una cobertura social pública que ofrece gran parte del empleo, y su progresividad fiscal permite que pague más quien más tienen.
El mundo se ha convertido en un gran casino, como apunta Viviane Forrester, en “El horror económico”, dónde un horda desarmada juega con países y personas. A pesar de la tecnología puesta a nuestro alcance, estamos retrocediendo socialmente al siglo XIX. Los duros ajustes impuestos a la sociedad no resolverán los problemas planteados, sino que los agudizarán. Hemos regresado al siglo XIX y ante esta realidad no cabe más que la toma de conciencia, la indignación y la protesta, nunca el conformismo.
Nota:
1 William Robinson es profesor de sociología en la Universidad de California, Santa Bárbara. Especializado en el capitalismo global y sus consecuencias, tiene publicados numerosos libros sobre el tema, el último, “America latina y el capitalismo global”.
Teresa Galeote
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