Por ROBERT SAMUELSON
El Bank for International Settlements de Suiza acaba de publicar su informe anual, y es un documento desalentador. El BIS (como se lo conoce) fue creado en 1930 para manejar los pagos de reparación de Alemania a Gran Bretaña y Francia después de la Primera Guerra Mundial. La Gran Depresión terminó con las reparaciones y ahora el BIS proporciona -entre otras cosas- un comentario realista sobre la economía global. Su último informe genera interrogantes.
Consideremos lo siguiente:
-En cuanto a la deuda gubernamental: "La turbulencia del mercado que rodea a la crisis fiscal de Grecia, Irlanda y Portugal parecería nimia ante la devastación subsiguiente a la pérdida de confianza de los inversores en la deuda soberana de una economía importante".
-Sobre la necesidad de tasas de interés más altas: "Nuestros intentos de amortiguar el golpe de la última crisis deben ahora sembrar las semillas de la próxima".
Sobre la inflación: "Los riesgos de la inflación han sido elevados por ... una actividad económica menguante y alzas en los precios de los alimentos, la energía y otros productos".
Por el informe del BIS, apenas si nos enteraríamos de que hay casi 45 millones de desempleados en los países avanzados, un 50 por ciento más desde 2007. Pero, ¿pueden los gobiernos hacer algo al respecto? El BIS no tiene respuesta. La política económica parece estar paralizada. Hay casi una sensación palpable de impotencia, ya sea al leer el informe del BIS o al escuchar al presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, en su reciente conferencia de prensa. La Economía parece haber agotado sus herramientas. La paciencia y las plegarias son lo único que queda: La divulgación de la semana pasada de los precios del petróleo, por ejemplo, fue una plegaria desesperada por precios de gasolina más bajos.
MIRADA KEYNESIANA
Para ser justos, algunos economistas keynesianos (por el economista inglés John Maynard Keynes) sostienen que el problema radica en la timidez, no en la impotencia. Los gobiernos podrían hacer más; pero no lo están haciendo. Podrían gastar más o recortar los impuestos más; los déficits presupuestarios -al menos en Estados Unidos- no importan demasiado por el momento, la Reserva podría implementar un QE3, la compra de más bonos para tratar de reducir las tasas de interés a largo plazo.
Quizás los keynesianos tengan razón. Pero no han prevalecido porque hay razones plausibles -aunque no concluyentes- para que estén equivocados. Los economistas debaten furiosamente sobre los efectos "multiplicadores" de los déficits gubernamentales mayores: cuánto efecto se logra por cada dólar. Un estudio concluyó que el efecto es mucho mayor durante las recesiones que durante las recuperaciones. Esa idea parece tener sentido y sugiere que el estímulo de 2009 del presidente Obama ayudó, pero que un nuevo estímulo tendría menor efecto.
Podría provocar actos neutralizantes. Supongamos que los consumidores lo interpretan como un indicio de temor y pierden la confianza. Si elevaran sus tasas de ahorro en un punto porcentual, eso contrarrestaría 120.000 millones de dólares de gastos extra del gobierno. O los inversores podrían reaccionar a la obtención de préstamos mayores por el gobierno elevando las tasas de interés, aunque eso aún no ha sucedido. (Las tasas de bonos del Tesoro de 10 años están al 3 por ciento).
EL FUTURO
La incertidumbre es enorme. La misma advertencia puede aplicarse a la Reserva; las pruebas de que QE2 -la adquisición de 600.000 millones de dólares en valores del Tesoro- ayudó a la economía son escasas, aunque Bernanke afirma que disipó temores de deflación, es decir de la caída de los precios.
Otra escuela económica, tipificada por el BIS, afirma que el foco obsesivo en resultados económicos a corto plazo nos metió en problemas y que no deberíamos repetir el error. Acumular demasiada deuda ahora podría empeorar las crisis futuras. Ignorar los indicios incipientes de inflación engendrará una mayor inflación. Las buenas políticas serán recompensadas al final con un crecimiento sano. Parece una idea sensata pero genera inquietudes prácticas.
Es posible que grandes cantidades de estímulo no puedan rescatar la economía global, pero que grandes cantidades de austeridad la hundan. Nuestro problema es que no son sólo unos pocos países los que enfrentan la austeridad, sino la mayoría de las naciones avanzadas. Hemos llegado a una evaluación histórica del estado proveedor de beneficios sociales posterior a la Segunda Guerra Mundial, cargado de poblaciones que envejecen y de enormes deudas. La deuda pública bruta de Alemania representa el 87 por ciento de su economía (producto bruto interno); la de Japón, el 213 por ciento; la de Gran Bretaña, el 89 por ciento; y la de Estados Unidos, el 101 por ciento, informa el BIS. (Su definición de deuda da como resultado cifras más altas que la medida estándar de Estados Unidos). Grecia no está sola.
Estados Unidos, Europa y Japón aún constituyen, aproximadamente, la mitad de la economía mundial. Si todos cortaran los gastos y elevaran los impuestos (para controlar la deuda) y aumentaran las tasas de interés (para impedir la inflación) ¿de dónde provendría el crecimiento?
En el papel, hay respuestas. Los gobiernos podrían comprometerse a reducciones futuras del déficit sin debilitar la recuperación, si sus medidas son "creíbles". Es más fácil decirlo que hacerlo. O el "nuevo mundo" en expansión -China, India, Brasil- podría rescatar al viejo. Quizás. Pero estos países también tienen la mayor inflación: casi el 6 por ciento en China, el 9 por ciento en India. O la ralentización actual podría ser temporaria; la demanda privada se reactivaría.
Las necesidades actuales para sostener la recuperación parecen chocar con las necesidades futuras de reducir la deuda. Nuestro debate público es confuso y nuestra política está paralizada porque nadie -más obviamente, Obama- ha desarmado la contradicción.
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