Por Isabel Soto Mayedo (Prensa Latina)*
El movimiento feminista contemporáneo rompió con ciertas visiones parcializadas de sus épocas fundacionales y defiende la urgencia de sustituir la tradicional política de corte patriarcal por una estrategia liberadora de mujeres y hombres, sin desatenderse de las diferencias entre ambos.
Esto responde al carácter globalizado de problemáticas como la transnacionalización, la pobreza, la migración, el cambio climático u otras, que en las últimas dos décadas instaron a movilizarse a las defensoras de los derechos del mal llamado sexo débil junto a sus contrapartes masculinas.
Durante los múltiples encuentros feministas realizados a partir de 1995, las denuncias y demandas contra la marginación de las mujeres fueron combinadas con el análisis de los efectos del neoliberalismo, las migraciones y las ofensivas militares de Estados Unidos, entre otras.
Ello tuvo que ver con la crisis del feminismo institucional -el derivado de los reconocimientos, dictámenes y prescripciones de organismos internacionales y Estados sobre la discriminación de género- y el desmesurado aumento de la pobreza y la feminización de este mal social.
El fortalecimiento de los acentos multifacéticos de este movimiento también ganó relieve en estos años, en los cuales los tópicos más analizados fueron el racismo, la despenalización del aborto, la supresión de todo tipo de violencia y las demandas de paridad en los órganos de poder.
Pero lo más distintivo de la etapa fue el inicio del debate acerca del desarrollo, naturaleza, democracia, ciencia, uso de las técnicas y el futuro de la humanidad, desde la perspectiva de las mujeres.
La propuesta de adoptar políticas respecto a estos asuntos, sobre la base de la teoría y práctica de los enfoques de género, cobró forma en la IV Conferencia de la Mujer (Beijing, 1995).
Quizás esta sea una de las razones por las cuales esa cita transcendió como un proceso de carácter global, multiétnico y pluricultural, al signar la política con la sensibilidad femenina.
LA REVANCHA DEL PATRIARCADO
Los progresos de las mujeres en sus batallas contra el sistema de desigualdades que las coloca en desventaja respecto a los hombres despertaron los recelos de las élites conservadoras y motivaron proyectos encaminados a militarizar las propuestas feministas en los finales del siglo.
Tales planes apuntaron de forma directa contra los valores e ideas propugnadas por movimientos orientados a barrer con la lógica de dominación de unas personas sobre otras y generalizar la tolerancia y el respeto, como parte indispensable del cambio social.
Uno de los métodos más socorridos en esta estrategia fue la integración de las mujeres en la lógica autoritaria-militar, que convirtió a estas no solo en objeto sino también en protagonistas de la exclusión social.
La "militarización del feminismo", como identifica a este proceso el investigador paraguayo Juan Carlos Yuste, impulsó la inserción de ellas en eslabones de poder y su masculinización en ideas y comportamientos.
Lejos de remover los cimientos de la cultura patriarcal, este proyecto apenas implicó un cambio de formas y alentó la conversión de las mujeres en agentes de dominación sobre la mayoría, incluidas las de su sexo.
En el substrato de este plan estuvo la convicción de las élites de que, en la medida en que unas explotaran a sus congéneres, legitimarían al propio sistema en medio de una sociedad prejuiciada contra el feminismo y, por ende, proclive a limitar a sus seguidoras de ocupar espacios importantes.
Con la colocación de algunas en puestos que solían estar ocupados por hombres, sólo trataron de despojar a la perspectiva de género de su capacidad para entender las relaciones de poder en sociedad, afirma Yuste.
Esto por suerte no ocurrió, aunque desde finales del siglo pasado el movimiento feminista procuró reivindicar su derecho a desenvolverse en espacios militares, tanto o más que avanzar en otros órdenes de liberación femenina, sin considerar los efectos secundarios de esa victoria.
Contrario a lo que suele pensarse, el militarismo trasciende a las instituciones castrenses, a los uniformados o a lo relativo al armamento y engloba una forma de ver el mundo, interpretar las relaciones entre personas, lograr consenso y eficacia en una sociedad.
Por tales razones, Martin Shaw, Anthony Giddens y otros autores, lo consideran una ideología que guarda vínculos con el más añejo de los sistemas de subordinación, el patriarcado.
Este consiste en la concentración de la riqueza, el poder, la cultura, entre otros, en manos masculinas, en detrimento de la mujer, y deviene resorte esencial para la trasmisión y desarrollo del militarismo por su capacidad de incidir en las relaciones sociales, interpersonales e intrafamiliares.
Al predicar el sometimiento de la hembra por el macho, el patriarcado delimita el papel social de las féminas, los espacios a los que pueden acceder, y su capacidad intelectual y afectiva.
De igual modo, legitima el control permanente sobre su cuerpo, espacio, tiempo y trabajo, y hasta el modo de decir, vestir o comportarse en lo privado y en lo público.
Puntal esencial de este sistema es la subordinación e inferiorización de las mujeres, a las cuales priva de su subjetividad, al limitarlas a objeto del varón para su uso, vientre generador de la descendencia, cuidadora del hogar, de su cuerpo y de los de la prole.
La transmisión del conocimiento y del poder por vía masculina es otra columna sobre la que se sostiene el patriarcado, bajo cuyo signo el poder es varón y se ejercita por la violencia y el sometimiento de las féminas.
"El patriarcado, el universo androcéntrico, no sólo es misógino, además es profundamente racista", aseguran las Mujeres de Negro, de Málaga, para quienes este instituye la superioridad de un grupo de personas sobre otras, autoriza la deshumanización y legitima formas de violencia.
Probablemente es dentro de este tipo de organización social, en el interior de las relaciones de jerarquía entre los sexos, en el deseo masculino de dominar, donde nace el placer por la opresión, la violencia y la guerra.
El triunfo del patriarcado casi logró la afirmación unilateral de los aspectos predominantes del modo de pensar y de sentir masculinos y de la eliminación de los modos de pensar y sentir femeninos.
La naturaleza del patriarcado es violenta, impositiva, sustentada en el arbitrio de la fuerza transformada en ley, a tono con un sistema jerárquicamente estructurado, en el que el grupo dominante se une para defender sus privilegios y para aniquilar a quienes osen amenazarlos.
FEMINISMO EN EL SIGLO XXI
La comprensión de esos fenómenos posibilitó visualizar mejor las causas de la situación enfrentada por las mujeres y la relación de estas con problemáticas que afectan de modo general a la especie en el siglo XXI.
Esto derivó en gran medida de la profundización en los estudios científicos desde perspectivas de género, cuyos aportes impulsaron los nuevos giros discursivos y en el actuar del feminismo contemporáneo.
El alcance limitado de las políticas aplicadas para revertir la discriminación sobre las mujeres incidió también en que estas comenzaran a integrarse a movimientos más abarcadores de lucha por el cambio social.
Sin embargo, ello nunca implicó la renuncia a defender derechos emparentados con la reproducción, la salud, el aborto el uso del cuerpo, la educación, el trabajo y otros, netamente relacionados con su situación.
Hecho probado es la capacidad de las féminas para crear programas alternativos de organización social, donde sobresalen los incentivos a la confianza mutua, la solidaridad y la cooperación.
Pese a eso, sólo representan alrededor del 1,3 por ciento de la población económicamente activa, realizan 2,3 por ciento del trabajo por una décima parte de su salario medio y controlan apenas uno por ciento de la riqueza a escala planetaria.
Ellas conocen mejor que otros el significado de la discriminación, de la violencia y de la cosificación del cuerpo, por lo cual la esperanza de muchos descansa en su habilidad para propiciar espacios de debate capaces de frenar la reproducción de esquemas conducentes a la marginación social.
* Redacción global de Prensa Latina.
em/ism
Esto responde al carácter globalizado de problemáticas como la transnacionalización, la pobreza, la migración, el cambio climático u otras, que en las últimas dos décadas instaron a movilizarse a las defensoras de los derechos del mal llamado sexo débil junto a sus contrapartes masculinas.
Durante los múltiples encuentros feministas realizados a partir de 1995, las denuncias y demandas contra la marginación de las mujeres fueron combinadas con el análisis de los efectos del neoliberalismo, las migraciones y las ofensivas militares de Estados Unidos, entre otras.
Ello tuvo que ver con la crisis del feminismo institucional -el derivado de los reconocimientos, dictámenes y prescripciones de organismos internacionales y Estados sobre la discriminación de género- y el desmesurado aumento de la pobreza y la feminización de este mal social.
El fortalecimiento de los acentos multifacéticos de este movimiento también ganó relieve en estos años, en los cuales los tópicos más analizados fueron el racismo, la despenalización del aborto, la supresión de todo tipo de violencia y las demandas de paridad en los órganos de poder.
Pero lo más distintivo de la etapa fue el inicio del debate acerca del desarrollo, naturaleza, democracia, ciencia, uso de las técnicas y el futuro de la humanidad, desde la perspectiva de las mujeres.
La propuesta de adoptar políticas respecto a estos asuntos, sobre la base de la teoría y práctica de los enfoques de género, cobró forma en la IV Conferencia de la Mujer (Beijing, 1995).
Quizás esta sea una de las razones por las cuales esa cita transcendió como un proceso de carácter global, multiétnico y pluricultural, al signar la política con la sensibilidad femenina.
LA REVANCHA DEL PATRIARCADO
Los progresos de las mujeres en sus batallas contra el sistema de desigualdades que las coloca en desventaja respecto a los hombres despertaron los recelos de las élites conservadoras y motivaron proyectos encaminados a militarizar las propuestas feministas en los finales del siglo.
Tales planes apuntaron de forma directa contra los valores e ideas propugnadas por movimientos orientados a barrer con la lógica de dominación de unas personas sobre otras y generalizar la tolerancia y el respeto, como parte indispensable del cambio social.
Uno de los métodos más socorridos en esta estrategia fue la integración de las mujeres en la lógica autoritaria-militar, que convirtió a estas no solo en objeto sino también en protagonistas de la exclusión social.
La "militarización del feminismo", como identifica a este proceso el investigador paraguayo Juan Carlos Yuste, impulsó la inserción de ellas en eslabones de poder y su masculinización en ideas y comportamientos.
Lejos de remover los cimientos de la cultura patriarcal, este proyecto apenas implicó un cambio de formas y alentó la conversión de las mujeres en agentes de dominación sobre la mayoría, incluidas las de su sexo.
En el substrato de este plan estuvo la convicción de las élites de que, en la medida en que unas explotaran a sus congéneres, legitimarían al propio sistema en medio de una sociedad prejuiciada contra el feminismo y, por ende, proclive a limitar a sus seguidoras de ocupar espacios importantes.
Con la colocación de algunas en puestos que solían estar ocupados por hombres, sólo trataron de despojar a la perspectiva de género de su capacidad para entender las relaciones de poder en sociedad, afirma Yuste.
Esto por suerte no ocurrió, aunque desde finales del siglo pasado el movimiento feminista procuró reivindicar su derecho a desenvolverse en espacios militares, tanto o más que avanzar en otros órdenes de liberación femenina, sin considerar los efectos secundarios de esa victoria.
Contrario a lo que suele pensarse, el militarismo trasciende a las instituciones castrenses, a los uniformados o a lo relativo al armamento y engloba una forma de ver el mundo, interpretar las relaciones entre personas, lograr consenso y eficacia en una sociedad.
Por tales razones, Martin Shaw, Anthony Giddens y otros autores, lo consideran una ideología que guarda vínculos con el más añejo de los sistemas de subordinación, el patriarcado.
Este consiste en la concentración de la riqueza, el poder, la cultura, entre otros, en manos masculinas, en detrimento de la mujer, y deviene resorte esencial para la trasmisión y desarrollo del militarismo por su capacidad de incidir en las relaciones sociales, interpersonales e intrafamiliares.
Al predicar el sometimiento de la hembra por el macho, el patriarcado delimita el papel social de las féminas, los espacios a los que pueden acceder, y su capacidad intelectual y afectiva.
De igual modo, legitima el control permanente sobre su cuerpo, espacio, tiempo y trabajo, y hasta el modo de decir, vestir o comportarse en lo privado y en lo público.
Puntal esencial de este sistema es la subordinación e inferiorización de las mujeres, a las cuales priva de su subjetividad, al limitarlas a objeto del varón para su uso, vientre generador de la descendencia, cuidadora del hogar, de su cuerpo y de los de la prole.
La transmisión del conocimiento y del poder por vía masculina es otra columna sobre la que se sostiene el patriarcado, bajo cuyo signo el poder es varón y se ejercita por la violencia y el sometimiento de las féminas.
"El patriarcado, el universo androcéntrico, no sólo es misógino, además es profundamente racista", aseguran las Mujeres de Negro, de Málaga, para quienes este instituye la superioridad de un grupo de personas sobre otras, autoriza la deshumanización y legitima formas de violencia.
Probablemente es dentro de este tipo de organización social, en el interior de las relaciones de jerarquía entre los sexos, en el deseo masculino de dominar, donde nace el placer por la opresión, la violencia y la guerra.
El triunfo del patriarcado casi logró la afirmación unilateral de los aspectos predominantes del modo de pensar y de sentir masculinos y de la eliminación de los modos de pensar y sentir femeninos.
La naturaleza del patriarcado es violenta, impositiva, sustentada en el arbitrio de la fuerza transformada en ley, a tono con un sistema jerárquicamente estructurado, en el que el grupo dominante se une para defender sus privilegios y para aniquilar a quienes osen amenazarlos.
FEMINISMO EN EL SIGLO XXI
La comprensión de esos fenómenos posibilitó visualizar mejor las causas de la situación enfrentada por las mujeres y la relación de estas con problemáticas que afectan de modo general a la especie en el siglo XXI.
Esto derivó en gran medida de la profundización en los estudios científicos desde perspectivas de género, cuyos aportes impulsaron los nuevos giros discursivos y en el actuar del feminismo contemporáneo.
El alcance limitado de las políticas aplicadas para revertir la discriminación sobre las mujeres incidió también en que estas comenzaran a integrarse a movimientos más abarcadores de lucha por el cambio social.
Sin embargo, ello nunca implicó la renuncia a defender derechos emparentados con la reproducción, la salud, el aborto el uso del cuerpo, la educación, el trabajo y otros, netamente relacionados con su situación.
Hecho probado es la capacidad de las féminas para crear programas alternativos de organización social, donde sobresalen los incentivos a la confianza mutua, la solidaridad y la cooperación.
Pese a eso, sólo representan alrededor del 1,3 por ciento de la población económicamente activa, realizan 2,3 por ciento del trabajo por una décima parte de su salario medio y controlan apenas uno por ciento de la riqueza a escala planetaria.
Ellas conocen mejor que otros el significado de la discriminación, de la violencia y de la cosificación del cuerpo, por lo cual la esperanza de muchos descansa en su habilidad para propiciar espacios de debate capaces de frenar la reproducción de esquemas conducentes a la marginación social.
* Redacción global de Prensa Latina.
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