Dos meses después de que la violencia se adueñara de Kirguizistán durante el derrocamiento del último Gobierno, que había logrado el poder en 2005 tras la 'revolución de los tulipanes', se vuelven a contar por cientos los muertos, por miles los heridos y por decenas de miles los desplazados.
La situación humana, social y política del país -sobre todo en el sur, Osh y Jalal-Abad, de donde es Kurmanbek Bakíev, el presidente depuesto en abril- se ha agravado hasta el punto que la comunidad internacional parece dispuesta a tomar cartas en el asunto, con Rusia -ahora sí y tras los titubeos iniciales- a la cabeza.
Kirguizistán (5 millones de habitantes), enclavada en el Asia central y con una extensión equivalente a la mitad de la de España, posee una situación geoestratégica vital para las potencias extranjeras (linda con China y es una plaza muy importante para la logística de la guerra en Afganistán, pues EE UU dispone de una importante base).
Tras alcanzar la independencia, Kirguizistán se lanzó a la conquista de una identidad simbólica fuerte
Además, su gran diversidad étnica, lingüística (los kirguizes son mayoría, seguidos de uzbekos y rusos, aunque también hay cristianos ortodoxos, según datos de la CIA) y religiosa (mayoría musulmana), dificulta la convivencia en un país con una tradición sólo nominalmente democrática desde que alcanzó la independencia a principios de los noventa.
Aquejada de los mismos males que muchas otras ex repúblicas soviéticas, tanto del Cáucaso como de Asia central, en Kirguizistán no ha dejado de cumplirse aquella predicción del periodista Ryszard Kapuscinski, gran conocedor de la zona, cuando escribió que al mundo le amenazaban tres plagas, una de ellas la del nacionalismo.
Tras la independencia, Kirguizistán se lanzó a la conquista de una identidad simbólica -la lengua kyrgyz pasó a ser la oficial en detrimento de la rusa- al tiempo que a la creación de un Estado de nuevo cuño que, al cabo, no ha sabido vencer la tentación del nepotismo y la plutocracia.
Condena y planes internacionales
La alarma de una crisis humanitaria en la zona ha hecho reaccionar a los actores internacionales, tras un fin de semana cuajado de declaraciones de condena y horror, aunque escasamente comprometidas.
El Gobierno provisional, desbordado, pidió este sábado a Rusia ayuda militar. La respuesta del Kremlin no se hizo esperar: Rusia mandaría ayuda humanitaria, pero no militar. Al mismo tiempo, la ONU, por boca de su secretario general Ban Ki-moon, pidió respeto y solucionar el conflicto por vía "pacífica".
Por su parte la UE parece haber dejado la iniciativa a Rusia, mientras EE UU aún no se ha pronunciado
Pasado el fin de semana, y conocidas las noticias del aumento del número de fallecidos y desplazados (que se están refugiando en la vecina Uzbekistán), el Gobierno de Vladimir Putin parece estar dispuesto a intervenir militarmente para acabar con la crisis humanitaria, que afecta sobre todo a las menciondas regiones del sur, Osh y Jalal-Abad.
Por su parte la UE parece haber dejado la iniciativa a Rusia, mientras EE UU aún no se ha pronunciado. La alta representante europea, Catherine Ashton, ha advertido de que el brote de violencia es "muy peligroso" para toda la región y ha dicho que está en contacto con los rusos sobre cómo calmar la zona.
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