Por: Susana Gómez
El socialismo busca la emancipación de todas las personas. Incluso en su lenguaje, el socialismo (o el comunismo) es feminista, ya que defiende la emancipación del género humano, con lo cual se proyecta hacia una etapa en donde no sólo se han superado ya las clases sociales, sino todo el resto de formas de dominación y opresión, incluida la desigualdad entre géneros. Pero ni la superación de las clases sociales, ni la desaparición de la opresión sobre la mujer, ni el fin de ningún otro tipo de dominación llega por arte de magia. Sólo llegan a través de la organización y la lucha de los grupos oprimidos contra esa opresión y las condiciones que la reproducen, y obviamente contra los grupos que la materializan. Para llegar a la desaparición o superación de las clases sociales, tiene que haber un paso previo en el que las clases explotadas se organicen, se rebelen y tomen el poder para imponer las condiciones que acaben con su explotación, de la misma forma, para acabar con las desigualdades de género y con la opresión que sufrimos las mujeres, tienen que haber un paso previo en el que las mujeres nos organicemos, nos rebelemos y acabemos con las condiciones que reproducen nuestra explotación y dominación. Y tenemos que recordar que estas condiciones son tanto productivas, como culturales.
Como vemos a diario, las mujeres trabajadoras tenemos varios frentes de lucha que acometer y todos esos frentes forman parte del proyecto socialista, del proyecto por construir una sociedad sin relaciones sociales de opresión, explotación, ni dominación. Ahora bien, si asumimos que el proyecto socialista tiene varios frentes de lucha es importante luchar porque no se margine, ni menosprecie ninguno de estos frentes de lucha. No es como antes que algunos afirmaban que la única pelea importante era la lucha de clases, y que una vez abolidas las clases, desaparecían todas las demás manifestaciones de dominación. De esa forma, los hombres se iban a conspirar, mientras la mayoría de las mujeres se quedaban haciéndoles la comida y cuidándoles los hijos. Los camaradas luchaban por la igualdad social, pero continuaban reproduciendo esquemas de dominación frente a sus compañeras. Muchas veces eran camaradas entre ellos, pero no con nosotras.
Hoy entendemos, que no se puede comprender la desigualdad social sin tener en cuenta otros factores de división que forman también parte de la reproducción de la desigualdad y sobre todo, somos conscientes que en la construcción del socialismo, no se puede luchar contra unos esquemas de dominación, pero reproducir otros pensando ingenuamente que van a desaparecer solos. El socialismo tiene la tarea de encarar y liquidar todas las formas de dominación y en esa tarea se debe de acompañar del feminismo.
Además, sabemos que eliminar las clases sociales no es una tarea tan sencilla ni tan rápida, que no basta como socializar los medios de producción, que hay condiciones sociales como la división social del trabajo y consecuentemente las relaciones sociales jerárquicas, que están en la base del proceso de construcción y reproducción de la desigualdad y de las relaciones de dominación.
La división social del trabajo marcó, en un momento dado de la historia, la división de la sociedad en castas y la dominación y explotación de unas castas por otras, después vino la división de la sociedad en estamentos o actualmente en clases sociales. Pero, como señalaron Engels y Marx, la primera división social del trabajo fue la que se dio en las comunidades primitivas entre hombres y mujeres, y marcó la primera manifestación de dominación de un grupo humano sobre otro.
En esos momentos, dadas las condiciones productivas, el poder no se manifestaba en el control de la tierra, que era de propiedad comunal, ni en el control de los otros medios de producción, ya que los instrumentos eran muy simples, sino en el control de la fuerza de trabajo. En ese sentido, tener muchas mujeres implicaba no sólo el acceso a su trabajo, sino también a sus capacidades reproductivas, es decir, a sus hijos e hijas como fuente de trabajo(1). La perpetuidad de la comunidad dependía, entonces, de la consagración de la mujer a la esfera reproductiva y esa consagración no se podía dejar a la libre decisión de la mujer.
Entonces, se tenían que crear las ideas, la construcción social, la ideología que atara a la mujer a la esfera reproductiva y anulara su capacidad de decisión sobre su cuerpo y sobre su vida y esa primera construcción ideológica se lleva a cabo a través de la religión. La religión es la primera construcción de ideas que no sólo justifica la dominación del hombre sobre la mujer, sino que la disfraza como algo “natural” y de esa forma institucionaliza el consentimiento de la mujer frente a su dominación. A través de esa construcción de ideas que es la religión, el cuerpo de la mujer y su decisión de procrear dejan de ser suyos y pasar a pertenecerle a un “ser superior”, que es la forma que en ese momento encuentra el sistema patriarcal de materializar y perpetuar su esquema de dominación, pero además se convierte a la mujer en una pieza clave de la reproducción de su propia dominación a través de la familia y de la educación.
En el capitalismo, la mujer es doblemente explotada. Como afirmó una de las primeras socialistas feministas (Flora Celestina Teresa Tristán) hace casi ya 200 años, “las mujeres somos las proletarias de los proletarios”. En el capitalismo, la mujer realiza innumerables trabajos que no le son remunerados, ni reconocidos socialmente. El salario representa el precio de mercado de la fuerza de trabajo. Y el valor de la fuerza de trabajo se calcula, al igual que en las demás mercancías, por el tiempo de trabajo socialmente necesario para reproducirlo, que está determinado por los valores de cambio de las mercancías socialmente necesarias para que, día a día, el trabajador o trabajadora puedan levantarse, volver a trabajar y renovarse como mercancía vendible. No obstante, el trabajo realizado en el hogar, lo que se denomina trabajo doméstico, y que como vamos a ver ahora es importantísimo para la sociedad, es un trabajo que se apropia el capital sin retribuirle nada a la mujer. Este trabajo no remunerado, permite al capital tener ganancias mayores. (2)
Nos damos cuenta que en esta época, muchas mujeres tenemos una doble jornada de trabajo, trabajamos en el mercado laboral a cambio de un salario y seguimos trabajando cuando llegamos a casa, pero sin salario. A veces pensamos que es sólo durante las primeras ocho horas que el capital se apropia de parte de nuestro trabajo, pero lo cierto es que durante las otras horas, nosotras hacemos un trabajo esencial para la reproducción del capital.
El capitalismo se fundamenta en la producción de mercancías para su intercambio a través del mercado y, como hemos visto antes, en el capitalismo la fuerza de trabajo es una mercancía que se vende por un salario. ¿pero en quién recae en buena parte la producción y reproducción de esa mercancía llamada fuerza de trabajo? No es sólo que la mujer cocine y cuide al obrero o a sí misma como obrera para estar en disposición de venderse al día siguiente su fuerza de trabajo ¿quién pare, amamanta y cuida a los niños y niñas para convertirlos en futuros trabajadores y trabajadoras? ¿quién les hace la comida, los arropa cuando tienen frío, los consuela o anima para que sigan adelante?
Como vemos el doble carácter de la explotación de la mujer (sometida y explotada, tanto en el mercado como en el hogar) constituye un elemento vital para la reproducción del capital(3). Es importante reflexionar sobre esto porque en épocas de crisis como la actual, el capitalismo frente a la caída de la tasa de ganancia reacciona no sólo despidiendo a los trabajadores (y obviamente las mujeres suelen ser las primeras afectadas) y bajando los salarios, sino también presionando la reducción de los servicios sociales. Y esto incide enormemente en el incremento de la explotación de las mujeres. En países donde la crisis se enfrente, pongamos el ejemplo, eliminando los preescolares y las guarderías públicas, eliminando los comedores escolares, los servicios públicos de atención al adulto mayor, reduciendo las prestaciones de salud, etc… todos estos trabajos vuelven a recaer en las espaldas mujeres de forma no remunerada, es decir, no reconocida socialmente.
Sólo en el socialismo, y en la medida que la fuerza de trabajo deje de ser una mercancía, y que su planificación se base en las necesidades de toda la sociedad, las mujeres tendremos las condiciones para liberarnos de esa doble explotación que sufrimos. Sólo en el socialismo se puede lograr que ese trabajo invisibilizado que realizamos las mujeres y que es vital para la sociedad sea repartido y asumido por toda la sociedad.
Pero esas condiciones deben materializarse en el fin de las relaciones de dominación en todos los ámbitos sociales, lo cual implica una lucha diaria por conquistar palmo a palmo ese terreno de nuestra liberación como trabajadoras y como mujeres.
Separación entre lo público y lo privado, impuesta por la ideología liberal para mantener sus esquemas de dominación.
Muchas veces parece que la revolución entra en nuestra vida social, pero no en nuestra vida “doméstica”, entra en nuestras comunidades, pero no entra en nuestras casas, mucho menos en nuestras cocinas o en nuestras camas… bueno, probablemente sea porque aún no somos del todo conscientes que esa falsa disociación es precisamente una de las principales armas de la dominación contra la mujer. Tenemos que comprender que todas nuestras esferas son sociales, todas las dimensiones de nuestra vida son políticas. Todo lo que hacemos con o para los demás es social y es, además productivo, en el sentido que significa un aporte a la sociedad. Cómo se reparte el trabajo, cómo se toman las decisiones, cómo se regula la participación, o cómo se satisfacen las distintas necesidades son aspectos que nos permiten identificar relaciones sociales de dominación o de emancipación, en todas y cada una de las facetas de nuestra vida, desde las más públicas hasta las más íntimas. Y luchar porque esas relaciones sociales que se producen en todos esos espacios sean relaciones conscientes solidarias, emancipadas, voluntarias, libres de dominación o coacción de cualquier tipo es la tarea fundamental del socialismo. Y es dentro de este aspecto de la necesidad de desenmascarar esa disociación artificial entre la vida doméstica y la vida social, dónde me parece importante entrar a discutir el papel de los consejos comunales en la lucha contra la dominación de la mujer. A mi juicio, no basta con que las mujeres tengamos una participación activa dentro de los consejos comunales, sino que creo que la construcción de condiciones que permitan superar la dominación contra la mujer debe ser un eje importante dentro de los consejos comunales. No puede ser, poniendo sólo el ejemplo más extremo, que en nuestras comunidades sepamos que en tal casa hay una mujer que sufre maltrato, pero asumamos que ese no es un problema del consejo comunal o que el consejo comunal no puede meterse y dejemos que ese maltrato continúe y si nos descuidamos hasta elijamos al marido maltratador como miembro de alguna vocería. No puede ser que una mujer maltratada se sienta sola, sin saber dónde acudir y en quien apoyarse dentro de una comunidad organizada. No puede ser que una adolescente joven se embarace sin desearlo y no cuente con un colectivo de mujeres que pueda aconsejarla y ayudarla y acompañarla en la decisión que ella responsablemente tome. No puede ser que se violente sexualmente a alguna mujer dentro de nuestras comunidades y que nos quedemos prácticamente con los brazos cruzados.
Es importante entonces, pensar cómo dentro de los consejos comunales creamos espacios desde los cuales busquemos la soluciones colectivas a nuestros problemas, espacios para ayudarnos y protegernos, para organizarnos y reeducarnos en función de no reproducir esas relaciones de dominación, que desde la familia, la escuela, la televisión nos han inculcado y que, probablemente si no construimos espacios donde podamos debatir estos temas, seguiremos inculcando a nuestras hijas e hijos. (1) C. Meillassoux, Mujres, graneros y capitales, 1977, en D. Comas D’Argemir “Trabajo, género, cultura” Ed. Icaria, 1994 (2) N. Kohan, Marxismo para principiantes, Ed. Era Naciente, 2005 (3) Op. Cit.
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